Hace siete años que Paloma Szkope vive en La Pedrera y, desde entonces, pasar por la emblemática escalera ha sido imaginarla transformada en un gran mosaico, al estilo Gaudí, ese que la llevó a dedicarse a esta técnica artística hace 17 años.
La emblemática escalera del balneario es, desde fines de diciembre, un colorido mosaico con 25.000 piezas de cerámica, una creación de la artista Paloma Szkope que se convirtió en un proyecto colaborativo
Hace siete años que Paloma Szkope vive en La Pedrera y, desde entonces, pasar por la emblemática escalera ha sido imaginarla transformada en un gran mosaico, al estilo Gaudí, ese que la llevó a dedicarse a esta técnica artística hace 17 años.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl 1º de noviembre de 2024, su encuentro con la escalera fue distinto. Bajó los 93 escalones que conectan el pueblo con el océano, miró hacia atrás, vio esa enorme masa de concreto que por fin se convertiría en su lienzo y pensó: “¿En qué me metí?”.
Contrario al dicho, hay cosas que suceden cuando uno más las espera.
Todo empezó a inicios de setiembre, cuando, después de años de mirar e imaginar, Paloma pasó por la escalera y decidió que era momento de empezar, de a poquito, a ejecutar aquella idea. En el correr del 2025 se encargaría con tranquilidad de conseguir el aval y los sponsors necesarios para empezar a intervenir ese espacio inmenso, calculó. Entonces, dio el primer paso y le sacó una foto.
Tres días después, de la nada, le sonó el teléfono. La llamada era de la Asociación de Comerciantes de La Pedrera: “Queremos embellecer la escalera. ¿Te animás a hacer un mosaico?”, le dijeron. Boquiabierta, aquella propuesta no le dio lugar a titubeos. “Inmediatamente les dije que sí, que era mi sueño, les conté que hacía tres días había sacado la foto y que ya iba a empezar a dibujar. Pensaba esto para el año siguiente porque necesitás apoyo, sponsors; bancar todo el proyecto no es algo simple ni barato”, cuenta la artista nacida en Corrientes, Argentina.
Acto seguido, bajó el diseño a una aplicación y lo pasó a mano alzada a un cuaderno.
Como si alguna fuerza del destino estuviera conspirando a favor, la Dirección de Turismo de la Intendencia de Rocha trabajaba paralelamente en una obra en la rambla de La Pedrera que incluía pasarelas de madera y adoquinado, por lo que el proyecto de la escalera fue recibido cual broche de oro. “Enseguida dijeron ‘sí, hagámoslo’”.
Como todo sueño, no faltaron los desafíos. De golpe, un proyecto que Paloma planeaba trabajar sin presiones se convirtió en un plan que, iniciado el 1º de noviembre, debía estar terminado antes de inaugurar la temporada, o sea, en menos de dos meses. “Ese día vi la inmensidad vacía y me pregunté cómo iba a hacer para llenarla en poco más de un mes”, relata a Galería.
Es 26 de diciembre y la escalera en mosaico lleva tres días de inaugurada. Desde arriba, la vista es la de siempre; la calle principal de La Pedrera desemboca en este punto que, elevado sobre un acantilado y cercado por los clásicos postes de la rambla, oficia de balcón al océano abierto y a las formaciones rocosas que dan nombre al pueblo. Atravesando ese entorno está la escalera de 18 metros cuadrados, rústica y completamente gris desde este ángulo.
“No miren para atrás todavía”, indica la artista sobre la mitad de la escalinata, sugerencia que automáticamente acelera los pasos de la periodista y la fotógrafa, que ya quieren encontrarse con el mosaico.
Para ver la obra de arte terminada hay que bajar la escalera. No 16 ni 37 escalones. Hay que bajar los 93.
Atrás de Paloma baja Adriana Monzeglio, administradora de la cuenta de Facebook Ballenas de La Pedrera (con 252.000 seguidores) y catalogada por la comunidad como la relacionista pública por naturaleza. “La mejor vista está allá, donde está el cilindro de pórtland”, señala en referencia a un tacho de basura. Y tiene razón.
Si desde arriba la escalera parece empeñarse en pasar desapercibida, desde abajo se presenta su antítesis: con su explosión de colores y formas, la escalera es la protagonista o, como algunos la llaman, la vedette del paisaje.
En ese primer vistazo la escalera luce sus figuras principales: un sol en el centro y, a medida que baja hacia la playa, una sirena acompañada de una ballena, personajes que ocupan por lo menos unos 20 escalones.
Al aproximarse, sin embargo, la obra invita a adentrarse en sus detalles y desde las brillantes y coloridas cerámicas emergen nuevas figuras. Arriba del sol están la luna, Saturno, un escorpión y constelaciones varias, seguidas por pájaros, un conjunto de casas que representan el pueblo océanico y, bajo el sol, olas y seres marinos como peces, cangrejos, surfistas, un camarón, medusas. En otro nivel de acercamiento al mosaiquismo se perciben los diferentes tipos de cerámica y sus formas, algunas con detalles decorativos que parecen provenir de vajillas, otras de textura más rugosa, unas cortadas de forma irregular, y otras apiñadas en cuadraditos. “Hay mucha historia contada en cada piecita que vas a ir descubriendo a medida que ves detalladamente cada escalón. Si te parás desde lejos ves una historia generalizada, y cuando te vas acercando vas viendo esas otras historias; tiene esa impronta de cuentito en el que vas subiendo y descubriendo detalles interesantísimos”, cuenta la artista.
En la base está la firma: Paloma Szkope y la gente. El limitado tiempo fue el mayor desafío y, al mismo tiempo, otra pieza de rompecabezas que encajó con perfecta precisión. Gracias a eso, la escalera se convirtió en una obra de arte proyectada por una artista y ejecutada por mucha gente.
Su veta colaborativa surgió naturalmente, sin buscarla. Sola, aquel 1º de noviembre a las seis de la mañana, Paloma Szkope arrancó por el escalón 43. “Era mucha presión pero había algo más allá que me decía: ‘Vos hacelo, porque va a estar pronto’”. A las pocas horas, arriba de la escalera frenó un motorhome. Era una mosaiquista que venía viajando desde el sur de Argentina y le ofreció su colaboración en ese primer día. Entonces Paloma, sin dudarlo, le compartió las herramientas. “Ahí se me abrió una posibilidad. Estaba muy entregada a que lo tenía que hacer yo, y en ese momento pensé: ‘Si esto se abre, puede llegar a ser muy interesante’”, cuenta sentada en el pasto a los pies de la escalera.
A su lado está Belén Jonas Mackinlay, quien durante los primeros días colaboró con el mosaico desde el amanecer hasta el atardecer. “No lo va a decir ella y por eso lo digo yo. Paloma fue muy carismática y accesible. Estábamos trabajando, venía alguien de paseo y lo invitaba a participar. Era por ahí algo pequeñito, pero la suma de esos pequeñitos le dio un montón de impulso. Esa es ella y su amor por lo que hace, cómo nos enseñó, cómo se brindó e invitó a todo el mundo”.
Enseguida la mosaiquista relativiza los halagos. “Desde mi lugar, fue un trabajo interno muy importante, porque tenía una obra en mente con cierta dinámica ya armada, cierto tamaño y cantidad de piezas, y al hacerlo comunitario tuve que soltar la expectativa que tenía del diseño y formato de base. Ya no iba a quedar como me lo imaginaba. Fue un proceso interno muy lindo de liberar y confiar”.
Cada uno de los 93 escalones tiene entre 250 y 300 piezas, por lo que la obra cuenta con unas 25.000 piezas en total, colocadas por residentes de La Pedrera pero también por turistas, personas de paso, desde niños de tres años hasta octogenarios, siempre bajo la supervisión y guía de Paloma. Hubo personas que trajeron sus propias piezas, desde una vajilla con valor afectivo hasta formas ya armadas en otras partes de Uruguay y enviadas por encomienda. “Hay piezas que vinieron en ómnibus, que se armaron especialmente —primero sobre malla, para luego pegar en la escalera—, que son de vecinos de La Pedrera y querían estar presentes”, explica Adriana Monzeglio de Ballenas de La Pedrera, a lo que Paloma agrega que la comunicadora natural del balneario fue la encargada de reclutar gente y gestionar el apoyo de la comunidad a través de frutas, malla sombra, agua fresca.
Agregar “la gente” al lado del nombre de la artista fue la manera que se encontró de incluir y reconocer a todos los que fueron parte y “que esa energía quede plasmada”, comenta la mosaiquista.
Hay niveles de inmersión en el mosaico que están al alcance de todos y depende de cada uno hasta dónde quiere observar. Más allá de lo que está a la vista, hay historias que una vez contadas se convierten en piezas que completan la obra.
Desde el día uno Paloma insistió en la presencia de Martín Arteaga, escultor en cemento —con un atelier ubicado sobre la Ruta 10— oriundo de Argentina y radicado hace casi 30 años en La Pedrera. Fue quien en 2016 bautizó esta construcción como Escalera al cielo. En 2015 falleció su compañera, la artista plástica Alicia Goñi. Al año siguiente, en el marco del festival de arte Pintar al Mar, que entonces se realizaba en el balneario, quiso homenajearla. Entonces, también convirtió la escalera en lienzo y la pintó con los colores que ella usaba, verde, rojo, fucsia, azul. Entre los escalones pegó unas gotas, que podrían ser también lágrimas. “Sabía que era pintura, que iba a durar un tiempo, nada más”, rememora Arteaga junto a Paloma, Monzeglio, Jonas Mackinlay y las artistas plásticas Nat Quino y Carola Seoane abajo de la escalera. “Esto ya es otra cosa. Esto es para siempre”, agrega.
Otra de las historias se esconde en los ojos de la sirena. La pintora y dibujante Nat Quino cuenta que para una de sus muestras en el CURE (Centro Universitario Regional Este) la alojaron en una habitación que tenía un cuadro de la bailarina y vedette uruguaya Martha Gularte, fallecida en 2002. “Todos los días, mientras dibujaba, le miraba los ojos”, dice. Entonces, cuando vio a Paloma comenzar con la sirena, se aventuró a preguntarle si podía encargarse de los ojos, pese a tener poca experiencia en mosaiquismo. Le habló de Martha Gularte. Durante el armado del mosaico, Paloma, quien vive en Santa Isabel (a tres kilómetros de La Pedrera), fue hospedada a dos cuadras de la escalera por un amigo (el Barba), con quien venía pintando murales de las principales figuras del candombe, entre ellas, Gularte.
El día que estaban pegando los ojos, los nietos de la bailarina que viven entre Francia y Brasil aparecieron en la escalera. “Estaban en el Polonio y pasaron por La Pedrera mientras yo estaba ahí, con los ojos de Martha Gularte. Fue muy fuerte, nos presentó a sus nietos”, asegura Quino. Y Monzeglio añade: “¡Es una escalera al cielo total!”.
Tan sorpresiva como la visita de los nietos de Gularte fue la de las bisnietas de quien construyó la escalera en el año 1927, llamado Pascual Mengotti, según cuenta el libro La Pedrera: vida y milagros, de María Ferrer. Quizás debido al calor, al cansancio de las horas de trabajo, pero sobre todo ante el entusiasmo, a Paloma se le escapó una pregunta: “En un momento les digo: ‘¿Está vivo?’. ¡Quería que viniera a pegar mosaicos!”, relata. Aquello se sintió, dice ella, como si el ancestro hubiera pasado a dar el espaldarazo final a través de sus nietas.
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La escalera de La Pedrera no es la obra más grande en la trayectoria de 17 años de Paloma Szkope, aunque sí de las más desafiantes. El trabajo de la mosaiquista se concentra en murales de escuelas, donde acostumbra trabajar junto a 400 niños o incluso más. Uno de sus mayores murales en mosaico mide más de 30 metros cuadrados, está en la escuela de La Paloma y se hizo en nueve días.
En la escalera de La Pedrera se trabajó principalmente con la perspectiva, ya que había que encastrar un escalón con otro para que la imagen se viera en su conjunto desde diferentes puntos, y hubo un desafío también en las posturas para trabajar, ya que no se trata de una pared plana. “Volvía a casa y tenía que estirar el cuerpo, entrenarlo, para el otro día estar en condiciones. Fue un gran desafío corporal, emocional y mental, por la presión de llegar antes del verano y que quede lindo”, explica.
La técnica que Paloma aplica en el mosaiquismo se llama Trencadis y proviene de Gaudí. Consiste en partir la cerámica con martillos y luego, con una tenaza, darle una forma específica. “Con martillo vas achicando, o si precisas piezas más grandes las vas buscando”. Para este tipo de trabajos generalmente se pintan primero las figuras para luego agregar las piezas, aunque esto es algo que Paloma también suele hacer “a ojo”, dependiendo de la complejidad de la figura.
Según consigna María Ferrer en su libro La Pedrera: vida y milagros, la escalera fue construida en el año 1927 por Pascual Mengotti, un constructor rochense, a pedido de los vecinos y financiada por ellos. En aquel entonces el pueblo no tenía rambla, ni existía una vía segura para bajar a la playa, ya que en el entorno tampoco había pasto, solo piedras. Para construir la escalera –con la ayuda de sus hijos– Mengotti utilizó como base la piedra del lugar, un peñón denominado por los vecinos como La cabeza de elefante.