Al joven tunecino detrás del mostrador del local de comidas típicas de Oriente Alibaba, ubicado en pleno Centro de Montevideo, se le ilumina la cara cuando habla de su tío. “Ya hace 10 años que está acá en Uruguay”, dice con mueca de orgullo y una sonrisa blanca detrás de su barba tupida. Su tío es Adel bin Mohammed el Ouerghi, uno de los seis refugiados de la prisión estadounidense de máxima seguridad de Guantánamo, en la costa sureste de Cuba, que llegó a Uruguay a fines de 2014 gracias a un acuerdo entre el entonces gobierno de Barack Obama y el de José Mujica.
Fue una de esas jugadas sorpresivas del expresidente, fuera de la caja, una de las tantas que ensayó alejada de cualquier agenda o eje programático. Y fue, por supuesto, objeto de encendidas polémicas. Según las encuestas de la época, el 58% de los uruguayos se oponía al arribo de estas personas que estuvieron más de 10 años en un centro carcelario norteamericano junto a centenares de acusados de terrorismo y crímenes relacionados con el extremismo islámico tras el atentado a las Torres Gemelas en setiembre de 2001. Pero Mujica estaba obstinado. Había pactado con Obama esta acción humanitaria y pionera en la región de albergar en Uruguay a seis refugiados “liberables”, de baja peligrosidad. Años después, se confesaría un tanto arrepentido de su gestión. “Ser presidente no es fácil y las negociaciones internacionales menos. Yo para venderle unos kilos de naranja a Estados Unidos me tuve que bancar a cinco locos de Guantánamo”, dijo durante una conferencia en Córdoba en 2016. Y ese mismo año, en una entrevista con el diario La República, admitió que el plan no le había salido como esperaba. Cuestionó la “pésima conducta” de los refugiados —“usted no puede venir a una casa ajena con una cultura distinta a querer imponer su credo”— y también arremetió contra los “uruguayos egoístas” que rechazaron el asilo local que se les brindó a los expresos.
Pasó bastante agua debajo de este puente. Hubo conflicto, una larga y tensa protesta frente a la Embajada de Estados Unidos, huelga de hambre, deportaciones, casamientos, denuncias por maltrato, emprendimientos que fracasaron, emprendimientos que siguen, aceptación, estigma, indiferencia, olvido. Tras más de una década desde aquel diciembre de 2014 en el que los seis refugiados aterrizaron encapuchados y engrillados en el Aeropuerto de Montevideo, aún residen tres en Uruguay, dos emigraron a Turquía y a Siria y el restante, el más conflictivo de todos, el que llegó en muletas, se presume muerto, ejecutado en Siria.
Adel bin Muhammad
Adel bin Muhammad muestra su documento de identidad uruguayo durante un almuerzo en una casa del departamento de Canelones, cerca de Montevideo, el 14 de diciembre de 2014
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Gastronomía árabe a pasos de la intendencia
Es martes por la tarde y el ruido del Centro de Montevideo encuentra algo de paz a unas cuadras de 18 de Julio y Ejido, detrás del edificio de ladrillos de la intendencia. El restaurante Alibaba, que ofrece platos de la gastronomía árabe —shawarma, hummus, baba ganoush, lehmeyun—, luce vacío. En la cocina un joven tunecino habla por teléfono con manos libres mientras prepara un shawarma con carne de pollo. Es sobrino de Adel bin Muhammad, uno de los refugiados más asentados en Uruguay. En un español chapuceado, dice a Búsqueda que vino de Túnez a trabajar en el negocio de su tío junto con otros familiares. Ya hace unos tres años de esto. ¿Y su tío? Se lo puede encontrar ahí mismo en Alibaba a partir de las 11 de la mañana. Es miércoles, son algo más de las 11 y el local está cerrado. Pero a través de la ventana se puede ver a Adel, que se levanta de una silla y abre la puerta del negocio. La palabra Guantánamo le suena entre familiar y lejana. “Fue hace mucho tiempo. Ya pasó. Desde el 2014 que estoy acá”, dice a Búsqueda. Es de pocas palabras y respuestas cortas. Asegura que ya está “habituado”. “Sí, sí, sí, habituado, sí. Ahora estoy tranquilo”, afirma Adel, algo receloso, apenas asomado desde la puerta de su local de comidas. Y cuenta que actualmente está casado con una tunecina y tiene tres hijas que nacieron en Uruguay, la mayor tiene siete años. Y que hoy tiene poco o casi ningún contacto con el resto de sus compañeros de reclusión.
Los seis refugiados de Guantánamo tuvieron distintos grados de exposición, algunos transitaron con discreción, fuera del radar público, y otros fueron noticia. Adel fue noticia. Fue el primero en casarse con una uruguaya según el rito islámico. Y eso motivó la protesta de la Iglesia católica, que reprochó que no haya celebrado antes el casamiento por civil, como obliga la ley. Y Adel después fue noticia otra vez. Porque se separó, fue denunciado por violencia doméstica por su expareja y obligado por la Justicia a usar tobillera electrónica durante tres meses.
Hubo otro refugiado denunciado por maltratos. Es el sirio Omar Faraj, que casualmente fue socio de Adel en el restaurante Alibaba. Antes también habían trabajado juntos en un parking cercano al Centro Islámico del Uruguay. En 2016, Omar fue detenido por la Policía después de que su esposa uruguaya lo denunciara por violencia doméstica. “Lo denuncié luego de aguantar siete meses una situación muy fea, que no le deseo a nadie”, dijo la mujer en su momento en declaraciones a Associated Press. “Él no es como yo pensaba que era. Es una mala persona, muy agresivo, no acepta un no. No teníamos diálogo ni risas. Solo sabe mandar. Yo era su esclava, debía cocinar, mantener su ropa y mantenerme siempre en la parte de atrás de la casa. Yo no podía abrir la puerta de la casa, tenía que mantener las persianas bajas y salir a la calle toda cubierta de negro, incluso con guantes”, relató.
Omar reside actualmente y desde hace al menos un par de años en la ciudad de Chuy, en Rocha.
“Si no hubiera sido por Uruguay, hoy aún estaría en ese agujero negro en Cuba”, escribió Faraj en una carta pública de agradecimiento ni bien arribó al país en 2014.
El tercer expreso de Guantánamo que continúa viviendo en Uruguay es el sirio Alí Shabaan. De estricto bajo perfil desde su llegada, está en pareja con una uruguaya y reside en la Costa de Oro. Actualmente se gana la vida como profesor en un instituto de idiomas en Pocitos. Enseña árabe. Una fuente de ese centro educativo dijo a Búsqueda que hace unos años “se acercaron representantes del gobierno” para ver si podían contratar a Alí como parte del plantel de docentes. “La condición fue que el asunto no salga en la prensa y que tampoco sea una cuestión de marketing”, señaló. Se buscó proteger a las dos partes, ser discretos. “No se quiere hacer prensa con esto. Siempre se ha respetado eso. Es una brillante persona, muy tranquila, muy honesta”, dijo la fuente. “Las personas que toman clase con él están muy a gusto, no sé si llegan a saber quién es, pero cuando están en clase están muy a gusto. No decimos el background de ningún profesor, es como cualquier otro”.
El sirio Ahmed Ahjman tuvo sus 15 minutos de fama en Uruguay. En poco tiempo logró despegarse de los asuntos conflictivos y polémicos que rodearon su llegada y la de sus compañeros de reclusión en Guantánamo y fue de los primeros en emprender e insertarse en el mercado laboral. En agosto de 2018 instaló un local de gastronomía árabe en el Mercado Agrícola de Montevideo que se convirtió en una especie de furor entre los visitantes. Ahmed ganó popularidad y cariño entre los uruguayos y fue de los pocos que entabló algún diálogo con la prensa. Pero la pandemia terminó con la aventura uruguaya de Ahmed. Tuvo que cerrar el local y no pudo reabrir. Luego estuvo colaborando en el restaurante Alibaba, pero según dijo Adel a Búsqueda, en los últimos meses emigró a Siria, su lugar de origen.
El que también salió del país fue el palestino Mohammed Tahamatan. De acuerdo a lo que informó el diario El País, después de casarse con una uruguaya, tener dos hijos, y activar las alertas del Departamento de Investigación Antiterrorista argentino durante una visita a Mendoza, Mohammed está desde 2022 viviendo en Turquía junto a su familia.
Ahmed-Ahjman-Guantanamo
Ahmed Ahjman conversa con un cliente durante la inauguración de su tienda de gastronomía árabe en el Mercado Agrícola de Montevideo, el 13 de agosto de 2018
AFP
Mirza, el nexo uruguayo, y su relación con el ¿ejecutado? Diyab
Hubo varios episodios tensos durante los primeros meses de los refugiados. El primero se dio en abril de 2015. Fue una protesta larga, con campamento incluido, enfrente a la Embajada de Estados Unidos. Una herencia pesada de Mujica que debió atender la flamante administración de Tabaré Vázquez. Ahí entró en escena el profesor de Ciencias Sociales y exdiputado Christian Mirza. Asistente social y con vínculos con el mundo árabe por su ascendencia egipcia, Mirza fue el bomberito de auxilio al que apeló el entonces canciller Rodolfo Nin Novoa para apagar las llamas que empezaban a crecer en los alrededores de la sede diplomática norteamericana. Mirza, que tiene pronto el borrador de un libro sobre su participación como el nexo uruguayo de los refugiados, recuerda que en un encuentro informal con Nin Novoa se había ofrecido para dar una mano. “¿Viste el dicho popular que dice que uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras? Bueno, nunca mejor aplicado porque esa mano que ofrecí se convirtió en una función específica. Todo lo de los refugiados iba a pasar por mí. Y de forma honoraria”, cuenta Mirza a Búsqueda.
Los expresos de Guantánamo reclamaban un sustento económico, contacto con sus familiares y falta de atención a necesidades básicas por parte del Estado uruguayo. Mirza se ganó su confianza conversando con ellos y un traductor en una canchita de fútbol frente a la embajada. Luego de tres semanas levantaron campamento y se desactivó la protesta. Pero Mirza siguió apagando los recurrentes incendios de los refugiados. Uno de ellos fue la huelga de hambre de 68 días iniciada por el sirio Jihad Diyab, que desde su llegada al Uruguay se mostró como el más conflictivo de todos los exreclusos.
Diyab, que había tenido varios intentos de salida del país y fue deportado de regreso más de una vez, reclamaba volver a reunirse con sus familiares. La imagen de Diyab, recostado en un colchón en el piso de una casona en la calle Maldonado, se volvió tan icónica como sus recurrentes intentos de huida en muletas. En el borrador de su libro, Mirza relata uno de sus últimos encuentros con él.
“Ingresé a su dormitorio y una vez bloqueada la cerradura para impedir el paso a los demás, me tiré (literalmente) a su cama para ponerme a su lado, a escasos centímetros de su rostro impávido, con sus ojos cerrados en postura moribunda”.
—You lied to me —fue lo primero que le susurré a su oído. De pronto, se sacudió, abrió sus ojos bien abiertos, incorporándose de su lecho, desencajado, me miró.
—¿No, por qué? —sostuvo.
—Es mentira, tu huelga seca no es posible, tú sabes bien que la huelga seca es falsa —le devolví con una mezcla de ira y decepción—. Los médicos me dicen que no es posible sobrevivir tanto tiempo sin beber, las evidencias empíricas lo aseguran.
—Yo voy a desmentir a los médicos y sus teorías, les voy a demostrar que es posible sobrevivir sin tomar nada —me replicó con tono altanero, casi con soberbia inusitada—. Tú y tu gobierno me quieren matar —agregó con tono acusador.
—No me mientas más, yo soy tu único puente; sin mí, ya no podrás negociar con el gobierno ni con nadie. Debo confiar en ti, sin eso, the game is over. Do you understand?
Jihad-Diyab
Jihad Diyab durante la 20° Marcha del Silencio, el 20 de mayo de 2015
Nicolas Rodriguez / adhocFOTOS
Diyab se fue de Uruguay con rumbo a Turquía en 2018. Las noticias del momento decían que usó un pasaporte falso. Mirza cree que a Diyab lo ejecutaron. De eso también está convencido el experto y consultor en seguridad Edward Holfman. “Nunca dimensionamos el nivel de peligro de tener a este muchacho acá”, dice Holfman a Búsqueda. “Hizo cinco de los 10 pasaportes a los terroristas de los atentados del 11 de setiembre. Los pasaportes que hacían eran casi perfectos”.
Según la investigación que hizo Holfman, junto con colegas internacionales, Diyab llegó a Marruecos, donde saltó su alerta de captura desde Siria. Allí estaba condenado a muerte por crímenes políticos. Aunque no haya ninguna información oficial al respecto, Holfman sostiene que tuvo acceso a fuentes confiables de Inteligencia extranjera que le aseguraron que Diyab fue ejecutado en Siria.