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    Violencia en el deporte (II)

    Sr. Director:

    El país de los teros. En Uruguay somos especialistas en llamar a las cosas “por otro nombre” y en emular al Vanellus Chilensis (tero) en sus prácticas de simulación y ocultamiento. En ese sentido y a modo de ejemplo, el mecanismo que durante los procesos de justicia de transición la literatura denomina “Comisión” para averiguar o construir la verdad sobre hechos del pasado violento, en Uruguay lo llamamos “Comisión para la Paz” (simulando —por su intermedio— para que la verdad permanezca oculta). Los uruguayos nos especializamos en crear situaciones difíciles de entender, como que una cárcel se pueda construir en un pueblo llamado “Libertad” o que las “villas miseria” se conozcan con el nombre de un barrio residencial. También somos especialistas en hacer tormentas de verano sobre los temas que nos lastiman como sociedad para, justamente, no tratarlos a fondo; generalmente, aquellos asuntos que tienen que ver con los intereses de los poderosos o con alguna modificación del “estado de cosas”.

    El sistema interamericano de protección de los derechos humanos nos ha condenado en 2012 por actuar como teros, por el exabrupto de sancionar leyes que no sirven para cumplir y realizar los objetivos que el Parlamento dice que ellas sirven (Caso Barbani y otros vs. Uruguay). Así, en este contexto de inverosimilitudes y de actuaciones que aparentemente solucionan problemas y conflictos, se tiene que analizar el “problema de la violencia en el futbol”. En realidad el problema no debe ser ampliado al “deporte” en general (como pretende un sector de la prensa), sino que se ciñe a un deporte en particular: el fútbol.

    La violencia que este deporte genera y las respuestas a la misma por parte de “todos” los operadores institucionales y sociales del Uruguay bien podrían denominarse como un “modus operandi Vanellus Chilensis”, y ello pone a todo el sistema en riesgo por ausencia de credibilidad, porque los actores involucrados simulan y ocultan la realidad. En realidad, todo lo que sucede alrededor del fútbol local (hechos y reacciones y/o causas y consecuencias) parecería que acontece en “Macondo” en lugar de en Montevideo.

    La FIFA y la Confederación Sudamericana de Fútbol deberían observar el “Código de Penas” de la AUF, porque invierte los principios del derecho en tanto que lo que debería ser “sancionado” termina siendo “premiado”. El “sistema fútbol uruguayo” tiene que modificar su forma de “castigar” para que, en el “país de los teros”, los castigos no se conviertan en “premios”. Todos sabemos que la solución se ha encontrado hasta para los temibles hooligans ingleses porque la sociedad inglesa y sus instituciones quisieron acabar con el “Hooliganism”. ¿Por qué aquí no podemos con los “barra-brava” locales y sus “bravuconadas”? ¿Qué intereses lo impiden, quiénes los protegen? Si la AUF no realiza la inversión necesaria, ¿acaso no puede el Ministerio del Interior o el de Deporte invertir en la compra de un sistema de control en base a “molinetes” y “entradas” ligadas a un “comprador” identificado previamente y “vigilado” por cámaras de video durante el evento deportivo? Pero aun si la condición de “país tercermundista” impide esta inversión, ¿acaso no se solucionaría el problema mediante la quita de puntos al club que ampara y fomenta prácticas antideportivas, como es la de “valerse” de los violentos para obtener ventajas deportivas (por ejemplo, jugar siempre de locatario)?

    En lo personal, todo lo que rodea a la violencia en el fútbol ha dejado de darme rabia y desazón para provocar apenas rictus, pues luego de cada “muerte”, “destrozo”, “amenaza”, “hechos de corrupción”, etc., sobreviene algún episodio folklórico en el que la propia prensa se involucra para desviar la atención del ciudadano y las autoridades y para que la “opinión pública” no tenga que referirse al problema de fondo, en defensa del “estado de cosas” y para que todo siga como debe seguir. Por eso, luego de los últimos hechos de violencia extrema acontecidos durante el último partido entre Peñarol y Nacional disputado durante el mes de noviembre de 2013, la opinión pública se preocupa por la bizarra discusión entre un dirigente de fútbol de un equipo y una diputada hincha del otro, ambos, posiblemente, con relaciones de conocimiento personal con un sector de los “barras-bravas”.

    Por suerte, para quienes ya solo atinamos a “reírnos para no llorar”, nos queda el básquetbol y los dirigentes de la Federación correspondiente para encender la luz de la esperanza en lo que respecta a “tomarse las cosas en serio”, en este país plagado de teros que ya hacen a la idiosincrasia risueña de nuestra sociedad.

    Pablo Galain Palermo