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Uruguayo rescata el órgano de la Catedral de Notre Dame: “Nunca imaginé llegar a trabajar en estos lugares”

El armonizador Mario D’Amico Holzmann integró el equipo a cargo de revivir el instrumento que volverá a sonar en la Catedral de Notre Dame el sábado 7

Coordinadora de Sociales

Mario D’Amico Holzmann es sanducero y organero. En su tierra lo conocen por su espíritu emprendedor, su amor a la música y su fascinación por el órgano. Desde hace un tiempo, su notoriedad trascendió fronteras: es el uruguayo que se encargó de la restauración del órgano de 8.000 tubos de la catedral de Notre Dame, que vuelve ahora a abrir sus puertas tras el incendio de 2019. Haber participado en esta tarea junto con otros artesanos ha sido un gran orgullo. “Notre Dame ha sido el proyecto más notorio porque es Notre Dame, pero en realidad he tenido la suerte de estar en muchos proyectos así”, afirma. Su mayor emoción fue cuando construyó el nuevo órgano del auditorio de Radio France en París. “De repente me vi terminando de construir este órgano, que se inauguró con un concierto de órgano y orquesta. Y estaban aquellas composiciones que yo había grabado en un cassette mientras escuchaba el Sodre, y que me volvían loco, y que soñaba con saber cómo sería todo eso en directo”.

Mucho tiempo antes, el destino lo había cruzado en el camino de la directora y organista Cristina García Banegas, la gran precursora de la música barroca en Uruguay. En un concierto que ella había ido a dar en la iglesia de Paysandú­, él escuchó a Johann Sebastian Bach y quedó fascinado. De ahí en más, el impulso y apoyo de Banegas fue fundamental para que D’Amico encontrara una vocación que se transformó en su vida.

Se formó, estudió y le dedicó horas a esta actividad que es su pasión. Comenzó a trabajar como aprendiz de organero en Gerhard Grenzing­ —uno de los talleres más importantes del mundo, ubicado en Barcelona—, y prestó sus servicios en la Catedral de Bruselas, el Auditorio Nacional de Música de Madrid, la Catedral de la Almudena de Madrid, el Palacio Real de España, la Catedral de México, la Catedral de Bogotá.

En ese derrotero por el mundo, reparando y construyendo órganos, descubrió un mundo inagotable.

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Por ciertas razones, en determinadas situaciones hay instrumentos que se encuentran en buen estado, pero que igualmente se decide cambiarlos. En ese justo momento, aparece D’Amico para interceder y persuadir a sus dueños a que los cedan a Uruguay en forma de donación o a un precio razonable. Es así que el organero uruguayo se ha trazado una meta: que cada departamento de Uruguay tenga un órgano y un clavecín.

Radicado en Suiza, D’Amico estuvo recientemente en Uruguay para visitar a la familia y continuar con la instalación de los últimos instrumentos que consiguió para Salto y Colonia. En su peregrinar ha ido logrando adeptos que lo siguen y apoyan, pero aún hace falta una mayor concientización sobre el patrimonio para alcanzar el objetivo. La campaña “Un órgano y un clavecín para cada capital departamental” continúa.

Después de cinco años de trabajo, Notre Dame abre el sábado 7; ¿cuánto tiempo llevó la restauración del órgano?

Fue prácticamente como desalojar el Museo del Louvre, porque lleva mucho tiempo sacar cada pieza del órgano, cada juego de tubos. Por cada registro del órgano hay 56 tubos. Cada tubo es como si fuera una escultura que había que tratar con máximo cuidado. Entonces, ese trabajo de desmontaje se hizo con un equipo de 11 personas, pero se acabó con un mes y medio de antelación sobrela planificación inicial, porque se trabajó de una manera muy meticulosa y muy estructurada, bajo unas condiciones muy duras. Teníamos que trabajar con máscaras de respiración asistida para no respirar el aire contaminado y con unos protocolos que se utilizan para la descontaminación de amianto. Al salir, teníamos que ducharnos con la ropa contaminada, luego tirarla a la basura y ducharnos otra vez. Creo que todo este trabajo duró dos meses y medio. Luego, la restauración se realizó a lo largo de 2023, en tres talleres franceses. Yo estuve al frente de la obra mientras se realizaron todos los trabajos en taller.

Cuando se terminó, y el instrumento ya estaba listo para ser montado, me fui a vivir a Suiza, entonces no participé en la parte final, que fue el remontaje y armonización. La armonización la hizo Bertrand Cattiaux­, que es el organero que ha restaurado ya tres veces Notre Dame, y fue quien revirtió las modificaciones sonoras que se habían hecho en los años 60. En ese momento, el órgano se había cambiado a una estética neobarroca, no todo, pero parcialmente. Y en la restauración de 2015, en la que también participé, se decidió volver, en gran parte, al estado original, y otras partes dejarlas en esa estética de los años 60.

Cuando se incendió (el presidente Emmanuel) Macron prometió que la iglesia se restauraría en cinco años. La gente del medio de la restauración sabía que eso era imposible, pero luego crearon un estado de excepción para acelerar todas las fases administrativas y, finalmente, se cumplió en cinco años. Se contrató al general (Jean-Louis) Georgelin para dirigir la obra, que también fue un escándalo. Todos pensaron: “¡Qué tiene que hacer un militar dirigiendo esta obra!”. Pero era un tipo que tenía la capacidad resolutiva de dirigir y, además, con una cultura enorme, apasionado del órgano. Fue una obra ejemplar, realmente increíble cómo se cumplieron los timings y se resolvieron todos los problemas que iban surgiendo, porque una cosa así no se había hecho desde principios de 1920, cuando se restauró. Después de la Primera­ Guerra­ Mundial se tuvieron que restaurar muchas catedrales, pero nunca se había tenido el criterio de volver exactamente al original, tal como se hizo aquí en Notre Dame.

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En Notre Dame hay dos órganos, ¿tuvieron que reparar los dos?

Sí, Notre Dame tiene dos órganos. En la tribuna está el órgano Cavaillé-Coll, que a su vez está en un mueble de 1733 construido por François Thierry. Pero sabemos que desde el siglo XIV hay órganos en Notre Dame, el primero suspendido en el lateral, y luego está el órgano de coro, en la parte del ábside, es de la fábrica Merklin. Yo trabajé solo en el de la tribuna. El órgano de coro sufrió mucho en el incendio porque le cayó toda el agua de los bomberos. Se salvaron el mueble y los tubos, pero toda la parte interior se hizo nueva y se cambió el concepto.

¿La profesión de organero implica ser experto en muchas tareas artesanales?

Sí, es un oficio multidisciplinario, como si fuéramos médicos, y hay cardiólogos y neurocirujanos. Mi pasión siempre fue la música, entonces lo mío siempre ha sido la armonización y la música. Hay gente especializada en carpintería, porque hay órganos de madera, y otros que se especializan en construir los tubos que son de estaño y plomo. Un órgano como el que conseguí para la iglesia de Salto, por ejemplo, tiene 2.500 tubos, y el de Notre Dame de París tiene 8.000 tubos; todos hechos a mano y todos diferentes. También hay ingenieros electrónicos, porque los órganos de hoy, no todos, son instrumentos que se construyen con una concepción contemporánea y tienen transmisión electrónica. Cuando uno toca las teclas, lo que hace que se muevan los mecanismos que hacen sonar la tubería son sistemas electrónicos. Hay gente que trabaja el cuero para construir los fuelles y también hay herreros, diseñadores, técnicos. En la empresa en la que trabajo actualmente como organero armonizador, Orgelbau Kuhn, que es de las más antiguas, en funcionamiento desde la mitad del siglo XIX, ubicada en el borde del lago de Zúrich, somos 30 personas para poder ocuparnos de lo que es el trabajo de mantenimiento, restauración y construcción de nuevos instrumentos.

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En su adolescencia en Paysandú, ¿alguna vez soñó con vivir en Europa trabajando en la música?

Solo pensaba en pasar una temporada preparándome­ para luego trabajar en toda Latinoamérica. Nunca pensé en que llegaría a trabajar en estos instrumentos que veía en los libros o que escuchaba en los CD. Después, además, tuve la posibilidad de conocer a todos esos músicos que para mí eran lo máximo. Como si hubiera conocido a lo que hoy sería Taylor Swift para una adolescente. Para mí, esta gente eran los grandes divos de la música, y he tenido la suerte de trabajar y de hacer amistad con muchos de ellos. Nunca hubiera imaginado haber llegado a trabajar en estos lugares. Pero hoy, haber traído un órgano para Salto, para Colonia­, y poder traer otros instrumentos a Uruguay es lo que más emoción me produce.

Usted ha comenzado un proyecto nacional que consiste en que cada capital de Uruguay tenga un órgano y un clavecín, ¿cómo surgió?

Todo comienza mucho antes, cuando tenía unos 17 años y se restauró el órgano de Paysandú­. Ahí empezó mi vida. Pero la idea del proyecto surgió en el interín entre lo de Colonia y Salto; ahí se me ocurrió conseguir un instrumento para cada una de las capitales departamentales, puesto al servicio de la pedagogía y del culto. El órgano no es como un piano, que tiene una tabla armónica que resuena y uno lo puede poner prácticamente en cualquier sitio. Un órgano necesita de una acústica, es un instrumento que necesita un edificio, el edificio forma parte del instrumento, entonces tiene que estar instalado en un auditorio con una acústica adecuada o en un templo. En Uruguay no disponemos de infraestructura como en Japón­, que en cada capital departamental construyeron un auditorio como el del Sodre, con un órgano para el repertorio de música y orquesta. Lo que tenemos son iglesias que están al servicio del culto. Aunque el órgano existe hace 2.000 años, lleva 900 acompañando el culto católico. Es una tradición que hay que preservar, como las obras de arte, como las pinturas de la Capilla Sixtina o las esculturas que están en cualquier templo, no son patrimonio religioso, pero son patrimonio cultural de la humanidad. Entonces hay que preservarlo.

¿El órgano de Colonia ya está instalado?

El órgano está esperando que reparen las filtraciones de agua del techo de la basílica. Esto es un problema porque un instrumento no se puede almacenar durante largo tiempo, se empieza a deteriorar. Los tubos de estaño y plomo se empiezan a aplastar en sí mismos. Ese es el problema que tenemos ahora; el órgano se está degradando porque no se ha podido instalar por este tema de filtraciones que hay en el techo. Es un edificio religioso pero es también patrimonio arquitectónico de Colonia, entonces el gasto no solo pertenece a la iglesia, sino al Estado. En Paysandú, cuando se instaló el órgano, si bien la intendencia no puso dinero, el intendente de aquellos años dio la orden de que el órgano se conectara al alumbrado público como un gesto simbólico —porque no consume mucha electricidad— de decir que está al servicio de la ciudadanía.

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¿Cuántos órganos y clavecines le faltan para su proyecto?

Hay un órgano en el templo de Colonia Valdense, pero no había en la ciudad de Colonia. Hay órgano en San José, Canelones, Rocha, Tacuarembó y Florida, y en Maldonado se está construyendo uno con partes del antiguo órgano del Teatro Colón de Buenos Aires. Y en el interior no hay más. Entonces faltan todas las otras ciudades. Y clavecines hay en Paysandú, en Salto, uno ya está dando vueltas por los pueblos del departamento de Colonia, haciendo música barroca con copias de instrumentos de épocas, lo que es genial. Luego faltan todas las otras ciudades. Hemos estado conversando con el Conservatorio de San José y con algunos profesores del Conservatorio de Maldonado y Rocha, y estarían muy interesados en traer estos instrumentos para enseñar y tocar música barroca en los instrumentos adecuados.

¿Y su gestión en qué consiste?

En algunos casos son instrumentos que se consiguen a precios razonables, en otros casos son instrumentos donados. Cuando les explico que son instrumentos que van a viajar a Uruguay­, donde no hay un patrimonio como tienen en Europa, les encanta la idea y enseguida se suman. El problema que tenemos en Uruguay es el tema impositivo, las tasas son excesivas. Y en el caso de los instrumentos musicales, por ejemplo, no tenemos una industria de instrumentos musicales. La cultura no tiene recursos económicos abundantes como en otros países, entonces es un problema grave, porque tenemos a nuestros músicos tocando instrumentos que tienen por lo menos 50, 60 años. Y la vida útil de un piano es de 5 a 10 años, para lo que sería la élite de los pianistas. Entonces, es como si tuviéramos a la selección uruguaya jugando sobre césped artificial con alpargatas.

¿Estos instrumentos antiguos no son patrimonio en Uruguay?

Habría que hacer un catálogo de instrumentos, como tienen en Francia, en el que todos los instrumentos con un determinado valor o una determinada edad automáticamente están protegidos por el Estado. Los que están en iglesias o edificios públicos pertenecen a las intendencias. Los que están en catedrales pertenecen al Estado francés, que vela por su mantenimiento y protección. A Uruguay, con el poquito patrimonio que tiene, no le interesa en absoluto. He estado en contacto con autoridades y me han dicho que a título privado yo podría hacer un listado para concientizar a la gente, pero de momento este tema, de parte de las instituciones, se ha tomado de manera muy poco seria. Por ejemplo, en la iglesia de los Vascos, en Montevideo, tenemos un órgano Merklin como el que vino a Colonia, que era el órgano más grande de Uruguay y de mejor calidad.

En los años 80, hubo un problema y sin tener la conciencia de lo que representaba el desmontaje del órgano, lo desmontaron y después ya no hubo medios para volver a montarlo. Entonces, el órgano se está degradando desde los años 80 en las galerías de la iglesia. Y eso es un crimen. Es un instrumento que en cualquier parte de Europa estaría considerado una pieza de museo, estaría mantenido por el Estado por ser un bien cultural de excepción. Y acá en Uruguay se va a perder. Es un órgano único por sus dimensiones, de tres teclados, manuales y pedaleras. Y la parroquia es la responsable de poder juntar los fondos, que evidentemente son sumas elevadísimas, porque todo lo que es restauración o construcción de órganos son miles de horas de trabajo. De todas formas, nuestra remuneración es igual que un electricista o sanitario; no es que por hacer trabajo artístico tengamos un cachet bien pagado; estamos considerados como técnicos y así se nos factura. Lo que pasa que para hacer el trabajo en condiciones, son miles de horas.

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¿Cuánto cuesta hacer un órgano nuevo?

Hacer un órgano nuevo cuesta más de un millón de dólares. Desde el año 97 he estado viendo la posibilidad de traer un instrumento para la catedral de Salto. Cuando en el año 2000 estuve trabajando en la instalación de un nuevo órgano en la Catedral de Bruselas, me encontré con un instrumento del siglo XIX que fue desmontado porque tapaba un vitral del siglo XV. El órgano no era de mala calidad, simplemente querían quitarlo, y se construyó uno nuevo que fue suspendido en el triforio, en la nave central, imitando a los instrumentos góticos. Entonces surgió la posibilidad de traer ese instrumento gigantesco que necesitaba mucha inversión de modificación y restauración. Y bueno, en el medio apareció un instrumento en Montpellier; un órgano Merklin, que es la firma que construyó el órgano de coro de Notre Dame de París. Enseguida me contacté con la gente de Colonia que está interesada en el mundo de la música, pero tenían que responder en el momento si se lo quedaban o no. Y entonces, deprisa y corriendo, formaron una comisión y se pudo traer el órgano. Yo nunca vi una cosa similar en cuanto a la capacidad de organización y de gestión, increíble. Este grupo que trajo el órgano se llama Fundación Merklin. Dos años más tarde apareció otro para Salto. Y así como van surgiendo estas oportunidades con los instrumentos, me propuse concretar este plan de dotar a cada una de las 19 capitales con un órgano y un clavecín para tocar música barroca, que es algo que no ha habido nunca en Uruguay.

¿Cómo empezó su pasión por el órgano?

Hubo una mezcla de muchas cosas, incluso la cultura pop también influyó. Cuando Cristina García Banegas volvió de Suiza, fue a Paysandú a dar un concierto, y hubo mucha prensa para que la ciudad supiera que tenía un órgano semiabandonado­ allá en la tribuna de la basílica. Ahí escuché por primera vez música de Bach. El órgano estaba desafinado e igualmente aquel sonido me fascinó. Después del concierto subí a la tribuna y vi aquella consola con dos teclados, con pedaleras, una maquinaria increíble. Empecé a investigar entre los vinilos que había en todas las casas de Uruguay en aquellos años si tenían a Karl Richterinterpretando a Bach. Me acuerdo de la película Los Goonies, cuando una calavera tocaba un órgano que estaba hecho con calaveras. En Los locos Adams también salía un órgano, y todo eso me fue cautivando. Esto fue previo a internet, yo tenía 16, 17 años, y allá en Paysandú, no era muy fácil encontrar nada sobre el tema, entonces escribí a las embajadas de Alemania y de Países Bajos, y tuve alguna respuesta pero nada muy claro. De repente, un día, en el año 1997, la providencia nos envió una empresa que venía a restaurar el órgano en Paysandú. Fue el gobierno alemán que eligió un órgano en Latinoamérica para hacer una restauración y nos regalaron el 75% de ese trabajo. El costo era 200.000 dólares, y ellos se hicieron cargo de 150.000, Paysandú­ tuvo que recaudar 50.000 con aportes de la ciudadanía. En Uruguay no tenemos esta cultura de estar apoyando la cultura a nivel privado, pero si tuviéramos esa conciencia y cada uno pusiera uno o dos dólares para proyectos así, se podrían realizar. En Salto están buscando el dinero para poder montar el órgano, pero están teniendo muchos problemas.

Gracias a Cristina García Banegas usted descubrió su profesión.

Sí, Cristina me echó una mano para irme a España a este taller donde pude formarme. Es una gran amiga y siempre estamos en contacto, hablamos prácticamente todos los días intentando hacer proyectos. Ella también ha estado ayudando con el tema del órgano de Salto, yendo a la Embajada de Suiza. Además, organiza el Festival Internacional de Órganos, que es de primer nivel mundial. Ella ha sido la gran pionera de la música barroca y de la música de órgano en Uruguay, y gracias a ella han surgido muchísimos otros músicos.