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La industria audiovisual en Uruguay también tiene sus dobles de riesgo

De La redota a El mejor infarto de mi vida, de manejar a contramano por un túnel a tirarse en un tren en movimiento, también el país tiene sus propios Lee Majors

Ariel se muere. Cuando estaba en lo mejor del amor le vino un infarto. Alojado en una casa en Carrasco, la dueña de casa, Alejandra, decide subirlo a su Audi y poner fierro a fondo rumbo al Hospital de Clínicas. Va por la rambla pasando semáforos en rojo y eludiendo autos en plena rush hour. Para peor, es de noche, llueve y juega Uruguay, por lo que los alrededores del Estadio Centenario y del Clínicas están llenos de vehículos y gente. Alejandra se sube a un cantero y se mete a contramano en el túnel de 8 de Octubre, para terror de Concha, la acompañante de Ariel, que no sabe si temer más por la vida del infartado o por la suya propia. Finalmente, consigue que dos policías le abran camino hacia la emergencia del hospital, justo a tiempo para salvarle la vida al escritor fantasma.

Esto es parte del tercer capítulo de la reciente serie El mejor infarto de mi vida (2025), de Disney+, filmada en Montevideo, a partir de una experiencia real que tuvo el escritor argentino Hernán Casciari en Uruguay, en 2015. Es ficción: solo así puede entenderse un recorrido tan improbable de Carrasco al Clínicas. La actriz Romina Peluffo se puso en los zapatos de Alejandra, que junto con su pareja, Javier, decidieron alquilar su casa en Airbnb para hacerse unos pesos extra. Pero quien se puso al volante del Audi, protagonizando un manejo exclusivo para alguien que sabía lo que hacía, fue su doble, vestida idéntica y peluca mediante: la conductora profesional Carolina Cánepa. Y esa conducción no fue ninguna ficción.

“Fueron rodajes nocturnos de entre 10 y 12 horas, toda una semana”, cuenta Carolina a Galería. “Me tuvieron que lookear exactamente igual a Romina, en la ropa, color de pelo y uñas, para que cuando se superpusieran las escenas quedara perfecto. Y el manejo fue difícil: subir un cantero sin que una cubierta se corte, meterte en el túnel a contramano con autos de frente, una bajada por una rampa de hospital ficticia”. Esto último parece fácil, pero ella tenía que frenar en un lugar justo delante de los camarógrafos, con piso mojado. “¡No podía fallar de ninguna forma!”.

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Carolina Cánepa y Romina Peluffo, ¿quién es quién?

Carolina Cánepa y Romina Peluffo, ¿quién es quién?

Aunque son poco conocidos, la escena audiovisual uruguaya tiene sus dobles de riesgo. Sí, colegas del ficticio Colt Seavers, interpretado por el legendario Lee Majors en Profesión: peligro, o los reales Cyril Raffaelli o Stig Günter, pero a la uruguaya. Lo que no quiere decir que no les pueda pasar algo doloroso. Pero Carolina Cánepa, Christian Zagía, Mario Tizón y Fernando Magallanes hasta ahora van invictos. Y tocan madera.

Volando en auto

A sus 38 años, Carolina Cánepa es una de las referentes femeninas del automovilismo en Uruguay, con experiencia en karting, camiones y rally. Aparte de eso es contadora. Y, como si fuera poco, es doble de riesgo o doble de precisión en producciones audiovisuales, siempre detrás de un volante.

Ella comenzó en esto convocada por la empresa que los hermanos Marcel y Mario Tizón, Cars Films, fundaron en 2006. Al decir de Mario, este emprendimiento comenzó “como una agencia de modelos, pero de cuatro ruedas”, pensada para producciones audiovisuales. Al poco tiempo, además de coches tuvieron que proporcionar conductores que realmente supieran cómo lidiar con velocidades, máquinas y gente alrededor. Y si hasta 2018 se dedicaron solo a la publicidad, a partir de ahí comenzaron a trabajar —sobre todo desde la pandemia— con ficciones.

De regreso con Carolina, ella fue convocada por los Tizón porque muchas veces, sobre todo en publicidad, había que doblar a una mujer. “Vos, que corriste con cualquier vehículo, ¿no te animás a hacer esto?”, recuerda que le dijeron. Lo agradece, porque a escala internacional es habitual que, si se trata de conducir, las actrices sean dobladas por tipos con peluca, lo que rompe la maquinita de los micromachismos (¿micro?). Su primer trabajo fue para el lanzamiento de un nuevo modelo de auto, con tomas en la Ciudad Vieja pero también en Punta del Este y José Ignacio. Aquí su trabajo más que de riesgo, que incluye frenadas bruscas, giros, aceleraciones y alta velocidad, fue de precisión: “En estos casos no importa tanto andar rápido, sino mantener una velocidad constante, con la cámara siempre cerca a la misma distancia, y cada tanto frenar o acelerar. A veces ellos van con una grúa al lado tuyo y te van diciendo que frenes o aceleres para filmar de cerca el farol o las llantas. Nada de eso se hace con zoom”.

Su premisa es clara: su presencia no se tiene que notar. La estrella es la modelo que hace de bailarina/oficinista/surfista/hippie cheta que goza de las bondades de la máquina. Para todo lo demás, maquillaje, peluca, vestimenta y su pericia al volante.

La demanda laboral de doblaje, admite, es bastante irregular. Le ha pasado de estar en cuatro producciones en un año a estar dos años sin filmar. Por suerte, actividades no le faltan. “Es un riesgo, sin dudas. Obviamente, está todo asegurado y cubierto”, subraya. Todavía no ha tenido que simular vuelcos ni manejar sobre dos ruedas; sí estuvo en una persecución por las calles Canelones, Maldonado y Constituyente para la serie uruguaya Todos detrás de momo (2018). El peligro no solo pasa por lastimarse ella o romper el auto (en el caso de una publicidad), sino por el detrás de cámaras: “Me ha pasado de ir manejando junto con los camarógrafos y cero espacio para moverme, o con una cámara a la izquierda de mi cabeza, otra en el volante y una entre los asientos”.

Cars Films, la empresa de los Tizón, hoy cuenta con un staff de ocho personas, seis hombres y dos mujeres. Han hecho locuras que hoy hacen reír a Mario, desde bajar un auto por “unas escaleras icónicas en el oeste de Montevideo”, cuya locación no precisa porque no recuerda si pidió los permisos municipales correspondientes, hasta —literalmente— hacer volar una flamante pickup desde una altura de dos metros al vacío en un campo de Minas. Esta publicidad tuvo éxito desde antes de ser emitida: “Mientras filmábamos se acercó a ver el dueño del campo, que manejaba otra marca; no pudo creer lo que vio, que el auto resistiera la caída, y ni bien pudo lo cambió por ese modelo”. Para otra publicidad se pensó en tirar el coche de la escollera Sarandí al Río de la Plata, pero alguien de la producción tuvo un rapto de lucidez y la idea se abortó.

Mario no solo maneja, también ha sido coordinador de los stunts (dobles). Este rol lo cumplió, por ejemplo, en la serie Senna (2024), para la que se usaron locaciones como el autódromo de El Pinar y el viejo Aeropuerto de Carrasco para las carreras. También cumplió ese rol en las tomas que se realizaron en Argentina. “Un choque sí es algo complicado porque es una toma única, tratás de medir los riesgos, precisás dos drivers, usás casco, rodillera, apagás los airbags. Eso es lo que te pone más alerta”.

Cuchillos, peleas y caídas

Obviamente, no existe nada parecido a un registro o academia de dobles en Uruguay. Sí hay nombres de esos que, como a Roma, se llegan por todos los caminos. “Cada tanto surge alguien nuevo, pero de alguna forma yo me transformé en el referente en Uruguay”, cuenta el actor Christian Zagía.

Christian siempre quiso ser actor. Claro que sus referentes eran los que veía en programas como Festival de cine o Sábados de cine en épocas ochentosas y noventosas de cuatro canales de aire en la TV: Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Chuck Norris y otras lumbreras similares en eso de pegar mucho, disparar mucho y hablar lo menos posible. “De chico también estudiaba taekwondo, pero no me destacaba particularmente, ¡no era de los que salvaba al desvalido en el colegio! Cuando empecé a estudiar teatro vi que era común que los actores derivaran a trabajar con el físico, ya sea la danza o las artes marciales”, cuenta.

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Uno de los primeros nombres que aparecen cuando se habla de dobles de riesgo en Uruguay es Christian Zagía

Uno de los primeros nombres que aparecen cuando se habla de dobles de riesgo en Uruguay es Christian Zagía

Como corresponde a un actor serio en Uruguay, él dejó de lado sus ideas de ser un hombre de acción y comenzó a pensar más en Antón Chéjov, Molière y Florencio Sánchez. Pero por esas cosas raras que pasan cada tanto “cayó por Uruguay” (así lo recuerda Christian, así parece la mejor manera de entenderlo) Ian Harris. Este era un coreógrafo de luchas que a su vez había aprendido del inglés Bob Anderson, un esgrimista que se ponía el traje de Darth Vader en las escenas de combate de El imperio contraataca (1980) y El regreso del Jedi (1983). Corría 2002 y no había mucho mejor plan que tomar clases con él en la gris Montevideo azotada por la crisis bancaria. “Me enseñó a caer y a pelear con palos, dagas o cuchillos. Mi idea era algo así como ‘qué bueno, un día va a venir a Uruguay una producción extranjera y me van a llamar a entrenar’. Mientras tanto, yo empecé a coordinar esas peleas con actores para obras de teatro”.

No lo llamó una productora extranjera; sí lo hizo César Charlone para ayudarlo a filmar un criollo duelo a cuchillo en La redota (2011). “Me lo propuso, me preguntó si me animaba y le respondí: ‘Lo vamos a descubrir juntos’. Y así terminé como stunt coordinator”. Cuando Christian comenzó a estudiar actuación, las películas uruguayas (El dirigible, Una forma de bailar) estaban muy lejos de requerir dobles de riesgo. Hoy, cerca de los 50, ya tiene en su currículum las nacionales Togo (2022) y El tema del verano (2024), y actualmente está en dos producciones extranjeras de las que, por contrato, no puede hablar.

Christian es actor. Como tal, en cine ha actuado en No respires (2016) y No respires II (2021). También participó de la serie italiana Tierra rebelde, que tuvo locaciones en Uruguay en 2012. “Ahí no me pidieron que coordinara nada, sino que hiciera mis propias escenas de acción, ¡a lo Tom Cruise! Me tuve que tirar de un tren en movimiento, con el maquinista bastante cebado en velocidad: caí mal y desde entonces tengo un ‘ruidito’ en un dedo”. Más allá de eso, su experiencia en esa serie fue excelente, sobre todo por poder conocer a Lando Buzzanca, el protagonista de Homo eroticus supermacho (1971), al que veía en esos continuados de cine cuando era adolescente.

Para la película argentina Asfixiados (2023) lo contactaron cuando buscaban dobles para los protagonistas, Leonardo Sbaraglia y Julieta Díaz, que en una escena caían al mar desde un barco. Obviamente, ellos no iban a tirarse. Para la actriz se encontró una candidata enseguida, pero con Sbaraglia hubo más problemas. “No encontrábamos a un tipo así, de pelo largo, medio despeinado, con la barba crecida, como estaba él… y como estaba yo entonces. ‘El más parecido sos vos’, me dijeron. Y terminé haciendo de Sbaraglia”.

Para la escena, Christian terminó cayendo sobre unas colchonetas en el estudio, tras tirarse de una suerte de “rock and samba símil barco”. En otras ocasiones ha tenido que caerse de un caballo, prenderse fuego o ser embestido por un auto. “Ni yo ni mi equipo, que son entre 10 y 15 colaboradores, nos hicimos nunca nada más que un raspón o un moretón, uno siempre entrena y estudia la situación para el control de daños. Pero nadie está totalmente a salvo”.

Uno de los colaboradores de Christian es Fernando Magallanes, que fue su alumno de combate escénico en la Escuela del Actor. Su inmersión en este mundo fue asistirlo en las escenas de peleas y caídas en Al morir la matinée (2020). “Básicamente, lo que hicimos fue explicarles a los actores cómo caer y cómo recibir golpes. En los combates la clave pasa por el ensayo y por mirar a los otros a los ojos, para tener bien la distancia”, relata. Por supuesto, no solo se dedicó a la coordinación.

En la serie El presidente (2020) a Fernando lo tuvo que atropellar un auto. En estos casos, dice, por si alguien quiere imitarlo, hay que predisponer el cuerpo, saber bien la velocidad del auto, charlar mucho con el conductor (que, por supuesto, es un precision driver) y seguir tocando madera. “Primero ensayás despacio, luego aumentás la velocidad. Acá yo tenía protección en las piernas, chaleco, el tipo manejaba a 30 kilómetros por hora y por la magia del cine luego se acelera. Tampoco te preparás tanto, en Hollywood hay meses de ensayo y acá tenés que ir a los bifes lo más pronto posible”.

¿Cuánto vale el riesgo?

En estos casos, en los sets hay (o debería haber) personal médico y ambulancias. Los contratos incluyen seguros. Hay ensayos, charlas previas y dispositivos de seguridad. Pero, como decía Tu Sam en su frase más recordada, “puede fallar”. El norteamericano Jack Tyree era un reconocido doble de riesgo de 37 años y con mucha experiencia al que convocaron para que cayera al vacío de una colina de 24 metros de altura para La espada y el hechicero (1982), una película de fantasía que hoy tiene estatus de culto. El experto, que lo era, le erró por 60 centímetros al sitio donde caer y falleció producto de las heridas. En un gesto muy respetuoso, el filme fue dedicado a él; en un gesto sumamente morboso, la filmación de la caída fatal fue incluida en el corte final.

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Fernando Magallanes siempre está listo para la acción

Fernando Magallanes siempre está listo para la acción

¿Cuánto vale poner en riesgo el pellejo? A la hora de hablar de números, los dobles muestran bastante más reparos que para lanzarse sin red desde alguna altura. En su defensa, no es algo que se sepa mucho en ninguna parte: en Hollywood y en 2016, Vanity Fair publicó que en una superproducción de más de 200 millones de dólares de presupuesto el doble de un protagónico gana entre 110.000 y 120.000 dólares; un vuelto para esos majors.

Por supuesto que Uruguay es otro mundo y todo depende del presupuesto disponible, del riesgo que conlleva lo que se quiera hacer y del nombre y la trayectoria del que va a poner el cuerpo. Hay quien habla de una “base” de 300 dólares al día, reservada para escenas donde no hay mayor riesgo vital. “Te darás cuenta de que nadie en sus cabales va a chocar por 12.000 pesos”, puntualiza Mario Tizón.

“La vida no tiene un precio a cuantificar, más allá de que para hacer estas cosas hay que estar un poco loco. La valentía tiene un componente de adrenalina y otro de estupidez”, apunta Christian Zagía. Apelando a la razón del artillero, no vale lo mismo recibir una piña que pelearse a cuchillos o ser embestido por un auto. Llegado el caso, reconoce, se puede hablar de una cifra que se puede contar en “miles de dólares”.

La producción audiovisual en Uruguay, aunque creciente, también tiene sus limitaciones de mercado. No es que las agendas de esta gente estén completas. “Esto tiene sus riesgos, sin duda, te podés lesionar y hasta morir”, dice Fernando Magallanes, que entrena todo los días para evitar eso. “Obviamente, no vivo de esto y es una pena, porque es realmente muy divertido”.

Otro tipo de dobles

Hay escenas que no causan riesgo de vida alguno, pero los actores o las actrices no quieren hacer o al director no le convencen los atributos —concretamente, los físicos— de sus protagonistas. Suelen ser escenas con desnudos, de sexo o con vestuarios minúsculos o muy ceñidos, de esos que no dejan nada a la imaginación. Para esos casos es común apelar a un doble de cuerpo.

Así, la espalda desnuda de Angelina Jolie en Se busca (2008) no es la de ella, muy delgada por entonces. Dakota Johnson apeló a una doble de culo (se las llama así, ofendidos abstenerse) para 50 sombras de Grey (2017), ya que ella tenía un tatuaje en una de sus nalgas y eso no cuadraba con el inocente personaje de Anastasia; además, se salvaba de ser azotada. En un capítulo de la serie Game of thrones, la reina Cersei es humillada al caminar como los dioses la trajeron al mundo en King’s Landing; para esa ocasión la actriz Rebecca Van Cleave sustituyó a la protagonista Lena Headey.

No solo para las actrices se apela a este recurso. Los desnudos de Owen Wilson en Tres son multitud (2006), Kevin Costner en Robin Hood: príncipe de los ladrones (1991, bastante de lejos, detrás de una cascadita) y Willem Dafoe en Anticristo (2009, en una escena bastante fuerte en la que no quería —dijo— “distraerse”) no fueron actuados por ellos.