Jose Fabini
Estudió los movimientos de Al Pacino, Robert de Niro, Dustin Hoffman, Brendan Fraser, y aprendió de todos ellos
Adrián Echeverriaga
Tu primera publicación en Instagram es una foto tuya de más chiquito, vistiendo un traje dorado de lentejuelas que te quedaba grande, lentes con brillo, parado delante de un micrófono. ¿Desde cuándo sos así?
(Risas) Es que soy cero selfies, subo eso. Ahí tenía 12 años. Siempre me encantó la música. Mi cuadro de Elton John me lo traje de cuando fui a verlo en su penúltimo recital, de casualidad, habíamos estado en Suiza y mi mamá me dio la sorpresa. En realidad estos objetos así se los dan a los VIP, pero una chica que salía de ahí me vio que yo estaba destrozado llorando, me dijo que nunca había visto a alguien tan chico —claro, pelo honguito, 15 años…— tan fanático de Elton, que me lo merecía más que ella, y me lo dio. La cosa es que desde muy chico soy de jugar a interpretar a los artistas que me gustaban, me divertía hacer de Paul McCartney. Y siempre estaba en mi mundo, cantando canciones y jugando a ser ellos. Les copiaba las caras, me vestía igualito y hasta me cortaba el pelo como ellos. Tengo déficit de atención, algo en lo que tuve que trabajar, y ya sé que salto de una cosa a la otra, pero siento que eso de estar en una nube, de ser muy disperso, también me sumó a la creatividad.
¿Te cuesta aprenderte los guiones?
Cuando logro sentarme y estudiar aprendo bien. Leo muchas veces. Pero también voy aprendiendo de los demás, aprendo técnicas de ver escenas de otro y voy formando la mía. A veces me grabo. Puede ser leyendo el diálogo del resto y que mi parte quede en silencio, así me la aprendo y la digo, y ensayo cada vez que reproduzco. O también grabándome a mí y escuchándolo una y otra vez. A veces te anotás cosas, movimientos que te salen naturalmente una vez pero que quedan buenos.
Decís que empezó como un juego, ¿cuándo apareció la actuación como algo vocacional?
Apareció como una llama que ilumina el alma, como una musa. Y creo que nunca fue un juego en realidad. Siempre quise ser músico, nunca compuse —mis compañeros de Margarita que componen y son actores a la vez me animan a que lo haga, que las primeras canciones siempre van a ser horribles, que no me preocupe—, pero la música estuvo desde chico. Sin embargo, cuando empecé con la actuación no me replanteé nada, siempre supe que me iba a dedicar a lo artístico. Empecé a actuar a los 12, no sabía nada de cine, hasta que vi a Jim Carrey en La máscara y dije “quiero hacer esto”. Yo podía hacer ese tipo de cosas. Los divagues que hacía… Es la metáfora de los personajes en la comedia del arte, eso de que vos te ponés una máscara y sos otra persona, eso es actuar. La máscara en sí plantea todo un ejercicio, porque te quita la parte donde tenés mayor expresividad, que es la cara, y te obliga a encontrar otras maneras de encarnar a un personaje. Y hay que tener cuidado porque una cosa es el cine, que te están enfocando en un cuadro cerradito, y otra cosa es el teatro, donde le tenés que llegar hasta a la persona en la última fila. A mí siempre me piden que baje, me voy muy arriba, me cargo de mucha emoción, y un poco arranqué en teatro imitándolo a él (Carrey), la corporalidad que tiene en esa película. Pero tengo que aprender a adaptarme a cada situación, como en la vida misma.
A mí siempre me piden que baje, me voy muy arriba, me cargo de mucha emoción A mí siempre me piden que baje, me voy muy arriba, me cargo de mucha emoción
¿A partir de ahí empezaste tu búsqueda y a desarrollarte más y solo?
Después le di de bomba a Jack Nicholson, un loco también muy expresivo, le copiaba hasta la ceja, y él fue el que me introdujo al mundo del cine clásico, más de culto. Era una escuela y una calle sin salida. Como Tarantino había dicho que su peli favorita era Taxi Driver, allá iba yo a ver Taxi Driver… Estudié los movimientos de Al Pacino, Robert de Niro, Dustin Hoffman, Brendan Fraser. Los amo. Aprendí de todos.
¿Por qué no te animabas a audicionar para Margarita?
Audicioné para entrar a la escuela de Cris Morena, no para Margarita, pero no le veía chance porque yo era más chico que la edad que pedían. Y ahí estaban mis viejos que me decían “¿pero mirá si te ven y les gustás para otra cosa?”, y fue exactamente lo que pasó.
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Adrián Echeverriaga
¿Qué es entonces para vos la actuación?
Es una forma de comprender la humanidad, de vivir la vida distinto, porque estás viviendo la vida de otro. Creando vida también. Sos el que lo vuelve realidad sumándole toda la humanidad que un personaje de ficción pueda tener.
Justo el papel de Sasha estaba hecho a tu medida…
Sí, yo quería hacer cosas un poco distintas y ellos mismos me pidieron que me quedara como estoy. Igual alguna cosita metí. La primera temporada lo hice muy relajado, muy similar a mí. En esta otra seguimos siendo parecidos pero tiene otros matices, lo hice más calentón. Me detuve a buscar los detalles en cada escena, para darle más humanidad, realidad. ¿Qué hacés cuando estás embolado? Boludeás con algún objeto, molestás a alguien… Sasha se aburre fácil, entonces lo vas a ver hacer mucho eso. Es un nene, tiene 14 años, muy hiperactivo. Pero también está empezando a ser adolescente, entonces se enoja más, sufre cambios de humor drásticos, te odia, te quiere, sin dejar de ser el gran carismático de siempre. También le fui probando cosas que vi en otros lados. Por ejemplo, en una escena, un movimiento de cabeza que quedó rebién lo saqué de Gardel. Le voy haciendo cositas para no dejarlo morir en que soy yo. Además, él es fanático de las redes sociales y yo no. Es chusma. También le encanta llamar la atención, en eso sí nos parecemos.
¿Y qué pasa cuando, por el contrario de Sasha, te toca meterte en un Charly García, que se para bien diferente a vos? ¿Por dónde se empieza a entrar en personaje?
Charly justo se escucha en casa, por mi viejo. Pero esos son los personajes que disfruto más todavía, porque te obligan a ir encontrándole la manera de que encaje. Es un laburo. Timothée Chalamet tuvo una preparación de cinco años para hacer de Bob Dylan —a mí me encantaría hacer una biopic—. Yo creo que terminé de forjar la manera de interpretar con el personaje de Julián, en Lucy… ¿Viste cómo en Margarita me pedían menos? Bueno, acá me pedían más más más y me encantó. Pero no era solo más de cara, porque tenía que agregar un cuerpo que acompañara todas las expresiones que yo estaba haciendo. Era casi caricaturesco. Ese guion, si querés naturalidad, no existe. Pero lo que logramos con Lucy era justamente que lo raro se viera natural. Y a eso le tuve que poner pila de cabeza, descubrí lo mucho que ayuda ver videos y me veía videos de los arlequines… Esa misma técnica la usé para hacer de Charly, vi todas las entrevistas, todos los recitales. Me estudié todos sus movimientos, de mano, de muñeca, cómo se acomodaba los lentes… Y después caminaba en casa como él. Me encanta imitar o imaginarme cómo se ven caminando y salir a hacerlo en serio a la calle para sentir cómo miran el mundo.
¿Tu lugar de ensayo es tu casa?
Sí, mi cuarto o el living cuando estoy solo. No lo hago frente al espejo porque me acuerdo de que una profesora me dijo que eso le quitaba realismo, te querés ver tanto que te empezás a comer vos solo. Volé el espejo.
¿Qué te cuesta más, interpretar a un personaje que existe pero no se parece en nada a vos o ser el primero en darle vida a un personaje ficticio?
Yo creo que me cuesta más el ficticio ¡¿eh?!, a menos que tenga que interpretar, no sé, a Isaac Newton, que además de sus leyes y algún retrato no existen registros de estos detalles que yo te digo. ¿Cómo caminaba Newton? Ni idea. Por lo demás, interpretar me cuesta menos. Hasta ahora hice de artistas que le podés ir agarrando la voz, los gestos, la sonrisa. Y yo soy muy perfeccionista, hasta que no me sale igualito no paro. Tengo a mi papá que me ayuda mucho, me hace los ajustes de un poquito más, un poquito menos, cosas que te cuesta escuchar porque que te digan que lo estás haciendo mal después de rato encerrado ensayando te cae pesado.
Me encanta imitar o imaginarme cómo se ven caminando y salir a hacerlo en serio a la calle para sentir cómo miran el mundo Me encanta imitar o imaginarme cómo se ven caminando y salir a hacerlo en serio a la calle para sentir cómo miran el mundo
José Fabini Scheck, a la figura de Eduardo Fabini, billete de cien pesos uruguayos, ¿la sentiste como una carga o una suerte de inspiración?
El tatarabuelo (Eduardo Fabini) fue el ilustre, el podio, pero después de él nadie en mi familia fue artista. Papá podría haber sido un gran actor, pero cada uno hizo el camino que quiso. A veces lo escuchamos a Fabini. Papá me insiste con que vuelva a escuchar música clásica, antes la reescuchaba de chico y ahora la redisfruto también pero agarré por otro lado. Lo que pasa es que en esta familia se escucha todo: desde Mozart, pasando por la música brasileña, bossa nova, hasta el rock. Pero mi vieja es rolinga, el viejo, fan de AC/DC, y yo también me fui expandiendo a Beatles, Creedence, Rolling Stones. Se me inculcó. Mi hermana menor es el experimento fallido a la que le gusta más la música actual (risas). Mejor educación no podemos tener. La música siempre es un tema de conversación en casa.
¿Tocás algún instrumento?
Estoy tocando la guitarra. No estoy yendo a clase pero estoy aprendiendo a tocar por mi cuenta, acústica y eléctrica. Probé piano una vez pero es un huevo, y ahora estoy aprendiendo a tocar la armónica.
¿Y qué hacés cuando algo no te sale como querés?
Lamentablemente soy muy autoexigente y competitivo. Me gusta ganar. En Tu cara me suena, que no gané, fue raro porque me quedé tranquilo, porque lo había dado todo. Pero si hubiese dado un 99%, si hubiese sentido que por más mínimo que sea hice algo mal, me hubiera comido la cabeza. Soy de comerme la cabeza. Pero hay que entender que bueno, no todo el tiempo se puede ganar. Y aprendés mucho más de perder que de ganar.
¿Cómo te llevás con la visibilidad?
Lo llevo bastante bien. Se me acerca gente, me llegan mensajes, comentarios, y yo likeo todo. Me piden alguna foto y yo me saco, me copa. Obviamente, hay veces que estás más cansado que otras pero lo hacés igual, no está bueno contagiar negatividad, y en una de esas capaz te cambian el día. Me han hecho alguna pulserita también, cosas así, son divinas. La peor parte creo que es el liceo, no por mi clase, pero me acuerdo de una vez que me quedé en horario de primaria y claro, es el público de Margarita. Me conocían todos. No me iba más, me retuvieron ahí (risas).
¿Qué te exige más: ser artista o ser joven?
Son dificilísimas las dos. Cuando la gente te dice “sos una promesa” es algo muy fuerte, seas jugador de fútbol o artista. Me engrandece, porque además yo sé que puedo ir por más, pero te lo tenés que tomar así de bien. Porque si te lo tomás como un peso, se puede ir todo para abajo. Si habrá futbolistas que se ponen la presión de ser el próximo Messi y esa misma presión es la que los mata.
Y si tuvieras que definirte sin decir tu edad, tus logros ni hacer referencia a tus personajes, ¿qué dirías? ¡Buah! ¡Qué pregunta! Creo que despegarnos de esas cosas a todos nos cuesta. Pienso que soy una persona que está acá para disfrutar del arte que hay en el mundo y poder transformarlo. Incorporarlo en todo: en el trabajo, con la familia, en el amor. Dejarme encantar por las cosas bellas, aunque haya muchas que no lo sean.