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Un libro digital explora lo gaucho y su contemporaneidad más allá del personaje y a través de la fotografía

Ser gaucho, de la periodista Martina Pérez y el fotógrafo Fernando Gutiérrez, recoge diferentes voces sobre lo que significó y significa esta figura popular

Redactora de Galería

Durante el siglo XVIII elgaucho era el habitante característico de la patria del mate. Un hombre robusto (nunca se piensa en una mujer gaucha), de camisa, bombacha, poncho, pañuelo, sombrero, botas, facón, bigote desaliñado, mirada penetrante —acostumbrada a observar largas distancias—, piel curtida por el sol, taciturno pero lleno de confianza, y libre.

Ese era el “gaucho gauchísimo”. Si el alambramiento de los campos lo hizo o no lo hizo desaparecer y “los de hoy” son solamente paisanos es bastante incomprobable y, según la periodista Martina Pérez y el fotógrafo Fernando Gutiérrez, una discusión “del tipo: Dios existe”. Un debate inconcluso.

Con Ser gaucho, su nuevo libro digital (que pronto estará disponible por Amazon Books), los dos autores plantean diferentes puntos de vista sobre la existencia contemporánea de este histórico personaje.

El diseño gráfico de Nara Viera crea una narrativa a partir del trabajo de fotografía de Gutiérrez (autor de Patria Gaucha­, un libro que reúne fotografías sobre este festival) a lo largo de más de 20 años. Están acompañadas por entrevistas de Pérez a diferentes figuras —como el periodista Walter Serrano Abella, el escritor Juan Martín Posadas o el pintor y periodista Daniel Supervielle­— más o menos vinculadas al campo.

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Fotografía de perfil de un gaucho

Fotografía de perfil de un gaucho "gauchísimo"

El gaucho fascina con esa disyuntiva entre personaje cargado de prejuicios, un matrero analfabeto que vive fuera de la ley y aquel que peleó contra todo pronóstico por la libertad y la independencia; por el simple hecho de “tener el mundo en sus manos” —es decir, ganado disponible y una vida errante—, a la vez que reclamaba el voto secreto y la representación parlamentaria. “¿Quiénes eran los modernos entonces (en la sociedad)?”, plantea­ Pérez a Galería.

“(Con el libro) estamos iniciando una conversación: ¿cuánto tenemos de ese gaucho?”, se pregunta la periodista. En la entrevista a Posadas, el escritor señala algo bien interesante: el paisaje construye al hombre. Y en las pampas no había montañas que no dejaran ver el horizonte, entonces el gaucho se sentía el dueño de la campaña. No era ningún sumiso, se asumía habitante original de la tierra y no agachaba la cabeza ante nadie, lo que terminó moldeando el “ser uruguayo”; “somos un pueblo difícil de gobernar”, remarca Pérez. Y en eso de “pueblo que se rompe el lomo” están los vestigios del gaucho; “hay una actitud gaucha”.

El uruguayo “es una mezcla” y el gaucho —una distinción social, no racial— es la mistura en su máxima expresión, pero no es uruguayo. Tampoco es indio, no es negro, no es inmigrante. “El gaucho es universal”, subraya Pérez. En América del Norte podría tratarse de la figura del cowboy, o en Europa la del marine, pero siempre se trata de “un hombre que se aleja del montón y vive con sus propias reglas. El resto son cáscaras”.

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Pero ni el libro ni la recopilación de fotos es el dictamen de lo que significa ser gaucho, porque no existe una respuesta y los autores tampoco la buscaban. Con Ser gaucho la idea es integrar y no cerrar el debate, e invitar al lector/observador a pensar la suya propia.

Entre muchos capítulos, la mujer rural

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El libro está dividido en varios apartados y cada uno destaca un aspecto de la vida del gaucho, desde el campo y el caballo (infaltable), sus destrezas y costumbres, hasta uno dedicado enteramente a las mujeres, más allá de la china cebadora. El capítulo se titula “En busca de la mujer gaucha”, porque la vida de la mujer rural fue mucho menos documentada que la del hombre, pero era una figura fundamental para mantener viva la cultura y las tradiciones. En el libro la escritora Marcia Collazo profundiza en el no registro de “todo lo que sufrieron esas mujeres”, desde ser las verdaderas jefas de familia, pasando por el hecho de que también tomaban armas si la situación ameritaba, hasta ser objeto de violaciones atroces, titulares que no van a aparecer en ningún relato tradicional, escrito por hombres.

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A Pérez le entusiasma particularmente una de las fotografías en la que se ve a una mujer vestida de negro rezando. “¿Qué estará pidiendo? ¿Estará enferma? ¿Habrá perdido un hijo? Se nota que está sufriendo y enfrentando una batalla”, reflexiona la periodista. Esa es una gaucha.

Pero no se trata de una mujer sometida, ni siquiera a los avatares de la vida, sino todo lo contrario. Se trata de una mujer que, más allá de ser una china —etiqueta “encorsetada” que, según Pérez, no significa ni aporta nada a la definición de ser gaucha—, tenía que sacar recursos de donde no tenía, en campañas inhóspitas, con hijos del primer hombre que pasara y “le dejara un regalo”, para salir adelante.

El concepto se explica con solo prestar atención a las manos. Gútierrez cuenta que en una de sus andanzas fotográficas conoció a una mujer rural de 90 años que vivía sola, cuidaba rosales y tenía un galpón donde había almacenado toneladas de boniatos. “Ella los plantaba, cosechaba y guardaba para hacer dulce casero. ¡Un montón de boniatos para la mujer sola! Entonces le saqué una foto con su pala. Ningún hombre la agarraba así, y me llamaron la atención las manos. No parecían las manos de una mujer, estaban curtidas. Curtidas de trabajo. ¿Ves? Acá no cabe diferencia ninguna”, señala el fotógrafo.

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La realidad con la que se toma contacto a través de las fotos es exactamente la que Gutiérrez­ y Pérez querían mostrar. Sin embargo, la magia de este libro no radica únicamente en la fidelidad de la imagen, sino en la manera en que palabras y fotos se entrelazan: Gutiérrez leía y escogía las imágenes, y Pérez miraba las fotos y escribía los textos.

Fotografía, o el fino arte de la paciencia

Gutiérrez lleva más de 20 años trabajando para la Fiesta­ de la Patria Gaucha, pero no fue allí donde capturó sus mejores imágenes. “El desafío está en poder conseguir la foto separada de la gente atrás, en encontrar al gaucho en su medio”, cuenta.

En la Patria Gaucha las diferentes aparcerías compiten en una serie de ítems, como la doma. Pero en esas competiciones es muy difícil tomar fotografías porque todo el mundo está en busca de la misma foto, y además, no tiene gracia para Gutiérrez porque no existe el contacto con el gaucho. Entonces, él sale a buscarlos días antes del evento, por ejemplo, arreando la tropilla que van a presentar. “Los agarro en el camino, puedo esperar horas y horas a que pasen por un arroyo o un alto, un puente, para la toma justa. Y después me voy con ellos, hasta como con ellos. Ahí también se logra el retrato de mucha gente, tranquila, y no en el caos de la Patria Gaucha”, explica.

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La única referencia que Gutiérrez tenía para seguir era el trabajo del fotógrafo argentino Aldo Sessa, pero él dice haberse encontrado con otra cosa bien distinta a lo que Sessa mostraba en sus libros. “Parecían gauchos millonarios. Eran estancieros. Otra cosa. Diferente es el obrero, el peón rural. De eso había poca foto“, describe el fotógrafo.

Y como Gutiérrez tampoco tenía acceso a los dueños de las estancias, inevitablemente su trabajo se desmarcó del de Sessa. Sus gauchos eran bien distintos en todo, desde el bigote hasta las joyas, menos en el cuchillo. “El gaucho uruguayo gasta lo que sea por tener el mejor cuchillo”, cuenta.

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Entonces, ¿qué es?

Gutiérrez guarda un regalo que le hizo una vez uno de sus retratados, gaucho, por supuesto. Es un cuchillo de plata y oro, bastante grande. Un día, el gaucho en cuestión “le pidió” (más bien obligó) al fotógrafo que lo acompañara a comprar un cuchillo, aunque Gutiérrez no supiera absolutamente nada del tema. Al menos le sacó una buena foto mientras estaba comprando para inmortalizar un momento que igualmente le iba a quedar grabado en la memoria: el gaucho sacó un rollo de billetes del bolsillo, pagó al contado un cuchillo de más de 1.000 dólares, sustituyó el que traía en el portafacón por el nuevo y ese se lo regaló a Gutiérrez. Así, sin más.

Las máximas sobre el gaucho que Gutiérrez­ y Pérez defienden son la gauchada como favor o gesto ocasional y el credo del naides es más que naides, que lo definen perfecto, en cualquier época y contexto.

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El seudónimo de este gaucho contemporáneo es Garantía

El seudónimo de este gaucho contemporáneo es Garantía

El primer retrato de Ser gaucho es Garantía­, un hombre al que la vida le fue dibujando surcos en el rostro, con una mirada que atraviesa la página. “Seguro que pasó mucho tiempo solo, que enfrentó muchas adversidades. Nunca fue un oficinista“, supone Pérez, y no se equivoca.

Garantía fue una batalla dura para Gutiérrez­. Lo veía solo una vez al año, cuando el gaucho iba a pasar sus “vacaciones” a Tacuarembó, por la Patria Gaucha. Tenía dinero, pero se pasaba los siete días durmiendo debajo de las tribunas. Y no quería fotos.

El acercamiento de Gutiérrez fue paulatino y exitoso. Un día pudo robarle una foto de apuro después de haber retratado a un grupo de personas en el que también estaba él, pero el resultado no lo había convencido. Aún así la foto salió publicada en una revista, que al año siguiente regaló a Garantía —ya era rutina reencontrarse después de tantos años persiguiéndolo— un día que lo encontró solo en su parcela. Ese día salió la foto, pero que le prestara la “jeta” no fue ninguna gauchada. Garantía le pidió un favor. Una foto por otra foto, una con el presidente. Afortunadamente, Gutiérrez había trabajado bastante en la campaña de Lacalle Herrera, así que le prometió a Garantía que iba a conversar al respecto, a lo que el gaucho le contesta: “No, él va a venir a mí”. Y así fue. Cuando estaban en el festival y Lacalle vio a Gutiérrez, se acercó a saludarlo y tuvo que saludar también a Garantía­. Se pusieron a conversar y les sacó la foto. Naides es más que naides.

El hábito no hace al monje ni el poncho al gaucho

Para la Patria­ Gaucha el paisano se disfraza, dice Gutiérrez­, mientras que de gaucho uno se viste todos los días. La única foto que se arrepiente de no haber incluido en el libro es una tomada frente al bar Facal, un gaucho cruzando por la cebra cual miembro de los Beatles, rodeado de oficinistas de camisa.

Ser gaucho es histórico y es contemporáneo, no tiene época. Y la distinción entre gaucho y paisano, para Pérez, “es letra chica“. “Es obvio que el gaucho original de la campaña, de una tierra sin alambrar, ese personaje puntual ya no existe, pero con él no se murió el gaucho”, señala, y menciona desde el inmigrante hasta el pescador, quienes, según ella, guardan la misma “esencia”.

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Un verdadero gaucho no bebe delante de uno sin ofrecerle también un trago

Un verdadero gaucho no bebe delante de uno sin ofrecerle también un trago

En la Patria Gaucha todos tienen la “cáscara gaucha”, pero algunos son gauchos y otros no, dependiendo de “lo que traen dentro”. “Una persona en Japón puede tener mucho más que ver con un gaucho que alguno de ellos, o un yuppie. Aunque no uses la boleadora, no vivas en el campo, la peleás todos los días. Cuidás de tu familia. Capaz tenés un botecito y salís a pescar. ¿Qué tan lejos está ese concepto del inmigrante que llegó con una mano adelante y la otra atrás?”, plantea la periodista.

Además, la gauchada no es patrimonio exclusivo del “gaucho gauchísimo”. Inmigrantes italianos y españoles también se ayudaban, como se ayudan en una colectividad religiosa o entre los miembros de un club. Es la esencia algo perdida del ser humano. Cada cual tiene sus batallas, pero la actitud con la que las afronte es lo que mantiene vivo a este ser gaucho etéreo aunque siempre vigente.