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Un asunto que se relaciona con los cargos de confianza es el de la continuidad o interrupción de los proyectos que se están ejecutando en un determinado período de gobierno
Hace unos días se hizo público que Diego Sanjurjo, dirigente y técnico del Partido Colorado, podría ser uno de los asesores del futuro Ministerio del Interior. Sanjurjo, un politólogo especializado en criminalística, es el actual coordinador del área de Estrategias Focalizadas de Prevención Policial del Delito dentro del Programa Integral de Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior. La noticia generó cierto revuelo en el ámbito político y también en ese caldito de cultivo de la radicalidad que llamamos redes sociales.
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En el ámbito político, Robert Silva, compañero de sector de Sanjurjo, se mostró complacido por su eventual designación. También el líder de Cabildo Abierto, Guido Manini Ríos, consideró positiva la integración del politólogo colorado. Incluso el actual ministro del Interior, Nicolás Martinelli, vio con buenos ojos que Sanjurjo integre el Ministerio del Interior en el próximo gobierno del Frente Amplio, ya que es alguien que tiene “mucho que aportar” a la cartera. No faltó quien rizara el rizo y concluyera, como el novel secretario general del Partido Colorado, Andrés Ojeda, que la continuidad de Sanjurjo podía leerse como un aval a la actual política de seguridad. El voto ciudadano, sin embargo, parece haber dicho otra cosa.
En las redes, como siempre, el asunto fue un poco más radical. Es verdad que hubo de todo, desde quienes aplaudieron, con mayor o menor entusiasmo, hasta quienes ironizaron sobre el sinsentido de votar al Frente Amplio para que “terminen gobernando los colorados” o quienes responsabilizaron a Sanjurjo por los homicidios que actualmente se cometen en el país. Como siempre, los comentarios más virulentos venían de cuentas con nombres como Quesemuerantodos82 o Amoloschakras2025, gente que se escuda en el anonimato para destilar su vacío y su bronca por vivir navegando en ese vacío. En todo caso, la situación fue considerada por todos como una noticia lo suficientemente relevante como para comentarla. Y sin embargo, si uno lo piensa dos segundos más allá de la lógica electoral, la permanencia de alguien que conoce la materia y ha propuesto cosas interesantes desde su posición de jerarca en el Estado debería parecerse más a la norma que a la excepción.
Lo cual nos lleva al relativamente espinoso asunto de los cargos políticos y/o de confianza: la confianza ¿es para con el ciudadano o para con el político que lo coloca en el cargo? La respuesta es evidente, la confianza es para con el político que coloca al señor o señora en el cargo. El ciudadano ni pica en la ecuación. Sin embargo, el ciudadano participa entusiasta del ping-pong en el que se discute la calidad de tal nombre en concreto, sin jamás cuestionar el asunto de fondo, que es al servicio de quién está dispuesta la mentada confianza del cargo. Es decir, el ciudadano participa de una suerte de simulacro democrático, como si realmente pudiera incidir en ese asunto, cuando en realidad todo, la decisión y su lógica, le pasa por el costado y se refiere solamente a la mejor preservación de los resortes del poder.
Dicho esto, Diego Sanjurjo tiene a su favor contar con una preparación muy técnica y específica para la tarea que viene ejerciendo y que, eventualmente, ejercería. Bajo su conducción se llevó a cabo el primer estudio uruguayo sobre reincidencia carcelaria, que estimó que, en los cuatro años posteriores a la liberación, el 70% de los expresos reincide en el delito. También es responsable del programa Barrios sin Violencia, que promovió la figura del “interruptor de violencia”, un mediador que intenta cortar los circuitos de violencia que afectan a las comunidades.
Otro asunto que se relaciona con los cargos de confianza es el de la continuidad o interrupción de los proyectos que se están ejecutando en un determinado período de gobierno. Pongamos que en un organismo estatal, digamos, la Biblioteca Nacional, se vienen ejecutando una serie de investigaciones académicas que la administración actual consideró relevantes para la institución. El del director de la Biblioteca es típicamente uno de los cargos de confianza de las administraciones. Como se preguntó antes: ¿de confianza para quién? Para la estabilidad del gobernante, no la calidad de vida del ciudadano. De allí que, cuando se produce un cambio de gobierno, por lo general se cambia el director de la Biblioteca Nacional, no importa qué tan buena haya sido su gestión. Y de allí que todas esas investigaciones académicas que se vienen llevando a cabo en determinada administración tengan una buena posibilidad de terminar colgadas de un pincel o, si no le interesan a la futura dirección, ser directamente abandonadas.
No sé si existe una estadística que contabilice la cantidad de dinero público que se tira a la basura gracias a estas interrupciones que nos parecen naturales, pero que no lo son. Basta con extrapolar el puñado de plata que se pierde en el ejemplo de la Biblioteca a la construcción de infraestructuras multimillonarias como para ponerse a temblar. Por ejemplo, la idea de construir una represa en tal o cual lugar, para la que se hizo hasta un estudio de factibilidad (plata tirada también), que termina siendo abandonada en pro de otra idea distinta que aún no se implementa del todo y que tiene serias chances (más plata tirada) de no implementarse debido al cambio de gobierno.
Como me dijo un amigo mexicano, “en estos ejemplos estás resumiendo la historia de los últimos 200 años de América Latina”. “¿En qué sentido?”, le pregunté. “En la imposibilidad de pensar políticas de Estado, al menos a mediano plazo, con el consiguiente despilfarro que eso provoca”, me contestó. Pero, claro, en un país en donde nos vanagloriamos de nuestros partidos centenarios y los votamos por tradición familiar, en donde parece que la pertenencia ideológica se puede medir en la cantidad de proyectos fallidos que se dejan por el camino, es difícil que alguien se tome en serio la tarea de tener políticas ordenadas en las que la ideología juegue el papel relativo y acotado que le corresponde. No se me ocurre nada más subdesarrollado que: 1) creer que se pueden tener dos políticas de infraestructuras, distribuidas según la ideología del gobierno; 2) que ninguna de esas dos políticas logre desplegarse de manera adecuada, dando confianza al ciudadano de que la obra se va a hacer; y 3) que, en medio de ese remar en dulce de leche ideológico, te agarre la peor sequía que recuerde la capital del país.
Una vieja canción de la banda uruguaya Polyester decía, en una de sus letras, “tiene cargo de confianza, tiene cargo de conciencia”. En la medida en que aceptemos como natural el despilfarro que se hace en cada cambio de administración solo por no ser capaces de coordinar, por ejemplo, una única política de infraestructuras (como hacer una represa y una desalinizadora), la confianza será solo para los políticos. En la medida en que esos cargos respondan a una lógica que solo sirve para afianzar la solidez partidaria, no habrá cargo de conciencia porque nadie se sentirá responsable ante la ciudadanía, solo ante su empleador.