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    Biografía de Hannah Arendt, de Thomas Meyer

    Después de haber sufrido en carne propia la persecución en Alemania y Francia, Arendt dedicó su vida a estudiar el totalitarismo, no solo el nazismo, sino también el régimen encabezado por José Stalin en la Unión Soviética

    El ataque del 7 de octubre de 2023 realizado por Hamás en territorio israelí, el posterior ataque del Ejército de Israel en Gaza, con acusaciones de genocidio, la guerra de Ucrania y otros pujos imperialistas, militaristas y totalitarios hacen más vigente la obra de Hannah Arendt, 50 años después de su muerte. Justamente en este 2025, Anagrama publicó Hannah Arendt. Una biografía intelectual, la minuciosa investigación de Thomas Meyer, el filósofo de la Universidad de Múnich que ha sido editor de las obras de Arendt en 12 volúmenes.

    A lo largo de su existencia —que transcurrió entre 1906 y 1975—, Arendt estuvo a menudo rodeada de polémica. Un punto alto ocurrió en 1961, cuando publicó un gran reportaje por entregas para la revista New Yorker sobre el juicio al nazi Adolf Eichmann, luego conocido en todo el mundo con el título Eichmann en Jerusalén.

    En ese libro, uno de los más famosos, al igual que el ahorcamiento del teniente coronel de las SS secuestrado en Buenos Aires por agentes del Mosad, sostiene que, más allá del antisemitismo contra los judíos, la Shoa fue un crimen contra la humanidad, del cual fue responsable el régimen de Hitler, pero también lo fueron quienes se lo permitieron, incluidos los consejos nacionales judíos que aportaron información sobre sus comunidades. Por si esto fuera poco para un escándalo, también acuñó el concepto banalidad del mal: el acusado no era un monstruo, como ella misma pensaba antes de asistir al juicio, sino un burócrata, algo que en realidad lo hacía aún más peligroso.

    Esa mirada independiente, aguda y cargada de ironía de Hannah Arendt provocó admiración, pero también un fuerte rechazo y una fractura con viejos y queridos amigos, como el líder sionista alemán Kurt Blumenfeld. En realidad no era algo nuevo. Con Blumenfeld ya había polemizado dos décadas atrás en el periódico Aufbau, muy leído entre los judíos alemanes en Estados Unidos. En su ensayo publicado a fines de 1944 bajo el título Zionism reconsidered, Arendt opinó que durante la conferencia de Atlantic City se había producido “un punto de inflexión en la historia sionista; pues el programa revisionista, tan duramente repudiado durante tanto tiempo, finalmente ha triunfado. (…) Esta vez, los árabes simplemente no fueron mencionados en la resolución, lo que obviamente les deja la disyuntiva entre la emigración voluntaria o una ciudadanía de segunda clase”.

    Entonces muchos volvieron a recordar su condición de examante del filósofo Martin Heidegger, que fue su maestro en la universidad y luego adhirió al nazismo y pronunció su tristemente famoso discurso del rectorado en 1933. En 2025, sin embargo, otros muchos están leyendo y releyendo estos artículos críticos de Arendt —unas 600 páginas— reunidos bajo el título Escritos judíos.

    La muchacha judía de Königsberg

    “Yo, Hannah Arendt, nací en Hannover el 14 de octubre de 1906. En octubre de 1924 aprobé el bachillerato en un instituto humanístico en Königsberg (Prusia). De 1924 a 1928 estudié filosofía, teología protestante y filología griega, con filosofía como especialidad y teología y griego como menciones. Estudié filosofía con los profesores Heidegger (Marburgo), Husserl (Friburgo) y Jaspers (Heidelberg) (…) En otoño de 1928 terminé mi doctorado en Heidelberg bajo la dirección de Jaspers con una tesis sobre el concepto de amor en (san) Agustín, que fue publicada en 1930 por la editorial Springer (Berlín) en una colección de filosofía”.

    Este es el comienzo del currículum vitae con el cual la exilada se presentó en diferentes instituciones de Estados Unidos en 1941. Para llegar hasta allí junto con su segundo esposo, Heinrich Blücher, había viajado en barco desde Lisboa luego de huir de Francia, donde había estado un mes en el campo de concentración de Gurs, en los Pirineos Atlánticos.

    Antes de los siete años en Francia, desde donde viajó a menudo a Palestina a trabajar para una organización que ayudaba a adolescentes judíos a emigrar, había estado detenida en Alemania por su investigación en archivos acerca del antisemitismo. Huyó en 1933 a París luego de ser puesta en libertad.

    Pero entre su infancia alemana y exilio hubo una vida con mucho condimento. Un padre que hoy sería llamado emprendedor y una madre intelectual, abierta a pensamientos socialistas y no encerrada en una vida judía.

    Meyer pone especial atención en reconstruir la vida acomodada de la familia en la ciudad prusiana, que tiene al filósofo Immanuel Kant como su hijo más ilustre, y en la etapa francesa, porque se trata de los aspectos menos conocidos de la vida de Arendt y sobre los cuales ella no escribió. De todas formas, sí mencionó esos momentos en varias entrevistas, entre ellas la realizada por el periodista Günter Gaus en el canal alemán ZDF en 1964. (Disponible en YouTube con subtítulos en castellano).

    Embed - Hannah Arendt - "Zür person" (entrevistada por Günter Gaus) Subt. español - (1964)

    Totalitarismos

    Precisamente en la entrevista de Gaus, que luego tomó forma de libro, Arendt comienza explicando que, a pesar de haber estudiado filosofía, no se consideraba como filósofa, sino que su profesión era la teoría política. Así buscaba separar la filosofía política de la “contemplativa”.

    En el libro de Meyer queda claro que después de haber sufrido en carne propia la persecución en Alemania y Francia, Arendt dedicó su vida, más que a la metafísica y al existencialismo, a estudiar el totalitarismo, incluyendo no solo el nazismo, sino también el régimen encabezado por José Stalin en la Unión Soviética detrás de los términos “ario” y “proletario” respectivamente, como explicó en Los orígenes del totalitarismo o en Sobre la revolución.

    Aunque el biógrafo se concentra bastante en la filosofía, que es su fuerte, es evidente que ha realizado un trabajo enorme de revisar los archivos para encontrar elementos que ayuden a tapar los huecos que existen sobre la vida de Arendt. Un trabajo difícil, porque se trató de una vasta trayectoria humana en diversas locaciones —desde el prusiano Königsberg de la República de Weimar (hoy Kaliningrado), Heidelberg y Berlín hasta Nueva York y Chicago—, ya que en Estados Unidos, como muchos judíos europeos, se nacionalizó y finalizó allí su vida.

    El autor llama la atención sobre el hecho de que, a pesar del interés que despertó en todo el mundo la obra de Arendt, no existiera —salvo la de su alumna y amiga Elizabeth Young-Bruehl, publicada en 1982— “ningún intento de biografía exhaustiva”. También registra que pese a ser la primera intelectual mediática no figura en ninguna historia de los medios. Meyer utiliza documentos y cruza fuentes para pintar la época en la que Arendt desarrolló su existencia y su obra como teórica política, periodista, socióloga o filósofa, en el sentido de la tradición socrática, como forma de vida.

    También se ocupa del vínculo que ella establece con la literatura y el papel que le adjudica a la lengua materna y a la poesía, pero del mismo modo que Joseph Conrad lo hizo en El corazón de las tinieblas (1899), al explicar al nazi y al racismo moderno.

    Su amigo Walter Benjamin se suicidó en los Pirineos en 1940. El dramaturgo Bertolt Brecht regresó al Berlín de la República Democrática Alemana. Arendt, al igual que Max Horkheimer y Theodor Adorno, los investigadores de Frankfurt con quienes mantuvo distancia, apenas regresó a Alemania de visita. La primera vez que llegó después del nazismo fue en 1949, contratada para investigar acerca de las huellas de la cultura judía, pero fue en Estados Unidos, una vez que dominó el idioma, donde logró un reconocimiento gracias a su esfuerzo e inteligencia, explica Meyer. Eso la llevó de forma natural a ser contratada en universidades y a aparecer en publicaciones como Menorah, Partisan Review, Commentary, entre otras, y hasta en las revistas intelectuales como New Yorker y New York Review of Books.

    A pesar de todo —nada menos que el exterminio de 6 millones de judíos europeos—, después de la guerra retomó cierto contacto con Heidegger, su mentor, el que le había enseñado a pensar. A Heidegger le tenía reservado una discusión teórica gracias a la insistencia de la emisora Bayerischer Rundfunk, pero mantuvo distancia, ya que consideraba que su incorporación oficial al nacionalsocialismo había sido “una catástrofe”, aunque advirtió que ella no lo podía “condenar sumariamente”. De todas formas, con quien mantuvo un verdadero intercambio intelectual y amistad fuerte fue con Karl Jaspers y su esposa, Gertrud Mayer, que duró hasta la muerte de la pareja, no mucho antes que la de ella.

    Recién para ese entonces había logrado una estabilidad económica, recibido premios y hasta una indemnización de Alemania, porque como “luchadora callejera intelectual”, al decir del abogado Hans Morgenthau, había pasado siempre corriendo la liebre.

    No tuvo hijos, pero en sus honores fúnebres, luego de los cuales fue incinerada, en contra de la tradición judía, estaban algunos de sus muchos amigos. “Las cosas parecían diferentes después de que ella las mirara”, dijo en su panegírico Hans Jonas, profesor de la New School for Social Research de Nueva York, que habló ante su féretro.