Frangella es nieta del fundador de Foto Frangella, que en 1923 se convirtió en el primer estudio fotográfico en introducir la fotografía a color en Latinoamérica. Su abuelo, Enrique Frangella, junto con su esposa, Margarita, que era pintora, alcanzó el éxito por sus trabajos, que utilizaban fondos diseñados por ella, quien además coloreaba retratos en blanco y negro. En 1965 fueron premiados en la Feria Mundial de Nueva York. Su hijo, padre de Mirella, también era fotógrafo y con la madre de ella, alemana, abrieron Photo Montevideo en Diepholz.
Acabó encontrando la respuesta en los rostros de la gente del campo, en su mirada, en su postura y, por supuesto, en sus palabras; elementos que decidió inmortalizar en las páginas de un libro a través de retratos y relatos en primera persona, cargados con la intención de reflejar la esencia y el carácter, las emociones y la historia de los entrevistados. La fotografía, dice Mirella, le da la oportunidad de transmitir información y sentimientos más allá del pensamiento. “La foto transporta un mensaje directamente a nuestros corazones”. Es una invitación a escuchar más allá del silencio y ver más allá de la vista, como lo es el mismo campo.
El libro. “Yo creo que el gaucho sigue existiendo, porque cuando uno precisa una mano y alguien va a cambio de nada, para nosotros eso es una gauchada, eso es una persona gaucha”. Este podría ser uno de los tantos conceptos que se desprende del libro, que está muy lejos de querer definir al gaucho, aunque sus “personajes” terminan haciéndolo de todas maneras.
Raíces vivas es una exploración de los orígenes, una ventanita a la vida de campo y una forma de rendirle homenaje; la manera que Mirella encontró para agradecer todas las gauchadas. Según ella, el foco está puesto en la identidad uruguaya a través de la autenticidad y naturalidad de las personas que la recibieron siempre de brazos abiertos.
Si bien gran parte de su contenido son retratos posados y mirando a cámara, Mirella contó a Galería que su trabajo tiene una importante intención documental, de ver y mostrar también los entornos y momentos compartidos durante su viaje. Por eso aparecen algunas fotografías de candiles, talabartería, paisajes y el interior de sus hogares. “Es la importancia de sentir el momento. Esos encuentros y conversaciones me producen una sensación de humildad y la certeza de que deberíamos escuchar más para entendernos mejor”, reflexionó.
La observación que hace Mirella es que, aunque lo parezca a primera vista, su libro (con textos en español y en inglés) no busca aportar una mirada sobre el gaucho sino sobre la cultura gaucha, y prefiere hablar de hombres y mujeres que viven en el campo y suscriben a la tradición que de gauchos.
No quiere romantizar la vida en el campo, que es “bastante dura”, pero sí inmortalizar valores que fue aprendiendo en el camino, como el de la palabra y el respeto, la incondicionalidad, y por qué no, el orgullo, que se transmiten de generación en generación más allá del arroyo Santa Lucía. Y es que para Mirella las tradiciones son lo que mantienen viva a una cultura. “Lo más bonito fue apreciar ese sentido de libertad, el amor que sienten por su tierra y darme cuenta de que la tradición crea comunidad”, contó la fotógrafa. Por alguna razón, el amor es una constante en casi todos los relatos de la mal concebida como huraña vida de campo. Desde el amor por las plantas, gallinas y caballos de los más jóvenes —encargados de los animales— hasta la dulzura de un “juntos para siempre” que comenzó con el regalo de una vaca entre Héctor y su esposa, Cesárea.
Héctor recorría casi 50 kilómetros a caballo para ir a ver a Cesárea. La experiencia. La primera vez que Mirella conoció el campo uruguayo fue en 2015, impulsada, además de por las historias de su padre y su abuelo, por un interés genuino en conocer si realmente el gaucho seguía existiendo. Siempre le interesaron las personas que tenían un mayor contacto con la tierra, así como las historias familiares. Esas que le enseñan a uno a escuchar, aprender y preguntar. “Se puede saber tanto a través de los tíos y los abuelos, eso quiero reivindicar”, contó.
Podría decirse que El Caraguatá también fue la inspiración de todo esto. Es un hombre del Montevideo rural —y personaje de Raíces— que describe al gaucho como un personaje “de acá”, espontáneo, atento, que “si tiene 10 pesos los comparte”, pero sobre todo, como un hombre de palabra. “Nosotros solo seguimos sus pasos”.
“La juventud tiene que ir mirnaod lo que fue el gaucho para aprender y para el futuro“, Gilberto Remigio Duarte, El Caraguatá. En 2017 Mirella decidió retomar su viaje que para ese entonces ya tomaba la forma de proyecto. Recorrió hasta 2023 varios departamentos del Uruguay profundo, entablando amistades y fascinándose con el campo. Se fue quedando en diferentes sitios desde las afueras de Montevideo, pasando por Mataojo y Pueblo Porvenir en Paysandú, Sauce Solo, Caraguatá, Valle Edén, Cuchilla de Laureles y Villa Tambores en Tacuarembó, hasta llegar a Las Rosas, Rivera, financiándose por ella misma y con el patrocinio de Canon para equipo fotográfico durante las primeras recorridas.
Si la luz se lo permitía, lo primero que hacía era la entrevista, aunque fuera muy consciente de que una simple conversación podía alterar significativamente la objetividad de la foto que sacara.
“El caballo tiene luz en sus ojos, un aprendizaje, una curación“, Roberto El Indio Rivero. Además de los retratos, el libro tiene algunos paisajes y fotos del cielo. “Incluí fotos del firmamento porque concibo que los cielos de acá son especiales. Durante la noche parece que todas las estrellas se reunieron sobre Uruguay para brillar juntas. Y en el día, las nubes son puras, los colores son suaves y en el atardecer el cielo se incendia con tonos únicos”, ilustró.
El futuro. Los rostros e historias que recopila el libro son muy variados en espacio y edades, pero la fotógrafa prefiere que el lector se concentre más en las similitudes que en las diferencias entre sus personajes, que radican en ese fuerte vínculo con este estilo de vida.
La brecha etaria no es tan relevante como la diferencia en el contexto socioeconómico que hay entre los más jóvenes y los más veteranos al momento en que eligieron dedicarse al campo. Antes casi que no cabía otra opción, la vida rural en Uruguay predominaba pero era cruda y arriesgada: crecer rápido entre muchos hermanos, compra y venta de terrenos y ganado, aprender de los animales y convivir desde chicos con la muerte.
“La muerte es una cosa difícil pero es parte de la vida. A veces uno le tiene miedo, pero ¿qué uno va a hacer?“, Angelina Armúa Rosa. Todo se centraba en la supervivencia; “eso formaba a las personas, hombres y mujeres, más firmes”, concluyó Mirella. Ahora los jóvenes tienen un abanico más amplio de posibilidades gracias a que crecen con las tecnologías, desde poder trasladarse a los centros educativos hasta tener acceso a electricidad y un teléfono celular.
Para muchos de ellos, dedicarse al campo sí es una opción más. Hoy tienen las herramientas para hacer muchas otras cosas, pero algunos son tan conscientes de la “gran niñez” que tuvieron que cuando se van del campo, en la mayoría de los casos a estudiar, deciden volver. Y no regresan con las manos vacías; la educación les provoca un cambio de cabeza necesario para continuar sosteniendo el trabajo de campo en próximas generaciones.
Por mencionar un ejemplo, los personajes más jóvenes de Raíces tienen una visión alternativa y crítica de algo tan arraigado como las jineteadas, a la vez que se embanderan con soluciones como la doma racional.
Según Mirella, en Montevideo piensan que ya no existe el gaucho. “Pero piensan en ese gaucho nómada, rudo, y no en el espíritu gaucho. En esa cultura que sigue más que presente en el país para adentro”, y que puede actualizarse.
Y aunque algunos, como el Caraguatá, digan que el mundo moderno está aplastando a los gauchos, este ímpetu no va a dejar de existir, solamente se irá transformando. “En Uruguay no va a desaparecer esta identidad que valora la vida originaria y el campo, los jóvenes tienen la opción hoy de conservarla, aprender de ella y adaptarla a nuestro tiempo. También de dejarla. Pero no van a ignorar la herencia de los ancestros, a muchos se los ve orgullosos de seguir las tradiciones de la familia”, desde plantar y cosechar semillas criollas hasta cuidar la imagen. Como el Repollo, de Pueblo Porvenir, que siempre anda bien vestido y la gente “lo relojea”: “Capaz que plata no voy a tener, pero ponerme una pilcha y andar con mi caballo limpio fue lo mío de toda la vida”, dice en el libro.
Raíces vivas, de Mirella fragella. Pla- neta, 136 páginas. 1.790 pesos. “Espero que esto sirva de inspiración para que otras personas desde sus propias disciplinas puedan encaminar la búsqueda de las huellas de sus ancestros, explorar las tradiciones y reflexionar sobre la forma de preservar los conocimientos del pasado e integrarlos a nuestro presente. Nada de lo que sea importante para nuestro futuro debería perderse”, concluye la autora.