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    Uruguay salió del pozo con una contundente goleada 4-0 a Paraguay

    Luis Suárez lo hizo casi todo para un equipo que jugó su mejor partido del año en el momento que más lo precisaba.

    Uruguay volvió a la punta de las Eliminatorias, tras un segundo semestre de año pobre futbolísticamente, con jugadores que individualmente no rendían y un juego colectivo que mantenía su filosofía táctica pero no la ejecutaba con la habitual delicadeza, sobre todo porque había perdido parte de la tradicional efervescencia física que ofrecen los equipos de Óscar Tabárez. 

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    Paraguay, acelerado en lo emocional con nuevo DT y un gran triunfo ante Chile, asomaba durísimo el martes en el Centenario, dispuesto a encerrarse sin ningún prejuicio y obligar a Uruguay a abrirlo, con ejecutantes ideales de larga distancia para golpear de contra en un partido que ofrecía lluvia en cantidades y viento en oportunidades. 

     

    Pero Uruguay se alejó por completo del clima de afuera y se acercó (con una concentración propia de los partidos símbolo de este proceso) al clima de adentro: un Estadio casi lleno pese a los pronósticos de temperatura alimentó a la selección, que necesitaba volver al cariño local para encender ese fuego que estuvo perdido durante buena parte de este 2016. 

     

    Cuatro días atrás, con Argentina, Uruguay había caído 1-0. Una derrota previsible desde lo futbolístico pero no desde lo anímico, donde el equipo pareció entregado al resultado de antemano: antes y después del partido, pero esencialmente durante, cuando más que no poder no quiso buscar un empate ante un rival de emergencia que (como quedó demostrado ante Venezuela) tenía a Messi como única bandera.

     

    Los jugadores parecieron detectar esa rara timidez enseñada en Mendoza y afloraron salvajes desde el primer segundo en Montevideo. Arévalo Ríos corrió como no lo hacía desde 2012 y Cristian Rodríguez, eternamente condenado a las lesiones musculares, soltó su cuerpo a velocidad sin temores durante 90 minutos. Fueron los ejemplos de un equipo recuperado súbitamente desde lo individual, como si el volver al Centenario les hubiera presionado un botón de 'On' que parecía roto. 

     

    Fueron el ejemplo también de la preponderancia física que históricamente ha tenido esta selección sobre sus rivales. Uruguay sabe correr la cancha y la corre como ninguno. Es su herramienta de presión sobre los rivales y la que lo mantiene en partido contra cualquier selección del mundo. Paraguay lo sufrió, incapaz de acomodarse en la cancha ante el cosntante trajinar del equipo local. El ejemplo más notorio fue Néstor Ortigoza, un exquisito del fútbol sudamericano que parecía un perro perdido porque no tuvo los pulmones para seguirle el ritmo a los de celeste. 

     

    Cuando a esa superioridad atlética se le agrega el talento de Luis Suárez, no encajonado como delantero solitario sino acompañado por Edinson Cavani, entonces las sensaciones para Uruguay son excelentes. Suárez, hambriento de selección después de dos años mirándolo resignado por TV, reclama absolutamente cada pelota que pasa la mitad de la cancha. Es cierto, esa actitud siempre la ha tenido, pero ahora es aún más evidente y el resultado de esa exigencia aún mejor: a Suárez sus compañeros le pasan casi siempre la pelota y, gracias a su estadía en Barcelona, ahora el destino de esa pelota es increíblemente eficaz.

     

    Es que Suárez ha agregado dimensiones mejoradas a su juego, que siempre tuvo pero eran piedras sin pulir: la pared corta en cualquier lugar de la cancha, el colocarse de frente en los laterales del centro del campo, el pelotazo largo teledirigido, la asistencia entre líneas de camisetas rivales son valores agregados en Cataluña que Uruguay recién puede disfutar ahora, tras meses de suspensión, y que vaya si los disfrutó en una pletórica noche contra Paraguay.

     

    Cavani hizo dos goles, es cierto, pero Suárez hizo casi todo lo demás, incluso servirle los dos goles a Cavani, para liderar el mejor partido de Uruguay en 2016. Un sorprendente 4-0 que lo deja bien perfilado hacia el Mundial de Rusia y sirvió para callar dudas ajenas pero también propias, porque el aire a revanchismo que los jugadores respiraron después de la goleada demuestra, en el fondo, que ellos también sintieron que con Argentina algo se había roto.

     

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