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La fantasía, el mejor regalo de Navidad

El pensamiento mágico que inspira la Navidad, tan propio de los niños, tiene sus ventajas cognitivas y contribuye a fomentar mentes creativas

Editora Jefa de Galería

Es altamente probable que prácticamente todos, si hacemos memoria, recordemos la manera en que nos enteramos de que el mundo real no alojaba a un tal Papá Noel. Puede que recordemos también la sensación que experimentamos en ese momento, tal vez algo de desilusión, o de negación, un poco de rabia. Pero seguramente nadie (o muy pocos) pensó en sus padres como mentirosos y embusteros, sintió que había perdido la confianza en ellos o que fue impulsado a creer en mentiras moralmente ambiguas.

Claro que esta ilusión, que se extiende a otras figuras navideñas, especialmente a los Reyes Magos, siempre ha estado cuestionada por algunos menos adeptos a las fantasías y ha sido causa de discordias familiares. Sin embargo, la gran mayoría entendemos que es un juego que nos divierte jugar para alimentar la frondosa y poderosa imaginación infantil, un valor tan maravilloso como intocable, que como un pacto tácito salvaguardamos en colectivo.

Iba yo de niña caminando por la cuadra de mi casa, tratando de alcanzar los pasos apurados de mi madre y mi hermana mayor rumbo a la parada de ómnibus, cuando mi madre soltó sin más que teníamos que comprar tales y cuales regalos. Mi cerebro pegó una frenada, totalmente confundido. “Pero… ¿cómo? Si los va a traer Papá Noel…”. “Ah… bueno, no, ¿pero vos no lo sabés todavía?”. (Cara de desconcierto generalizada). Así es mi madre. Y así fue como me enteré, de boca de ella misma, en uno de esos apuros domésticos que agarran a las madres en offside. No le guardo rencor, en absoluto, y no creo que lo haya tenido en aquel momento, o si hubo, fue pasajero. Hoy me divierte la anécdota. Jamás sentí que mi madre me había engañado y que ya no iba a poder creerle más. Una de las cosas que más clara tenía de mi madre era que odiaba la mentira —la sigue odiando—, por lo que esto no entraba en esa categoría.

De un tiempo a esta parte, con la corriente de padres que tratan al niño como adulto, lo colocan en el centro y le preguntan qué auto le parece que debería comprar la familia, parece que el mundo de la fantasía es demasiado infantil para los pequeños. Estas personas se preguntan si las figuras mágicas de la Navidad no son una manera inmoral de engañar a sus hijos, de controlarlos y extorsionarlos con portarse bien para recibir los regalos, y de fomentar el consumo.

Los especialistas tampoco se ponen de acuerdo en este tema. Un estudio publicado en la revista The Lancet Psychiatry, realizado en 2016 por los psicólogos Kathy McKay y Christopher­ Boyle, sostiene que mentir a los niños, incluso sobre algo divertido y esperanzador, podría debilitar la confianza en sus padres, conducir a la decepción una vez que descubren la verdad, y hasta incrementar la vulnerabilidad de la relación entre padres e hijos. Para explicar que esta mentira alcance dimensiones globales, sostienen que el ser humano tiene tendencia a conformarse y continuar con un comportamiento a pesar de ser ilógico, y que los adultos tienen la necesidad de escapar a la realidad de algún modo, por lo que la perpetuación del mito puede ayudarlos a ello

Esta visión tan pragmática y poco amigable con el fascinante universo infantil, tiene su contraparte en una investigación publicada en 1994 en la revista Child Psychiatry and Human Development que indica que los niños raramente se sienten traicionados al descubrir quién se oculta bajo la identidad de estos personajes navideños. De hecho, la mayoría experimenta sentimientos positivos cuando, alrededor de los siete años, averigua la verdad con sus propias herramientas cognitivas, como si hubiesen resuelto un complicado acertijo. Según otros expertos, la creencia en estas figuras y su posterior deconstrucción puede conformar una etapa importante en la maduración del niño. Para empezar, porque es muy difícil sustraerse a ello, pues los niños creen o no en estas figuras, independientemente de que sus padres los apoyen.

Es un juego que nos divierte jugar para alimentar la frondosa y poderosa imaginación infantil, un valor tan maravilloso como intocable, que como un pacto tácito salvaguardamos en colectivo Es un juego que nos divierte jugar para alimentar la frondosa y poderosa imaginación infantil, un valor tan maravilloso como intocable, que como un pacto tácito salvaguardamos en colectivo

El pensamiento mágico, tan solo accesible a los niños, tiene sus ventajas cognitivas y ya son varios los estudios que confirman la importancia de la imaginación como una parte normal del desarrollo, que contribuye a fomentar mentes creativas. Por otro lado, el descubrimiento puede ser otro momento que los padres utilicen en su favor, como una manera de que el niño entienda que el mundo no es blanco o negro, y que hay determinadas “mentiras” que pueden ser benignas.

Creo que somos más los que coincidimos en que el momento de saber la verdad es una aparente decepción que poco a poco se convierte en amor por aquellos que se esforzaron en construir ese misterio que alimentó la niñez de todos. Las Navidades con mi familia son unos de los mejores recuerdos que guardo de la infancia, y sé que esto lo comparto con mis primos, y no tengo memoria de que nos hayamos sentido estafados en algún momento. Amo a mis padres y a todos los adultos cómplices por haberle dado esa magia a mi niñez.

Muchas veces se piensa en los niños desde la mentalidad de los adultos, con sus miedos, frustraciones y cargas emocionales, sin respetar la inocencia de sus cabecitas, mucho más livianas, felices y despojadas, que precisamente por ser así pueden disfrutar de una etapa tan especial y mágica como la niñez. No les robemos ese tesoro.