Armageddon, ese exitoso bolazo de 1998 dirigido por Michael Bay, es recordado más que nada por Liv Tyler/Ben Affleck (que el lector tache lo que no corresponda) y la melosísima versión de I Don’t Want To Miss A Thing de Aerosmith. En ella, un grupo de perforadores buscadores de petróleo, liderados por Bruce Willis, es enviado al espacio para enchufarle una bomba atómica a un inmenso asteroide y desviarlo de su ruta a la Tierra.
También en 1998 (algo había en el agua de Hollywood por esos tiempos) se estrenó Impacto profundo, bastante más dramática y menos pochoclera que su anterior, aunque igual de rica en efectos especiales. Aquí, un equipo de científicos dirigidos por Robert Duvall decide inmolarse con su nave llena de cargas nucleares para reventar el fragmento mayor de un cometa que, adivinen, venía a la Tierra a continuar el trabajo que su predecesor hizo con los dinosaurios 65 millones de años atrás. Un Morgan Freeman como presidente negro de Estados Unidos, adelantándose 10 años a Barack Obama, saluda a los mártires y salvadores del planeta mientras anima a la gente a reconstruir sus vidas (el fragmento menor, inmenso, cayó en el Atlántico, generó flor de tsunami y provocó una masacre que para qué vamos a hablar).
Mucho más acá, en 2021, la muy celebrada No miren arriba, mezcla de ciencia ficción y sátira política de Adam McKay, muestra los intentos de un grupo de científicos de desviar un cometa que se aproxima con las peores intenciones mediante artefactos nucleares. Para hacerla corta, esta película con Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep y Mark Rylance (como un villano para nada casualmente parecido a Elon Musk) termina con la Tierra destruida, fruto de la codicia, la ambición política y la más lisa y llana estupidez.
Fuera, ficción, ahora realidad
Si en algún momento dado de acá al 22 de diciembre de 2032 ya queda claro que el asteroide 2024 YR4 tiene como destino la Tierra, “la comunidad científica ya acordó enviar un objeto para desviar su trayectoria, como si fuera con una bola de billar”, dijo a Galería el astrónomo Gonzalo Tancredi, director del Departamento de Astronomía de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República e integrante de la Red Mundial de Alerta de Asteroides (IAWN, por la sigla en inglés).
Esa institución fue la que el lunes 18 de febrero emitió una alerta internacional en la que dijo que había un 3,1% de posibilidades de que ese cuerpo, de unos 50 metros de diámetro y unas 200.000 toneladas de peso, cayera ese lejano día en un punto del “pasillo de riesgo” que incluye el Pacífico Oriental, zonas de Colombia, Venezuela y Ecuador, el Atlántico, regiones de Nigeria, Camerún o el Congo, el mar Arábigo, algún lugar de la India o Bangladesh.
Sí, lo mismo que imaginó Hollywood para sus blockbusters.
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Ojo avizor
El anhelo expresado por muchos de que finalmente caiga el meteorito, cada vez que el mundo decide ponerse más loco, bizarro o inhabitable que lo normal, tiene más sustento científico que nunca. “Es la primera vez que se llegó a un porcentaje no despreciable (algo así como una chance en 32) de que caiga desde el espacio un objeto de este tamaño”, explicó Tancredi, un doctor en Astronomía cuyo currículum incluye haber logrado en 2006 la degradación de Plutón de planeta a planeta enano, consultado después de la alerta que emitió la comunidad científica y antes de que se redujeran las chances de impacto a 0,005% según la NASA.
El 2024 YR4 fue descubierto por un telescopio chileno el 27 de diciembre de 2024 y casi desde el inicio su trayectoria provocó que todas las estaciones y los observatorios estén alertas. Dos días antes había estado a 2.156 distancias lunares de la Tierra (casi 830.000 kilómetros). Entre abril de este año y junio de 2028 ya no será visible para los telescopios comunes. Pero desde entonces se podrá saber más sobre su rotación y sobre su posible impacto.
“Esta es la primera vez que se da un valor no despreciable (de impacto) para un objeto tan grande”, añadió el experto.
Miles al año
El tamaño sí importa, al menos en astronomía. Es que, según un estudio británico realizado entre 2019 y 2020 por investigadores de la Universidad de Mánchester y del Imperial College publicados en la revista Geology, se puede decir que caen en la Tierra unos 17.000 “meteoritos” al año. Las comillas valen porque lo que alguna vez pudo haber sido un objeto de respetable tamaño una vez ingresado a la atmósfera se quema y se descompone hasta ser prácticamente polvo. “Continuamente está cayendo material”, dijo Tancredi.
Las estrellas fugaces, por caso, ya ingresan en la atmósfera casi reducidas a polvo. Claro que hay varias escalas entre la nada y un tremendo mazacote espacial como el 2024 YR4. El 18 de setiembre de 2015, un meteorito rocoso de 712 gramos de peso atravesó el techo de domenit y lambriz de una casa en San Carlos, Maldonado. Afortunadamente, no había nadie adentro, porque el impacto fue lo suficientemente fuerte como para romper un televisor y una cama, según informó la prensa entonces.
Profesor del Departamento de Astronomía de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República Gonzalo Tancredi, junto al primer secretario de la Embajada de Italia Alberto Amadei
Profesor del Departamento de Astronomía de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República Gonzalo Tancredi, junto al primer secretario de la Embajada de Italia Alberto Amadei
Ese meteorito, que fue estudiado en la Facultad de Ciencias, fue uno de los 15 casos reportados como generadores de daños en viviendas en un siglo, se informó entonces. “No hay registros en el mundo de que haya muertos por la caída de un meteorito. Sí ha habido lastimados”, afirmó el experto.
Y es una suerte, porque lo novedoso en el caso del 2024 YR4 es que se ha visto y se ha detectado la posibilidad actual de colisión. Pero no sería el primer objeto espacial de ese tamaño que cae a la Tierra. Ni el mayor.
Antepasados
En 1978, dos geofísicos que trabajaban para la petrolera estatal mexicana Pemex cerca de Chicxulub, en la península de Yucatán, encontraron un arco subterráneo extraordinariamente simétrico de unos 70 kilómetros de radio. No lo sabían entonces, pero estaban reforzando la que actualmente es la principal teoría que explica la extinción de los grandes dinosaurios que habitaban la Tierra hace 65 millones de años. La notoria mayor presencia de iridio en la zona, mucho más frecuente en meteoritos que en este planeta, apuntaló esta hipótesis.
Desde ya, el asteroide que produjo ese cráter —que en su diámetro mayor alcanza los 177 kilómetros entre un punto y otro— tenía 10 kilómetros de ancho. Además de tsunamis, el impacto causó incendios que elevaron la temperatura a 155 grados centígrados, devastando 1.600 kilómetros a la redonda, según un estudio de la Universidad Stony Brook de Nueva York publicado en 2022. El cambio climático dramático que siguió, enfriamiento y luego un calentamiento, causó la muerte del 75% de las especies que poblaban entonces la Tierra, con los dinosaurios en primer lugar.
Del Big Bang para acá queda claro que ese es el meteorito por antonomasia. El 2024 YR4 no pica al lado de él, aunque es obvio que las consecuencias de su caída —en caso de que caiga en 2032— serían “catastróficas”, al decir de Tancredi: un tsunami si cae en el mar, una ciudad reducida a polvo si tiene una puntería cruelmente formidable. No sería un “asesino planetario” como el que cayó en Yucatán, pero sí una fuerza equivalente a 100 bombas atómicas de Hiroshima.
Se puede calcular lo que pasaría. El 30 de junio se celebra el Día Internacional de los Asteroides. Lejos de ser una fecha aleatoria, ese día pero de 1908 una piedra de 40 metros de diámetro entró en la atmósfera y explotó cerca de Tunguska, un área remota de Siberia, en Rusia. La onda expansiva arrasó con más de 2.000 kilómetros cuadrados de bosque, afectados por temperaturas de hasta 24.000 grados Celsius. Afortunadamente, no había ningún humano cerca.
El cráter Barrigner, en el desierto de Arizona, Estados Unidos, muestra qué puede hacer un meteorito del tamaño del que hoy tiene en vilo a la ciencia. Uno de sus antecesores, hace 50.000 años, cayó y dejó una marca de 1.200 metros de diámetro y 170 metros de profundidad.
En 1920 unos granjeros de Namibia, en África, descubrieron una enorme piedra de casi tres metros de largo, tres de ancho y poco menos de un metro de altura. Pesaba unas 66 toneladas y tenía una enorme concentración de hierro (84%). No lo sabían, pero habían descubierto al Hoba, el meteorito más grande que aún se conserva en la Tierra. Se cree que cayó hace unos 80.000 años. Los científicos descubrieron de lo que se trataba cuando lo analizaron y descubrieron que no tenía nada que ver con nada que hubiera en África ni en ninguna parte. Lo curioso es que el mayor meteorito que hay en el planeta no dejó cráter. Por milenios y milenios estuvo en la sabana africana sin que nadie pensara en que era más que una piedra grande.