La incertidumbre es el ingrediente clave para la limerencia. Es lo que alimenta la fantasía. La persona limerente puede no aspirar a tener una relación con el otro; con las construcciones en su cabeza, alcanza. Tennov escribió en su libro que la limerencia es, ante todo, actividad mental. “Admiras, te sientes atraído físicamente, ves, o crees ver (o consideras posible ver en condiciones ‘adecuadas’), el indicio de una posible reciprocidad, y el proceso se pone en marcha”.
Empecemos por el principio
Empecemos por la etimología de la palabra. En este aspecto, no hay datos esclarecedores. Limerencia, esta palabra bonita, de cierta musicalidad que nutre su significado agridulce, fue, según declaró la propia Tennov a The Observer en setiembre de 1977, un puro capricho. “Primero utilicé el término amorance y luego cambié a limerence... No tiene raíces, pero se ve lindo. Funciona bien en francés. Creeme, no tiene etimología alguna”, le aseguró al periodista.
Sigamos por el principio del fenómeno en sí, por el punto de partida de la limerencia, de ese estado mental. Tampoco hay una explicación concreta de qué enciende la chispa inicial. Según Dorothy Tennov, difícilmente es discernible. Pero el proceso que sigue habitualmente sí puede describirse. Después de ese intercambio o mero cruce con el individuo que se volverá objeto de limerencia, empezará a volverse el centro de los pensamientos. A esta primera etapa Tennov la denominó “enamoramiento”.
La experta en psicología positiva Mariana Álvez la define como “un estado de enamoramiento que raya en la obsesión por otra persona”. Es involuntario, de más está decir, y las mayores ansias están depositadas en que el sentimiento por la persona deseada, llamada en la jerga limerente OL (objeto de la limerencia), sea recíproco. “Fantasean con que la otra persona también está enamorada, y la felicidad va a depender de si esa persona los ama o no. Están todo el día pensando en eso”
Cuanto más se idealiza a la persona, los pensamientos se vuelven más intrusivos. “Son pensamientos constantes, en que la persona se encuentra fantaseando, soñando despierta o sobrepensando determinadas interacciones que tuvo con el otro”, explica Álvez. “Supongamos que hay una limerencia con un chico del gimnasio y compartieron la máquina; entonces él o ella se queda pensando cómo fue, si se saludaron, por ejemplo”. La limerencia se trata más de la interpretación de los acontecimientos que de los acontecimientos en sí, explicaba Tennov.
En 2015, la escritora sueca Lena Andersson publicó la novela Apropiación indebida. El personaje central es Ester Nilsson, una poeta y ensayista de 30 años que acepta la invitación a dar una charla sobre Hugo Rask, un artista de gran fama. Él está entre el público, y cuando Ester termina su exposición se acerca a felicitarla. Ese pequeño acto da pie en Ester a un sentimiento que se magnifica desproporcionadamente con los días, hasta convertirse en limerencia. Hugo está en otra relación y se muestra displicente a las constantes demostraciones de Ester, pero las migajas de atención que recibe son suficientes para ella: “Lo esencial de su interpretación, sin embargo, era comprobar que su estado de ánimo (el de Hugo) no había variado un ápice desde el día de su encuentro: no se mostraba arisco ni distante, y al hablar de Leksand (su novia) era evidente que todavía le interesaba quitarle importancia a la otra relación. Eso significaba, dedujo Ester, que no tenía un compromiso muy profundo con la otra, lo cual a su vez significaba que él no la amaba, sino que, dedujo a continuación, estaba abierto a otras relaciones, lo que significaba que aún no se había decidido, lo que significaba que había una oportunidad y que esta no debía de ser nada despreciable”, escribe la autora.
Algo que define a la limerencia es la distorsión de la realidad. “Si esa persona subió un estado de WhatsApp o una historia de Instagram, o algún posteo en alguna red social, la persona que sufre la limerencia de pronto le da una connotación que no tiene”, explica Álvez. Puede percibir esos mensajes como dirigidos a ella, como una indirecta.
La incertidumbre es el ingrediente clave para la limerencia. Es lo que alimenta la fantasía. La persona limerente puede no aspirar a tener una relación con el otro; con las construcciones en su cabeza, alcanza.
En la experiencia de la psicóloga, las mujeres suelen sufrir más de limerencia que los hombres, pero los estudios realizados por Tennov en los años 70 no encontraron diferencias en la prevalencia entre hombres y mujeres, distintas razas o nivel socioeconómico.
¿Una mala señal?
Esa interpretación, ese pensamiento, proporciona placer, y ese placer, con cada pequeña “señal” del otro, cualquier estímulo que se perciba como una demostración de interés de la otra parte, se vuelve un pico de euforia. A esta segunda etapa Tennov la denominó “cristalización”.
Además de alteraciones en el sueño, en el apetito y la presión arterial o frecuencia cardíaca elevada, un efecto físico de la limerencia es la liberación de dopamina, el neurotransmisor más asociado al placer. Esa especie de éxtasis es el corazón de la limerencia.
En busca de ese rush de dopamina, de replicar esos episodios de euforia —que no es felicidad, es excitación, aclara Álvez— se busca la manera de ver al objeto de limerencia, se analizan hasta el cansancio gestos —insignificantes o directamente inexistentes para cualquiera que mire desde afuera—, se buscan señales positivas donde no las hay.
Otra cosa que suele darse es la idealización de la adversidad. “En algunos casos está esto del amor prohibido, que más me genera deseo, porque en mi cabeza (asumo que) esta persona no se puede acercar a mí por algo. De pronto tiene pareja. Entonces, esa fantasía del amor prohibido también está presente en algunos casos”, dice Álvez. En este escenario muchas veces hay también lugar para los celos o para una angustia mayor.
En esa subida y bajada constante de estados de ánimo y en ese desfilar inagotable de pensamientos fantasiosos, suele suceder que se desatienda el trabajo, las rutinas, las actividades cotidianas; “la obsesión es muy fuerte”, dice la psicóloga. El estado de limerencia se antepone a cualquier otra preocupación de la vida.
Todo está en la cabeza
Según la psicóloga Dorothy Tennov, nadie está libre de caer en un estado de limerencia. Ni siquiera las personas consideradas sanas mentalmente. Sin embargo, hay patologías que vuelven a las personas más proclives a la limerencia. Las investigadoras Lynn Willmott y Evie Bentley, de la Universidad de Sussex, concluyeron en un estudio de 2015 titulado Explorando la experiencia vivida de la limerencia: un viaje hacia la autenticidad que las personas con ansiedad, depresión y tendencia al consumo de sustancias tienen más probabilidades de padecerla.
Álvez coincide, y agrega a las personas con trastorno obsesivo compulsivo, a aquellas que tienen apego ansioso, un trastorno borderline o una herida de abandono. También a aquellas que tienen una “personalidad histriónica”, “porque son más fantasiosas en general”. En ellas, el rechazo con frecuencia genera depresión. Cuando llega el momento en el que ven que no hay reciprocidad, esa angustia es abrumadora”.
La psicóloga aclara que si bien estas personas son más propensas, “no es (un factor) excluyente”.
Al limerente le toca chocar a menudo con una realidad dolorosa, y compensarla de alguna manera. Porque de eso se trata este sentimiento, de “una especie de equilibrio entre la incertidumbre y la esperanza”, dice Álvez citando a Tennov. Esas pequeñas dosis de esperanza mantienen viva la emoción, con el contrapeso inevitable de la incertidumbre o el rechazo liso y llano. El limerente buscará paliar su angustia y ansiedad con explicaciones inventadas.
Se terminó la esperanza
Ester Nilsson, la protagonista de la novela de Lena Andersson, acaba por perder la ilusión. Por algún motivo, como iluminada por un destello de realidad, cae en la cuenta de los mecanismos detrás de esa esperanza incansable que resurgía después de cada decepción: “Resulta más fácil hacer frente a las respuestas definitivas que a las difusas. Tiene que ver con la Esperanza y la naturaleza de esta. La Esperanza es un parásito del cuerpo, que vive en una total simbiosis con el corazón humano. No basta con ponerle una camisa de fuerza y encerrarla en un oscuro rincón. (...) A la mínima posibilidad que la Esperanza tenga de agenciarse oxígeno, lo hará. El oxígeno contenido en un adjetivo mal dirigido, un adverbio imprudente, un gesto compensatorio de lástima, un movimiento corporal, una sonrisa, el brillo de un ojo. El que vive con Esperanza ignora deliberadamente el hecho de que la empatía es una fuerza mecánica. Los indiferentes realizan gestos de consideración de forma automática, para protegerse tanto a sí mismos como a los menesterosos”, dice la novela.
La Esperanza es un parásito del cuerpo, que vive en una total simbiosis con el corazón humano. No basta con ponerle una camisa de fuerza y encerrarla en un oscuro rincón. (...) A la mínima posibilidad que la Esperanza tenga de agenciarse oxígeno, lo hará
El limerente justificará los desaires de su OL, y someterá a pruebas extremas su propia paciencia y comprensión. Hasta que deje de hacerlo. A esta tercera etapa Tennov la denomina “deterioro”. En esta fase empieza a desvanecerse la idealización del objeto limerente, y los sentimientos pierden intensidad. Lo que puede pasar en estos casos es: A, que el limerente atraviese su duelo y siga adelante; o B, que cambie un objeto de deseo por otro. Eso le ocurre a Ester Nilsson en Hechos poco fieles, la secuela de Apropiación indebida. Una vez más, Ester activa sus fantasías, pero por otra persona, otro hombre no disponible. Empieza entonces una nueva historia de señales malinterpretadas, pero esta vez provienen de un narcisista que se deja adorar.
En esos casos en que el OL es un narcisista, el asunto se vuelve más complejo, más confuso y contradictorio. “Te dan como una gotita de esperanza, el refuerzo intermitente, como le llamamos”, explica Álvez. “De pronto tuvieron un encuentro una noche, pasó una semana desaparecido y de repente aparece. Eso de que venga, aparezca, desaparezca, te va generando esa esperanza y las justificaciones: ‘No me vio esta semana porque estaba recomplicado con el laburo’. Empezás a generar fantasías de explicaciones que no existen para justificar la ausencia del otro”.
Sin importar el punto de partida de la limerencia (si se gestó a la distancia, si empezó con un encuentro sexual, si se activó con una simple conversación), es importante tener presente que no es una relación sana, y en eso hace énfasis Álvez. “No hay un amor real del otro lado. Está todo en mi cabeza”. El asunto es que para algunos, lo que pasa ahí dentro es suficiente para vivir dos vidas.
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¿Es o no es?
Según la publicación estadounidense de divulgación de psicología Psychology Today, existe un debate sobre si debería añadirse la limerencia al Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Mariana Álvez explica que hay muchas condiciones que los psicólogos clínicos ven pasar por el consultorio sin ser oficializadas en el DSM-5, el manual vigente.
“Hay un libro muy viejo, que se llama Las mujeres que aman demasiado, que habla de la dependencia emocional de las mujeres, y si vas al DSM-5, nadie habla de la dependencia emocional de las mujeres”, asegura la psicóloga. “Lo mismo que el abuso narcisista. Tampoco lo vas a encontrar. Ni los subtipos del narcisismo. Son esas cosas que uno ve en el trabajo clínico. Son situaciones que se repiten, que podemos ver determinados patrones, que podemos llegar a decir que hay un cuerpo teórico que lo sustenta, pero no se pasa a oficializar”, explicó.