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    Vivian Trías

    Sr. Director:

    Utilizar palabras inadecuadas a menudo tiene consecuencias negativas o impide una comprensión cabal de los hechos.

    En Uruguay se afirma que el exdirigente y teórico socialista Vivian Trías (1922-1980) fue “espía” del gobierno de la ex-Checoslovaquia entre 1964 y 1977. Este hecho, evidenciado por documentos de los servicios de inteligencia del que fuera un país de la órbita de la ex-URSS, se vuelve hoy un argumento descalificador contra el partido del actual presidente Tabaré Vázquez.

    El concepto de espía político es el de “agente secreto al servicio de una potencia extranjera para averiguar informaciones secretas”, que debilita al país espiado en favor del país que espía, cuyo objetivo es dominarlo en algún plano, agrego.

    ¿Habrá estado Trías al servicio de una potencia extranjera realmente? ¿Querría Trías que aquel país del este europeo dominara a Uruguay? No tengo la respuesta, pero tampoco me afilio al juicio intencionado, y cuasi electoral, que siempre parece ser el principal ante estos hechos del pasado que corresponden a un contexto determinado.

    A riesgo de ingenuidad, quiero invitar a reflexionar desde otro ángulo, porque, en definitiva, el episodio Vivian Trías no será el único de esta índole. Sobrevendrán otros y desde otras latitudes. Este año el Departamento de Estado desclasificará los documentos reservados correspondientes a 1968, y el Vaticano ha prometido desclasificar otros del período de las dictaduras en el Cono Sur. Aperturas obviamente sujetas, unas, a los intereses de la Casa Blanca, otras, a los de Jorge Bergoglio y los cardenales católicos, pero que traerán novedades.

    En los sesenta, la Guerra Fría condicionaba la política nacional e internacional. Latinoamérica, a diferencia de África y Asia, no era territorio de enfrentamiento bélico entre las superpotencias, pero sí estaba en la mira de Washington y Moscú como región imprescindible para la retroalimentación de los dos sistemas en pugna: capitalismo y comunismo.

    Las representaciones diplomáticas eran el sitio natural para reunir informaciones sobre el país en que estaban instaladas. Las recepciones, las actividades culturales, deportivas, gremiales, partidarias, todo lo que hacía la vida social de entonces, constituían los sitios de recopilación de esas informaciones preciosas para los países de origen. Más las expresiones públicas, fueran artículos periodísticos, libros, conferencias, actos masivos, etc. No muy diferente del presente.

    Todos los actores político-sociales de entonces daban y recibían información. Unos lo hacían en el natural diálogo que toda actividad humana requiere. Otros, a sabiendas de que los captores de información transformaban esas conversaciones en informes enviados a sus respectivas sedes. Y otros, convencidos de que tenían una afinidad de intereses y objetivos con una u otra superpotencia, lo hacían como explícito informe de las situaciones que conocían, porque a su entender contribuirían al triunfo de lo que consideraban lo mejor para su país. De uno y otro lado. No se puede caer en el maniqueísmo. Hay evidencia de que también a la Embajada norteamericana de entonces llegaban específicos informes de uruguayos.

    Trías, además de prolífico escritor, profesor de historia, diputado socialista y secretario general de ese partido, informó y opinó sobre la realidad nacional y latinoamericana a los checoslovacos y produjo materiales teóricos a pedido. Y recibió un pago por esa labor. Reclutado en 1964 cuando en Checoslovaquia se gestaba lo que se denominó el “socialismo con rostro humano”, sepultado por los tanques soviéticos cuatro años después durante la Primavera de Praga, es dable entender que aquel dirigente de izquierda, que propugnaba un socialismo nacional, accediera a contribuir a esa opción más coincidente con sus posturas que con la rigidez moscovita.

    Sofocada toda desviación que no respondiera al PCUS de entonces —“fuimos serviles ideológicamente”, admitió al final de su vida, durante el derrumbe del comunismo, Rodney Arismendi— Trías siguió en contacto con la dirigencia checoeslovaca pro-Moscú y paralelamente fue alienándose en la estrategia que los soviéticos proponían para Latinoamérica, diferente de la aventura armada impulsada por Fidel Castro a través del Che Guevara y los distintos movimientos guerrilleros financiados desde La Habana en Latinoamérica.

    Felizmente, Trías se orientó en la dirección mayoritaria en la izquierda uruguaya de los sesenta, que lo llevaría a comentarle en 1972 a Arismendi que había que marchar hacia la construcción de un gran partido de la clase obrera, que él veía como resultante de la fusión de los socialistas y comunistas uruguayos.

    ¿Por qué felizmente? Porque más allá de lo que en definitiva llevó al Vivian Trías de 1971 a elegir la vía electoral —la del Frente Amplio—, esa postura evitó mayores pérdidas de vidas uruguayas —recuérdese Argentina— como habría sido si la mayoría del Partido Socialista de entonces se hubiera plegado a la lucha armada de Raúl Sendic, quien desde dentro de ese partido, al igual que otros que siguieron luciendo como socialistas, reclutaba militantes para la guerrilla que desde 1963 operaba contra la democracia.

    En ese contexto es que Trías escribe en 1971 el libro Perú, Fuerzas Armadas y revolución, donde deposita en las Fuerzas Armadas —que él identificaba como nacionalistas y en oposición a EE.UU.— un cometido que contribuiría a una “revolución antiimperialista”. ¿Porque se lo pidieron los checoslovacos? Sí, pero también porque él estaba convencido de que podría ser una vía de cambio para Uruguay. Como lo creyeron de izquierda y derecha prácticamente todos los dirigentes políticos, sindicales y guerrilleros durante 1972 y en los meses transcurridos entre febrero y junio de 1973. Salvo Carlos Quijano, Jorge Batlle y Amílcar Vasconcellos. Están los documentos para quien quiera leerlos.

    Precisamente en marzo de 1964 es que llegó a Montevideo el agente Philip Agee, de 29 años, con su mujer y dos hijos pequeños, a trabajar en la estación de la CIA en Uruguay, sumándose a las 14 personas que, encabezadas por Ned Holman, disponían de un presupuesto anual superior al millón de dólares.

    La Liga de Acción Ruralista, la presidencia del Consejo de Gobierno fueron los ámbitos desde los que Benito Nardone colaboró doctamente con la CIA, como también lo hicieron, en mayor o menor grado, Juan José Gari, Nicolás Storace Arrosa, Felipe Gil, Adolfo Tejera, Luis Vargas Garmendia, Wilson Elso y una extensa nómina donde también hubo oficiales del Ejército y la Policía. Está documentado y puede leerse en libros y artículos periodísticos que recogen testimonios —entre otros, del propio Agee— e investigaciones académicas. Y también hubo pagos para quienes informaban o difundían las falsedades de la CIA en periódicos uruguayos.

    ¿Se supo algo de ello entonces? El 26 de noviembre del 71, dos días antes de unas elecciones caracterizadas por un clima de violencia y radicalización, el semanario Marcha publica una carta de Agee en la que este informa sobre su renuncia a la CIA y denuncia actividades de esta agencia en el país. No tuvo mayor incidencia y su importancia estuvo dada por la propia significación que le adjudicó el semanario entonces.

    Así eran los hechos en ese momento. Mucho más públicos de lo que pueda suponerse, aunque ahora se presenten como una peripecia jamesbondiana. Algunos eran tan públicos y notorios como fueron dos canjes ocurridos a mediados de los setenta.

    En 1975, el primer secretario del PCU, Arismendi, entonces detenido en Jefatura de Policía, fue canjeado entre la dictadura uruguaya y la ex-URSS por una promesa de negociación de carnes uruguayas.

    En 1976, Luis Corvalán, jefe de los comunistas chilenos, preso político de Pinochet, fue canjeado en Zurich por el disidente soviético Vladimir Bukovsky, que había pasado media vida entre hospitales psiquiátricos y cárceles rusas.

    La intransigencia de Fidel Castro frustró en las mismas fechas el canje de otro dirigente comunista chileno, José Montes, por el preso político cubano Humberto Matos. La película El puente de los espías, de 2015, rescata un hecho parecido entre un piloto norteamericano derribado en cielo de la ex-URSS y un espía soviético detenido en EE.UU. que son canjeados en 1961.

    Entonces, aquello que decía Luis A. de Herrera: no se debe ingresar al pasado con un puñal en la mano. Texto y contexto para que la historia, ese territorio tan desconocido, no se vuelva un argumento para la coyuntura, sino una fuente de conocimiento.

    Lo que sí es grave es que en el presente un expresidente de Uruguay se abrace en la frontera con Lula, juzgado y sentenciado en segunda instancia por delitos de mega corrupción como nunca se vieron en la historia brasileña. Hechos como ese con consecuencias reales en la ética del presente deben llamarnos a reflexión más que fácilmente etiquetar a quien hace casi cuarenta años fue enterrado y obró dentro de coordenadas diferentes a las actuales.

    ¿Hay duda de que hoy, en 2018, cuando dirigentes del PCU o del PS conversan en territorio uruguayo o fuera del país con funcionarios cubanos, chinos o venezolanos no ofrezcan informaciones, opiniones y diagnósticos sobre Uruguay? ¿Pensamos que en encuentros, sean formales o casuales, que puedan darse entre dirigentes blancos o colorados con diplomáticos estadounidenses, británicos o del país que se quiera pensar, no intercambian datos y pronósticos sobre Uruguay? ¡Por favor…! Y si alguien reacciona hablándonos de “la Patria”… posiblemente sea el que más cola de paja tiene.

    Hugo Machín

    CI 1.312.624-1