El mejor regalo tanto en Navidad como para el resto del año no es otra cosa que la dignidad, pero “al final de cuentas el mayor regalo nos lo llevamos nosotros”, comenta uno de sus voluntarios. Y es que, según todos los que prestaron su testimonio para Galería, uno se lleva mucho más de lo que da.
Cada uno cubre turnos de cuatro horas un día a la semana de lunes a domingo, siempre el mismo, durante todo el año. Esto también incluye las fiestas. Acompañan, conversan, ríen, dan una mano y lloran. Y no es que cada voluntario elige qué hacer; en Hospice hay que encargarse desde la cocina y la limpieza hasta el entretenimiento y la escucha activa. ¿Y qué hace que un voluntario planche un juego de sábanas con una satisfacción que no siente al hacerlo en su hogar? El propósito.
Gabriela trabaja en Hospice con Arturo y Patricia, y un poco se apesadumbró cuando se enteró de que este 24 le tocaría estar fuera de casa y lejos de su familia. La sensación duró poco, más específicamente, hasta que vio el entusiasmo que Arturo puso en planificar el menú; “ahí me di cuenta de que la familia para ellos éramos nosotros”. La idea es preparar todos juntos la cena, compartir la mesa bien decorada.
“Me gusta mucho hacerles la comida, siempre les pregunto qué tienen ganas de comer porque la mayoría de las veces en la situación en la que están son pocos los gustos que se pueden dar”, cuenta Daniel, el encargado de la comida esta Navidad.
“El voluntariado en Hospice no es un rol, una tarea, es la forma que uno elige de estar en el mundo, acompañar a las personas como uno quisiera ser acompañado, como se acompañaría a cualquier familiar”, describen. “Si uno en este tipo de situaciones no se conmueve y no siente amor, ¿el corazón para qué lo tiene?”, dice Daniel.
Es una forma diferente de celebrar la vida, desde el ser conscientes de la finitud; “si Navidad es para transcurrir en familia, entonces lo vamos a pasar ahí, entre los huéspedes y compañeros. También es el lugar correcto”, comenta uno de los que se abocan a esta tarea.
En Hospice, los voluntarios se llevan regalos todos los días, “no hay día en que uno no sienta que se nutrió en algún aspecto de su humanidad”. Cuando uno se acerca a una cama, “en vez de acariciarlos yo a ellos, ellos me acarician a mí y salgo con el corazón explotado”, cuentan.
Por más información y donaciones en fundacioncanguro.org y hospicesanjose.org.uy
Todo comienza por casa
Inés, docente jubilada, fundó dos hogares para jóvenes que están saliendo de las adicciones, y uno de ellos está en su propia casa, en el barrio Aguada, y se llama El Campanario. La última Navidad, junto con su esposo, Juan, organizó una cena en el living. Ella dice que en estos chicos encontró “a Jesús abandonado“. De familia farmacéutica, se formó como operadora terapéutica en drogas. Tiene 66 años. Es madre, suegra, abuela y adora la Navidad porque es un tiempo de encuentro. “Abrir nuestra casa es como abrir nuestro corazón”. Inés viene de familia cristiana, en la que el 24 de diciembre siempre se celebraba con una misa y villancicos, pocos regalos (esperaban la llegada de los Reyes Magos para eso), un arbolito natural y un pesebre que era el verdadero protagonista. Sus padres siempre recibían personas en su casa; familia, amigos, algunos cercanos y otros no tanto, que por alguna circunstancia estaban solos. Y así lo continuó haciendo Inés. Cada una de sus Navidades va a ser muy diferente a la anterior, siempre con gente nueva.
“Nunca fue rutina celebrar Navidad para nosotros”, pero para Marcelo, Nicolás, Andrés, Álvaro y Erika, sí lo es pasar las fiestas con Inés. Ella los ayuda con comida o a limpiar su ropa solamente si ellos están dispuestos a recibir esa ayuda, pero sobre todo los escucha. “Eso es sin duda lo que hace la diferencia”, destaca Inés, que también cuenta que no siempre después del proceso de rehabilitación los chicos están listos para volver a su entorno.
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El segundo hogar que Inés inauguró este año es La Fuente, en Sayago, gracias a un convenio con el Ministerio de Desarrollo Social, a través del cual les derivan personas. “Son mujeres y hombres que deciden emprender un nuevo camino, que no es fácil, que tiene subidas y bajadas, lugares peligrosos, pero tiene un punto de llegada: encontrarse con ellos mismos. Nos llena el alma. Muchos de los que nos acercamos a esta labor somos voluntarios que entregamos muchas horas nuestras y de nuestras familias. En mi caso, es tanto así que la familia también se unió. Es increíble el cambio que se produce en uno cuando le abrís tu corazón a otro, es ahí donde realmente se vive la Navidad”, concluye Inés.
En estos hogares, los que llegan encuentran “un espacio donde descubren que se puede reír, cantar, bailar y celebrar en sobriedad”.
Si uno en este tipo de situaciones no se conmueve y no siente amor, ¿el corazón para qué lo tiene? Si uno en este tipo de situaciones no se conmueve y no siente amor, ¿el corazón para qué lo tiene?
Por este mismo camino transita Lía Merialdo, ingeniera de Sistemas y coordinadora del Hogar de Cristo, que todos los años celebra una fiesta de Navidad en el Colegio Seminario (del que egresaron ella y sus hijos, con los que mejoró el vínculo a partir de estas actividades, al igual que con su esposo) para personas en situación de calle.
Son 400 invitados. La jornada comienza con un almuerzo en mesas decoradas por los cerca de 80 voluntarios que trabajan con ella, realizan actividades recreativas y entrega de canastas y regalos. Además, cada año se brinda un show por parte del coro del colegio, formado por padres, funcionarios y egresados.
Terminada la actividad, los voluntarios limpian y ordenan, y si sobra comida, otros servicios vienen a armar sus viandas. “Nada de esto se hace solo, siempre se hace en complicidad y acompañamiento, pero es de todos los días”, dice Lía.
La gran mayoría de los invitados a esta mesa navideña rondan los 65, 70 años y llegan “tremendamente deteriorados”, pero cambian. “La vida en la calle es muy dura, agreste, árida. Nosotros los invitamos a incorporarse al hogar, con cuidadoras, psicólogos, doctores, y varios voluntarios. Ninguno de ellos está enfermo, entonces pueden disfrutar perfectamente de un tiempito de calidez y de casa”, cuenta la coordinadora.
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La idea de Lía es crear comunidad. Otro de sus trabajos que se intensifican en estas fechas son las recorridas barriales, un CAIF y un centro juvenil que gestiona desde 2009. Allí realizan algunas jornadas de integración, sobre todo de jóvenes y niños, como un paseo de fin de año a La Floresta.
Todos los años, para recaudar fondos Lía organiza la cena Pan y vino, en la que se vende una tabla para cinco personas con una picada a base de fiambres, quesos, paté y frutos secos, acompañados de pan de campo, vino y refresco. Conseguir los insumos para hacer regalos de Navidad —una canasta con pan dulce, budines y turrón— suele ser bastante difícil; este año aspiraban a llegar a 600 y terminaron superando ampliamente ese número.
“Nada de esto se hace solo, siempre se hace en complicidad y acompañamiento, pero es de todos los días”. “Nada de esto se hace solo, siempre se hace en complicidad y acompañamiento, pero es de todos los días”.
Nada de esto se hace solo, siempre se hace en complicidad y acompañamiento, pero es de todos los días
Lía asegura que todo esto “te cansa”, pero “te volvés con el corazón feliz, te despierta una sensibilidad diferente. Es el encuentro con la gente, el plato de comida es una excusa. Ellos cuando te ven te cuentan avances, novedades, cosas que les van sucediendo en la vida; que pudieron estudiar, terminar el liceo, jubilarse, es un espacio de acompañamiento y, para nosotros, un manto de realidad”.
Por donaciones a El Campanario y La Fuente: 097 006 555 (Inés) o CA Itaú pesos 1771650.
Por donaciones a Hogar de Cristo: Instagram: hogardecristouy
Hay que salir
El Movimiento Luceros se dedica a salir al encuentro de personas en situación de calle porque “duele la indiferencia”. Todos los 24 al mediodía un grupo de voluntarios recorre las calles de Comercio, Rivera, pasando por el cementerio, la Facultad de Veterinaria y el Museo Oceanográfico, repartiendo canastas y manualidades vinculadas a la Navidad. No es tarea fácil, las personas que viven en la calle hoy duermen en un sitio y mañana en otro, entonces no siempre los encuentran, pero intentan mantener el vínculo con todos. Inlcuso, algunas de estas personas terminan acompañando en la recorrida y se suman a dar un mensaje de esperanza.
Visitan alrededor de 50, pero lamentablemente, año tras año aparecen más porque en las fiestas “se corre la bola”. “La entrega de canastas es un gesto muy lindo, pero el verdadero sentido que le damos es irles preparando el corazón, salida tras salida, para que Jesús nazca en cada uno de ellos, se renueve, se produzca la conversión y vivan la Navidad no como un día más, sino como un verdadero día de sentido”, dicen estos voluntarios.
Ellos salen todos los lunes y reparten tartas y chocolatada después de hacer una oración. Pero en Navidad, se juntan a las ocho de la mañana y cargan las canastas, por lo que las recorridas duran más de lo habitual. Suelen sumarse nuevos voluntarios porque “es como si les gustara más venir ese día. En realidad, uno siempre recibe mucho más cuando da que cuando recibe, y salir al encuentro de estas personas es el amor más puro”.
El Chino, por ejemplo, estaba perdido en las drogas y hoy trabaja hace dos años en una semillería de Pando, alquila su propia casa y dejó el consumo. Los recibía alegre, charlatán, pero reacio a rezar. Su postura era la esperable: “Si Dios existiera, yo no hubiese terminado en la calle y perdido a toda mi familia”.
Pero la realidad que conoció el Chino, más allá de Dios, es que los muchachos de Huellas tocaban canciones en la guitarra para ellos cuando “podrían haberse quedado durmiendo o salido de fiesta”. En aquel momento, él pensaba que pasaría todas sus Navidades solo en la calle. Pero no.
Estas personas a las que nadie dice ni “hola” a veces solo necesitan alguien que esté ahí. “Y les cambia la vida, pasan de la nada a que te reciben con una sonrisa, cuando no recibieron una sonrisa de nadie en la semana, y eso es paz. Quieren vivir eso en Navidad”, asegura José, uno de los voluntarios que colecciona más Navidades compartidas.
Por donaciones a Movimiento Luceros 094 769 167.