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Aunque seguramente todavía falte mucho para que toquemos fondo, ya hay personas que están buscando y encontrando la manera de sacarse el celular de encima, por lo menos por un rato
La semana pasada publicamos una nota sobre los running clubs, la nueva tendencia en Montevideo que busca generar vínculos personales y revaloriza las experiencias offline. Aquí, el ejercicio físico de correr es una excusa para juntarse con un grupo de personas a charlar, hacer una actividad al aire libre y luego tomar un café y seguir conversando.
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Una semana antes publicamos una crónica de dos periodistas infiltrados en un evento de citas rápidas, otra tendencia en aumento en la ciudad. En los últimos meses, estos eventos se multiplicaron en bares, cafeterías y hasta librerías. Y está claro que el fenómeno responde a la necesidad de socializar fuera de lo digital, recuperar el juego de la conversación y de la seducción cara a cara, en un momento en que las aplicaciones de citas ya cansaron y frustraron a la mayoría de sus usuarios.
Las notas sobre este tipo de tendencias van a seguir. Porque hay más. La necesidad de coincidir en tiempo y espacio con otras personas se hace cada vez más urgente.
El mundo virtual al que nos ha sumergido la era digital nos está aislando, sofocando, desgastando. Nuestras vidas transcurren a través de las pantallas, todo se hace por ahí. Para un alto porcentaje de personas, casi no es necesario salir a la calle. Se vinculan, pagan sus cuentas, hacen sus compras, gestionan sus trámites, trabajan, todo desde las pantallas de su casa. El celular nos ha tomado por completo. Nos conquistó, en el mal sentido de la palabra. Somos altamente dependientes de él, al punto de haber desarrollado todo tipo de trastornos psicológicos; en particular, una ansiedad generalizada que marca el pulso de la vida diaria y que está alcanzando niveles siderales.
La necesidad de coincidir en tiempo y espacio con otras personas se hace cada vez más urgente La necesidad de coincidir en tiempo y espacio con otras personas se hace cada vez más urgente
Por la etapa de la vida en la que me encuentro, es común el comentario entre mujeres de mi edad sobre la pérdida de memoria, los olvidos constantes, la falta de atención, la incapacidad de retener información tonta o recuerdos recientes. Sin embargo, comencé a ver que esto no solo le sucedía a mujeres en la perimenopausia. Compañeros de trabajo en sus 30 o 40 también tenían este tipo de episodios. Confusiones, olvidos, palabras que no vienen en el momento que se necesitan.
Entonces comprendí que el problema no solo tenía que ver con la edad. Todos, hombres, mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, estamos expuestos todos los días a tales volúmenes de información que el cerebro no lo está pudiendo procesar. Solo alcanza con preguntarse: antes del celular, ¿con cuántas personas en promedio hablábamos en un día? ¿10? ¿15? Si vamos a WhatsApp y contamos cuántas conversaciones tuvimos en el día, seguramente superen las 30, incluyendo grupos, donde se interactúa a su vez con varias personas. Además, esas 30 conversaciones tratan temas tan disímiles como cuestiones de trabajo, el problema de un amigo, la cena de esa noche, la compra de un sifón para la cocina, la factura vencida, la maestra del nene, el regalo del cumple, el médico, y así hasta el infinito. Todo mezclado en una misma bolsa. Exasperante. Ansiógeno.
Tomamos el celular con un objetivo claro, ver algo, mandar un mensaje, buscar una dirección, y nos encontramos con otro mensaje, una historia, un reel que nos distrae automáticamente y nos saca del foco. Y así nuestra atención va saltando de un lugar a otro, recibiendo más información (la mayoría innecesaria) y demorando nuestro objetivo primero, al punto de olvidarnos para qué habíamos tomado el celular.
Aunque seguramente todavía falte mucho para que toquemos fondo, ya hay personas que están buscando y encontrando la manera de sacarse el celular de encima, por lo menos por un rato.
Úrsula Corberó le contó a Vogue que no estaba durmiendo, y que creía que era por la edad, pero luego se dio cuenta de que era el “móvil” que dejaba en la mesa de luz para ver la hora. Se compró un despertador tradicional, el móvil lo deja cargando en el salón, y duerme mucho más profundo. Reconoce que antes, todas las noches, se jugaba un Candy Crush, y que ahora está leyendo de nuevo. “¡Qué gozada!”, dice.
Hay vida más allá de internet y las redes sociales. Quienes venimos de la era analógica por momentos ansiamos volver a aquel ritmo más lento, en el que te sentabas en un lugar a esperar y mirabas lo que pasaba a tu alrededor, conversabas con el de al lado. Tenías que esperar una semana para ver el siguiente capítulo de tu serie favorita. Discabas de memoria los números en un teléfono fijo, que cuando sonaba era una sorpresa saber quién estaba del otro lado. Aunque no teníamos celulares, siempre nos encontrábamos. Viajábamos con mapas de papel, consultábamos enciclopedias, guías telefónicas, diccionarios. Mirábamos fotos en papel. Todo llevaba más tiempo. Estábamos “desconectados” pero presentes.