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Jonathan Franzen. El “Gran Novelista Americano”. El escritor portada de Time de agosto de 2010. Presentado con ese rótulo, precisamente. Franzen, autor de Libertad, novela realista saludada con entusiasmo por una parte de la crítica como la primera gran ficción del siglo XXI, la historia de la caída en desgracia de una familia ideal de clase media en Estados Unidos. Libertad, 600 páginas que Barack Obama consiguió leer antes que centenares de estadounidenses ansiosos, que la habían reservado para sus vacaciones. Antes, en 2001, con su tercera novela, Las correcciones, una historia de aliento épico sobre los Lambert, unos Buddenbrook del Medio Oeste de Estados Unidos, había cautivado a la influyente Oprah Winfrey, que desde su club de lectura catódico puso al libro en lo más alto de las listas de best sellers.
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Franzen, nacido en Chicago en 1959, se define como un animal literario —“Mi naturaleza es escribir”—, escribe como el más serio de los serios y vende como el más comercial de los comerciales. Las malas lenguas dicen que llegó hasta la tapa de Time porque, de lo contrario, no concedía la entrevista a la publicación. Quién sabe. Lo que sí se sabe es que desde que se desprendió de la línea posmo va detrás de la bestia inalcanzable: la Gran Novela Americana, la novela total, aquella que en sus páginas condensa y amplía el mundo.
Franzen construye frases con precisión, cuidado y, en especial, con brillante y sobria profundidad. Porque no se trata solamente de escribir bien o muy bien o asombrosamente genial. Porque sus modelos son Thomas Mann, Dostoievski, Balzac. Y no es descabellado pensar en un “plan Franzen” de reunir todas sus novelas realistas en un conjunto de obras en común que pinten la sociedad estadounidense. O el mundo entero. El hombre es ambicioso. Ética y estética están al mismo nivel. Franzen da vida a seres con los que uno puede discutir y caminar. Seres que uno puede querer y odiar. Cada personaje importa. Busca que cada párrafo sume, y eso es lo que hace de Pureza (Salamandra, 2015) esa clase de libros peligrosamente subrayables. Al recorrer sus páginas puede despertarse la impresión de que a su lado muchos autores de la narrativa que se publica en la actualidad parezcan superficiales, quizás demasiado pendientes de las tendencias, y ensimismados en su propia experiencia vital. David Foster Wallace, amigo/colega/adversario de Franzen, le decía a William R. Katovsky en una entrevista en 1987: “La narrativa o mueve montañas o es aburrida; o mueve montañas o se sienta sobre su propio culo”.
Pureza se compone de siete bloques que conectan, casi fuera de cuadro, pura y exclusivamente en función de Pip, la protagonista de esta extensa novela de casi 700 páginas en las que Franzen empieza a mover montañas desde las primeras diez.
Pip es Purity Tyler. Detesta su nombre y prefiere que la llamen Pip, como el dickensiano personaje de Grandes esperanzas. Tiene 23 años, aparentemente poco interés en lo material, lo que no ayuda demasiado a sus proyecciones de futuro, en especial cuando todavía arrastra una abultada deuda por la financiación de sus estudios universitarios. Pip, la describe el narrador, es “horriblemente pobre, pero tenía sábanas limpias; era rica en limpieza”. Está convencida de que todavía no la echaron del trabajo porque Igor, su jefe, abriga esperanzas de que puede llevársela a la cama. Pip supone que todos —o casi todos los tipos— quieren eso. Ella también tiene sus cosas; maniobra como puede con sus deseos, no siempre correspondidos. Así se producen momentos en los que se mezclan lo gracioso, lo patético y lo doloroso, que pintan la incapacidad de Pip derivada de sus problemas de autoestima. El encuentro con Jason, el chico de la cafetería, el posterior coitus interruptus maximus es uno de esos instantes. Pip vive en una casa de okupas con una serie de personajes entre los que se encuentran Stephen —de quien está enamorada— y Annagret, su germánica esposa, que la invita a hacer unas prácticas en Sunlight Project, emprendimiento de Andreas Wolf, “el famoso forajido de internet”, un alemán que fue víctima de la Stasi y que ahora quiere que las cosas sean transparentes. Sunlight Project, que muchos confunden con una versión reducida de Wikileaks, nació como plataforma web de denuncia de injusticias sociales de Alemania y se amplió como gran vidriera de los “secretos tóxicos del mundo entero”. Wolf, también mencionado como “el célebre portador de la luz” (que no es otra forma de llamar a Lucifer) es rival declarado de Julian Assange. No está de acuerdo con los métodos del canoso australiano y su Wikileaks, a la que define como “una plataforma neutral que carece de filtros”. Alguien dice sobre Wolf: “Tiene tantos secretos sucios que ve el mundo entero como un pozo de secretos sucios. Lo tira todo contra la pared, como un niño de cuatro años que tira caca, a ver si se pega”. En cada capítulo se descubrirán capas y zonas diferentes de Wolf. Como de la misma Pip.
En las novelas de Franzen, las madres son un tema. Y la madre de Pip, no puede ser menos. Pureza comienza con Pip teniendo una conversación telefónica con una mujer depresiva e hipocondríaca de la que al principio ni siquiera se sabe bien cómo se llama. Más adelante hay otro capítulo, una no ficción en primera persona dentro de la ficción, que arroja luz sobre la madre de Pip y sobre otros involucrados en la trama, como el periodista Tom Aberand. Las conversaciones telefónicas entre Pip y su madre no se terminan hasta que una no deja abatida a la otra. Pip compadece a su madre, sufre con ella. Esa forma de relacionamiento nació tempranamente, cuando era una niña, y ella la siente como un bloque de granito en su interior. Pero hay un asunto todavía bastante denso. El padre de Pip, figura ausente en su vida y presente en la novela, es motor de acciones de la chica que prefiere no entrar a Facebook porque se siente mal al comprobar que los demás son más felices que ella. Pip se marcha a Santa Cruz, Bolivia, a formar parte del culto de Wolf, porque ahí está la clave para conocer la identidad de su padre.
La habilidad de Franzen para la construcción de las oraciones es pasmosa y dan ganas de detenerse y aplaudir. Se suceden acciones, escenarios (Berlín, Leipzig, Denver, Wichita), épocas (antes del Muro, después del Muro), personajes, subtramas sobre corporaciones y sobre una pareja con una conexión enfermiza, investigaciones periodísticas, y llega la sensación de que ya se han consumido páginas y páginas y no se entiende bien con qué fin. Se agita la tesis de los peligros del control de la información, las denuncias de los desbordes mesiánicos de ciertos líderes revolucionarios y las siniestras simetrías entre la Stasi y Google. La intimidad se usa para hacer dinero, y, en tiempos de exhibicionismo y narcisismo feroz, lo auténtico es lo que se mantiene escondido. Con su extensión y su hinchazón, Pureza asombra y cansa, mueve montañas y se sienta sobre su propio culo.