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Un circuito de arquitectura extravagante que hay que conocer en Mercedes

En Mercedes, Soriano, las casas de Francisco Matosas sorprenden por disruptivas, el simbolismo y su técnica inspirada en Gaudí; algunas de ellas todavía siguen habitadas por la familia, los primeros y casi únicos interesados en preservar la obra

Redactora de Galería

En una esquina en los confines del viejo barrio Mondongo de la ciudad de Mercedes, Soriano, aparece la principal de ellas. Una casa que mantiene vivo el espíritu de un escultor que se instaló de golpe en el pueblo para hacer extrañas intervenciones en arquitectura.

Francisco Matosas vivía a unos pasos de allí, en otra casa con un Cristo en su fachada. La cuadra entera parece pertenecerle hasta hoy. La decena de casas que construyó en Mercedes son el mayor despliegue de su obra en el mundo. No están disimuladas ni camufladas, sin embargo, para muchos han pasado (aunque no se entienda cómo) inadvertidas. Sus singulares e inquietantes estilos decorativos convierten a las casas de Matosas en uno de los rincones más curiosos de la ciudad. A un paso de la casa de los Lamas —Monumento Histórico Nacional—, estas construcciones son un contrapunto magnético que vale la pena conocer.

Casas Matosas Mercedes Soriano Uruguay (8)
Esta es la fachada de la casa en la que alguna vez vivió Francisco Matosas en Mercedes, Soriano.

Esta es la fachada de la casa en la que alguna vez vivió Francisco Matosas en Mercedes, Soriano.

¿Quién era Francisco Matosas?

Francisco Matosas era un constructor catalán, lo que explica el vínculo de su obra con el modernismo de Gaudí. Parte de su descendencia todavía lo trae al presente a través del apellido y de seguir habitando alguna de estas viviendas.

Este escultor, antes picapedrero, llegó a América del Sur en 1909, obligado a escapar de España porque se negó a cumplir con el servicio militar obligatorio. Pero su primer destino no fue Montevideo; antes estuvo en Buenos Aires, donde su huella todavía puede encontrarse en la arquitectura funeraria del cementerio de Recoleta; después se instaló en Santiago del Estero, para luego establecerse definitivamente en Mercedes, Soriano, hacia 1916. ¿El motivo? Había mucho trabajo y los terrenos estaban bastante más baratos que en Montevideo.

Las mismas siluetas que serpenteaban sobre lápidas y panteones en el cementerio bonaerense las incorporó a muros, puertas y barandas de las casas para las que contrataron sus servicios. Era un constructor sin títulos, los vecinos lo veían como un simple panadero (también lo era) al que le daba por hacer “casas raras”. Vendía bollería, trabajaba en saneamiento, y con eso y las macetas de tres patas —un diseño original que él mismo había instaurado— mantenía a su familia mientras sacaba hipotecas, compraba terrenos y levantaba casas a su estilo.

Casas Matosas Mercedes Soriano Uruguay
Las detalladas falsas puertas de la casa de la familia Matosas.

Las detalladas falsas puertas de la casa de la familia Matosas.

Además de compartir el lugar de origen, Matosas fue discípulo directo de Antonio Gaudí, carta de presentación que nunca usó y etiqueta que apareció después. Estricto, bohemio, callado y apasionado por la lectura, trabajaba en solitario, solamente acompañado por su ayudante Humberto Nazabay. Y su obra no fue una copia, sino una recreación de lo gaudiano mezclado con su propia imaginación.

No quedaron planos, herramientas, libros ni documentos. Matosas nunca reveló sus técnicas de coloración ni las mezclas que se encerraba a preparar en su sótano, las mismas que le costaron la vida en 1947, tras años de inhalar polvo y químicos, y después de haber caído en una fuerte depresión cuando “el gran amor de su vida” falleció repentinamente unos años antes. “Nunca más habló, solamente siguió trabajando”, cuenta hoy su familia a Galería.

¿Qué hizo en Mercedes, Soriano?

Nicolás, tataranieto de Matosas, tiene emociones encontradas cada vez que se levanta y ve desperdigados en la vereda frente a su casa estudiantes de arquitectura replicando su fachada. Hasta entraron en el patio una vez pensando que su casa era un museo.

Y es que la obra de Matosas no deja de ser residencia de su familia, locales comerciales —como la carnicería y la panadería—, además de ser las construcciones más vistosas de la ciudad, como la casa del Aviador —con una escultura de un hombre con un ala quebrada, homenaje a Luis Tuya, piloto mercedario caído en defensa de la República española— y la casa de la Vendedora de Rosas, que hoy es una escribanía que mantiene el diseño original.

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La casa de la Vendedora de Rosas es hoy una escribanía que mantuvo la fachada.

La casa de la Vendedora de Rosas es hoy una escribanía que mantuvo la fachada.

Cada fachada y cada detalle están cargados de simbolismo, que en la mezcla se hacen imposibles de descifrar: religión, alquimia, masonería, teatralidad. Entre arcos árabes y falsas puertas se esconden pedidos especiales que vecinos de la época hacían a Matosas, como una efigie que le saca la lengua a la casa de enfrente porque su dueño se burlaba de quien la mandó a hacer. Códigos de los años 50.

Técnicamente, las casas muestran el genio de un hombre influido por el modernismo catalán que diseñaba en faux bois basado en el ferrocemento, técnica que imitaba la madera. Al trencadís, ese mosaico de cerámicas de Gaudí, Matosas lo materializa en piedras de colores.

Pero para Nicolás y su madre, Liliana (bisnieta de Matosas), estas cosas no son solo objetos de arte o estudio: son hogar, herencia y memoria.

Una cuestión de patrimonio

Vivir en una casa de Matosas no es solo habitar un espacio, es convivir con la historia y el arte cada día. Nicolás y Liliana lo sienten así. Cada casa y cada detalle son una partecita de vida que su antepasado artístico puso silenciosamente en formas y colores.

“En la vida siempre te dicen que apegarse a lo material no es bueno, pero en este caso el apego que le tenemos a la casa es increíble”, dice Nicolás. Ha sido testigo de bodas, cumpleaños y la vida cotidiana de generaciones.

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“Nuestra vida está acá”, cuenta Liliana. “Sabemos el valor que tiene para la persona que la construyó. Esta casa, ¿para quién había sido? Porque después vino un hijo, que fue mi abuelo. Acá vivió nuestra familia toda la vida. Yo, desde los nueve años. Mi madre se casó acá, mi abuela también. Es increíble el valor sentimental que puede tener una casa, pero esta, además, es una obra de arte en todo sentido”.

Y preservarla no es sencillo. Los libros sobre Matosas simplemente desaparecieron, los testimonios se perdieron y la historia genealógica quedó fragmentada. Solo existen copias de copias, encuadernadas como libros de estudio universitarios, incompletas y sin las voces de ninguno de la familia.

Durante mucho tiempo, la intendencia no les dio importancia a estas edificaciones. No había guías turísticas ni circuitos patrimoniales. Hoy, gracias a nuevas iniciativas, desde la Comisión de Patrimonio y junto con la inclusión digital (trabajos con jóvenes en situación vulnerable) se hizo el intento de acercar la obra de Matosas al público a través de la tecnología. El circuito de casas ahora tiene un recorrido interactivo, con códigos QR y traducciones a otros idiomas elaborados por los propios chicos.

Sin embargo, en propiedades que ya no pertenecen a la familia, algunas fachadas fueron modificadas y se perdieron los detalles, contra toda advertencia de la comisión. Aunque estén declaradas Patrimonio Documental, las potestades de sanción no van más allá de una multa, para muchos, pagable.

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Los dueños actuales de esta casa decidieron pintar de blanco sobre las técnicas de ferrocemento perdiendo los detalles del escultor.

Los dueños actuales de esta casa decidieron pintar de blanco sobre las técnicas de ferrocemento perdiendo los detalles del escultor.

El otro enemigo natural es la intemperie: hay narices que se caen, flores que pierden el color. Mantener estas casas requiere técnicas específicas, materiales adecuados, hidrófugos especiales y recursos a los que la familia no accede.

Y mientras el mundo recuerda el centenario de la muerte de Gaudí, cuya obra insignia, la Sagrada Familia en Barcelona, tras más de 120 años sigue en construcción, se ignora que el modernismo catalán llegó al interior de Uruguay. Por eso es que Nicolás y su madre sueñan con hacer partícipe de su historia familiar a la institución de la Sagrada Familia, por lo menos, haciéndole saber que un pedazo del legado de Gaudí está en Uruguay y habita en las casas y en detalles que desafían al tiempo formando un testimonio visual de creatividad y disciplina, con ese factor intrigante de querer saber más sobre quién era el hombre que convirtió unas cuadras de Mercedes en su propio universo.

Los poemas de la abuela

Gladys Matosas era nieta de Francisco y abuela de Nicolás. Nació en 1944 y vivió en la misma casa donde hoy Liliana vive con su hijo. En el cruce de las calles Rivera y Castro Careaga.

Su vida fue brillante: era poeta, pintora, se graduó con honores de la Facultad de Medicina, se especializó en reumatología y se destacó como una de las mejores de su generación. Pero, sobre todo, “era un ser humano excepcional, capaz de dejar huella en todos los que la conocieron”, dice su nieto.

Fue la autora de ocho libros de poesía, registrados en la Sociedad de Poetas y en la Biblioteca Nacional de Montevideo. Su obra tiene un enorme valor, todavía tangible pero, también, emocional para su familia. La portada de uno de esos libros está tatuada en el brazo de Nicolás.

El reconocimiento internacional no tardó en llegar: en 2001, Gladys participó en un concurso de poesía organizado por Unicef, con sede en Italia, y lo ganó. Su nieto todavía conserva ese diploma.

Pero su arte no se limitó a las letras: pintaba cuadros y cultivaba la música, enseñando piano. “Yo hice teatro, he leído mucho sobre historia de la música… Todo el acercamiento que tengo hacia el arte es por mi abuela”, dice.

Para la familia, preservar su legado también es una prioridad. Los libros que publicó y aquellos que quedaron inéditos —como su último cuaderno de poesía, que su nieto la vio escribir— esperan volver a ver la luz; pero, una vez más, los recursos económicos (y editoriales) representan un desafío. “De ella lo tengo todo, pero siento que, si un día me pasa algo a mí o a mamá, la historia de Gladys Matosas va a quedar ahí”.