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    El sistema educativo uruguayo

    Sr. Educación:

    El último ciclista no entró este año al Velódromo pero el calendario nos dice que inexorablemente comenzó el año uruguayo.

    Comenzaron las clases y se replantean viejos problemas. Estos son de dos tipos: a) las carencias que se constatan en cuanto a la capacidad de absorber con calidad y comodidad toda la demanda, fundamentalmente, en enseñanza secundaria y UTU; b) la necesaria actualización de nuestro sistema educativo, tema que ya lleva 60 años sobre la mesa de discusiones y son insignificantes los pasos que se dieron para encontrar las mejores soluciones.

    Este tema es marcado como prioritario en la opinión pública, tanto la que se constata en la conversación diaria y también, científicamente, en los sondeos de opinión. Va junto con los temas de la seguridad o mejor dicho de la inseguridad ciudadana.

    Estas opiniones pueden ser más o menos abultadas o desfiguradas por los medios de comunicación masiva. Pero hay una sensación que crece exponencialmente entre nosotros, que es “esta mentalidad” de resistencia al esfuerzo, a reformarse, al trabajo. Crece el desánimo ante las dificultades y encontrar soluciones. Al Estado, como un gran padre sobreprotector, se le atribuyen nuevas tareas que van desde la toma de decisiones necesarias y oportunas hasta terminar con la corrupción.

    No hay convicción de que se está haciendo todo lo necesario. Las escasas soluciones que se presentan desde el ámbito político son insuficientes, tardías y resultado de mucho cernidor interno que resultan inadecuadas e imperceptibles.

    Nuestro sistema educativo se inspira en el siglo XIX, con la reforma que Napoleón instaló en Francia, luego de las guerras europeas para extender los logros de la Revolución francesa. El hijo de esa revolución se convirtió en su traidor instalando la dictadura del Imperio. Para asegurar el funcionamiento del nuevo Estado y la logística del ejército triunfador necesitaba jóvenes formados en una “cultura general” que rápidamente pudieran convertirse en funcionarios administrativos de la nueva realidad. Al mismo tiempo la “educación secundaria”, que cumplía esta tarea, serviría de estudios propedéuticos para la Universidad (para quienes accedieran a las carreras “profesionales”).

    Este esquema lo tomó Uruguay a fines del siglo XIX y con leves matices criollos se traslada hasta nuestros días. A principios del siglo XX ese sistema educativo dio los funcionarios a que la república batllista aspiraba pero no los trabajadores con que soñaba Pedro Figari con su frustrada propuesta de la Universidad del Trabajo. Así estamos, seguimos preparando funcionarios públicos para un Estado ya saturado.

    Hoy tenemos jóvenes que ya no pueden aspirar a integrarse a esta sociedad pues carecen de la educación y formación elementales. Su horizonte está en el trabajo informal o la delincuencia. Aquellos que hicieron un proceso educativo sueñan con ser empleados públicos, lo que ofrece: sueldo seguro, poco esfuerzo, vida sin sobresaltos, jubilación y salud, quizás hasta un ranchito en la playa y ¿por qué no? cuatro ruedas para llegar. En este nivel de los mejor preparados está también el grupo de emprendedores que sueñan con egresar de la Universidad para tentar fortuna en el mundo ancho y ajeno que nos ofrece nuestra excepcional calidad de uruguayos.

    Así vivimos esta larga siesta que empezamos a fines de la década de los 50 del siglo pasado y de la cual aún no despertamos, por más que tuvimos algún que otro sobresalto.

    Aquí está nuestra carencia educativa: nuestra indolente pasividad frente al desafío del futuro y la necesidad de crecer y progresar.

    Es muy cierto que el sistema educativo puede colaborar y mucho en este esfuerzo revolucionario de cambiar nuestra mentalidad. Pero el esfuerzo por forjarnos una mentalidad abierta a lo nuevo es un esfuerzo de todos. La educación en primera línea, aunque no es suficiente. Los políticos son las personas cuya palabra, iniciativa y ejemplo llegan en primera y profunda instancia. Tenemos la tentación ante la mediocridad de gritar “que se vayan todos”. Sin embargo, sin políticos, gestores sociales, no hay república. Son necesarios y cuanto mejores, mejor será la sociedad. Eso dependerá de los espejos que elijan para mirarse, esos somos nosotros lo ciudadanos de a pie, de donde saldrán los hechos revolucionarios. Sin fusiles, sin doctrinas mordazas, pero con coraje y decisión ciudadana.

    Esta languidez social que padecemos está sectorizando los intereses y las iniciativas. Aumenta la preocupación por lo inmediato, la defensa de “mis derechos”. Surgen los líderes de los intereses inmediatos del grupo, la clase, los amigos y desaparecen los entregados al bien común. Los políticos en la democracia representativa son los gestores de los sin voz, de los sin defensores. Cuando estos se callan y desgastan sus energías en las luchas partidarias la gente “de a pie” queda desprotegida.

    El gran impulso batllista de principios del siglo XIX naufragó en su apetencia de mantenerse en el poder, no para profundizar su programa sino para vivir de lo realizado. Duró un siglo de nuestra vida política. Negoció con unos y otros hasta quedar agotado de propuestas. Este Frente Amplio actual sigue el mismo camino de negociar para permanecer pero no para avanzar.

    La historia futura no espera a los que se duermen. Nuestro sistema educativo pretende enseñar lo que a los alumnos no les interesa aprender. Mientras los pensadores actuales creen “que el Proyecto Gilgamesh (extensión y calidad de la vida humana) es el buque insignia de la ciencia” nuestro sistema educativo insiste con repetir las tablas y dividir el conocimiento en más de doce disciplinas enseñadas con riguroso hermetismo. (cfr. Y. N. Harari, “De animales a dioses”, Debate, 2016, pág.454).

    Desde Gilgamesh, rey de los caldeos (hacia el 4000 a.C.) hasta el pasado siglo XX se creyó que el hambre, la peste y la guerra eran inevitables y nos acompañarían siempre como nuestra respiración. Hoy, en los albores del siglo XXI, descubrimos que estas tres plagas no son fatídicas sino manejables por la humanidad. Depende de la capacidad, formación y decisiones del homo sapiens. Para esto tenemos que prepararnos con dedicación y esmero, con ojos puestos en el presente y el futuro. Ese futuro que empezó ayer pero que nuestro sistema educativo cree que haciendo algún pequeño retoque, a lo de esta crisis desde hace 60 años, nuestros jóvenes llegarán en hora al futuro.

    Lic. Jorge Scuro