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Francis Andreu: “Cantar tango de championes fue mi primera revolución”

Cumplió 40 años y los festeja con un concierto en el Sodre el 6 de junio; después de 22 años de carrera, mantiene su sonoridad acústica mientras explora otros géneros

Editora de Galería

“Cuando es pa’ ti ni aunque te quites y si no es pa’ ti, ni aunque te pongas”, dice la expresión que refiere a la idea de destino inevitable. Francis Andreu resume en esas palabras su carrera musical un tanto atípica. Es de las pocas artistas que nunca soñó con serlo. Soñaba con rescatar animales, viajar por el mundo y montar caballos toda la vida.

Con esa voz grave que irrumpió en la adolescencia —y que preocupó a su madre al punto de llevarla al médico para revisarle la garganta—, un día una Francis de 17 años cantó un tango en el café El Ciudadano, un género que a nadie de su familia le interesaba demasiado, salvo a su abuelo. Cantó y la escucharon. Y la invitaron a cantar de nuevo. Después, le pagaron por cantar. La invitaron a una gira por Chile y compartió escenarios junto a artistas de la talla del Canario Luna, Horacio Ferrer y los hermanos Ibarburu. De una importante disquera le ofrecieron firmar un contrato por 10 años para irse a Argentina. Lo rechazó; estaba en quinto de liceo y sus planes seguían siendo otros.

Francis estudió Administración Rural, empezó a manejar la empresa de cortinas de su familia y siguió cantando tango, siempre de jean, championes y remera. Nada de tacos ni otros artilugios. Bastaba con unas guitarras, su voz y su fresca pero intensa interpretación para llenar teatros.

Francis Andreu Triptico.jpg

Pocos días antes del espectáculo que dará en la sala principal del Auditorio del Sodre el 6 de junio, en el que recorrerá lo más entrañable de su trayectoria para celebrar sus 40 años, Francis se muestra sorprendida de seguir llenando teatros después de 22 años. “La gente que me sigue es lo más grande que hay, no puedo creer que me aguanten tanto la bocha”, dice desde el café que queda a pocas cuadras de la casa en donde vive con Coco, su perro. A simple vista, nada parece haber cambiado: en la entrevista viste jean, campera y championes, sigue administrando la empresa familiar, montando caballos y los animales, asegura, son su prioridad. Entre preguntas acerca de su evolución artística, aparecen su caballo “jubilado”, a quien mantiene en un “spa” (un campo de una señora que cuida animales rescatados, un “paraíso”, dice) y su perra Sofi, a quien no puede recordar sin que los ojos se le llenen de lágrimas. Parece la misma y, sin embargo, “todo cambió”, admite. Hoy es mucho más selectiva a la hora de elegir de quién rodearse y, hace algunos años, aceptó su destino: la música, que durante mucho tiempo fue un hobby, y se convirtió —junto con sus animales— en su otra fiel compañía. “Y espero que me acompañe hasta los 80”.

Cumplís 22 años de carrera. ¿Qué sentís al respecto?

Amor puro. Siempre que encaro un teatro grande, la gente no me deja sola. No sé si es porque me conocen de chiquita. No, no es eso, porque el público se renueva. Veo padres que iban con sus hijos y que hoy sus hijos llevan a sus hijos. Eso está buenísimo. Siento un amor incondicional y que en Uruguay siempre me van a apapachar, siempre voy a ser Francis.

El público se renueva, ¿cambian también sus expectativas sobre tus espectáculos?

El público uruguayo es tan divino conmigo que a mí me fuman todo. Siempre acompañó mis procesos y mis cambios, que siempre cayeron bien. En 2018 grabé el disco homenaje a Jaime Roos, y ahí fue la primera corrida del tango tradicional. Ya en el 2022 grabé un disco de boleros y rancheras, y cayó muy bien en la gente, gustó, más allá de que me abrió puertas en el exterior, algo que nunca me iba a imaginar, porque viste que uno piensa que el tango es re for export; no, el tango no es for export. El baile es for export. Pero el tango, esa melancolía, es muy rioplatense, muy nuestra.

¿Te referís a la interpretación cantada?

A la historia. La danza es vendible, pero el tango que canto yo, que es de entre el 40 y el 60, el que me gusta, es realmente muy pesado. Nosotros estamos acostumbrados porque somos así, somos melancólicos, pero en otras partes del mundo no. Descubrí que en México y en España tengo gente que me adora con este disco al que le puse Berretín, un término tanguero que significa “capricho”, porque el disco es eso. Me quise sacar las ganas de cantar boleros de María Martha Serra Lima, rancheras de José Alfredo Jiménez con las que alucino desde que soy una piba. Ese disco me dio la posibilidad de moverme distinto en el escenario, hasta físicamente aprendí cosas, porque cantando tango no bailás. Me di cuenta hace poco de esto. Ahora con los boleros hasta toco unas maracas. Logré que no me encasillaran y me puedo dar el gusto de cantar lo que me sale del corazón. Y nunca me dio miedo pensar en cómo iba a reaccionar la gente, porque me quiere, me cuida y me acompaña, es un vínculo rarísimo. Hay un respeto musical enorme, pero más que nada siento mucho amor. No sé si eso se puede poner en palabras. Tenés el partido ganado cuando sabés que pase lo que pase van a estar ahí. Pienso que ojalá pudiera devolverles un poquito de todo lo que me dan.

Francis Andreu

Con México tenés un vínculo especial.

Es un país que amo: su cultura, su música. Lo mismo que me pasó con el tango me pasó con la música mexicana. Me voló la cabeza y dije, como toda taurina obsesiva: lo voy a estudiar. La ranchera y el tango son contemporáneos, y es el tango de ellos, que no es tan bajón, porque es un tema cultural, de su sociedad. Me sorprendió cómo en México pegó ese disco. Me pasó de estar en Guanajuato en un teatro enorme cantando El último trago, y que en el estribillo el teatro entero se pare y se ponga a aplaudir. Yo, quebrada en llanto. Con México estoy haciendo un laburo. El año pasado me fui a grabar con un productor de mariachis que graba con Marc Anthony y con Pepe Aguilar, para tener la experiencia de grabar a la mexicana 100%. En España me sorprendió mucho cómo pegó el efecto del bolero. Hace cuatro años que voy muy seguido. Y les fascina. Hago un popurrí de todo, les mecho un tanguito y se recontraemocionan, pero no voy con la melancolía del tango durante 45 minutos.

¿Qué cambia al cantar en otros lugares?

Me pasó en la Plaza Mayor, que fui a cantar en el evento de la Hispanidad. Alrededor está lleno de postigones. Cantando El último trago la gente abría los postigones, sacaba las copas, saludaba. En Garganta con arena, esos postigones empezaron: clac, clac, clac, a cerrarse. A ese nivel. En el exterior trato de hacer un show que tenga de todo un poco, inclusive de Jaime. En el disco de Jaime me apropié mucho de sus canciones, lo digo con tranquilidad porque él me deja (risas). En los festivales del interior también tenés que ir medio para arriba, no podés ir con tangos que te maten.

¿Cómo te proyectás a escala internacional?

Ahora me estoy proyectando en México, con mi música, no con otra cosa. No es que ahora quiero cantar con autotune para llegar a algún lado. No. Me refiero a la naturalidad de los instrumentos, a cuidar la música. Traté de aggiornarme con todo esto de la música nueva porque tengo sobrinos chicos y es una forma de vincularte. Conozco todos los temas de Karol­ G, de Tini. Y a veces pienso: cuánto talento, qué lástima que no usan instrumentos. ¿Por qué nos estamos alejando así de la música? Me encantaría, con la música que hago yo, que es acústica, de cuerdas, con una sonoridad mágica, lograr cosas. No quiero lograr cosas por el camino de que me digan: cuchá, ¿por qué no hacés esto y conquistamos tal mercado?

Sería el camino más fácil.

A eso le digo no (ríe). Siento que a esta edad no podés mentirte a vos misma. Es un tema de valorar lo real, son momentos, porque esto también pasa. Hay un tango que se llama El firulete. (Canta).

Qué te ha dicho, che, pebete

Que pasó el tiempo del firulete

Por más que ronquen los merengues

Y que hay congas

Siempre es buen tiempo

Pa’ la milonga

En esa época (1958), el tango se estaba muriendo también, y venían otras cosas. El Club del Clan, Palito (Ortega). Algunos dijeron: salgamos a defender esto, por favor. Hicieron El firulete y el tango volvió un poco a su lugar. Esto va pasando, porque salen cosas nuevas, y muchas quedan, pero muchas no. De tu niñez para atrás, la mitad ya no existen. Eso es falta de esencia, de claridad, de saber para dónde querés ir.

¿Sentís que ahora el tango corre ese riesgo y que tiene un rol en mantener vivo el género?

Creo que nosotros no defendemos tanto el tango como los argentinos. La intendencia hacía un festival de tango que le salía espectacular. Eso se cortó. En Argentina el tango no muere nunca. Acá se apaga, pero al mismo tiempo yo no me puedo quejar. Siento que no puedo decir que el tango se vino abajo, porque la gente me va a ver cantar y lleno teatros. Siento que desde mi lugar no muestra humildad decirlo, pero sí, el tango está en peligro. En Montevideo se apoya más el rock, la movida cool, pero no hay festivales de tango o de bolero. En Argentina tenés festivales de tango una vez por semana. Es el empuje y el valor que le das a algo de tu ciudad.

Además, como artista, sostenerse no es fácil. Hacer un Sodre es una patriada, ¡es un laburo! Al mismo tiempo, para mantener el tango o la cultura de raíz viva, tenés que hacer una producción por año. Y es muy difícil, es una remada muy grande. Si la remás y la gente no te acompaña, te quemás con leche y no lo hacés más. A mí nunca me pasó, tengo la suerte de que la gente me acompaña. Y no sé si es por el tango, no lo sé.

¿No podés explicarlo?

No. No sé. Antes pensaba que era cantante de tango. Cuando empecé a cantar otra cosa e igual se llenaron los teatros, dije: ¡eh! ¡No soy solo cantante de tango! Está bueno no estar encasillada en algo, porque nosotros somos muy de encasillar. Siento que la música me dio más alegrías que tristezas, más amigos que enemigos, y espero que me acompañe hasta los 80.

Francis Andreu

En otros géneros, como el candombe, surgieron fusiones con otros estilos. ¿Te imaginás al tango resurgiendo de esa manera?

El candombe es más cool y se fusiona más con el pop, el rock, el rap. Hay fusiones que me encantan; en el tango, particularmente, me golpea un poco, soy un poco conservadora con el tango que escucho: fan del Sexteto Mayor, de la Orquesta Típica de Aníbal Troilo. Para mí, el tango es eso. Capaz que no tengo la madurez musical para entenderlo, porque tampoco entiendo mucho la música electrónica, no conecto, no me pasa nada. Seguramente soy un alma vieja en una mina de 40. El trap está buenísimo, me parece que es una movida de presión cultural que los guachos de ahora necesitan y está buenísimo que haya una música que transmita la idea de que la juventud se exprese. Creo que estaría bueno cuidar un poquito más la musicalidad, para que no deje de ser música.

¿En qué cambió la Francis Andreu de 40 de la que arrancaba con 16, 17 años?

En todo (risas). Empecé a cantar tomándolo como un hobby, algo recontradivertido. No sabía que cantaba, mis sueños eran rescatar animales, montar caballos, viajar por el mundo. Hay niños que ves y decís: este va a ser artista. No era mi caso.

¿Nadie lo sospechó, con la voz que tenés?

Con la voz que tengo, con 12 años mi vieja pensó que estaba enferma y me llevó a hacer análisis de la garganta. Hasta que un doctor le dijo: ¡es la voz de la niña! Pero en estos años cambió todo. Mi vínculo con la música, con la carrera y cómo me la tomo. A los 17 todo te lo tomás más liviano. Reaccioné en que quería darle bola con el disco de Jaime, o un poquito antes. Terminé de estudiar, me recibí de administradora rural, administro la empresa familiar. La música nunca fue el 100% de mi vida, nunca quise que fuera así. Siempre tuvo lugar, pero ese lugar fue mutando. Cuando la música entró en mi vida y me empezó a divertir, viajaba con músicos regrosos, cobraba guita y decía: esto está bien. Pero estaba en quinto de liceo. De hecho, rechacé un contrato por 10 años para irme a Argentina con la mejor disquera de allá. Realmente no lo buscaba. Pero como dice el dicho colombiano: “Cuando es pa’ ti ni aunque te quites y si no es pa’ ti, ni aunque te pongas”. A mí me pasó eso con la música. Fue un hobby, después un hobby que empecé a cuidar porque siempre fui obsesiva con cumplir y con la responsabilidad. Si tenía examen y show, bajaba el show y daba el examen. Me sirvió un montón al final estudiar y manejar una empresa.

¿En qué te ayuda manejar la empresa familiar?

Te da una visión del mercado, viajo a comprar telas, hago negocios con brasileros, con chinos. Eso te da una cancha; no es lo mismo la música que las cortinas, pero la manera empresarial de ver las cosas, sí. Te hace tomar determinadas decisiones que si no estás al tanto de cómo funciona una empresa, capaz que la embarrás.

No debe ser fácil para los artistas verse también como empresarios. ¿Cómo se logra ese equilibrio?

Por lo menos tenés que encontrar un aliado que sepa venderte y que a vos te guste cómo te venda, que labure bien y sea tu socio, y para tener un socio tenés que saber tener una empresa, porque si no, es muy difícil. Con Lea (Ben Sasson) encontré esa sociedad y hace 17 años que estamos juntas. El laburo de empresaria lo tiene ella, que me trae las cosas cocinadas. Somos un equipazo. Pero creo que no podría ser solo artista.

Francis Andreu

Durante años cantaste de jean y remera, pero en el afiche de tu espectáculo se te ve rodeada de brillo. ¿Qué buscás transmitir con este aparente cambio de imagen?

Son los 40, ¡una diva! (risas). Canté de championes muchos años. Estaba tan lindo lo que hacía musicalmente que ¿por qué me tenía que poner tacos y medias de red? Me resistía. Esa fue mi primera revolución, porque en esa época se asociaba mucho el tango con la pollera, la media de red. Muchos decían: qué divina, qué descontracturada, pero otros me daban palo por eso. Después te vas poniendo grande y ya es otra responsabilidad vestirte, querés verte bien, es un tema. Creo que la evolución fue enorme.

¿Qué no cambió?

No sabés lo que disfruto de la magia sonora cuando arranca el show. Es tan increíble lo que me pasa. Me cago hasta las patas como siempre; si no duermo 10 horas el día antes, siento que me va a salir mal. En eso sigo igual. Soy fumadora y el alcohol lo elimino una semana antes de los shows. Me cuido. Eso siempre lo hice. Ahora creo que le doy más bola a la ropa. Una señora de 40 años cantando de championes… qué atrevida, no estaría bien (risas). Ahora me van a hacer un vestido con todo el swing. Una Francis poderosa, cuarentona.

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Más allá de tus presentaciones por el mundo, ¿te imaginás viviendo en otro lado?

Ya estuve mucho tiempo en Argentina. Viajo mucho, no me siento atada a ningún lado. Si me tengo que ir tres meses a España, voy. Uruguay, que me encanta, es la comodidad de los amigos, de la familia, del cariño en todos lados. Montevideo a mí me abraza todo el tiempo, es divino estar acá para mí, porque es solo buena onda lo que recibís, pero no tengo ese arraigo. Ahora tengo solo un perro, que tampoco me ata porque me los llevo. Siempre tuve cuatro perros. (Muestra un tatuaje en la muñeca). Este se me murió cuando estaba de gira de un infarto y me lo tatué. A Sofía (muestra una placa con su nombre entre sus llaves) la tuve que dormir con 17 años el año pasado. Ahora estoy solo con Coco, que está con artrosis. Lo usaban para entrenar perros pitbull de pelea. Estuve metida en quilombos con la Policía, saqué miles de perros, todos con raquitismo. A Coco lo iba a dar, pero estaba tan lastimado emocionalmente que dije: lo tengo que ayudar yo. Se hacía pipí del miedo, tenía pavor. Se acercaba un hombre y era una tortura. Tuve que hacer que mi familia viniera de capucha y gorro para que Coco no se asustara. Ahora está con tratamiento de la cadera. No sé por qué te estoy hablando de él. ¡Ah!, porque si me pinta irme me lo llevo.

¿Qué lugar ocupa en tu vida el bienestar animal?

El primero. Es una bandera que nunca voy a dejar de flamear. Ellos me dan mucho más de lo que yo les doy. Tengo esa bandera desde niña. Adopción, castración. Responsabilidad. Son prioridad. Adoro a los animales, me hacen mucho bien, entiendo que tenemos muchísimo para aprender de ellos, están mucho más avanzados que nosotros.

Si encuentro un animal que me necesita, yo lo agarro. Después veo. El otro día agarré una perrita que estaba lastimada, vi que no tenía dientes. Pensé que era por viejita, me dijeron que era rotura de mandíbula. La tiraron de un carro. Podés creer que a los tres días la coloqué, con una doctora que se fue a vivir a Maldonado, que le dije: esto es un tema, al perro hay que cocinarle, no puede comer ración. La gente no te agarra perros así. Me dijo: me enamoré, no me expliques más. Y ahora la lleva para todos lados como a una niña burguesa. Yo todavía no superé mucho lo de Sofi. Cada vez que se me muere uno, entierro un pedazo de mi alma. Es la estafa al amor más grande. Viven muy poco.

Has dicho que no querés tener hijos. ¿Sentís que los demás esperan que expliques tu decisión? Algo que no se les pide a los hombres ni a quienes quieren ser madres.

No. Estuve de novia desde los 17 hasta los 25, él quería ser papá y yo no. Ahí me di cuenta de que no quería ser madre. En octubre del año pasado fui a una nota con Jorge Traverso, que lo quería mucho y estoy muy triste por su muerte, y me felicitó por eso. Me llamó la atención, porque me lo decía como un piropo. “Fuiste una mujer muy valiente al decir que no querías ser madre, porque a veces eso no es comprendido”.

No siento la necesidad. Me dicen: congelate unos ovulitos. ¡Ni en pedo! Me voy a recorrer el mundo, ¿qué congelar óvulos? De nada estoy más convencida. Capaz es un poco egoísta, pero quiero ser libre. Durante años se idealizó mucho la maternidad. Si lo elegís está buenísimo. Si no, también. La gente te dice: pah, qué soledad si no querés ser madre, te imagino un domingo sola. Mis domingos están de más. Viví nueve años con alguien, ya jugué a eso. Cuando llegás a una edad en que lográs tener tu casa, tu estabilidad, es un gran paso a la libertad. ¡Y estoy tan bien!

Fotos: Mauricio Rodríguez

Asistente de fotografía: Gastón De Armas

Producción: Sofía Miranda Montero

Maquillaje y pelo: Pau Melgar

Agradecemos a Mango por su colaboración en esta producción