Cada una de las personas en la fila está a punto de sumergirse en un mundo en el que las manos salen desde el interior de los caracoles. Los peces, con aletas de granada, persiguen tigres gigantes por los cielos. Los relojes se derriten, los perros tienen cola de troncos de árbol y los peines son más grandes que una cama. Mientras se camina por la laberíntica exhibición Surréalisme, con la que el Centro Pompidou culmina una etapa —y que permanecerá hasta el 13 de enero del año que viene—, es fácil incomodarse. El extraordinario e impactante lenguaje del surrealismo es tan inquietante como fascinante, y no es casualidad que la exposición atraiga a tantas personas, haciendo del recorrido uno lento y pausado.
Obras de Dalí, como las reconocidas Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar o Construcción blanda con judías hervidas (premonición de la guerra civil), se pueden ver a lo largo de la muestra. Las acompañan Les valeurs personnelles (Los valores personales) y La Durée Poignardée (Tiempo paralizado) de Magritte, entre otras del famoso belga; varias de Leonora Carrington (autora de Milk of Dreams, libro que marcó el hilo curatorial de la Bienal de Venecia 2022), como Green Tea; o La creación de las aves, de Remedios Varo, entre otros numerosos artistas internacionales que se expresan a través de la pintura, la escritura, el collage, las instalaciones y esculturas.
La exhibición recorre más de 40 años de creatividad y efervescencia surrealista; específicamente desde 1924 —año en el que André Breton publicó en Francia el Manifiesto del surrealismo— hasta 1969, celebrando el centenario de un movimiento emblemático del arte moderno. Un túnel oscuro y empapelado con fotografías de André Breton, Salvador Dalí, Max Ernst, Man Ray y René Magritte les da la bienvenida a los visitantes. Son numerosos los retratos de los fundadores del surrealismo que se exponen. Posan con caras extrañas, expresiones perturbadoras y en casi ninguna de las imágenes se los ve serios. Honrando el ADN de su movimiento, sus gestos y miradas parecen voluntariamente distorsionadas, como si quisieran evitar una representación nítida y convencional de sus rostros.
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El túnel desemboca en una sala redonda, también oscura. En ella se proyectan, en 360° y de piso a techo, frases y extractos del Manifiesto del surrealismo. Marea y abruma si se intenta leer algo de lo que se proyecta. En el centro del espacio hay una vitrina iluminada, también circular, que atrae a la mayoría de los visitantes. Allí se encuentra, ni más ni menos, que el manuscrito original del manifiesto, prestado especialmente al Centro Pompidou por la Biblioteca Nacional de Francia. Se puede leer en francés la letra del mismísimo André Breton, en tinta negra o azul y sobre hojas blancas. Las personas se inclinan sobre el vidrio. Algunas se ponen lentes para leer mejor (la letra es pequeña y hay frases tachadas). Varias señalan con el dedo ciertos extractos de lo que leen, otros toman fotografías o comentan algo a quien los acompaña.
Es a partir de esa vitrina que la exposición adopta un diseño en espiral, tal como se ve en uno de los dos mapas que ofrecen al principio del recorrido. El otro indica todas las actividades organizadas en París (en librerías, galerías de arte y otros espacios creativos) con motivo de los 100 años del surrealismo. La capital entera celebra el aniversario del movimiento.
Figuras poéticas y literarias
El recorrido de la exhibición es tanto cronológico como temático. Está marcado por 14 capítulos que evocan las figuras literarias que inspiraron el movimiento, como el franco-uruguayo Lautréamont (y sus Cantos de Maldoror), el inglés Lewis Carroll (por Alicia en el país de las maravillas) o el francés Marquis de Sade (por varias de sus publicaciones), entre otros; así como los principios poéticos que estructuraron el imaginario surrealista: el artista como médium, el sueño y su acceso privilegiado hacia el inconsciente, la figura de la quimera y los monstruos (estos últimos como representantes de políticos fascistas), Alicia (del país de las maravillas), la figura de la madre como génesis del mundo, Melusina (figura mitológica que es mitad mujer y mitad serpiente), la piedra filosofal, la noche, el bosque, y el erotismo (en esta última sección hay un anuncio fuera de la sala que advierte del contenido sexual explícito y recomienda que los menores no ingresen).
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Salvador Dalí, El gran masturbador, 1929
En cada parada del laberinto se escuchan susurros. La mayoría de las personas que recorren el universo del surrealismo tienen algo que comentar. Una mujer de unos 50 años ingresa en el sector del bosque, que reúne obras de Max Ernst, Toyen, Wifredo Lam y Benjamin Péret (conocidos por pintar bosques como metáforas del inconsciente, y por tomar ideas del psicoanálisis jungiano), y queda impactada con una obra en particular. “Ah”, dice con un tono de sorpresa y alivio, como si ya conociera la obra y estuviese esperando para verla. Se da vuelta para llamar a su amiga, que todavía observa las obras de la sección anterior. “Mirá”, le dice invitándola con la mano a entrar en el siguiente salón. “Me encanta”, le dice mientras caminan hacia la obra. Se trata del Jardin de la France (El jardín de Francia), de Max Ernst, mide 114 centímetros por 168 centímetros y está enmarcado en madera. El público visitante es variado, y no se ven niños. Si bien es común en los museos europeos ver familias con hijos chicos recorriendo las salas, o grupos de clase que toman visitas guiadas en grupo, parece que el surrealismo es una excepción.
No debería sorprender. Pero sorprende: hay numerosas obras de artistas mujeres colgadas en las paredes de la exposición. Curada por Marie Sarré y Didier Ottinger, la muestra incluye una cantidad de obras de Leonora Carrington, Dorothea Tanning, Remedios Varo, Helen Lundeberg, Grete Stern y Dora Maar (esta última conocida, en general, por haber sido la pareja de Pablo Picasso). Poco conocidas por el público masivo y difícilmente destacadas por formar parte del movimiento surrealista (las mujeres fueron a menudo excluidas de las discusiones sobre el tema), en esta exhibición son celebradas junto con sus colegas masculinos.
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René Magritte, Los valores personales, 1957
Mientras que la pintura de Carrington se caracteriza por su misticismo, humor negro y alusión a distintas mitologías, en las de Remedios Varo convergen lo espiritual y lo científico, y el fotomontaje es característico de Maar: cada una agrega un mirada distinta al universo surrealista. Esta perspectiva, o decisión curatorial, más inclusiva y rica del surrealismo, contribuye a reconfigurar la narrativa de grandes e influyentes movimientos artísticos, e incluir los aportes y presencia de las mujeres en sus respectivas historias.
Raíces uruguayas
Otro aspecto de la exhibición que puede sorprender, dependiendo del nivel de profundidad con el que se conozca al surrealismo, es la conexión del franco-uruguayo —nacido en 1846 en Montevideo y fallecido a los 24 años en París— Isidore Lucien Ducasse (Conde de Lautréamont) con el movimiento. Hay una sección dedicada a sus textos, que tanto han influenciado las prácticas surrealistas de distintos referentes, incluido Breton. En 1914, la revista Vers et Prose publicó el texto de Lautréamont Les Chants de Maldoror (Los cantos de Maldoror, 1869) y fue, a partir de ello, celebrado por los impulsores del surrealismo.
Así se cuenta en la muestra, donde se pueden ver ediciones originales de Los cantos de Maldoror y del número de Vers et Prose de 1914, expuestas en vitrinas. “Su texto desafía toda construcción lógica, llama a la violencia y la destrucción, y brindó a los surrealistas una definición de belleza que no debe nada a la armonía con su frase ‘Bello como el encuentro casual sobre la mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas’”, se lee en el texto curatorial de este segmento de la muestra, llamado Máquinas de Coser y Paraguas. “Para los jóvenes surrealistas era una respuesta adecuada a un mundo en decadencia (...) Lautréamont dotó así al surrealismo de un elemento que podía servir también de principio: el de la estética del collage, que nada tiene que ver con las leyes de la lógica y de la armonía”, se lee en la pared.
Obras de Man Ray y Grete Stern son algunas de las que cubren las paredes de la sala correspondiente a esta sección.
El corazón de París
Entre un sinfín de típicos edificios parisinos, haussmanianos y de color piedra, se planta el colorido y de estilo industrial Centro Pompidou. Diseñado por los arquitectos Renzo Piano y Richard Rogers e inaugurado en 1977, es uno de los edificios más emblemáticos y revolucionarios de París. Nombrado tras Georges Pompidou, presidente de Francia entre 1969 y 1974 y quien impulsó su creación como un espacio dedicado al arte moderno y contemporáneo, tiene una arquitectura caracterizada por su estructura expuesta. Los elementos que generalmente están ocultos en otros edificios, como las tuberías, escaleras mecánicas y conductos de ventilación, aquí están al descubierto y organizados por colores según su función: azul para el aire, verde para el agua, amarillo para la electricidad y rojo para los ascensores y sistemas de transporte.
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Didier Ottinger y Marie Sarré, curadores de la muestra
Para acceder a la exposición Surréalisme, al igual que con la mayoría de las exposiciones temporales que ofrece el centro, hay que subir seis niveles por una escalera mecánica conocida como el gusano, que, por estar ubicada sobre la fachada del edificio, ofrece vistas panorámicas de París —hasta se puede ver la Torre Eiffel y la Basílica del Sagrado Corazón— a medida que se asciende.
Los alrededores del Pompidou son movidos. Beaubourg (o distrito 4) es de los barrios más antiguos de París y donde se ubica el centro cultural. Atrae a gran cantidad de turistas y locales, día y noche. Su oferta, de todo tipo, es extensa. Abundan los restaurantes y las tiendas de ropa (varias de segunda mano). Los espacios de arte que acompañan al Pompidou son varios, como la Maison Européenne de la Photographie (MEP) y el Museo de Victor Hugo. En este barrio se encuentra también la catedral de Notre Dame y el edificio neorrenacentista que alberga las instituciones del gobierno municipal de París, el Hotel de Ville. La pequeña isla de Saint Louis también forma parte del 4e arrondissement.
Más que chapa y pintura
En 2020 se lanzó un programa de obras técnicas para renovar el Centro Pompidou con varias etapas y que durará cinco años. Este plan incluye la eliminación de ciertos materiales de las fachadas, la instalación de protección contra incendios, una mejora del acceso para personas con movilidad reducida y la optimización energética del edificio. El proyecto requiere el cierre completo del centro y también brinda, según se puede leer en su página web, la oportunidad de crear un nuevo proyecto cultural, previsto para 2030. El calendario contempla el cierre progresivo en otoño de 2024, el cierre total en verano de 2025 y la reapertura en 2030.
Mientras esté cerrado, las obras del Centro Pompidou, que forman la colección de arte moderno y contemporáneo más rica de Europa y la segunda más grande del mundo (reúne más de 120.000), viajarán a instituciones de renombre en París (como el Museo del Louvre y el Grand Palais), y de otras ciudades de Francia y del mundo (como el Museo de Bellas Artes de San Francisco y el H’Art en Ámsterdam). A través del proyecto Centre Pompidou Constellation, se realizarán eventos y exposiciones colaborativas a escala regional e internacional, manteniendo vivo el espíritu del centro mientras se prepara para su nueva etapa.