“No solo luchamos contra una epidemia, sino también contra una infodemia”, advirtió Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, en la Conferencia sobre Seguridad en Múnich, el 15 de febrero de 2020.
La última pandemia reunió tres ingredientes que cambiaron el paisaje comunicacional para siempre: confinamiento, redes sociales y miedo; cuatro expertos reflexionan sobre las lecciones en comunicación que dejó el Covid-19
“No solo luchamos contra una epidemia, sino también contra una infodemia”, advirtió Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, en la Conferencia sobre Seguridad en Múnich, el 15 de febrero de 2020.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa palabra infodemia —una combinación entre información y epidemia— nació en 2003. La acuñó el periodista David Rothkopf en un artículo para The Washington Post, en plena epidemia de SARS. Ese mismo año, un joven Mark Zuckerberg lanzaba Facemash, su primer éxito y el prototipo de lo que luego sería Facebook.
La última pandemia global reunió tres ingredientes que cambiaron el paisaje comunicacional para siempre: confinamiento, redes sociales y miedo. En ese contexto, “las personas tenían muchísimo interés por conocer lo que pasaba. No había otra información. Era una información de vida o muerte”, recuerda Daniela Hirschfeld, periodista científica y responsable de Comunicación del Instituto Pasteur de Montevideo.
Comunicar a pesar de la incertidumbre se volvió una urgencia. “Había un mensaje a mandar, y era qué se sabía en ese momento”, dice. Pocas veces el interés por la ciencia y la necesidad de escuchar a la comunidad científica fue tan masivo.
A pesar de esto, los uruguayos en general mostraron alta confianza en la ciencia, en los profesionales de la salud y en los gobernantes. “Altísima”, enfatiza la psicóloga Alejandra López cuando se compara con datos mundiales.
López formó parte del Observatorio Socioeconómico y Comportamental del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) durante la crisis sanitaria. Una de las tareas encomendadas al observatorio fue medir cuánto confiaban los uruguayos en las instituciones en momentos de crisis.
“Tuvimos una adherencia muy alta de respuestas positivas, estamos hablando de arriba del 95% de confianza, con pequeñas variaciones en función de edad, sexo, género y nivel socioeconómico”, señala la docente e investigadora de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. Pero también se escuchaban “algunas voces” que se “expresaban antivacunas”.
Informar en tiempos de crisis no fue sencillo. Durante los primeros meses, nadie tenía todas las respuestas: cómo se propagaba el virus, qué lo causaba, de dónde venía. Y entre las dudas legítimas aparecieron versiones más dudosas. “Una de las teorías que circulaban era que el virus había surgido por una sopa de murciélago”, rememora Hirschfeld. También recuerda las consultas que recibía a medida que pasaban las semanas y señala que la desinformación en contextos de “incertidumbre” hacía difícil separar “la paja del trigo”.
Aquel interés inicial fue mutando. Con el paso de los meses, el confinamiento, la repetición de datos y el agotamiento emocional causaron “saturación”. Hirschfeld tenía la esperanza de que, una vez terminada la pandemia, la información científica se integrara con naturalidad al día a día cotidiano de los uruguayos. Pero eso no pasó.
Cinco años después, “cada vez es más fácil desinformar”, advierte el virólogo Gonzalo Moratorio, una de las caras más visibles de la ciencia uruguaya durante la emergencia sanitaria. Gonzalo vivió los efectos de la desinformación en carne propia: fue víctima de amenazas contra su persona y su familia y de campañas de odio en redes sociales. En 2021, Gonzalo presentó una denuncia por difamación e injurias contra Fernando Vega y Esteban Queimada, integrantes del movimiento antivacunas.
Mirando hacia atrás estos cinco años, Moratorio y Hirschfeld coinciden en el papel que jugó la desinformación y las dificultades de luchar contra ella, pero un tema divide a la comunicadora y al virólogo: las motivaciones detrás.
Para él, las motivaciones son claras: “La intención siempre es destruir”. Hirschfeld, en cambio, cree que detrás de muchos mensajes virales también hay miedo, dudas genuinas, confusión.
Lo que es claro es que la situación de vulnerabilidad abrió un panorama de oportunidades a quienes saben aprovecharse de la incertidumbre. La ciberdelincuencia encontró, de la mano de la desinformación y el avance de la inteligencia artificial, un terreno fértil.
El confinamiento en los hogares obligó a trabajadores e instituciones a adoptar modalidades virtuales para seguir funcionando y obligó a miles de personas a mudar su cotidianeidad en un entorno para el que nadie las entrenó: internet.
El trabajo remoto, las clases virtuales, los trámites online y la vida en la nube. “Las personas se conectaban con lo que podían y como podían. Eso generó una brecha enorme que fue aprovechada por la ciberdelincuencia”, explica Ethel Kornecki, especialista en ciberseguridad.
Una de las tareas que llevó adelante el GACH fue medir la percepción de riesgo de los uruguayos durante la pandemia. Alejandra recuerda que las primeras mediciones daban cifras bajas, pero esta percepción de riesgo se fue incrementando a medida que pasaron los meses, y tuvo uno de sus picos a mediados de 2021.
En ese contexto, el miedo se convirtió en un aliado de los estafadores. “¿Querés conseguir tu turno para vacunarte contra el covid-10?”, decía el asunto de un correo que llegó a las bandejas de entrada de algunos uruguayos. “La gente entraba como chorlito”, recuerda Kornecki, y señala que esa estrategia de los estafadores llevó a usuarios a caer víctimas de phishing.
Cinco años después, Uruguay sigue siendo, según ella, “un escenario muy fértil para la ciberdelincuencia”. Y las cifras de la Cámara Uruguaya de Tecnologías de la Información lo confirman: 54.220 usuarios en nuestro país perdieron información personal debido a ataques digitales y uno de cada 20 uruguayos perdió dinero debido a fraudes digitales en el último año.
Estos ataques no solo afectan a los usuarios, sino también a las instituciones. En nuestro país, 152.220 empresas desconocen el estado de su ciberseguridad y el 85% no cuentan con políticas documentadas de ciberseguridad. Por su parte, la Agencia de Gobierno Electrónico y Sociedad de la Información y del Conocimiento detectó 14.264 incidentes por ciberataques a órganos estatales en 2024: tres veces más casos que el año anterior y cinco veces más que en 2020.
Para Kornecki, los más vulnerables fueron los niños: “Tuvieron acceso a los dispositivos en etapas muy tempranas, pero no tuvieron ningún aprendizaje ni enseñanza con respecto a cómo acceder en forma segura”.
*La presente publicación ha sido financiada por la Unión Europea. Su contenido es responsabilidad exclusiva de Búsqueda y Chequeado y no refleja necesariamente los puntos de vista de la Unión Europea.