De Moscú a Nueva York
A su vuelta a Buenos Aires no demoró en ingresar al ballet del Teatro Colón, donde comenzó a convivir con la competencia y la rivalidad, el pan de cada día en los elencos estables. “Nunca le di pelota al tema del ego —respondió—, siempre hice lo que me gusta y lo disfruté, pero nunca fui de empujar demasiado; si se me daba, mostraba lo mío. Así fue que le llegó la oportunidad de inscribirse en el Concurso Internacional de Danza de Moscú, en 1985, en el que con 18 años ganó la medalla de oro, una distinción insólita para un latinoamericano y que lo catapultó directamente a la cima mundial del ballet. Bocca contó que primero se anotó en un concurso de Osaka, Japón, “para saber dónde estaba parado”, y quedó eliminado en la segunda ronda. “No fue nada placentero porque yo ya era un profesional, me preocupó pero estaba tranquilo porque tenía trabajo. Dije: ‘Ok, esto será solo en mi región’. Pero me insistieron para que me anote en Moscú, y lo tomé como la última oportunidad de entrar en el mundo de la danza. Me presenté, me costó bastante llegar, me preparé, me pasaba todo el día de clase en clase, le pedí a Raquel Rosetti, que era primera bailarina del Colón, que fuera mi partenaire y me ayudara con la elección de las obras. Era el más chico de los 126 concursantes y el único sin maestro. El embajador argentino me dijo: ‘Sabés adónde vas y sabés que no vas a ganar’. Y yo le dije: ‘Bueno, no sé, gracias”.
Embed - Julio Bocca y Raquel Rossetti - 30 años de la medalla de oro de Moscu - 25 de junio. Tercera Ronda.
Bocca recuerda su peripecia en el Teatro Bolshói de Moscú como si hubiera sido ayer: “El público ruso se reía cuando los concursantes se equivocaban o tenían una pequeña imperfección. Empezamos a bailar y me temblaban las piernas. Íbamos y veníamos pero yo estaba muy nervioso. En los primeros giros el público también se empezó a reír y yo me puse más nervioso aún. Entonces en un giro en el que estábamos cara a cara, Raquel, con su gran sonrisa, me dice en secreto: ‘La puta que te parió, calmate’. Fue como un cachetazo para relajarme y fue perfecto. Después hicimos todo el resto, bárbaro, y pasamos a la tercera ronda, que bailamos con la orquesta tocando en vivo. Fue increíble. Después de la función los 24 finalistas nos fuimos a dormir sin saber los resultados. A las seis de la mañana me suena el teléfono de la habitación, era el embajador. Me dice: ‘¡Ganaste la medalla de oro!’. ‘Ah, ok, gracias’, le dije, corté y seguí durmiendo. Yo duermo mucho. Como nadie creía que iba a ganar y yo tampoco, no tomaba conciencia de que había ganado. Me empecé a dar cuenta cuando volvimos al teatro para la gala, al otro día, y al entrar todo el mundo vino a saludarme. Recién ahí terminé de caer”.
Al volver a Buenos Aires todo había cambiado: “Cuando me fui no se enteró nadie, ahora estaba lleno de periodistas por todos lados”. Solo un año después recibió el llamado del American Ballet Theatre (ABT), la compañía estadounidense que, de la mano del ruso Mijaíl Barýshnikov (uno de los máximos bailarines del siglo XX, junto con Rudolf Nuréyev y Vladímir Vasíliev), se estaba posicionando en la élite del ballet mundial. Firmé contrato no para estar en el elenco ni como solista, como primer bailarín. A los 19 años había llegado a lo más alto que podía llegar”. Nueva York fue para Bocca un cambio radical en el ritmo de trabajo. “Pasé de 50 funciones al año a hacer ocho por semana en temporadas de dos o tres meses seguidos y a aprender a bailar cinco obras en dos semanas. Fue un cambio impresionante en la preparación no solo física sino mental. Pasé a vivir el ballet 24/7. Fue duro, pero yo estaba feliz porque seguía haciendo lo que me gustaba, que era bailar, y ahora era en una de las mejores compañías del mundo”.
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Julio Bocca muestra la caricatura de Junior
Pablo Vignali / adhocFOTOS
Desde entonces, la leyenda. En ese momento en la sala comenzó la proyección de un video que compila los grandes momentos de su carrera. Bocca lo hizo preparar para presentar en sus charlas y en sus clases. El video reúne escenas de su niñez, en el concurso de Moscú, en el American Ballet y en las grandes catedrales de la danza, donde bailó durante 25 años como invitado: la Ópera de París, el Royal Ballet de Londres, el Kirov de Leningrado, La Scala de Milán, la Zarzuela de Madrid, el Ballet Real de Dinamarca y, por supuesto, el Teatro Colón de Buenos Aires. También se vieron imágenes de las galas de Bocca en el Luna Park durante los recesos del ABT. Un mes de funciones en Buenos Aires para 5.000 personas cada noche. Allí fue donde la charla hizo foco en esa búsqueda expresa de lograr un milagro: transformar el ballet de su país en una pasión de multitudes. Y vaya si lo logró. Su popularidad alcanzó dimensiones solo conocidas por el fútbol y la política.
Para poder producir sus propios espectáculos y no depender de los avatares de los elencos estables, Bocca fundó su propia compañía, el Ballet Argentino, que giró por todo el mundo entre 1990 y 2010. Su retiro, al pie del Obelisco en la Navidad de 2007, frente a más de 300.000 personas y la presencia de grandes bailarines de todo el mundo y de artistas como Mercedes Sosa, se inscribe como una de las páginas más increíbles de la historia de la cultura popular no solo de su país sino del mundo. Bocca lo resume con claridad: “Siempre quise que toda la gente tuviera acceso a la danza. No solo los que pueden ir al Colón. Por eso siempre quise bailar para toda la gente. Una vez me preguntaron en qué lugar soñaba hacer un espectáculo y respondí: en un estadio de fútbol”. Pero su última noche como bailarín profesional congregó algo así como cinco estadios llenos.
Embed - Diego Torres en la Despedida de Julio Bocca
Uruguay
Julio Bocca siempre estuvo cerca del Uruguay. En sus vacaciones después de retirarse conoció a quien hasta hoy es su pareja. “Empecé a venir cada vez más seguido, dejé el cepillo de dientes, después dejé ropa y cuando quise acordar me vine a vivir”. Bocca logró el milagro de revivir la danza clásica en Uruguay cuando el Sodre puso en sus manos lo que hasta entonces era un cuerpo estable decadente de zapatillas gastadas y casi sin público. Al frente del Ballet Nacional del Sodre, entre 2010 y 2017, generó un renacimiento popular del género. Registró récords históricos de taquilla y marcó un hito en nuestra historia cultural.
Su primera decisión fue cambiarle el nombre del viejo Cuerpo de Baile a Ballet Nacional del Sodre. “Tuvimos que armar todo casi desde cero. Entramos al teatro y no había nada. Compramos las alfombras de goma para bailar y tapas de inodoro para los baños. Se fue armando todo a la par de que íbamos creciendo como compañía. Yo venía con la mentalidad americana de programar con tres o cuatro años de antelación, audiciones todos los años, pagos más rápidos y me sorprendió la respuesta que me dio (José) Mujica en la reunión que tuvimos. Me dijeron que sí a todo lo que pedí. No es algo habitual que un presidente apoye de esa manera. Además de rearmar la compañía también se armaron los talleres del Sodre. Trajimos artistas plásticos de Argentina para que enseñaran a los técnicos de acá cómo pintar los telones de 20 por 20 metros. Trajimos a la jefa de sastrería del Colón para enseñar a hacer tutús tal como se hacen hoy, porque se seguían haciendo a la antigua”.
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Pablo Vignali / adhocFOTOS
En palabras de Gerardo Grieco, entonces director del Auditorio Adela Reta, el BNS se transformó en “la locomotora que tira del Sodre”. Bocca concuerda: “Fue así. Generamos algo nuevo. Éramos como una isla en el Sodre. Lo manejábamos diferente que la orquesta y el coro. Planteamos tener la libertad de conseguir esponsoreo privado, que ayuda mucho a poder hacer mejor las cosas, mejor que solo con el presupuesto estatal. También se comenzó a administrar a través de un fideicomiso, por derecho privado, lo que facilitó mucho los trámites. Fue todo muy positivo. Se demostró que se podían hacer las cosas. Porque primero propuse hacer de 10 a 14 funciones seguidas, en dos semanas (gesticula al recordar una respuesta negativa generalizada). Después propuse comenzar a vender los programas con varios meses de anticipación, que cuando la gente iba a ver una obra ya pudiera comprar la siguiente. Me miraban como diciendo ‘no se puede, nadie va a comprar’. Siempre era un no. Y yo decía: ‘Probemos, si no, se cambia’. Y todo eso funcionó. Agotábamos días antes de los estrenos. Lo mismo con la rigurosidad con el horario de inicio de las funciones, que no era un capricho. El bailarín trabaja, hace un calentamiento y está pronto para bailar a esa hora. Y después de la función tiene que descansar porque al otro día tiene que bailar de nuevo. Al principio empezamos y quedaba la mitad de la gente afuera. Yo era muy estricto en ese tema. Al año siguiente ya estaban todos adentro a la hora del comienzo. Se trataba de educar la convivencia. Se pudieron hacer todos esos cambios”.
En aquellos años Bocca se planteó públicamente como objetivo que el BNS estuviera entre las 10 mejores compañías del mundo. Parecía un delirio, pero de a poco se alcanzaron hitos impensables. También en esos años hubo crisis que pusieron en jaque su continuidad, especialmente cuando los conflictos sindicales ponían en peligro las funciones. “Yo fui muy claro. Yo estaba acostumbrado a ver las mejores compañías del mundo. Entonces, si tenemos el talento, ¿por qué no podemos hacer eso en nuestros países? Entonces me dediqué a conseguirlo. Y logramos ser la mejor compañía de la región. Lo éramos. Y giramos por todos lados. Fuimos a Omán, Tailandia, Israel, Italia, España, cinco funciones llenas en el Liceu de Barcelona, dos semanas llenas en Teatro del Canal, en Madrid. Nos volvimos con 140.000 euros de ganancia. En América bailamos por todos lados, desde México al Colón. Se podían hacer las cosas”.
Al final de la charla, Bocca dio su visión sobre la actualidad del BNS. “Después de que yo me fui vino la pandemia, que fue terrible para la danza en todo el mundo. Muchos bailarines no volvieron a bailar después de la pandemia, se dedicaron a otra cosa. Recién ahora se está recuperando la cotidianeidad, pero las giras ya no son tan grandes. Después, en los últimos tiempos los espectáculos que vi en el Sodre ya no tenían el nivel y la calidad que se había logrado antes. Entonces dejé de ir. Soy muy exigente”.
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El futuro
Consultado sobre si se cortó el diálogo con la actual dirección del BNS respondió: “Se cortó. Ya no sé cuánto hace que no soy invitado a dar clases ni a trabajar en nada. Yo fui a San Francisco a dar clases y ahora vuelvo a montar Manon. Y la directora me pidió ayuda con el reparto y yo la ayudé con los contactos (hace una pausa). Yo estoy dispuesto. Siempre estoy para ayudar y apoyar pero bueno... también tengo que respetar que quizá la directora que está tiene otra visión. Y tampoco es que me falta trabajo... Este año estuve muy poco en Uruguay, tengo la fortuna de trabajar en muchas compañías como coach, como maestro en escuelas. Estoy a full y cuando vengo también me gusta quedarme en mi casa (ríe).
Bocca se mostró preocupado por la situación general de su país y subrayó que no está en su hoja de ruta volver a vivir y trabajar en Argentina. “Es increíble que un país que tiene petróleo, que tiene gas, que tiene todo, esté sumido en esta situación que se arrastra desde hace muchos años, no es de ahora. Estoy muy bien acá. Si me ofrecieran volver, lo tendría que pensar mucho. Vivo en un país maravilloso, con gente educada, con una cultura muy fuerte, que me da libertad y tranquilidad”.
En los últimos tiempos los espectáculos que vi en el Sodre ya no tenían el nivel y la calidad que se había logrado antes. Entonces dejé de ir. Soy muy exigente En los últimos tiempos los espectáculos que vi en el Sodre ya no tenían el nivel y la calidad que se había logrado antes. Entonces dejé de ir. Soy muy exigente
También compartió su inquietud con los nuevos cambios, los nuevos protocolos que rigen en los ensayos en las compañías internacionales. “Hoy los bailarines tienen la posibilidad de decir si quieren o no hacer escenas de besos como las de Manon, por ejemplo. Si ellos quieren, lo hacen. Y si lo hacen, tienen que ver que no sea un caso de abuso. Yo digo, si la obra tiene un beso, ¿cómo voy a saber si es o no un abuso? ¿Tengo que ver hasta dónde llega la lengua? Parece demasiado. Hoy como maestro no podés tocar, no podés decir que algo está mal. ¿Cómo hacés para corregir? Tenés que ver cómo ayudás. Hay que aprender nuevamente cómo manejarse. Tenés que estar pensando qué decís, cómo lo decís o cómo mirás porque puede ser abuso o discriminación. Llega un momento en que uno tampoco está libre. Ellos me pueden decir lo que quieran, me pueden mirar como quieran o se pueden reír mientras te miran, pero yo como maestro no puedo decir nada, no podés ni contestar. El peso en la balanza pasó para el otro lado. Estoy conforme con los cambios que ha habido porque antes también a veces había abusos. Mi maestro nunca me pegó, mi madre tampoco. Ya con la mirada yo entendía todo. Ahora ni siquiera podés corregir con la mirada. Esperemos poder volver a ese punto de equilibrio en la balanza, ni de un lado ni del otro, respetándonos mutuamente".
¿Y si lo vuelven a llamar del Sodre? Bocca sonríe y no dice ni que sí ni que no. “Estoy muy bien así. Imaginate. Solo este año estuve en Australia, Tokio, Corea y Nueva York. Ahora voy a San Francisco, después a Londres, a China, Montecarlo y Cuba. Vas, trabajás un mes con los bailarines principales, los ayudás con el personaje y te vas. Cuando empiezan las asambleas sindicales yo ya estoy en el hotel. Tampoco digo que no; también me gustaría volver a tener la posibilidad de dirigir porque me siento diferente, más maduro, creo que estoy aprendiendo mucho”.
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