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    Las bibliotecas públicas de la Intendencia de Montevideo apuntan a ser centros de referencia, aunque se enfrentan al desuso

    Solo un tercio de los socios hacen uso de los préstamos domiciliarios y cuatro sedes cerraron sus puertas desde 2021

    Una vieja discusión plantea si al caer un árbol en un bosque en el que no hay nadie para presenciarlo, la caída igualmente produciría un fuerte sonido. Una duda similar emergería en algunos barrios montevideanos, si cambiáramos los árboles por bibliotecas.

    Una mañana de julio, en el barrio de La Unión, una vecina, al ver a otra mujer golpeando la puerta de la Biblioteca Francisco Schinca, se sorprende y le dice: “¡Ay! No sabía que este lugar seguía existiendo”.

    Esa brevísima interacción entre dos mujeres deja dos cosas claras. La primera es que el cartel ubicado encima de la puerta, pintado con letras rojas en imprenta y en el que se lee “Biblioteca”, parece bastante obsoleto. La segunda es que para que las bibliotecas sigan existiendo es necesario que los usuarios hagan uso de ellas o, al menos, golpeen sus puertas.

    La Biblioteca Pública Francisco Schinca (antes llamada Biblioteca Popular de La Unión) se fundó en 1929. Desde 1982 hasta hoy, siempre ha estado ubicada en el mismo lugar.

    En Montevideo, existen otras 11 bibliotecas públicas (dos de ellas cerradas temporalmente y otras dos solo especializadas en literatura infantil y juvenil) que son gestionadas por el Servicio de Bibliotecas y Letras de la Intendencia de Montevideo (IM) y forman parte del Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas.

    Parque Rodó
    Biblioteca Infantil José H. Figueira, ubicada en el Castillo del Parque Rodó

    Biblioteca Infantil José H. Figueira, ubicada en el Castillo del Parque Rodó

    El primer Censo Nacional de Bibliotecas Públicas —publicado en 2022— constató que en 2021 eran 15 las gestionadas por la IM que se extendían en la ciudad.

    Al día de hoy, salvo el Municipio E (que comprende Carrasco, Malvín y Punta Gorda), el resto de los municipios cuentan con —al menos— una biblioteca de estas características. Con pequeñas variaciones, la mayoría de ellas abren de lunes a viernes (algunas también funcionan los sábados) entre las 9 y las 10 de la mañana y cierran antes de las 16.

    El catálogo global de la IM (que, según el censo, en 2021 registraba entre 16.000 y 20.000 libros) abarca literatura uruguaya y latinoamericana, y ediciones en español de autores de varias lenguas. La imprecisión en cuanto al total de libros se debe a un atraso —que la mayoría de las bibliotecas comparten— en el ingreso de libros nuevos al sistema de registro virtual.

    Entrar a las bibliotecas públicas de Montevideo significa atravesar un portal donde el tiempo se borra o se detiene. Es lo más cercano a habitar un paréntesis real, físicamente tangible, delimitado por cuatro paredes y que encierra mucho, mucho polvo. Los libros más antiguos huelen de forma particular. Es una mezcla entre olor a libro nuevo y papel viejo. El aroma da una pista sobre la realidad de estos objetos: la mayoría tienen muchos años y han tenido más de un dueño, pero en la biblioteca, los usuarios les dan poco uso.

    Durante tres semanas, Búsqueda visitó ocho de las once bibliotecas. Sin contar a los funcionarios, en total vio ingresar a una decena de personas a las instalaciones.

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    Biblioteca Javier de Viana, ubicada en el Cerro

    Biblioteca Javier de Viana, ubicada en el Cerro

    La quietud característica de estos lugares solo se vio alterada por las visitas de grupos numerosos de escolares o por las canciones de pop latino y punk rock que algunos funcionarios reproducen en parlantes grandes para amenizar sus jornadas de trabajo.

    El poco tránsito de gente hace que quien husmea las estanterías, si se dispone, pueda transportarse a un lugar donde el tiempo no existe ni apremia; un lugar que tiene mucho de pasado. Allí, el usuario puede encontrar una amplia selección de clásicos, las colecciones completas de autores locales como Carlos Vaz Ferreira, decenas de ejemplares de almanaques del Banco de Seguros del Estado, enciclopedias y diversos atlas y ediciones originales del Diario Oficial, la revista Cuadernos de Marcha y de la revista Capítulo Oriental, que se publicó entre 1968 y 1969 y repasa la historia y tradición literaria uruguaya.

    Esa suerte de hechizo atemporal y la ilusión de que las bibliotecas públicas preserven la memoria se deshace rápidamente cuando, por ejemplo, un ejemplar de la Divina comedia —con tapas de cuero y 60 centímetros de altura— es quitado de la estantería por una funcionaria y reemplazado por una edición “de bolsillo” de la misma obra, porque, según explica, cada vez tienen menos espacio para los libros y la nueva edición ocupa menos lugar. Parece ser cierto, entonces, lo que escribió la periodista estadounidense Susan Orlean en su libro La biblioteca en llamas (2018), que gira en torno al mayor incendio de la Biblioteca Pública de Los Ángeles: “Todos los problemas que tiene la sociedad, los tiene también la biblioteca”.

    Ser “terceros lugares”

    La mayoría de los socios de las bibliotecas en Montevideo son adultos mayores. Solo un tercio de los 14.922 socios que registraron en el censo de 2021 se consideraba “activo”, es decir, hacía uso del préstamo de libros. Según datos de la IM, a julio de este año, se contabilizaron 1.873 préstamos domiciliarios de libros. En 2024, se registró un total de 2.598 préstamos de este tipo.

    Al consultar por los libros de mayor popularidad en distintas bibliotecas, el primer nombre que recibió Búsqueda, y que se repitió tres veces, fue el de una escritora de novelas románticas, la estadounidense Danielle Steel.

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    Sala de lectura de la Biblioteca Francisco Schinca

    Sala de lectura de la Biblioteca Francisco Schinca

    Los trabajadores saben que su rol tiene un fuerte componente social. Reconocen que dedican una parte importante de su día a intercambiar con los vecinos que hacen uso de las instalaciones y los servicios que prestan, sobre todo si se considera que la mayoría pertenecen a la tercera edad. Es que las bibliotecas, como escribió Susan Orlean, “suavizan la soledad”.

    Además de esforzarse por acercar la lectura a la ciudadanía, estas instituciones buscan activamente establecer un vínculo cultural y afectivo con la población. Fundamentalmente, apuntan a posicionarse como “terceros lugares”: aquellos sitios que no son ni el hogar ni el trabajo, donde las personas pueden reunirse y compartir. Con este fin, organizan, por ejemplo, presentaciones de libros, talleres literarios gratuitos y conversatorios con autores locales.

    La biblioteca de Casavalle

    Hay algunas bibliotecas en Montevideo que logran destacarse como centros de referencia en el barrio. Un ejemplo es el caso de la Biblioteca Carlos Villademoros, ubicada en el interior del Centro Cívico Luisa Cuesta, en Casavalle.

    Allí, semanalmente se reúne una decena de personas para intercambiar sobre sus lecturas y, sobre todo, compartir su cotidianidad. Los integrantes del grupo definen este espacio como “un encuentro de familia, más que de lectores”.

    Carlos-Villademoros
    El Centro Cívico Luisa Cuesta celebró sus 10 años

    El Centro Cívico Luisa Cuesta celebró sus 10 años

    En la Carlos Villademoros, la promoción y el incentivo de la escritura es una de las prioridades. El equipo de la biblioteca —junto con usuarios recurrentes e integrantes del grupo de lectura— ha trabajado en cultivar el hábito de la escritura entre usuarios y vecinos y de instalar esa práctica como forma de expresión. Así es como nacieron Cuentos de barrio (2017), Casavalle, cuenca de mujeres que se cuentan (2023) y Casavalle vive y escribe (2024), tres libros que se idearon y crearon desde la misma biblioteca en colaboración con la IM, el Municipio D y otras instituciones (como la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Udelar) que trabajan en el barrio.

    El catálogo incluye la llamada Colección Cuenca de Casavalle, que se enfoca en la zona y reúne aproximadamente 250 trabajos académicos, libros de ficción y no ficción, revistas y cualquier tipo de publicación que se haya hecho. Además, cuenta con una colección especializada en derechos humanos, de 200 ejemplares, y otra especializada en género, que integran 600 libros entre ensayos, no ficción, poesía, cuentos, novelas y divulgaciones académicas.

    Dejadez y falta de funcionarios

    El estado edilicio varía. Algunas bibliotecas tienen un aspecto moderno: paredes recién pintadas, mesas de colores y estanterías blancas que muestran indicios de remodelaciones y obras cercanas en el tiempo. Por sus amplias ventanas, la luz natural entra con fuerza y produce una sensación acogedora que invita a perderse entre sus pasillos.

    Otras parecen haberse quedado detenidas en el tiempo. La Biblioteca Francisco Schinca, por ejemplo, muestra señales de deterioro y dejadez que nadie se esfuerza por esconder: el techo se llueve, lo que provoca manchas negras que se extienden hacia las paredes y rajaduras en la pintura que producen desprendimientos.

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    Biblioteca Francisco Schinca

    Biblioteca Francisco Schinca

    Distinto es el caso de la Biblioteca Ernesto Herrera, ubicada en Parque Batlle, que fue remodelada y reinaugurada en diciembre de 2023. De aspecto, podría decirse que está nueva; sin embargo, aunque la apariencia dice mucho sobre cuánto se cuidan estos lugares, no lo cuenta todo.

    El día que Búsqueda visitó el lugar, dentro de la biblioteca hacía muchísimo frío. Aun siendo —probablemente— la semana con temperaturas más bajas del año, en la plaza que se ubica justo delante del edificio, la temperatura era más agradable que en el interior. Tanto, que si alguien ingresaba, seguramente no demoraría más de unos minutos en volver a salir. Las probabilidades de recibir público un sábado a la mañana parecían tan bajas, que las luces interiores de la biblioteca estaban apagadas.

    En la Herrera hay dos aires acondicionados, uno que lleva más de seis años sin funcionar, incluso habiendo atravesado una remodelación, y otro, colocado en 2024, que tampoco funciona. Los trabajadores se calientan con una estufa a gas que consiguieron por sus propios medios. Al igual que otros funcionarios del servicio, que han conseguido microondas o jarras eléctricas, aseguran que, si bien es menos práctico, es más rápido ocuparse de ese tipo de cosas por cuenta propia que esperar a que la IM, ese monstruo burocrático, escuche el reclamo y se haga cargo de la situación.

    Según trabajadores del Servicio de Bibliotecas que se dedican a la atención al público, otro de los grandes problemas que enfrentan y que afecta directamente la calidad de la atención y el funcionamiento del servicio es la falta de personal.

    Biblioteca -Goes
    Biblioteca Horacio Quiroga, ubicada en el Centro Cultural Goes

    Biblioteca Horacio Quiroga, ubicada en el Centro Cultural Goes

    Los equipos de trabajo están compuestos por bibliotecólogos y funcionarios administrativos. Actualmente, los especialistas en bibliotecología que integran el servicio son nueve, cinco menos que los que constató el censo realizado en 2021. Esto implica que algunas bibliotecas sean atendidas únicamente por administrativos y que no cuenten con personal especializado, o que los bibliotecólogos sean asiduamente reubicados.

    Además, algunas jubilaciones recientes y varias certificaciones médicas han dejado vacantes que son cubiertas con personas que ya integran el equipo, trasladándolas de biblioteca y corriendo la vacante de lugar.

    Por esta razón, a las 11 de la mañana de un día laboral, Búsqueda se encontró con que la Biblioteca Francisco Espínola —ubicada en Punta de Rieles— estaba cerrada, aunque el cartel pegado en la puerta indicara que esa hora estaba dentro de la franja de atención.

    Durante un tiempo, los días y horarios de atención en Punta de Rieles se vieron alterados y no se establecieron ni comunicaron al público con claridad. Es que, hasta la primera semana de julio, en el lugar trabajaba una sola persona, a la que le asignaron cubrir una vacante en otra biblioteca departamental. Cabe preguntarse si se escuchó la caída de ese árbol.