• Cotizaciones
    jueves 15 de mayo de 2025

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    Gracias por el fuego

    Ocurrió; se oficializó el mito y ya es parte de la historia; le guste a quien le guste; está ahí y lo estará por siempre despertando pasiones, sea desde el amor o el odio, pero nunca desde la indiferencia

    Director Periodístico de Búsqueda

    Pocas personas más uruguayas que Mario Benedetti, solía decir José Mujica. Recurría al escritor cuando quería describir una escena gris, oficinesca, cuando quería pintar una burocracia todopoderosa y omnipresente, como un Dios laico, vestido de Estado. Recordaba libros como Montevideanos, que leyó en su juventud y cuyos relatos le hicieron terminar de comprender la idiosincrasia de ese país que tanto quería y que tanto le dio a lo largo de su vida.

    No lo hacía como un halago ni como una crítica. Era una descripción de la realidad. Se refería a esa especie de angustia contenida de los uruguayos que Benedetti describía en sus obras, a esa sociedad amortiguadora de los cambios que explicaba el devenir de la penillanura levemente ondulada durante la segunda mitad del siglo XX y las primeras décadas del XXI.

    Hablaba con conocimiento de causa porque fue, en gran medida, esa idiosincrasia la que marcó la trama de su vida. Desde su juventud, cuando intentó destruirla al procurar llegar al poder por las armas, hasta sus últimos años, en los que logró ser presidente de la República y una de las voces más moderadas y conciliadoras dentro del Frente Amplio, por más que muchos lo vieron como uno de los principales representantes de la polarización del sistema político uruguayo.

    Su alimento cotidiano era la adrenalina y su característica más sobresaliente fue la pasión. Todos los pasos que dio durante sus casi 90 años estuvieron pautados por esa pulsión de exprimir su vida al máximo, sin desperdiciar ni un segundo. Muchas veces en el acierto y otras tantas en el error, vivió de forma plena.

    Lideró en su juventud una guerrilla que primero contó con apoyo popular pero luego se fue transformando en más violenta y extrema, separándose de su pueblo, y que fue derrotada rápidamente por las Fuerzas Armadas. Se equivocó. Fue un error al que mencionó como tal tiempo después, “con el diario del lunes”, pero que también justificó como consecuencia de un tiempo distinto.

    Lo pagó caro. Estuvo más de 12 años preso en condiciones inhumanas y nada pudo hacer cuando los militares dieron un golpe de Estado el 27 de junio de 1973. “No estaba cuando más se me necesitaba”, se quejaba después. Igual aprendió de los años de calabozos. Es más, hasta llegó a sostener que si no fuera por esa experiencia extrema y terrible hubiera sido una persona muy distinta, mucho peor. “Un nabo de mierda”, aseguraba.

    Capaz que ese tiempo de aislamiento le sirvió para comprender un poco mejor de qué estaba hecho y dónde le había tocado nacer y vivir. Porque después de que salió de la cárcel, según él, el día más importante de su vida (incluso más que en el que terminó su mandato presidencial), empezó un largo camino hacia la representación más profunda de la uruguayez.

    Con un olfato privilegiado, se dio cuenta en muy poco tiempo de que el camino indicado era el de las urnas y la mejor manera de llenarlas de votos a su favor era el contacto mano a mano. Lo hizo siempre desde su lugar, como un distinto. Fue eso lo que cultivó pero sin perder de vista el contexto del país en el que avanzaba, a paso lento pero seguro, hacia la cúspide del poder político. Se diferenció de todos sus demás colegas por su aspecto físico, su manera de vestirse y también por la forma de comunicarse. Su apuesta fue intentar mostrarse lo más auténtico posible, con sus luces y con sus sombras.

    Desde ahí fue todo un camino recto hacia la cúspide. Primero, como diputado, después, como senador, ministro, precandidato, candidato y, finalmente, presidente. Ese lugar que unos años antes había definido, fiel a su estilo, como una “verga” que no era para él.

    Capaz que no lo era, pero ocurrió. Y como presidente no pasó desapercibido ni mucho menos. Asumió con una popularidad histórica, con la máxima votación que había obtenido un postulante presidencial hasta ese momento, y después logró fama mundial, al ser definido en el exterior como “el presidente más pobre del mundo”. Él decía que no lo era pero se encargaba una vez por semana de mostrar a todos los medios extranjeros cómo y en dónde vivía. Un viejo zorro.

    Para los uruguayos fue ángel y demonio. Afuera era un referente, y adentro, un ídolo para una mitad y responsable de muchos de los males actuales para la otra. Pero nunca, nunca, causó indiferencia.

    Y envejeció bien. Por más que muchos crean lo contrario, llegó a entender esa polarización que generaba y supo retirarse a tiempo de la carrera presidencial. En 2019 estuvo a punto de ser candidato en lugar de Daniel Martínez, pero prefirió no correr la carrera. Lo hizo convencido de que tenía demasiados años y también de que contaba con muchos detractores como para ser el primer mandatario de todos los uruguayos. Puro sentido común, algo que siempre supo utilizar y mostrar muy bien.

    “Una oveja negra”, lo bautizamos con Ernesto Tulbovitz en el libro que escribimos registrando su pasaje por la presidencia. Una oveja negra al poder. Le gustó el título, se sentía identificado. El contenido del libro le dio satisfacciones y también dolores de cabeza a él y a algunos de sus aliados, como el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. Hasta fue utilizado por su principal adversario, Jair Bolsonaro, para desacreditarlo y hacerle un juicio político.

    Pero así era Mujica. El ruido mediático, las multitudes en el exterior, los escándalos, las idas y venidas, todo eso era parte de su vida cotidiana. También los cambios en su ideología y su pensamiento. En sus últimos meses se quejaba de los que se habían quedado en “los años 70”. De un lado y del otro. Muchos de los debates ideológicos en Uruguay y sus protagonistas viven en otra época, decía.

    También había empezado desde hace un tiempo a hablar un poco más de la muerte, de su muerte. Porque a la muerte siempre la tuvo cerca, desde niño, cuando perdió a su padre, o desde joven, en épocas de tupamaro clandestino. Pero sabía que ahora era su turno. Y que ya casi que era un mito viviente. Que formaba parte de la historia y que el trabajo ya estaba hecho.

    Sabía que moriría como había imaginado, como los “bichos del monte”, de forma natural, y que ese sería su último y gran “acto político”. Lo tenía en su cabeza. ¡Que velorio!, bromeaba. Uno internacional, multitudinario, y luego sus cenizas quedarían esparcidas en su chacra, bajo el árbol sequoia que plantó hace un tiempo con ese objetivo y donde está enterrada su perra Manuela.

    Ocurrió. Se oficializó el mito y ya es parte de la historia. Le guste a quien le guste. Está ahí y lo estará por siempre despertando pasiones, sea desde el amor o el odio, pero nunca desde la indiferencia.

    Por eso, corresponde terminar con una frase de Benedetti, ese escritor que para él era tan representativo de los uruguayos: gracias por el fuego, Pepe. Gracias por el fuego y hasta siempre.