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Mujica y las flores: las cuidó y las entendió, pero no las extrañó

Cartuchos, crisantemos, statice y clavelinas fueron su sustento; las conoció muy bien, las supo observar y cuidar, aunque no eran poesía para él; su admiración por la tierra iba mucho más allá

“Las flores me dieron de comer, me ayudaron a comer. Para mí no es una cuestión poética”. Así comienza el capítulo dedicado a la faceta de floricultor de José Pepe Mujica, del libro En flor, escrito por Natalia Jinchuk y publicado en 2021.

La actividad de Mujica por fuera de la política era el cultivo de flores para su comercialización. El oficio lo aprendió de su madre cuando era joven y lo continuó después de su liberación, en 1985. Llevó adelante esta tarea junto con su eterna compañera de vida, Lucía Topolansky, y fue el sustento económico del hogar.

En los años 90, era visto como el diputado raro, que llegaba al Parlamento desde su chacra en Montevideo rural, en una pequeña moto, visitendo campera de jean y mostrando las manos de un hombre que vivía en contacto con la naturaleza.

Pero, mientras su carrera política avanzaba, empezó a vestir saco y camisa, su relación con las flores se fue marchitando. El mercado fue invadido por flores naturales importadas y flores artificiales también importadas, que terminaron matando el negocio familiar.

Cartucho, su flor favorita

Según el relato de Natalia Jinchuk, el vínculo de Mujica con las flores comenzó de pequeño. Vivía con su madre (su padre murió cuando él tenía ocho años) en una chacra de una hectárea en Paso de la Arena, y en una parte de bañado habían plantado cartuchos (o calas), que vendían a las florerías. Por eso, el cartucho era su flor favorita, símbolo de superación.

“Aprendí a cultivar con mi madre, Lucy Cordano, descendiente de italianos, que era medio paisana, y también conversando con los muchachos que eran peones, esta era una zona de cultivadores y se pasaban información. Pero tampoco la agricultura era algo científico, se practicaba cotidianamente”, dice Mujica en el libro.

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La floricultura fue entonces su medio de vida durante muchos años. “Esta chacra está pagada con flores, flores humildes, como statice o clavelinas, flores de cementerio. Teníamos como una hectárea plantada de clavelinas; me acuerdo que un año cortamos como tres mil paquetes de cinco ramos cada uno. Con mi compañera íbamos a venderlas a los cementerios y, los sábados, a la feria del Cerro. Como en todos los negocios, lo mejor es venderle directo a la gente. Nosotros optamos por ir a la feria, vendíamos barato y vendíamos mucho. En el Cerro hubo una fuerte inmigración de Europa Oriental, de gente con un fuerte culto a los muertos. En el cementerio, las familias se disputaban tener bien arregladas las tumbas. En la época en que trabajaba en los frigoríficos, había gente que tenía cuentas y que pagaba cuando cobraba, consumía flores. Pero todo esto es historia, hoy no tiene absolutamente nada que ver”, dice en la entrevista para el libro En flor.

Flores que matan flores

La industria de las flores venía sufriendo un impacto grande por la importación de flores naturales y artificiales, y la visión de Mujica sobre la situación era bastante negativa. En una escena de El Pepe, una vida suprema, el documental realizado por el cineasta serbio Emir Kusturica en 2018, Mujica recorre (seguido por un grupo de personas) un shopping y se detiene frente a un puesto de flores. Mira a los encargados y les dice con cierto reproche: “Nos mataron con estas flores artificiales. Mataron la industria”. A lo que la mujer le responde con una sonrisa: “No, hay naturales también”. “Sí, ya sé”, dice él, “pero estas son espectaculares”.

Consultado sobre por qué durante su mandato como presidente no hubo políticas para incentivar esta actividad, aseguró que ya era demasiado tarde. “La cosa no estaba para eso, ya estaba destruida la industria, y la medida que había que tomar, que era cerrar las importaciones, era imposible políticamente. Y entonces iba a haber escasez y problemas. Se justificaría plenamente porque no es un artículo de primera necesidad. Si vos no importás, se regenera la industria, aunque lleva tiempo. Pero empieza a ser negocio y se va desarrollando. Pero si vos mantenés la puerta abierta, como está hoy, es imposible que se desarrolle. Se ha entrado en el mito de las economías abiertas, y yo creo que la economía tiene que ser abierta, pero no puede ser estúpida. Y algunas cosas como estas habría que protegerlas, y se genera la industria. Pero no se puede hacer porque no hay voluntad política, se te arman unos líos…”.

Flores sin poesía

El amor de Mujica por la tierra iba mucho más allá de las flores, a las que no les encontraba poesía, pues eran para él un medio de vida. “Poesía está en la palabra, y la naturaleza, cuando hace cosas hermosas, las hace con una finalidad. El tono de las flores es para atraer a los insectos y, en realidad, es parte del ciclo de la función reproductiva. La naturaleza es tramposa, nos coloca una serie de cuestiones que terminan siendo grandes emociones, porque persigue una finalidad: mantener las especies, obligarnos a la reproducción, etc., etc. Es la magia de la naturaleza, soy un poco admirador de la naturaleza. Como me gusta la tierra, la observo”, dice en el libro.

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Su conexión con la naturaleza o su entendimiento incluso podían ir un paso más allá. “Sé que hay gente que ha experimentado en algunos cultivos de flores ciertos grados de cambios de polarización eléctrica cuando entran determinadas personas. No me extraña, porque sé que hay vegetales que tienen alguna forma de comunicación. Hay variedades de árboles que generan determinados venenos cuando aparecen ciertos animales. El lenguaje de la bioquímica es un misterio”.

En los último años, el Pepe ya no se dedicaba a cultivar flores. Conservaba algunas plantas por si alguien algún día quisiera retomar la actividad. Plantaba dos canteros con todas las variedades para mantener la posibilidad de una reproducción vegetativa (no por semillas). “No las extraño, ya se me fue toda la poesía”, confiesa en el libro.

Aunque no las extrañaba, en la película de Kusturica habla de ellas con mucho cariño y sabiduría. “Las flores son duras, tienen una dureza tierna. Son delicadas, se enferman, necesitan una agricultura muy inteligente, que tiene que aprender a distinguir los colores. Las hojas te dicen ‘me falta nitrógeno’, ‘me tienes que poner fósforo’. Es observación. Está probado científicamente que algo sienten”, afirma con total convicción.

Flores para los ricos

En un tramo del documental se lo ve en su chacra con un grupo de jóvenes a quienes les transmite su conocimiento. “Tengo que enseñarles a los jóvenes el oficio de las flores porque en este mundo todo crece. Y siempre va a haber gente muy rica. Entonces, si producen flores para venderles a los ricos, les va a ir bien. Les sacan un poco de riqueza. Los pobres, por lo menos acá en América, no consumen flores, tienen que consumir comida. Pero la flor, cuando hay poderes sedentarios, se consume”.

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En flor, de Natalia Jinchuk. Editorial Grijalbo, 256 páginas, 1.690 pesos

En flor, de Natalia Jinchuk. Editorial Grijalbo, 256 páginas, 1.690 pesos

El futuro y los jóvenes estaban muy presentes en su discurso, así como el cuidado de la tierra. “En los jóvenes hay preocupación por los temas ambientales. Pero, si llegan a mi edad, van a estar al borde de un holocausto ecológico. Como viene el mundo, la máquina de destruir no para. Y esta pandemia demuestra los puntos flacos, porque las medidas que hay que tomar son mundiales. Y no podemos. Si Europa, Estados Unidos, la India no se ponen de acuerdo y tiran del mismo carro, estamos fritos. La manera más eficaz es colectivizar el conocimiento, pero es más fuerte la propiedad individual que la vida de la gente. Y ese es el mismo problema que tenemos para arreglar el clima. No sé qué va a pasar, tengo mis enormes dudas. Pero ojalá que esté equivocado”, concluye.