Hace más de tres décadas que la aparición de figuras hechas a imagen y semejanza de los humanos también se trasladó a películas y libros futuristas, que las comenzaron a integrar a la sociedad. Algunos, como en Terminator, eran considerados una amenaza, pero otros aparecían como compañeros de las personas En la serie Westworld, de HBO, se plantea un futuro en el que las personas pueden tener aventuras con robots en un universo paralelo creado especialmente para satisfacer los deseos de la sociedad. Cuando se estrenó la tira, hace tres años, parecía que los robots eran material de ficción. Pero al poco tiempo la empresa Real Doll anunció que iba a lanzar al mercado una nueva muñeca capaz de comunicarse con su dueño.
Los nuevos juguetes, creados con inteligencia artificial, surgieron con un claro objetivo: otorgar placer. Para muchos clientes, sin embargo, también se convirtieron en compañeras, de esas que están cuando se sienten solos. “Trabajamos por la necesidad de los usuarios. Muchos encuentran en las muñecas alguien que no los juzga y que está ahí. Es una compañía”, dice Matt McMullen en la página web de Real Doll, una de las empresas pioneras en fabricación de robots sexuales.
Una nueva demanda
Hace más de veinte años que McMullen empezó a fabricar muñecas en un pequeño garaje de su casa en San Marcos, California. No conocía a muchas personas que se dedicaran a lo mismo, pero pensó que a la industria de la moda le podría interesar comprar maniquíes más realistas. Después de vender algunos modelos, lo empezaron a contactar potenciales clientes que querían saber si eran “anatómicamente perfectos” para utilizarlos como juguetes sexuales. Nunca lo había pensado, pero fabricó la primera muñeca y no paró de recibir llamados.
Hasta hace dos años, en su empresa —que más bien parece un sótano— colgaban cientos de cuerpos desnudos de distintos tamaños, colores y formas. También había una enorme habitación en la que se les mostraba a los clientes los distintos tipos de pezones y senos para elegir. Hoy la imagen es distinta: al lado de algunos de los cuerpos femeninos cuelgan varios cables conectados con un Ipad. Muchos clientes, que llegan sin saber que allí se venden robots sexuales, quedan impactados al ver que las muñecas pueden hablar y responder a estímulos del ambiente. Para que funcionen, a los modelos femeninos se les agrega un dispositivo que se llama Harmony, que funciona con inteligencia artificial.
Los nuevos robots sexuales tienen un dispositivo donde estaría su cerebro que se conecta con una aplicación que se descarga en los celulares y que permite que el usuario programe el tipo de personalidad que quiere para su juguete sexual. Además de mover sus ojos, cejas y labios, estas muñecas —que también se fabrican en una versión masculina sin gran demanda— tienen la capacidad de interactuar, responder a estímulos y aprender de los humanos en poco tiempo. El usuario puede elegir si quiere que sean más tímidas, sensuales o habladoras. También pueden pedirles que sean intelectuales y que contesten preguntas filosóficas o de historia. Pero, al menos por ahora, solo pueden responder en inglés.
La compañía está trabajando para encontrar una forma en la que puedan contestar en distintos idiomas con un programa de traducción simultánea. “Es nuestro próximo paso, además de que queremos conseguir que se muevan”, dijo Catherine Ross, encargada de Comunicación de la empresa, a galería. Su mayor logro, explican, es que las muñecas actúen según el humor de su dueño: si las insultan o las ignoran, incluso, pueden malhumorarse.
Desde que comenzaron a comercializar las Harmony, la empresa recibió cientos de llamados de interesados que estaban dispuestos a pagar miles de dólares por robot. El precio, que no incluye el envío, varía según la cantidad de detalles que pida el cliente. Los modelos más básicos se comercializan a 4.000 dólares, pero el costo sube en los diseños más modernos y, más aún, en los que se realizan de forma exclusiva. Si el robot sexual está hecho en su totalidad por encargo puede demorar hasta un año y costar cerca de 40.000 dólares. Los usuarios pueden modificar todo lo que deseen: el cabello, los ojos, añadirles pecas y hasta personalizar los genitales, que son removibles para facilitar la limpieza. La mayoría se venden a todas partes del mundo, pero tienen problemas en América Latina. En Brasil y México el envío de contenidos para adultos está controlado, y muchas de las muñecas quedan requisadas en la aduana. “Desde Uruguay no hemos recibido ningún pedido”, detalló la compañía ante la consulta de galería.
En entrevista con la revista New York, que puso a un muñeco sexual en su tapa en mayo, McMullen aseguró que la mayoría de los clientes, que son hombres, buscan dos cosas: controlar el tamaño de los senos y de los glúteos. Pero hay algunos que llegan con extraños pedidos: “Una vez nos pidieron que hiciéramos una muñeca cubierta de pelo de arriba abajo, como un licántropo, pero no lo hicimos”, contó el empresario, además de asegurar que tampoco hacen robots que se asemejen a estrellas del universo del porno. En caso de querer hacer una réplica de una persona se les pide una autorización firmada en la que se especifique que acceden a ser copiados. Las empresas también se niegan a fabricar niños y animales, aunque un día a Real Doll llegó un cliente que quería encargar un muñeco similar a un elfo y se lo vendieron. Las posibilidades son infinitas, pero todos deben seguir el mismo paso: después de comprar el robot sexual tienen que ingresar a una aplicación de su sitio web para mantener conversaciones con sus nuevos juguetes.
Más que un juguete
Cada vez que entra un cliente tímido a su fábrica, McMullen se encarga de asegurarle que su deseo no es extraño. Ha hecho cientos de pedidos para personas que no encuentran los estímulos que necesitan y que recurren a las muñecas para completar fantasías que, muchas veces, los avergüenzan. “Es más que un robot o una muñeca sexual, son una compañía distinta a lo que se conocía hasta ahora”, dijo en entrevista con la revista New York. Pero la comunidad de expertos en inteligencia artificial y los investigadores tienen una visión más crítica: muchos consideran que su inclusión en la vida sexual puede ser riesgosa por la sustitución del ser humano.
Hace una década, el experto en inteligencia artificial David Levy publicó el libro Love & Sex With Robots, en el que anticipó que en 2050 las relaciones sexuales —y sentimentales— entre los robots y los humanos iban a existir. Todavía faltan más de treinta años para analizar su predicción, pero los clientes en Estados Unidos, Asia y, en menor medida, Europa, confirman que es un fenómeno actual. “Cada uno de los factores que los psicólogos han descubierto que hacen que los humanos se enamoren de otros humanos podrían servir casi de la misma manera para que los humanos se enamoren de robots”, dijo Levy en el libro. La investigadora estadounidense Kate Darling también hizo un estudio en 2015 sobre la interacción entre los robots y los humanos para el Massachusetts Institute of Technology que demostró que las personas tienden a proyectar emociones en cosas no humanas, como muñecas o robots. En la investigación se pidió a los participantes que le pusieran un nombre a un pequeño insecto robótico de juguete y que después lo aplastaran con un mazo. Algo que puede parecer simple, porque es un artefacto inanimado, le resultó difícil a la mayoría, que dudó antes de “matarlo”. “Vamos a sentir que los robots tienen emociones antes de que siquiera las lleguen a tener”, concluyó el estudio.
Las empresas que los comercializan aseguran que los robots son para personas que se sienten solas, incomprendidas o que no quieren depender de otros para cumplir sus fantasías. Pero para un grupo de académicos, su fabricación no está justificada. En una charla TED en 2016, y en decenas de entrevistas para medios europeos, la investigadora Kathleen Richardson, de la Universidad de Montfort, también aseguró que debe haber una respuesta crítica para evitar el desarrollo de estas tecnologías. “Son potencialmente dañinas y causantes de desigualdad”, resaltó en la conferencia en la Universidad Libre de Bruselas.
Nueva forma de sumisión
Cuando Real Doll anunció que iba a construir su primera muñeca con inteligencia artificial, en 2015, un grupo de desarrolladores, antropólogos y especialistas en ética lanzaron una campaña en contra de su fabricación. La desaprobación también surgió en la comunidad de investigadores estadounidenses, quienes pidieron la prohibición de los nuevos robots. “Este uso que se le da a la tecnología es innecesario e indeseable”, dijo la líder de la iniciativa, Kathleen Richardson.
La investigadora, especializada en ética robótica, también aseguró que estos juguetes sexuales solo refuerzan los estereotipos femeninos e intensifican la idea de mujer sumisa. “Creemos que la creación de este tipo de robots contribuirá a relaciones perjudiciales entre hombres y mujeres, adultos y niños, hombres y hombres, y mujeres y mujeres”, concluyó.
Sophia, el primer robot con ciudadanía
Después de la eliminación de Alemania de la Copa del Mundo, hace un mes, Angela Merkel encontró consuelo en Sophia, el robot más moderno que existe. La canciller estuvo en una conferencia sobre ética y robótica en la que se encontró con este “robot sexual” que es capaz de mostrar más de 50 expresiones faciales. Luego de que Merkel le contó que estaba “muy triste” por lo que sucedió con su país, Sophia dijo que los alemanes tienen uno de los mejores equipos del mundo. “Nuestros robots enseñan, sirven, entretienen y con el tiempo llegarán a comprender verdaderamente y a preocuparse por los humanos”, dice Hanson Robotics, la empresa creadora de Sophia, en su sitio web.
Hace menos de un año, este robot —que fue construido con los rasgos de Audrey Hepburn— se convirtió en el primero en adquirir la ciudadanía de un país. “Me siento muy honrada y orgullosa de esta distinción única”, dijo Sophia ante las autoridades de Arabia Saudita. Según cálculos de Google, la industria del machine learning (aprendizaje de máquinas) va a mover alrededor de 16.000 millones de dólares en el futuro.
China: un extraño caso del mercado
El desarrollo de la inteligencia artificial para los robots sexuales genera posturas encontradas en la comunidad de expertos en tecnología, así como también entre los defensores de la igualdad de género. Sin embargo, en China la industria de juguetes sexuales está en auge. Es que allí muchos lo consideran una opción para un problema social: la desproporción entre los hombres y las mujeres. La política del hijo único, vigente entre 1970 y 2015, llevó a que algunas parejas recurrieran a abortos selectivos para tener un varón en la familia, ya que es el que lleva el apellido y mantiene a la familia. Hoy, los hombres superan en 33 millones a las mujeres, en una población total de 1.400 millones de habitantes. Y, según AFP, el 80% de los juguetes sexuales del mundo se producen ahí. De hecho, el sector emplea un millón de personas y representa 6.600 millones de dólares.
En el mercado chino, un robot sexual cuesta alrededor de 4.000 dólares, y se comercializa a través de varias fábricas. La empresa Exdoll, conocida en el negocio por crear muñecas hiperrealistas, tiene 120 empleados que desde hace dos años trabajan para idear un robot que se asemeje a una mujer. Venden 400 muñecas tradicionales todos los meses y sus clientes también pueden elegir la cantidad de vello púbico, el color de pelo y de los ojos. “Queremos un robot con el rostro más bello y el cuerpo más excitante”, dijo Qiao Wu, director de la firma, al diario español El País de Madrid.