Ya hace tres semanas de la “Marcha”. Ahora se habla en singular. Hay muy pocas marchas, y menos exitosas.
Ya hace tres semanas de la “Marcha”. Ahora se habla en singular. Hay muy pocas marchas, y menos exitosas.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEstamos deprimidos. Los que toda la vida acudimos a ellas. Recuerdo en mis años de estudiante haber ido a una inmensa manifestación de mujeres que ocupaba toda la calle Alcalá de Madrid. El eslogan era: “¡Aborto libre y gra-tu-ito, Felipito, Felipito!”. Éramos decenas de miles.
Aquellos tiempos europeos eufóricos no coincidían con los tiempos uruguayos.
El Uruguay posdictadura era duro y conservador en cuanto a conciencia de género. Pero tarde o temprano, la ola feminista llegaría.
Y llegó. Y se instaló en el debate. Claro que también fue aprovechada por oportunistas. Apareció burocracia en derredor de un movimiento que, paradójicamente, comenzó en los 60 en Estados Unidos quemando públicamente los soutienes.
Mis alumnas, a partir de los extraordinarios textos literarios que comentamos en clase, me dicen una y otra vez que esa misma misoginia de siglos anteriores —a lo que ellas denominan “machismo”— sigue intacta. Vigente. Lo que ha cambiado es la conciencia que tienen las mujeres de ella.
De hecho, la “Marcha” fue un éxito de chicas. Estaba lleno de ellas. Mi hija fue con su novio y sus amigas y volvió inundada de emoción. Esos días escribió unos sorprendentes poemas sobre los repulsivos hombres que la miraban por la calle, y sobre aquel viejo que le metió la mano debajo de la pollerita cuando iba al liceo, en el ómnibus, cuando tenía 13 años.
Es de esperar que en el siglo XXI las nuevas generaciones de chicas estén hastiadas de la misoginia latina, que también es férrea en Uruguay. A pesar, sí, del uso y abuso de los ideales feministas —de igualdad de género— que hacen los políticos.
Creo que la “Marcha” fue visceral, y no una simple tabla de salvación en el naufragio de las mentalidades progresistas, cuya decepción los lleva a no creer en los referentes de cabellera blanca y buscar protestas alternativas.
Pero hay quienes quedaron molestos con la “Marcha”. Un amigo tomó un taxi el 8 de marzo: dada la enorme cantidad de mujeres que se dirigía hacia el Centro, el tráfico estaba congestionado. Mi amigo escuchó al taxista protestar, contra esas chicas vestidas de negro o de violeta, que en realidad iban a la “Marcha” a buscar un tipo. Por sobre todo, le molestaba el carácter de “uniforme” de su vestimenta. Algo contradictorio con su hipótesis de que iban a conseguir novio.
Los medios de transporte son un espacio donde la misoginia salta, escupe, salpica.
Me tocó hace pocos días. Iba tranquilamente en un bus, que sin que yo lo supiera llegó a destino. Ni bien me percaté, bajé. Era la última pasajera. Mientras bajaba los escalones escuché claramente al chofer decir “¡Mové ese orto!”.
No atiné a darme vuelta. El ómnibus partió raudo. Y yo quedé en la vereda, devastada. Cuánto odio.
La gran pregunta: de haber sido yo un hombre despistado, que tardó en bajarse del ómnibus, ¿hubiera el chofer dado órdenes con respecto a mi trasero?