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Vivimos en sociedades que enseñan a despreciar lo diferente, que alientan a la violencia hacia todos los cuerpos considerados menos, inferiores, sin importancia
Las aguas vivas están en el planeta desde hace más de 500 millones de años y figuran entre los animales más antiguos del mundo. Se encuentran en todos los ecosistemas marinos y cumplen un papel crucial en los océanos. Aunque hay algunas especies peligrosas, solo un bajísimo porcentaje tiene realmente la capacidad de matar a un ser humano. La enorme mayoría de las medusas son inofensivas para las personas.
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Las especies más peligrosas que llegan a las costas uruguayas son las que se conocen como relojito, fragata portuguesa o cubomedusa, aunque no aparecen todos los años y su presencia es más bien ocasional. Tal como explica en su página web el Ministerio de Ambiente, si los guardavidas detectan alguna de estas tres especies, “colocarán bandera sanitaria en la playa”. Desde la página ministerial tienen a bien recordar a la población: “Las medusas no son nuestras enemigas”.
Una de estas mañanas veraniegas de comienzo de año caminaba por la orilla del mar cuando escuché a un grupo de niños y niñas gritando: “¡Una agua viva, a matarla!”. Me fui acercando de a poco para poder contemplar por entero una escena que me resultó de lo más desagradable. Niñas y niños pequeños, de no más de siete años, rodeaban la masa gelatinosa que yacía en la orilla del mar y le tiraban puñados de arena, otros le pegaban con un palo, mientras proferían sonidos que funcionaban como arengas para el hecho que estaban consumando. “¿Están matando?”. Pregunté en forma retórica. “Sí, sí”, respondieron algunas voces. “Sí, porque nos molesta”, dijo el que parecía ser el más grande de los niños.
Sé que a muchas personas el hecho les puede parecer una tontería sin importancia, pero el nivel de violencia de la escena era espantoso. Rodear a un ser vivo en situación de absoluta indefensión, agredirlo con desprecio sin que haya hecho absolutamente nada y, además, gozar haciéndolo es básicamente la base de todo lo que está mal en la especie humana.
En Buenos Aires, el 10 de enero se conmemora el Día de las Mujeres Migrantes. La historia de violencia que da lugar a esta conmemoración se parece, de alguna forma y en otra escala, a la violencia voraz que reproducían esos pequeños matando al agua viva en la playa. El 10 de enero del año 2001 (es decir, 24 años atrás, no 15.000 años atrás), Marcelina Meneses se subió con su bebé de 10 meses a un tren suburbano de Buenos Aires, de la empresa Transportes Metropolitano Roca (TMR), porque precisaba llegar al hospital de Avellaneda.
Según cuenta Julio Giménez, el único testigo del caso, cuando Meneses se estaba por bajar rozó con sus bolsas a un pasajero de unos 65 años que le gritó: “¡Boliviana de mierda! ¡No mirás cuando caminás!”. Ella no dijo nada, pero los insultos se empezaron a multiplicar. “Fue una cosa de segundos”, declaró Giménez, “Se había sumado otra gente. Hubo más insultos y escucho que uno que estaba de ropa de Grafa le dice a un compañero: ‘¡Uy, Daniel, la puta que te parió, la empujaste!’”. El tren se detuvo. Los cuerpos de Meneses y de su bebé quedaron tirados en las vías del tren. Murieron ahí mismo. La empresa TMR sostuvo que Meneses fue atropellada mientras caminaba por las vías. El único testimonio fue el de Julio Giménez, quien contó que TMR lo intentó sobornar para que no testificara. Pero su testimonio fue descalificado y la causa se cerró. El caso continúa impune.
Vivimos en sociedades que enseñan a despreciar lo diferente, que alientan a la violencia hacia todos los cuerpos considerados menos, inferiores, sin importancia. Sean estos cuerpos de mujeres, de indígenas, de personas afrodescendientes, trans, migrantes, pobres o hasta de otras especies animales.
Niños pegando con palos el cuerpo de un agua viva, hombres violentando a una mujer migrante y su bebé hasta matarlos, policías asfixiando a un hombre negro hasta que deja de respirar, compañeros de rugby pateando a un hijo de inmigrantes paraguayos hasta reventarle el hígado, los intestinos, la cabeza. Disfrutar de matar a quien se cree que no merece vivir.
Empezar a enseñar a los niños y a las niñas el respeto por todas las formas de vida es una tarea urgente si queremos avanzar hacia un mundo más justo y menos violento. Aunque parezca algo tan simple como explicar que las aguas vivas también tienen derecho a vivir.