Zona de turbulencias

Zona de turbulencias

La columna de Andrés Danza

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Nº 2131 - 15 al 21 de Julio de 2021

Deben ser muchísimas las cosas que pasan por la cabeza de un presidente electo y sus colaboradores antes de asumir el gobierno. Los días previos los imagino muy intensos y cargados de orgullo y ganas, pero también de ansiedades y miedos. Es probable que Luis Lacalle Pou y su grupo más cercano, que construyó junto a él el camino hacia el piso 11 de la Torre Ejecutiva, hayan pasado por eso. Es más, me consta que al menos algunos de ellos así lo vivieron.

Había motivos. Hacía mucho que Lacalle Pou se preparaba para el momento de cruzarse la banda presidencial en el pecho y que hubiera llegado no era una sorpresa para casi nadie. Pero lo hizo después de 15 años de gobiernos del Frente Amplio y con una ajustada mayoría. Entonces, algunos de sus más fieles allegados temían por esos días que grupos minoritarios de izquierda organizaran algo así como un estallido social, similar a lo que estaba ocurriendo en otros países de América Latina.

Luego, la preocupación que en aquellos primeros meses de 2020 algunos transmitían por lo bajo y explicaban en lo fácil que es generar una movilización violenta o una “víctima de la represión”, se fue diluyendo como arena entre las manos. No necesariamente porque fuera injustificada. El motivo es que ocurrió algo mucho más trascendente y desestabilizador, algo que no dejó casi nada en pie: la llegada del coronavirus y la declaración de la “emergencia sanitaria” el 13 de marzo, menos de dos semanas después de asumido el nuevo gobierno.

La izquierda local, representada principalmente por el Frente Amplio, el PIT-CNT y algunas organizaciones sociales, ya había quedado muy golpeada por la derrota en las elecciones nacionales y el sacudón que significó la nueva y amenazante realidad sanitaria terminó de derrumbarla. Salió del centro de la atención, se fragmentó, su capacidad de organización disminuyó notoriamente y las restricciones en la movilidad por el combate al Covid fueron mucho más fuertes que su intención de marcar la cancha.

Organizó algún paro, caceroleos y movilizaciones menores, pero fue disminuyendo su espacio en el mapa. No encontró la forma. Además, todavía tenía abiertas las heridas de la derrota y los reproches se hacían cada vez más intensos. Tan es así que a un grupo minoritario de sindicatos, encabezado por el de Ancap y el de profesores, se le ocurrió en el segundo semestre del año pasado iniciar una recolección de firmas para derogar una parte de la Ley de Urgente Consideración del gobierno y la respuesta que recibieron de sus socios fue muy fría, con la excepción del Partido Comunista. Casi nadie se sentía con fuerzas y temían un nuevo golpe.

Sin embargo, menos de un año después, ese fue el camino con el que la oposición logró ponerle fin a su duelo. De a poco se fueron sumando los demás sindicatos y después todo el Frente Amplio, por más que varios de sus principales dirigentes decían por lo bajo que era un error. “No se llega”, me comentaron a fines del año pasado dos de los principales referentes frenteamplistas. Pero tuvieron tiempo de cambiar de discurso. Finalmente resolvieron quedar también como los que tiraban la red al agua y se mostraron muy sorprendidos al sacarla.

Por eso, lo ocurrido el jueves 8 de julio, cuando la Comisión Pro Referéndum entregó a la Corte Electoral cerca de 800.000 firmas, es un punto de quiebre importante. Porque sirvió para que los derrotados sintieran cuál es actualmente su identidad y encontraran un motivo para movilizarse y mantenerse unidos. Ahora sí da la sensación de que se abrió el espacio para la confrontación más de fondo, aunque parece que será muy distinta a la de otros países.

No habrá estallido. Al menos no hay indicios de que nada parecido a eso se esté gestando. Por más que la pandemia siga disminuyendo su presencia día tras día y que las calles vuelvan a llenarse de vida, el cauce de las protestas parece estar claramente limitado. Lo que vendrá será una zona de turbulencias, similar a la que muchos aviones que tienen que recorrer trayectos largos atraviesan en su camino. Y no se avizoran consecuencias graves.

Tanto el gobierno de coalición como el opositor Frente Amplio están preparados para esas turbulencias. Sus pasajeros ya tienen todos sus cinturones de seguridad abrochados y se disponen a resistir algún movimiento brusco pero con la certeza de un horizonte despejado. Eso, por más que beneficia a las dos partes en disputa, significa un alivio mayor para la oposición, que no había logrado encontrar su espacio.

Ahora tiene asegurado su centro de atención durante más de medio año, entre que la Corte Electoral valide las firmas y se concrete el referéndum. En ese lapso no habrá tiempo para disputas internas, autocríticas sangrientas ni grupos minoritarios tratando de marcar perfil a través de planteos o movilizaciones más extremas. Las fuerzas se unificarán y estarán todas concentradas en el mismo objetivo.

¿Por qué? Porque el Frente Amplio volvió a ser lo que era antes de los 15 años de gobierno. Dejó de ser la coalición asociada al poder y que se basa en él como para ser visible, a ser la abanderada de la resistencia. Ya no mira al Poder Ejecutivo como algo que le arrebataron injustamente y que le tendrían que devolver sino como algo a arrebatar. La diferencia entre una postura y la otra es muy grande y es probable que quede de manifiesto durante los próximos meses.

Entre otras cuestiones, el escenario se hace mucho más uruguayo y cierra el espacio a los agitadores sociales. El camino es otro, el largo y lento, el de los procesos más duraderos, de esos que cuadran más con la idiosincrasia criolla. Por eso, no parece que vengan tiempos de grandes agitaciones revolucionarias ni de caídas de gobiernos ni de muertos en las calles, como en otros países de la región.

En principio, no está mal que así sea. El único problema, o el gran problema, es que con todo esto lo que se pierde es tiempo. Los gobiernos se terminan empantanando en laberintos impuestos desde afuera y se les dificulta poder avanzar. Las discusiones se repiten y el país sigue girando durante años y años sobre su propio eje. Y después llegan las otras elecciones y los otros referéndums. Y así sucesivamente.