Todo. Cómo manejaba, cómo ponía el karting de costado, los movimientos que hacía. O sea, uno encaraba una curva y doblaba así, él ya venía derrapando de costado, era diferente a todos. Tenía un rostro angelical. Fuera de la pista, era muy tímido, casi como otra persona, pero cuando se ponía el casco y salía a la pista, te dejaba boca abierta.
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Clasificación del Sudamericano de Colonia, 1980.
¿Ya se podía vislumbrar en 1980 que Senna iba a llegar lejos?
Sin duda. Sabíamos que estábamos ante un futuro piloto de Fórmula 1. Y eso que había una generación de pilotos muy talentosos, como los argentinos Gustavo Der Ohanessian, Luis Belloso y Henry Martin, que eran verdaderos pilotazos. Y no podemos olvidar a nuestro compatriota Jorge Soler. En Sudamérica, Ayrton y Jorge eran las principales referencias de esa época.
¿Qué recuerdos tenés de la visita de Senna ese año?
Lo principal fue que se quedó unos días en casa. Mi padre, que estaba involucrado en la organización, ya lo conocía por su viaje al Mundial y a Brasil. Recuerdo que el padre de Ayrton llamó desde Brasil para avisar sobre su llegada al Aeropuerto de Carrasco. Lo fuimos a buscar, vino acompañado de un mecánico y arrancamos para Colonia. Después de las carreras, cuando regresamos a Montevideo, se alojó en casa por unos días mientras esperaba la conexión aérea con San Pablo. Compartimos mucho tiempo juntos, conversamos bastante y hasta me dio un motor para mi karting.
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Año 1981, en Córdoba. Senna en punta, mano a mano con Jorge Soler; Bonavena detrás con el N° 47.
¿Hablaba de correr en Fórmula 1?
Sí, su objetivo era claro: llegar a la Fórmula 1. En 1981, después de una carrera internacional en Córdoba que ganó Jorge, Ayrton pasó nuevamente por Montevideo por asuntos comerciales y se quedó en casa. Fue entonces cuando profundizamos mucho nuestra amistad. Solíamos ir a comer pizza al bar Tacuruses, en la esquina de Caramburú y General Paz, y yo bromeaba con el pizzero, diciendo: “Le estás haciendo una pizza al futuro campeón del mundo de Fórmula 1”. (Se ríe a carcajadas). En ese momento, ya comenzaba a destacar en la Fórmula Ford 1600 británica. Hicimos planes para alquilar una casa en Inglaterra, donde él pasaría a competir en la Fórmula Ford 2000. El auto de Fórmula Ford 1600 que él dejaba lo había arreglado para que yo pudiera correrlo. Alquilamos una casa cerca de la fábrica Van Diemen, y no va que salta la tablita acá, toda la crisis económica y no pude ir. Fue al final del 82.
¿Siguieron en contacto?
Ayrton vino una vez más a Montevideo para resolver algunos asuntos comerciales y se quedó en casa de nuevo. Recuerdo que nos reuníamos en la mesa con mis padres, los cuatro sentados, y hablaba sobre el desarraigo y lo que significaba vivir solo en Europa. Él había partido con la intención de no regresar, pero a veces reflexionaba sobre esa soledad, sobre mirar un techo vacío y las variables económicas. En aquel entonces, aún no era el Senna que la mayoría conoció más tarde; era un deportista más, como tantos otros en diversas disciplinas, luchando por hacerse un nombre. Mantuve el contacto con él a través de cartas, enviándole saludos de fin de año y felicitaciones por su cumpleaños. Siempre se acordaba de nosotros, hasta que en 1991 comencé a trabajar en televisión.
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El caso de Ayrton Senna, míticos colores de la F1.
AFP
¿Qué pasó?
En febrero de ese año empecé a trabajar en deportes en Canal 5 y decidí escribirle una carta a su oficina en San Pablo. En ese momento, Ayrton estaba en camino hacia su tercer título mundial de F1. Lo que sucedió es muy cómico. Le escribí una carta (diciendo) que quería verlo y que había empezado a trabajar en comunicación. Pasó el tiempo y un día, mientras estábamos en el negocio de mi padre, sonó el teléfono. Un amigo, Álvaro Torres García, contestó y me dijo: “Hay un boludo que dice que se llama Ayrton Senna y quiere hablar contigo”. Cuando atendí, era él. Me temblaban las piernas. Nos invitó al Gran Premio de Brasil: “Querido amigo, recibí tu carta. Los invito a venir, quiero verlos. Los espero”, me dijo.
¡Derecho a buscar pasajes!
Cuando mi padre llegó, le contamos y fuimos a sacarlos. Tenía muchas ganas de verlo, era mi primera carrera de F1 y Ayrton era el gran candidato, aunque nunca había ganado en Brasil. Me preocupaba que el saludo y el trato no fueran como los imaginaba, lo que podría llevarme a una gran desilusión. Era un riesgo; por un lado, deseaba ir y, por otro, quería quedarme con los recuerdos de nuestra juventud. Al llegar a Brasil, todo estaba decorado con fotos de Ayrton y la emoción de la gente era palpable. En el taxi, el chofer hablaba de él mientras nos dirigía a su oficina. Allí estaba su padre. Charlamos un rato y nos obsequió un cuadro hecho a lápiz, de los que hay solo cinco en el mundo, diciéndonos: “Este es un regalo de Ayrton para la familia”. Actualmente, ese cuadro está en el salón de la casa de mi viejo.
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Cuadro que le regaló Senna a la familia Bonavena; hay solo cinco en el mundo
Flavio Bonavena
El cuadro no lo podían llevar al autódromo de Interlagos…
No, pero pasó algo peor. El padre de Ayrton nos informó que le habían robado la mochila donde estaban todas nuestras entradas. Nos dijo que fuéramos al Hotel Transamérica, donde estaban los equipos de la Fórmula 1, y que habláramos con la secretaria, que ya estaba avisada, para conseguir nuevos ingresos. Al llegar al hotel, nos echaron de todos lados (risas); nadie nos creía que éramos amigos de Ayrton. Nos sentamos con mi padre en el lobby del hotel, tranquilos. Y en eso, de repente, un helicóptero aterrizó en el hotel, causando un gran revuelo. Era la época en que las clasificaciones de la Fórmula 1 se dividían en dos sesiones, una el viernes y la otra el sábado, con la carrera el domingo. “¡Ayrton! ¡Ayrton!”, gritaba la gente. Era como si hubiera llegado un dios. Apareció con su mameluco de McLaren y se desató un gran revuelo: cámaras de TV Globo, Red Manchete, Fuji TV, BBC. Era un espectáculo impresionante. En eso que nos ve, se viene directo. Nos da un abrazo, pregunta por mi madre, mi hermana. Uno del McLaren le dice que debían irse. “Nos vemos en la carrera”, nos dice y se va.
¿Y las entradas?
Teníamos la tarjeta de su secretaria. La llamamos para decirle que ya habíamos estado con Ayrton, que eso ya había valido el viaje y que no se preocupara por las entradas. “De ninguna manera”, me contesta. “¿Dónde se van a quedar?”, me pregunta. Jorge Soler, quien vivía en la ciudad, nos había invitado a quedarnos en su casa. Domingo, muy temprano, sonó el teléfono. “Flavio, te buscan”. Era la secretaria de Ayrton: “Tenemos todos los pases”. Finalmente, estuvimos al lado de Ayrton, de Ron Dennis y de todo el equipo McLaren. Fue el fin de semana más impresionante de mi vida.
Fue su primera victoria en Brasil.
Sí. Tras ganar, regresó al paddock rodeado de un mar de gente. ¡Primera victoria en su país! ¡En su ciudad! Una locura. En un momento, mi amigo Álvaro Torres, que estaba con una cámara, intentó grabar a pesar de que nos echaban de todos lados por no tener permiso. Nos metíamos entre las cámaras, al estilo uruguayo. De repente, encontramos al padre de Ayrton, que nos dijo que lo siguiéramos. Después de la conferencia de prensa, se organizó un encuentro con periodistas locales. Me acerqué a Ayrton y le hice una pregunta. Empezó a hablar en castellano conmigo y un periodista brasileño se enojó y le pidió que hablara en portugués. Ayrton respondió: “Primero hablaré con mi amigo en castellano, y luego en portugués”. Esa nota salió en Canal 5. Nos dimos un abrazo, aunque noté que estaba bastante dolorido en el brazo. Se le habían acalambrado el cuello y los brazos de lo complicado que fue ese triunfo. La caja de cambios se trabó en la sexta marcha a siete giros del final. Su primera victoria en Brasil, luego de ocho años en la Fórmula 1, no pudo ser más épica. Ayrton era un gran tipo, una buena persona que nunca olvidaba a sus amigos. Un ser humano extraordinario que realmente se preocupaba por los demás.
¿Qué es lo que hizo tan especial a Senna? ¿Su velocidad? ¿Su personalidad?
Cuando vi su documental, en 2010, dos aspectos de su personalidad me quedaron grabados. Una es la famosa discusión con Jean-Marie Balestre, cuando se levantó y dijo: “No estoy para escuchar estupideces”. Esa actitud me recordó a los momentos en que, cuando teníamos 16 y 20 años, él a veces se alejaba de la conversación que teníamos con otros pilotos. Cuando le preguntaba qué le pasaba, él me respondía: “No estoy para escuchar estupideces”. Ya tenía claro a dónde quería llegar y no perdía el tiempo. En el GP de Japón, cuando vimos esa escena en la película, me miré con mi familia y dije: “Ese es el Ayrton que conocimos, un piloto de karting en camino a convertirse en uno de los mejores del mundo”.
La segunda situación que me impactó fue cuando (el excampeón de F1) Jackie Stewart le hizo una entrevista y él se enojó. De jóvenes, le preguntábamos por qué era tan agresivo, y él respondía: “Yo voy a llegar, ustedes no”. Así te lo decía. Era directo y tenía un carácter fuerte, ya se perfilaba para estar en la cima. Cenando en casa él contaba: “Si me pongo detrás de alguien en Europa y me ve la sombra, no lo paso más. Y yo tengo que pasar, yo tengo que llegar”. Esa misma discusión que tuvo con Stewart fue la que tuvo con nosotros en los años 80. Era muy agresivo. Ese enojo era él. Otra cosa que lo distinguía era su comprensión técnica del auto y su capacidad para adaptarse a diversas condiciones, como cuando entrenaba bajo la lluvia. A diferencia de muchos pilotos de hoy, que cuentan con ayudas electrónicas y datos instantáneos, Ayrton tenía una habilidad innata para entender lo que ocurría en su auto y cómo afrontarlo.
¿Le gustaba Montevideo?
Sí, disfrutaba mucho de Montevideo. Le encantaba porque era una ciudad tranquila, y le gustaba ir a la playa, como buen brasileño (ríe). A mí me decía Alan Jones, por el piloto australiano de Fórmula 1. Una vez salimos apurados rumbo al aeropuerto, porque perdía el vuelo, y me dice: “Alan Jones, llévame al aeropuerto, que se va el avión”. Me vería parecido (ríe de nuevo).
En el inicio del documental (que se puede ver en Netflix), Senna habla sobre correr en karting. Decía que “era conducción pura, pura carrera. No había ni política ni dinero de por medio. Era correr de verdad”.
Cuando Ayrton conducía en Fórmula 1 se podía apreciar su excepcional técnica que traía del karting. Su forma de estirar la frenada y acelerar en plena curva lo diferenciaba de otros pilotos. Además de su impresionante habilidad al volante, una de sus mayores fortalezas era su profundo conocimiento técnico. Ayrton entendía todo sobre el auto y la carrera. Su inteligencia era notable. Era un genio en todos los aspectos, no solo por su habilidad al volante, sino también por su profundo compromiso con la lucha por la justicia y la seguridad en las carreras. Se preocupaba genuinamente por el bienestar de sus compañeros pilotos, por mejores condiciones y medidas de seguridad.
Sos un privilegiado por haber sido amigo de Senna.
Sí, definitivamente. A veces se dice que nada es casualidad, sino causalidad. Estar en el momento y lugar indicado, recibir esa llamada, compartir conversaciones con uno de los mejores deportistas del mundo es algo que valoro profundamente. Ayrton estuvo en mi casa, y eso nadie puede quitármelo. Haber compartido una pizza, una caminata por la playa… esas experiencias son verdaderamente invaluables.