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    No (solo) somos latinos

    Por regla general, la gente hiperpolitizada, esa que cree “votar bien” y en coherencia con sus intereses, suele ser gente cómodamente instalada en la clase media

    Columnista de Búsqueda

    Cuando su opción electoral pierde, una de las reacciones más habituales entre la gente hiperpolitizada es considerar que la gente “votó mal” o votó engañada. ¿Por qué acoto el asunto a la gente hiperpolitizada? Porque suelen ser quienes más radicalmente externalizan esa convicción absoluta de ser ellos quienes “votan bien” o perciben las cosas como de verdad son y, por ende, con toda naturalidad, votan lo que votan. Esos hiperpolitizados suelen ser militantes partidarios, aquellos académicos que analizan la política para confirmar sus prejuicios previos, algunos periodistas que hacen lo mismo que esos académicos y gente que considera que cualquier voto que no sea igual al suyo es resultado de la maldad del votante o del engaño al que este fue sometido.

    Esta mirada de tinte acusador se suele aplicar tanto a lo individual como a lo colectivo, entendidos estos colectivos como el reflejo unánime de tal o cual aspecto identitario. Así, se pudo leer que, por ejemplo, el apoyo de los latinos a Donald Trump en la última elección se debe a que “votaron mal” como latinos. “¿Cómo vas a votar a Trump que es justamente quien te quiere expulsar?”, era la pregunta más común entre estos hiperpolitizados analistas identitarios. En esta visión de las cosas, los latinos son percibidos como un bloque homogéneo, en donde la condición de latino sirve para explicar el voto tanto en un instante como a lo largo del tiempo, y por ello resulta contradictorio que esos latinos voten en contra de lo que, supone esta mirada, son sus auténticos intereses. El problema es, tal como ocurre con los derechos colectivos, ¿quién define al colectivo de pertenencia y qué cosas se supone que caracterizan a ese colectivo?

    Por regla general, la gente hiperpolitizada, esa que cree “votar bien” y en coherencia con sus intereses, suele ser gente cómodamente instalada en la clase media. Es gente que, salvo excepciones, no se ha visto forzada a migrar por razones económicas a otro país. Es decir, es gente que percibe a los latinos del ejemplo de manera puramente teórica y que conoce la experiencia migratoria solo a través de textos o imágenes. De ahí que carezca de una visión dinámica que sirva para entender la diversidad que la palabra latino tiene dentro de EE.UU. y se sorprenda cuando los latinos no votan lo que ellos creen que deberían votar.

    Irónicamente, la gente que percibe colectivos sólidos como rocas, en donde todos son movilizados de manera idéntica y absoluta por el color de su piel o por su sexualidad, suele ser la misma que considera que cada uno puede autopercibirse como aquello que mejor le haga sentir. Esta es una contradicción rarísima, ya que en el primer caso el individuo no existe en absoluto, sus acciones son siempre determinadas por una pertenencia grupal que es definida desde afuera (por obra y gracia de los hiperpolitizados, digamos), y mientras que en el segundo ese mismo individuo sobredeterminado puede autodefinirse como lo que le plazca en función de su deseo. Deseo que, por cierto, también suele ser decidido desde afuera, desde el activismo. Dicho todo esto, en realidad la contradicción parece ser resultado de la más pura chatarra intelectual, en donde todo es siempre definido por un grupo de iluminados que, por lo general, no pertenece a ninguno de aquellos grupos que define.

    Los latinos que viven en EE.UU. tienen más o menos la misma heterogeneidad interna que los no latinos. Es verdad que por su condición de inmigrantes o de hijos de inmigrantes tienen una mayor posibilidad de ser pobres que, pongamos, los nietos de irlandeses, que llegaron un rato antes. Pero ahí el factor diferencial no es el de ser latinos sino su clase social. Es decir, quizá el problema no es que “voten mal” sino que ese supuesto colectivo tiene en su seno una infinidad de cruces y factores que vuelven ineficaz la etnia como predictor de voto. Quizá la herramienta que está usando para intentar predecir su comportamiento electoral no sea la adecuada porque no releva aquello que quiere relevar ni tampoco describe de forma adecuada al grupo ni a sus integrantes por lo que realmente son, sino por aquello que es decidido desde su dogma académico y político.

    Leyéndolos desde la nueva victoria de Trump, medios de prensa que han asumido desde hace tiempo la mirada identitaria parecían haber descubierto que los latinos, además de ser latinos, también tienen billeteras y que las promesas económicas pueden pesar en sus elecciones más que el color de la piel o el origen. A esos medios solo les falta asumir que eso no es un problema de los votantes, sino un problema de su mirada analítica, para entonces poder volver a la década del 60 del siglo XX, cuando la vida material de las personas era colocada en el centro de cualquier intento analítico de la realidad más o menos serio.

    Un problema adicional de la mirada identitaria es que construye identidades que considera eternas: si uno es migrante, lo será por el resto de sus días, si uno es víctima, será definido por siempre como tal. Esa mirada no parece entender que para muchísimos migrantes e incluso para más víctimas la categoría no solo no los define, sino que activamente quieren abandonarla. La inmensa mayoría de las víctimas no quiere ser definida como tal, quiere ser reconocida como una persona tan completa como cualquier otra. Algo similar ocurre con los migrantes, que desean incorporarse al país de acogida y ser uno más. Los analistas identitarios hiperpolitizados se asombran de que muchos latinos de EE.UU. estén en contra de la migración masiva ilegal. Claro, no son sus trabajos de clase media los que quedan expuestos en esa línea de fuego. Los trabajos poco calificados de los latinos y los migrantes, en cambio, sí.

    En una entrevista realizada después de la victoria de Trump, el influyente pastor evangélico de origen puertorriqueño Samuel Rodríguez decía que el quiebre de los latinos con el Partido Demócrata se debía sobre todo a dos cosas. “No se puede permitir que entre 10 y 15 millones de personas entren ilegalmente en el país. Ninguna otra nación ha hecho eso jamás. Y se podría asumir que los latinos estamos a favor de las fronteras abiertas. ¿Adivina qué? No es así”. Y agregaba: “Hay una intrusión del gobierno tanto en nuestra fe como en nuestro aparato familiar. Por lo tanto, quiten las manos de nuestros niños y verán los resultados electorales en consecuencia”. Se trata entonces de economía y de valores familiares tradicionales, elementos que comparten con la mayoría que respaldó a Trump no en calidad de latinos sino de conservadores.

    En una vieja canción de los años 90, El Cuarteto de Nos ironizaba sobre la idea de “latino” que se vendía desde Miami y cantaba: “No me jodan más, no somos latinos, yo me crié acá en la Suiza del sur”. Quizá sea un buen momento para repensar cuántos espejitos analíticos de colores hemos venido comprando sin mucha reflexión y, parafraseando al Cuarteto, entender que no se es solo “latino” sino también muchas otras cosas.