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Los cuentos son la ventana de la literatura y resisten en la era de la crisis de atención

A pocos días del Día Nacional del Libro, el 26 de mayo, cuatro autores rioplatenses que se han volcado a escribir cuentos profundizan en esta tendencia

Antes de ir a dormir. En voz alta. En los ratos libres. Para otros, o para una misma. En la escuela, para aprender a leer. El cuento es el primer género literario que conocemos. Es (casi siempre) la llave que nos abre la puerta al mundo de la literatura y nos enseña a mirar y pensar en otros mundos. Todo eso y tanto más.

América Latina es una región de tradición cuentista. Los grandes autores clásicos y los referentes de las letras escribían y escriben cuentos. Lo mismo pasa más acá, en el territorio que recorre el Río de la Plata: desde Jorge Luis Borges­ a Horacio Quiroga, pasando por Silvina Ocampo, Hebe­ Uhart, Juan Carlos Onetti y tantos más, la historia literaria rioplatense está marcada, en gran parte, por su arraigo en el relato breve.

Pero el cuento, además de raíz, es un fruto que sigue brotando, cada vez con más fuerza y en más cantidad. Son muchos los autores y lectores que se inclinan por este género y lo valoran. En un contexto en el que los hábitos de lectura han cambiado y el tiempo dedicado a la lectura se ha vuelto muy fragmentado, los cuentos y los cuentistas rioplatenses contemporáneos tienen una presencia creciente en las librerías y en las conversaciones sobre literatura.

Los uruguayos Carolina Bello (Los niños se ahogan en silencio, Fin de Siglo, 2024), Emanuel­ Bremermann (Los murciélagos, Pez en el Hielo­, 2023), Tamara Silva (Desastres naturales, Estuario­, 2023; Larvas, Páginas de Espuma, 2025) y el argentino Javier Schurman (Lo que alguna vez fue un barco, Criatura, 2025) son algunos de los escritores de la escena literaria local que han elegido volcarse hacia este género en el último tiempo. Todos viven en Uruguay y fueron invitados por Galería a intercambiar y profundizar sobre esta tendencia.

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A lo largo de la conversación, una imagen se impone: la del cuento como ventana. Uno de los autores la propone y los demás la adoptan y refuerzan con naturalidad. Usan esta imagen para hacer referencia al trabajo del autor, que debe encargarse de “abrir y cerrar la ventana” en el momento justo, para que los lectores no alcancen a ver más que lo suficiente. El cuento, en tanto ventana, deja ver algunas cosas y no otras. Además, agregan, existe un momento exacto en el que un cuento se revela terminado, y el autor debe, inmediatamente, “cerrar la ventana”.

Una ventana, también, es el elemento que deja entrar aire a una habitación. El trabajo del escritor de cuentos, entonces, es poder dejar pasar el aire en el momento justo, sin dejar que el lector se sofoque en el texto ni que se aleje porque siente frío.

Escribir es disfrutar, padecer y confiar

Los cuatro escritores llegaron al género con diferentes intenciones y desde distintos lugares. Carolina Bello (Montevideo, 1983) identifica que su motor para embarcarse en la escritura de un libro de cuentos fue el deseo de abarcar muchos temas en una misma publicación. Ante la aparición de tantos “temas nuevos” o “temas viejos que se reinventan a la luz de vivencias nuevas”, el cuento habilita al escritor a explorar “diferentes puntos de vista”, dice.

Emanuel Bremermann (Paysandú, 1994) empezó a escribir cuentos como participante de un taller. Al principio lo hacía a modo de ejercicio y para “entrenar la voz y su mirada”, pero rápidamente se dio cuenta de que en la escritura de cuentos “no había un ensayo, sino un fin”. Comenta, incluso, que su vínculo con los cuentos, con la narración intensa y contenida es “casi inconsciente”. “En la búsqueda de expresiones más extensas de la escritura, me he encontrado con que lo que se revela es un cuento”, dice.

Javier Schurman también se acercó a los cuentos a partir de los talleres de escritura. “Me encontré con talleristas que amaban el cuento, que lo valoraban por sobre la novela”, dice. Además, reconoce que otra gran motivación para explorar el género proviene de haber leído a muchas escritoras de cuentos que “explotaron en los últimos 10 años”, y menciona particularmente a Samanta Schweblin.

Javier Schurman MAU.JPG
Javier Schurman

Javier Schurman

En general, Tamara Silva escribe sin antes detenerse a pensar en la forma de sus textos. Así lo describe: “Primero me pongo a escribir. Después pienso en la forma y entonces me doy cuenta de que lo que está apareciendo es un cuento”. Explica que a la hora de experimentar, el cuento es lo que le queda “más a la mano”. Escribir cuentos, dice, “se siente como estar dentro de un tubo”, porque su concentración está exclusivamente enfocada en la historia.

Todos reconocen que este género les abre una oportunidad de experimentación, y lo mencionan como una de sus mejores cualidades. Lo atribuyen tanto a la estructura como a su condición de relato breve (o, al menos, más breve que una novela).

La experiencia de cada uno de los autores con la escritura de cuentos es distinta. “Para mí, escribir cuentos es todo placer”, comenta Bremermann, sin embargo, el principal desafío que le presenta el género está relacionado con la sutileza. El escritor argentino Ricardo Piglia­ escribió en su Tesis sobre el cuento que “un cuento siempre cuenta dos historias” y que, en esta clase de textos, “un relato visible esconde un relato secreto”.

Rondando estas ideas, Bremermann explica que el mayor desafío al que se enfrenta como autor es el de “tener la sutileza indicada” para tratar lo que quiere tratar y “no ser obvio”. Agrega que una de las cosas que le resulta más difícil y en la que más trabaja es en los “niveles de intensidad” de sus relatos. El manejo de la intensidad en una historia que sucede en pocas páginas requiere de una “calibración muy fina”, dice. El desafío está en hacer coincidir la intención del autor con el momento en que el lector percibe la “mayor carga” de intensidad dentro del relato.

Emmanuel Bremmerman MAU.JPG
Emanuel Bremermann

Emanuel Bremermann

“Yo la pasé peor todas las veces que escribí relatos que escribiendo una novela”, cuenta Bello. Piensa que el cuento, en tanto breve, deja al autor “muy en evidencia”. Eso le crea mucha presión, porque “todo lo que esté mal y no cierra, el cuento te lo dice directamente”. Esta presión que la escritora describe es la misma que la lleva a “tratar de mejorar” sus cuentos todo lo posible, porque la compromete a fondo con la historia que quiere construir.

Uno de los grandes desafíos que reconoce en el género es que, en el cuento, lo más probable es que los personajes sean “una significación”, mientras que en la novela “vos tenés tiempo de crearlos, pulirlos y dotarlos de una personalidad más allá de una significación”.

Para ella, escribir cuentos requiere “ser medio cirujanos”, porque se necesita mucha precisión para que aquello que el autor quiere transmitir sea lo que el lector perciba, sin “refregárselo por la cara”. Ahí está la clave, hay que ser lo “suficientemente elegante” para lograr que una idea quede plasmada en un espacio y tiempo muy acotado, dice.

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Carolina Bello

Carolina Bello

Enseguida, Schurman (Buenos Aires, 1977) retoma esta idea y pone un ejemplo: en un cuento, si vos querés mostrar un elefante sin ponerlo delante de la nariz de los lectores, “está bien”; “el tema es si alguien entiende que es un perro”. Para él, el mayor desafío que se presenta a la hora de trabajar en este género —y también su mayor miedo— es “que se entienda cualquier cosa”. Otro gran desafío que reconoce es lograr una reacción en los lectores, que la lectura de sus cuentos no les sea indiferente. No importa qué sea lo que les genere, lo importante es que les genere algo, dice.

Para Silva (Minas, 2000), el reto está en “confiar en el texto y no imponerse demasiado”. Comenta que sus cuentos “aparecen de algo muy chiquito” y que a medida que los trabaja, va descubriendo lo que está pasando y lo que el texto tiene para decir. Entonces, lo que más la desafía es lograr que prime la visión del cuento como un descubrimiento sobre la visión del “cuento como construcción”. “Ponerme a escribir y ya tener un preconcepto del texto me lo arruina un poco”, dice. Cuando eso le pasa, suele perder la “excitación” que le provoca la escritura. Para ella, no hay mejor señal de que sus personajes e historias van a suscitar algo en el lector que sentir que ella misma “los quiere y confía en ellos”.

El gran tema común

Hay algo más que estos autores comparten. No está en la forma de sus textos, sino en sus temas; ellos mismos lo notan. Sus relatos se aventuran hacia los límites de la realidad y juegan a bordearlos. En palabras de Carolina Bello, “no solo hay un advenimiento del cuento, sino de lo ominoso, lo siniestro, lo inquietante en el mundo real”.

A Bello, Bremermann, Schurman y Silva les interesa esa exploración, y si bien lo hacen de distintas maneras, se sienten parte de una camada de autores que elige trabajar en torno a ella. Escriben sobre aquello que los perturba, esa es la columna vertebral de sus relatos. Coinciden, entonces, en que el gran tema común que sobrevuela la literatura actual y tiñe su obra es el miedo.

No solo hay un advenimiento del cuento, sino de lo ominoso, lo siniestro, lo inquietante en el mundo real. No solo hay un advenimiento del cuento, sino de lo ominoso, lo siniestro, lo inquietante en el mundo real.

Al intercambiar sobre esto, vuelve a aparecer en la conversación Samanta Schweblin y se suma también Mariana Enriquez, dos escritoras argentinas que trabajan en sus cuentos —si bien, de dos formas distintas— con una suerte de “elasticidad de la realidad”. Los cuatro las reconocen como grandes referentes en esta búsqueda por trabajar el “terror cotidiano” y el “realismo inquietante”, como lo llama Bello.

Están de acuerdo también en que el cuento es una gran herramienta para este trabajo. Por su duración y por provocar impacto, es el género que los habilita a enfocarse en alcanzar esa sensación y esa atmósfera de manera más “prístina”.

Pocas editoriales, muchos escritores

Además de tener trayectorias diferentes, los cuatro autores pertenecen a generaciones distintas y transitan el universo editorial desde hace más o menos tiempo. Javier y Carolina son los más cercanos en edad y “los que peinan más canas”, bromean.

Hace poco menos de veinte años, cuando escribía textos breves que publicaba en su blog, Bello decidió enviar una selección de cuentos a una editorial que le respondió que “no estaban interesándose en el cuento”. De aquel tiempo a esta parte, la escritora ha visto “un cambio total” en cuanto a la actitud de las editoriales frente a los cuentos. Pueden decirte que no, pero no va a ser porque no les interesan los cuentos, dice, “la gama de respuestas es otra”.

Para Bremermann, si bien hay una mayor apertura a los cuentos desde las editoriales, y la amplitud de ofertas es cada vez mayor, cosa que nota desde su papel de lector y consumidor de otros autores, todavía puede que persista —sobre todo desde los grandes grupos editoriales— la preferencia por trabajar en la publicación de novelas.

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La autora de Larvas, Tamara Silva, (la más joven de los cuatro) lo vivió en carne propia —fuera del circuito editorial uruguayo, aclara—. Cuenta que hace poco tiempo, mientras recorría otro país, agentes y editoriales le preguntaban: “¿Tenés alguna novela en camino?”. Eso la “desilusionó”.

Más allá de los géneros que se publican o se dejan de publicar, los escritores están de acuerdo en que el mayor obstáculo al que se enfrentan a la hora de intentar que una editorial reciba, lea y decida trabajar con sus textos es la cantidad de gente que escribe. El volumen de escritores que quieren publicar se traduce en un importante número de manuscritos que llegan a las editoriales, que tienen que encontrar su tiempo de lectura, seleccionar algunos textos y descartar muchos.

Que las editoriales “te lean” ya es toda una victoria, por lo que el desafío más grande al que se enfrentan los escritores (en este aspecto) es el de posicionarse, hacerse un lugar dentro del mapa editorial.

Carolina Bello lo explica así: “En un tiempo pretérito, que te publicara una editorial era un privilegio, o te hacía sentir privilegiado porque entrabas en ese circuito y en el mercado. Pero ahora es un privilegio mayor todavía, por la abundancia de gente que escribe”. Schurman también comparte este sentir. “Hay pocos editores y mucha gente que escribe y que quiere publicar —y está buenísimo—. Pero la traba para mí (cuando quiso publicar su primer libro de cuentos) era esa: alguien que lea mi material”.

Cuentistas que leen cuentos

Los autores no solo escriben cuentos, también son lectores que eligen zambullirse en ellos. Todos afirman que parte de la popularidad del género se debe a que la atención está cada vez más “atomizada”, y el cuento, si bien demanda atención en el momento presente, no requiere de tanto compromiso extendido en el tiempo, como sí pasa con géneros más largos. El cuento sobrevive y triunfa en un contexto de sobreestimulación y entre los escombros de la atención.

Lo que tienen los cuentos, dice Schurman, es la posibilidad de ser leídos de un tirón. Y de sacudir al lector con emociones. Y un libro de cuentos enseguida puede meter al lector “en otro universo” y provocar en él otra cosa completamente diferente a la que provocó el texto anterior. El mismo libro “te puede sacudir cinco o seis veces para distintos lugares”, concluye, “y está buenísimo”. “Con los cuentos, al menos leyendo un cuento por día, te asegurás de que dentro tuyo hay algo que se mueve”, agrega Bello.

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Tamara Silva

Tamara Silva

“Mi atención está muy arruinada”, comenta Silva. “Yo me doy cuenta de eso y de cómo cambió mi relación con la lectura a partir de las redes sociales”, agrega. Su caso es el de tantos otros y tantas otras lectoras a las que les cuesta concentrarse, dedicarse plenamente a la lectura durante ratos largos o enfocar toda su energía hacia un libro. Pero el cuento la hace volver al foco. Lo percibe en ella y también cree que es una sensación que comparte con otros lectores. La intensidad ineludible de los cuentos ordena su atención, porque la exige.

“Es reconfortante saber que el cuento sigue teniendo la llave para devolver la conexión con la literatura”, agrega Bremermann. Y ahí está, quizás, la clave: el cuento funciona, para los lectores —y también para los escritores— como herramienta para experimentar con lo mejor de la literatura.