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Lucía Chilibroste, especialista en historia de la danza: “Mantener la ingenuidad me abrió muchas puertas”
Edad: 43 • Ocupación: Profesora y magíster de historia, especialista en historia del ballet • Señas particulares: Practica remo, se ennovió con su esposo a los 15 años, los bailarines le envidian su empeine desaprovechado
Su primer contacto con el ballet se dio a través de un musical que vio por la tele. ¿Qué sintió? Soy el típico ejemplo de que a veces uno no llega al ballet porque no se da el contexto cultural. En mi casa había posibilidades económicas de mandarme a clases, pero nadie miraba ballet, entonces nunca llegué a verlo. Cuando no había internet, en HBO apareció un espectáculo de la compañía de Béjart con música de Queen y Mozart. Yo era muy fan de Queen, tenía 15 años, y cuando vi eso dije: esto me fascina. No sabía bien qué era, de dónde venía. Vivía en Mercedes, había danza, había cosas, pero yo nunca había llegado. Con 16 años ya no podía bailar profesionalmente, pero pensé: quiero estar cerca de esto.
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Tuvo que pelearla para que en la Facultad de Humanidades aceptaran que su tema de maestría fuera la historia de la Escuela de Danza. Fue antes de que Julio Bocca llegara a ser director; no se veía que el campo de la danza fuera un campo en el que pudiera desarrollarme. Finalmente convencí a mi tutor y fue un camino superlindo. Me costó un tiempo darme cuenta de que la danza podía ser mi camino, pero me lo fui haciendo. Soy muy preguntona, muy curiosa, trato de no perder esa ingenuidad, y eso me abrió muchas puertas. Si quiero algo, hasta que no me digan que no, voy a seguir preguntando. Si me clavaste el visto, te voy a seguir mandando mensajes hasta que me digas que no. En No toquen nada estoy porque les escribí.
¿Cómo fue? Ellos hablaban de ballet, pero se notaba que no sabían mucho. Les escribí que yo sería genial para su programa. Lo mismo me pasó con Julio Bocca. Le mandé un mensaje en el que el asunto era: “Tengo una idea brillante”. Después de mandarlo pensé: ¡qué tarada! La gente estaba llegando al Sodre porque era la novedad, y mi idea era organizar un congreso por los 100 años de La consagración de la primavera; un delirio místico. Julio me respondió: “A ese congreso vendrían tú, dos amigas tuyas ¿y quién más?”. Okey, fue un buen argumento. Pero en su lugar me dijo de hacer unas charlas antes de las obras para contar por qué eran importantes. Con él y con Gerardo Grieco empezaron los perifoneos. Igual lo del congreso estaría bueno (risas).
Me costó un tiempo darme cuenta de que la danza podía ser mi camino, pero me lo fui haciendo. Soy muy preguntona, muy curiosa, trato de no perder esa ingenuidad, y eso me abrió muchas puertas. Me costó un tiempo darme cuenta de que la danza podía ser mi camino, pero me lo fui haciendo. Soy muy preguntona, muy curiosa, trato de no perder esa ingenuidad, y eso me abrió muchas puertas.
Creció en el campo, rodeada de varones. Una vez le regalaron una Barbie y no le gustó. ¿Descubrió un costado más femenino con el ballet? Sí y no. A los veintipico o 30 empecé a agarrar ese toque más cuidado. Creo que va unido al ballet pero en el vínculo con la belleza. Gente muy cercana dice que soy descuidada, pero no me siento descuidada, sí informal. Pero me encanta la belleza; poner la mesa y que esté linda, que mi escritorio tenga flores siempre, siento que me inspira. Me encanta la ropa pero nunca me compro. Uso la de mi madre, mis amigas me regalan. Me parece inmoral gastar un platal en un saco, prefiero comprarme uno usado.
Sus padres no la mandaron a clases de ballet. ¿Usted mandó a sus hijos? No. Tampoco los quería mandar. Mi hija chica empezó con que quería ir y yo no quería que fuera, porque sentía que la iba a condicionar. Después mi esposo me dijo: “Dejate de joder y que vaya”. Empezó este año. El varón va a remo. A los dos les encanta ir a ver ballet. Si yo voy sin ellos, es una traición. La otra vez en la escuela la maestra me dijo: “Su hijo conoce la música de El lago de los cisnes”. ¡Claro que la conoce! (Risas).
Dicen que tiene pies de bailarina. Cuando descubrió el ballet fue a clases, pero luego las dejó. ¿No piensa retomar? Dicen que sí, que tengo un empeine natural. Al santo botón, porque no sirven para nada (risas). Cuando estoy con amigos bailarines, lo luzco y bajo el empeine. Lo tengo de utilería, pero para presumir. En un momento voy a volver a tomar clases porque conecto con algo lindo, con el ejercicio con sentido.
Sigue dando clases de historia convencional porque dice que es su contacto con el “mundo real”. ¿A qué se refiere? Hablarle al que es convencido, al que habla tu mismo idioma, es mucho más fácil que hablarle al que no te quiere escuchar o al que es más difícil seducirlo, y las juventudes cambian año a año. Yo tengo 43 y cada vez siento más distancia generacional con mis alumnos que tienen 16. Siento que si me voy, me va a costar mucho volver. Pero a su vez me parece que es la forma de llegar a esa gente. Tengo que ver cómo piensan, con qué conectan para ver qué los mueve, qué los preocupa, cómo hablan. Es mi contacto con el mundo que no es de la danza. Tengo poquitas horas, y voy y las paso bomba.
Vive en Mercedes, su ciudad natal. ¿No ha pensado en volver a vivir en Montevideo, como cuando iba a la facultad? Me fui de Montevideo llorando, para mí era el fin del mundo. Me fui un poco antes de casarme. Si tenía hijos, me imaginaba allá (en Mercedes); tengo a mis papás y suegros allá. Igual no siempre supe si quería tener hijos, por lo que irme a Mercedes lo veía como algo lejano. Cuando fui y me encontré tan sola en esa ciudad, me ayudó a poner foco, a tener tiempo, porque en Montevideo me pasaba en el teatro, me encanta la calle, los espectáculos, no me concentraba. Ahora vengo a Montevideo, doy clases, veo una función, o voy a Buenos Aires, pero después llego a mi casa y es la nada, entonces, tengo ese espacio en el que hago todo. Me encanta estar vestida como una indigente, levantarme temprano, hacer ejercicio y quedarme todo el día después en casa trabajando. Me encanta ese equilibrio que encontré. Y acá son los tiempos del interior. Lo que antes me parecía la muerte, hoy no lo cambio por nada.