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    Laura Malosetti, nueva directora del Museo de Artes Decorativas-Palacio Taranco

    Especialista en arte y cultura visual latinoamericana, su proyecto incluye, entre otras iniciativas, ampliar el público del museo, hacer un catálogo razonado y vincular su acervo con propuestas de arte contemporáneo: “No hay artes altas y bajas: hay arte”

    “Tengo una felicidad sin límites porque mi país me vuelve a llamar después de tantos años”, dice Laura Malosetti cuando aparece en la pantalla de la videollamada. Aún está en Buenos Aires porque hasta hace una semana era la decana de la Escuela de Arte y Patrimonio de la Universidad de San Martín, cargo al que renunció para asumir el lunes 5 como directora del Museo de Artes Decorativas-Palacio Taranco. Especialista en arte y cultura visual del siglo XIX latinoamericana, su currículum es extenso y sorprendente: doctora en Historia del Arte por la Universidad de Buenos Aires, académica de número de la Academia Nacional de Bellas Artes de Argentina e investigadora del Conicet. Esos son algunos de sus títulos y trabajos profesionales. Se fue de Uruguay por motivos políticos en los años 70, pero siempre se mantuvo vinculada en lo afectivo y artístico. Ahora regresó y sobre algunos de sus proyectos para el museo, ubicado en la antigua residencia de la familia Taranco, conversó con Búsqueda.

    —Su formación fue básicamente en Argentina, ¿por qué razón?

    —Me fui de Uruguay en 1974, después de haber estado tres veces presa, cuando era menor de edad. Era dirigente estudiantil y presidenta del Centro de Estudiantes del Liceo 14. La última vez que fueron a buscarme a mi casa, mi madre me puso un abogado y decidieron que era mejor venirme a Buenos Aires. Lo hice con pasaporte italiano. Soy de las personas que logramos esquivar esos años durísimos, y, en verdad, Argentina ha sido muy generosa conmigo. Primero, fueron generosos los inmigrantes genoveses del barrio La Boca y no lo voy a olvidar nunca. Después, con mi amigo Rubén Bayardo revalidamos el secundario uruguayo y estudiamos el ingreso a Filosofía y Letras. Estudié una carrera rara, que no hay en Uruguay, porque tuve de profesor en el liceo a Carlos Machado que nos enseñaba historia del arte dentro de la materia de Historia. Era un profesor fascinante. Todo el mundo me decía “nunca vas a poder vivir de eso”, y yo decía que no me importaba y trabajaba de secretaria. Cuando terminó la dictadura se abrieron becas y gané algunas. Tuve, además, un gran maestro, José Emilio Burucúa, que me contuvo, me apoyó y me dirigió hacia estos estudios.

    —¿Qué le llamó la atención del arte del siglo XIX como para especializarte en ese período?

    —Te voy a contar un recuerdo de infancia. Cuando era chiquita, mi abuela me llevaba a ver el cuadro La fiebre amarilla, de Juan Manuel Blanes. Siempre me interesó el arte fuera del mundo del arte, o sea, el arte que conmueve a los que no saben nada de arte, que conmueve a los niños, a la gente muy pobre que nunca fue a un museo, me interesa el lenguaje de los inmigrantes que están tristes. Esos sentimientos profundamente humanos y que con las vanguardias del siglo XX pasaron a ser una mala palabra. Trabajé mi tesis de doctorado sobre esos cuadros que en el siglo XIX tuvieron un impacto enorme en los trabajadores, en la gente, y que siguen siendo cuadros fundamentales en los museos. Elegí cinco y cada uno fue un capítulo. El primero, La fiebre amarilla, también Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova, que es un cuadro conmovedor, y que conmovió en Estados Unidos cuando los obreros de los trade unions lo vieron expuesto. Otro cuadro fue La vuelta del malón, de Ángel Della Valle, que tiene que ver con la sensibilidad de malones y cautivas. Somos pocos los investigadores del siglo XIX porque siempre hubo un discurso de que era el momento de obediencia a las academias europeas. Nada que ver, fue el momento en el que emergió el arte latinoamericano. Por eso mi libro se llama Los primeros modernos, porque se les empezó a llamar así, porque eran modernísimos, viajaban a Europa, traían novedades. Otro de los cuadros que trabajé fue El despertar de la criada, de Eduardo Sívori. Es la pintura de una mujer pobre desnuda y molestó hasta en París. Acá, sin embargo, le hicieron mucha propaganda porque era un cuadro revolucionario.

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    Museo de Artes Decorativas-Palacio Taranco

    Museo de Artes Decorativas-Palacio Taranco

    —Fue decana de la Escuela de Arte y Patrimonio de la Universidad de San Martín. ¿Le costó dejar ese cargo?

    —Todo tiene su ciclo. Hace ocho años y medio que estoy llevando adelante esa tarea enorme, que implica dirigir una escuela de 12 carreras de grado y posgrado. Yo formé un equipo espléndido que sigue intacto, y tomó mi cargo la secretaria académica, que es excelente, Stella Maris Más Rocha. Estoy contenta de haber podido moverme a un lugar de mayor placer y de mayor conexión con mi investigación. Porque para ser decano tenés que dejar de lado todo. ¿Qué más le puedo pedir a la vida si voy a dirigir un museo con una colección que se vincula con mi tema de investigación?

    —La formación en patrimonio es algo que falta en Uruguay. ¿Lo ve como una carencia?

    —Es fundamental y sé que se está trabajando para que exista. El cuidado de las obras de arte, de los monumentos, de los archivos es crucial para preservar la memoria cultural de un pueblo, pero, además, es un valor económico de las ciudades. Las ciudades europeas lo tienen claro, y nosotros tenemos que tenerlo cada vez más claro. Montevideo es una ciudad muy turística, muy visitada y tiene que cuidar mucho su patrimonio, tener criterios contemporáneos y científicos para ese cuidado que no es solo material, sino también intelectual.

    —En 2018 fue curadora de la muestra en el Museo Zorrilla, Tabaré cosmopolita, ¿Por qué eligió ese poema de Juan Zorrilla de San Martín?

    —Creo que es el único best seller que tuvo Uruguay, que se tradujo a varios idiomas de inmediato. Yo ya había escrito sobre Tabaré hace muchos años, cuando estaba trabajando sobre el tema de las cautivas. En un congreso en Irlanda hablé de la imagen que estaba en los cuadernos en los que yo había aprendido de niña y conté cómo los escolares aprendían de memoria el poema que traían las hojas Tabaré. Los niños uruguayos habían aprendido a tener pena por la raza charrúa extinguida y por ese indio que había sido injustamente matado cuando trataba de salvar a la mujer que amaba. Es una historia que marcó la sensibilidad internacional. Para que te hagas una idea, se hicieron cinco óperas con el poema en España, en México, en Argentina. Había una filmación de China Zorrilla muy joven de cuando le presentaron a Borges. Él le preguntó si era algo de Zorrilla de San Martín, y le empezó a recitar Tabaré de memoria.

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    Entrada del Palacio Taranco

    Entrada del Palacio Taranco

    —¿Cuál es el valor del Palacio Taranco y de su museo?

    —La casa, de fines del siglo XIX, fue el primer Teatro de Comedias que tuvo la ciudad y, además, creo que se construyó sobre la primera muralla, voy a hacer un estudio al respecto. Montevideo estuvo siempre sitiada y el teatro distraía a la población. Dos veces hubo Teatro de Comedias allí. Cuando la familia Ortiz de Taranco compró el predio la casa estaba en ruinas. Sus molduras y herrería son una joya y tiene esculturas y mobiliario bellísimos. Ortiz de Taranco se asesoró mucho y muy bien en España y también en París, porque había que ser lo más francés posible. Pero tenía un gran orgullo de ser español y compró mucho arte español contemporáneo. Se vinculó con artistas como Sorolla. Quiero trabajar con esa colección para que la gente pueda verla.

    —También tiene una colección de arqueología mediterránea que es muy poco conocida…

    —Sí, tiene tres colecciones enormes y valiosísimas. Una es muy antigua y pertenecía a un coleccionista italiano que se la vendió al Estado uruguayo después de haber intentado venderla en Torino en 1900. La colección arqueológica tiene antigüedades clásicas y etruscas. No sé si hay otra tan valiosa de ese tipo en todo el Río de la Plata. En un artículo de El Día de los años 70, un periodista había denunciando que esta colección nadie la conocía y que el Estado no la mostraba. Y, bueno, allí empezó a ser exhibida en el subsuelo del museo. Pero, lamentablemente, hasta el día de hoy está con la misma moqueta azul y los mismos exhibidores que en los 70. Sería muy lindo prestigiarla y darle otro espacio. También hay antigüedades de Medio Oriente que están todavía sin terminar de clasificar.

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    Museo de Artes Decorativas-Palacio Taranco

    Museo de Artes Decorativas-Palacio Taranco

    —Las artes decorativas en general están consideradas como arte de segunda categoría. ¿Es difícil cambiar esa idea?

    —Todas las artes son decorativas. El ser humano es humano porque decora su cuerpo. Entonces, quiero abrir el museo a manifestaciones contemporáneas que dialoguen con su colección, que la gente aprenda a pensar. Mi modelo es el Museo del Barro de Paraguay, y mi modelo intelectual es Ticio Escobar (crítico de arte y exministro de Cultura de Paraguay) que plantea que no hay distinción entre las artes, no hay artes altas y bajas: hay arte.

    —¿Cuál es su proyecto para el museo?

    —Por un lado, me gustaría mucho ampliar el público del Palacio Taranco. Abrirlo a los niños, a los vecinos, que haya gente que pueda ir por lo menos un día del fin de semana, como abren los otros museos (hasta ahora, abre de lunes a viernes en horario de oficina). También hacer un catálogo razonado y organizar exposiciones que vinculen el arte del museo con el arte contemporáneo y con los oficios de las artes decorativas. Para eso necesitamos reorganizar y armar espacios. Además, para mí la Ciudad Vieja es como la Isla de Museos de Berlín. Creo que conté 14 museos en ese barrio. Me gustaría hacer circuitos entre todos, eventos conjuntos, actividades coordinadas. Hay que aprovechar esa ciudadela de museos.