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Adrián Echeverriaga
¿Cómo fue estar expuesta desde tan chica, ser conocida, la chica de la tele?
Nunca en la vida me molestó ni me agrandó; era como mi hábitat natural, como mi lugar. En la escuela no era “mirá, la de la tele”, era Paola. Lo único distinto era que los lunes llegaba con Ricardito. Porque me pagaban con una bolsa llena de golosinas y con juguetes, que eran los que estaban de moda. Era lo máximo. Después me empezaron a pagar 25 pesos; 25 pesos y una bolsa de golosinas. Hasta el día de hoy estoy empachada de Ricardito, de Merienda. Tenía la facilidad de que llegaba (a la escuela) y siempre tenía para regalar las cosas que salían en la tele.
¿Y en el liceo tampoco te influyó en tus vínculos?
Tampoco. Mirá, en el único lugar que la sufrí fue con la profesora de Química de cuarto. La encontré hace no mucho y se lo dije en la cara. Le dije: “Vos me hiciste sufrir como no me hizo sufrir nunca nadie”. Porque me tomó idea desde que me vio: “Si trabajás en la tele, para mí es lo mismo”. Nadie nunca me dijo nada. Nadie nunca me trató distinto. Lo que sí me pasaba de adolescente era que cuando iba a bailar, si alguno venía y me decía que estaba buena siempre pensaba que era porque era la de la tele. Como un trauma salado de que en realidad no me estaban mirando porque les gustara, sino porque pensaban que era distinta. Porque siempre me decían “ah, pero vos sos Paola”. Yo no tomo alcohol porque no me gusta. Pero creo que en el fondo también siempre me cuidé de no hacer ningún papelón. Porque era una figura y era una formadora de opinión, si se quiere, porque trabajábamos en un programa que era muy visto. Ahora me doy cuenta, siendo mamá de adolescentes, de que yo era conductora con 14, 15 años. Es una locura.
¿Cómo percibís los cambios de la televisión desde que empezaste?
Todo cambió muchísimo. Antes los programas… Maxianimados estuvo 11 años y ahora es raro que un programa dure tanto. Las tandas, cambió la comunicación. Cuando empecé no había... Me siento Cristina Morán. No le llego ni a los talones a ella, pero es que cambió tanto todo. No había redes sociales, a mí me mandaban cartas. Y cartas desde el interior. Ahora es todo mucho más rápido, mucho más ágil. Y lo que me da lástima es que no haya programas de humor. La culpa es de Colón es un programa de humor, pero no es el típico programa de humor que se hacía con sketches, con escenografía. Eso me parece que falta. Y después hubo pila de cosas que cambiaron, pero para bien también.
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Adrián Echeverriaga
Has dicho que te gustaría volver a la televisión. ¿Qué extrañás?
Si me contratan y si llegamos a un acuerdo, volvería. Pero volver por volver, no.
¿Qué te gustaría hacer?
A mí me gusta el entretenimiento. Me gusta la conducción. Me han llamado para hacer otras cosas que no es lo que quiero hacer. Me pasó que durante muchos años me ofrecían hacer programas diarios y yo decía que no, porque pensaba que era una picadora de carne salir todos los días en vivo, porque es indudable que te vas a equivocar en un momento. Hasta que dije que sí con El show de la tarde y lo amé. Fue una de las cosas más lindas y divertidas que hice en el sentido de que me sentía muy cómoda, y me di cuenta de que la comunicación con la gente cambió. Al estar con las redes y estar todos los días al aire tenía un feedback con el público en general. Entonces me gustaría volver a hacer un programa en el que pudiera tener interacción con el público, con la gente. Es lo que más extraño.
¿Cuál es tu vínculo con las redes sociales?
Mirá, trabajo con Siniestro, una agencia digital que me empezó a llevar la cuenta, porque me di cuenta de que se me podían pegar las marcas; si hoy va a salir el reel de tal empresa, no pueden salir historias de tal otra empresa. Y parece una pavada pero no es una pavada. Tengo un grupo, son tres community managers y el director de la agencia; juntos planificamos semana a semana qué sale, qué no. Cuando subo cosas de mis hijos o historias porque se me da la gana, lo hago yo, pero cuando son cosas de empresas que me contratan… Lo que ellos tienen superclaro es que son cosas que uso; no voy a promocionar un whisky porque no tomo.
Has contado algunos comentarios terribles que te han dejado en las redes sociales. ¿Cómo manejás esos mensajes de odio?
Y, según cómo me agarra, nunca es lindo leer que alguien te diga “morite”, no está bueno. Y llegan esos comentarios. “Me alegro de que te hayas quedado sin trabajo, la gozo”. Si te ponés a contestar a cada uno es peor, porque le das más trascendencia a ese que no tiene seguidores y te lo dice, pero es dolorosísimo. Dicen que cuando tenés uno que te critica son cien los que te defienden, cuantos más haters tenés es que más gente te ama. Pero la verdad, te lo regalo. Es horrible. El otro día fui a TV Ciudad y compartí una publicación en la que contaba una cosa que me pasó, y tiene miles de comentarios. No me animé a entrar. Mi pareja me dijo: “Mirá que son todos relindos, leelos”. Sí, pero prefiero… me da cosa, sobre todo cuando estás gorda, estás flaca. Porque también (me decían) cuando era flaca: “comete un guiso”, “seguro es mentira que comés lo que comés”. ¿Por qué? ¿Por qué lo decían? No tienen ni idea. A eso no me acostumbro, es mentira si te digo que no me afecta, y si estoy triste por algo, o si estoy más sensible, me afecta más todavía. Me afecta cuando se meten con mi familia, con mi trabajo, con mi salud, con mi cuerpo. Sobre todo, lo que me pasa con respecto al cuerpo es que toda mi vida fui flaca. Siempre fui bailarina, un palo. Jamás tuve que hacer dieta, nunca tuve trauma con si estaba más gorda. Y me pasa, ahora que engordé de golpe, de entrar a una tienda y que me digan: “no, ropa para vos no hay”. Entonces yo digo: qué mal que estamos educados en el plano emocional, incluso los vendedores. Ese “para vos no hay” me lo dicen a mí, que soy una mujer, y me chupa un huevo, si querés. Pero se lo decís a una adolescente y está muy brava la cosa. Tengo sobrinas, tengo hijas, tengo amigas de mis hijas y amigos de mis hijos que no la están pasando bien. Nadie mide lo que dice, y nunca sabés con qué está lidiando el otro.
Nunca es lindo leer que alguien te diga “morite”, no está bueno. Y llegan esos comentarios. “Me alegro de que te hayas quedado sin trabajo, la gozo”. Si te ponés a contestar a cada uno es peor, porque le das más trascendencia a ese que no tiene seguidores y te lo dice, pero es dolorosísimo. Nunca es lindo leer que alguien te diga “morite”, no está bueno. Y llegan esos comentarios. “Me alegro de que te hayas quedado sin trabajo, la gozo”. Si te ponés a contestar a cada uno es peor, porque le das más trascendencia a ese que no tiene seguidores y te lo dice, pero es dolorosísimo.
Se nota que tenés un vínculo muy cercano con tus hijos. Contame cómo es.
Sí, divino. Con los cuatro, vos sabés que los cuatro son… Me emociono cuando hablo de ellos, porque los cuatro son supercompañeros conmigo. Martina (la mayor, de 18 años) es mi dos en todo, ahora no me acompañó porque está ensayando, tiene una banda. Pero el otro día Federico, el de 16 años, estaba con tendinitis y no podía jugar al rugby. Tiene su barra de amigos, es amigo de un pueblo, pero me dice: “ma, el domingo hay partido, vamos”. Y te juro que me derretí, porque me despertó cuando ya había hecho el mate, y me fui con él a ver un partido de sus compañeros. Y Guille, el de 14, empezó a tomar mate. Entonces es: “ma, ¿a dónde tenés que ir?”. Siempre tengo que llevar o traer a alguno. “Te acompaño y nos armamos un mate”. Le gusta mucho el carnaval, la murga, entonces me habla y me habla, y ahora dice que va a ser periodista, porque quiere hablar de eso. Y con la chiquita, Rocío (11 años), lo mismo, es bailarina, entonces, siempre está ensayando. Los cuatro son distintos, y los cuatro son recompañeros conmigo. Fui siempre mamá muy presente, tendría que soltar un poquito capaz, pero me encanta. Eso no lo cambio por nada.
Unos años después de separarte del padre de tus hijos empezaste una nueva relación. ¿Te costó volver a apostar?
Pensé que me iba a costar, porque me separé después de 27 años y dije: nunca más en la vida. Pero fue una cosa que empezó como una amistad. Nos hicimos socios en Mi casa es tu casa, que es un programa del que hicimos dos ciclos (se veía por Canal 10), y después empezamos a salir, entonces fue fácil porque era mi amigo, ya conocía a mis hijos, conocía mi casa. Habíamos trabajado mucho juntos, seguíamos trabajando juntos. Fue una relación totalmente distinta porque él tiene una hija. Siempre digo: “no lo aviven, que se agarró una con cuatro hijos y va a salir corriendo” (ríe). Pero la verdad es que fue increíble cómo nos ensamblamos. Él vive en su casa, yo vivo en la mía, pero somos vecinos, entonces es como que viviéramos juntos: nos vemos todos los días y comemos juntos, él tiene la llave de mi casa, yo la llave de él, pero cada uno tiene su casa. Se lo recomiendo a todo el mundo, está buenísimo. Siempre decimos que el proyecto más grande nuestro no es tener hijos, porque no los vamos a tener juntos, ni un programa de televisión. Nuestro proyecto es la pareja y nuestra familia.
¿Se llevan bien los hijos de ambos?
Se aman.
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Adrián Echeverriaga
¿Sos así como se te ve? ¿Positiva, alegre?
Sí. No. Bueno, tengo mis momentos. Pero no tengo un personaje. Me moriría, no podría. Sería como tener dos caras. Los que me conocen saben cuando estoy triste, pero trato siempre de... Mi primo Ernesto Muniz siempre está con: “vos tenés que hacer stand up, haceme caso”. El día del entierro de mi papá, hace 14 años, me dijo: “¿no te das cuenta de que sos comediante?”. Porque hasta en los peores momentos hago humor o tengo humor. En el entierro de mi papá tiraban la tierra, había silencio. Y yo dije: “Y agarró y se murió”. Porque mi padre siempre decía esa frase. Murió fulano; le preguntabas qué le pasó y te decía: “Y agarró y se murió”. Y la gente en el entierro se empezó a cagar de la risa porque era una frase típica de mi viejo. Y la cuestión es que me di cuenta de que sí, de que el humor es mi forma de comunicarme.
También por momentos me siento el payaso que canta, como canta Jaime Roos. Por eso me mataron cuando al terminar El show de la tarde me puse a llorar como un marrano y yo dije: “no, el show no siempre tiene que continuar”. Uno sabe hasta cuándo. Y lo mismo pasa con mis hijos, yo trato de demostrarles que soy una persona positiva, pero si me tienen que ver llorar, me ven llorar.
Tenés varios tatuajes. ¿Tienen significados?
En las costillas tengo los cuatro nombres de mis hijos. Después tengo la Hamsay el ojo turco; tengo cuatro tréboles de la buena suerte, que representan a mis hijos; me tatué el rayo de David Bowie, porque es un tipo muy resiliente y me gusta mucho él. Tengo tatuada la palabra libertad, porque no hay nada más lindo que tener la libertad de decidir, aunque a veces no se puede. Me la tatué para acordarme de eso tan importante, eso no se vende. Tengo tatuado también a mi gato Pomelo, que lo amo, y creo que nada más. ¡Ah, sí! Tengo una libélula (ríe). Tengo varios, no los conté.
¿Cómo ves los tratamientos estéticos? ¿Te harías algo?
Por ahora no. Me hice baby botox o algo así. Soy un desastre, me tendría que hacer. Pero me da miedo, las veo a todas desfiguradas. Y veo chicas más jóvenes que tienen tanta cosa en la cara que parecen más grandes. Siempre me dijeron “tenés que operarte la nariz, tenés la nariz muy grande”. Y nunca fue un trauma para mí. Si me dicen: “mirá, te hacemos una operación que entrás y salís hecha una potra”, y sí, lo hago. Pero también pienso en el posoperatorio y todo eso y no, creo que no.
Este año cumplís 50. ¿En qué momento vital te encuentran? ¿Cómo te toman?
Cuarenta años de carrera también. Ay, Dios. Me encuentran como que no puedo creer que cumplo 50. Por momentos siento que tengo 80 en el sentido de que tuve muchas vidas. ¿Cuándo hice esto? Porque empecé muy chica. Bueno, ahora tengo una enfermedad autoinmune (enfermedad de Hashimoto), engordé y eso me hizo perder movilidad, siempre fui superflexible. Pero sé que ahora me voy a poner las pilas y va a estar todo bien de nuevo. Y es lo único, que cambié físicamente un poco. Pero no puedo entender que vaya a tener 50. Para mí, tengo 40 recién cumplidos, como mucho. Tengo amigas más jóvenes. Mi hija tiene amigas más grandes, y entonces de repente estamos todas, de distintas generaciones, y no te das cuenta; y eso también está buenísimo porque te enriquece y te hace no estar tan perdido, digamos. No sé si voy a hacer fiesta o no voy a hacer fiesta, pero festejarlos, sí. Porque son 50 y cómo, re vividos.