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    Montevideo recibió a Benjamin Lacombe y Sébastien Perez, autores del libro ilustrado ‘Historias de mujeres samuráis’

    Siete historias, de tono épico e intensidad poética, que retratan a siete guerreras; van acompañadas de ilustraciones de estilo onírico, detallado y melancólico, con influencias de Edward Gorey, la estética pop y los grabados japoneses

    Colaborador en la sección de Cultura

    La mística de los samuráis despierta fascinación y curiosidad. Estos hombres seguían el código del bushido, literalmente, “el camino del samurái (o del guerrero)”, que puede sintetizarse como la equilibrada combinación de rectitud, justicia y valor, benevolencia, cortesía y sinceridad, honor, lealtad y autocontrol. No es para cualquiera.

    Historias de estos guerreros japoneses medievales han sido recreadas a través de diferentes mecanismos narrativos, desde el cine y la televisión hasta el cómic, el manga, el animé y los videojuegos. Sin embargo, existen figuras todavía más sorprendentes de las que no hay demasiado registro: las onna-bugeisha, las mujeres samuráis.

    Los artistas franceses Benjamin Lacombe y Sébastien Perez, autores, entre otros, de álbumes ilustrados como Destinos perrunos, La infancia de los malvados, villanos y maléficos y El herbario de las hadas, entre muchísimos más publicados por la editorial Edelvives, invocan en Historias de mujeres samuráis (2023) a un grupo de implacables heroínas del Japón ancestral en relatos y retratos donde la katana, el arco y la flecha brillan en manos inesperadas.

    Historias de mujeres samurais TAPA.jpg

    Conjunta o por separado, la obra de Lacombe y Perez ha cruzado fronteras y compilado premios que destacan su capacidad para combinar de una manera elegante universos y personajes extravagantes, poéticos, melancólicos, oscuros o de una extraña luminosidad. Habitantes de mundos fantásticos. Durante su breve pasaje por Montevideo, previo a embarcarse hacia la Feria del Libro de Buenos Aires, los artistas conversaron con Búsqueda acerca de las onna-bugeisha. Lo que sigue es un resumen de ese encuentro.

    Explorar en la oscuridad

    Su nuevo volumen es de gran formato, tapa dura y lomo en tela, que incluye cinta/marcador de lectura, una lámina desplegable y detalles metalizados en sus páginas. Un lujo. Forma parte de una serie sobre la cultura japonesa que se inició con Historias de fantasmas de Japón (2019), al que le siguió Espíritus y criaturas de Japón (2021), uno y otro creados a partir de una selección y reinterpretación de narraciones de Lafcadio Hearn (1850-1904), que, en obras como Kwaidan (1904), recopiló cuentos folclóricos y mitológicos extraídos principalmente de la tradición oral nipona.

    Nacido en Grecia, de padre irlandés y madre griega, Hearn fue un personaje fascinante y paradójico, un místico y un escéptico que se estableció en Japón en 1890, donde pasó a llamarse Koizumi Yakumo. El nombre, que adoptó muy cuidadosamente, es una síntesis de su admiración por la poesía, la mitología y el folclore japonés y su intención de ser un puente —o una isla— entre Oriente y Occidente. Uno de sus cuentos más famosos, El sueño de Akinosuké (adaptación de un antiguo relato chino escrito por Li Gongzuo en el año 794), se nutre del concepto de la existencia vivida en el espacio-tiempo de un sueño. Exquisitamente breve, el relato es una de las gemas del álbum de Lacombe, que comparte con Hearn la fascinación y el estudio inmersivo de una cultura hecha de contrastes, de opuestos y complementarios, de tradición milenaria y modernidad. De hecho, L’Espirit du temps, su primer cómic, publicado cuando tenía 19 años, cuenta la historia de una joven fantasma japonesa que había sido encerrada en un templo por un demonio y escapaba de allí adueñándose del cuerpo de un samurái. Por entonces, Lacombe desconocía la existencia de las onna-bugeisha, que habían existido realmente, aunque su presencia fue ocultada de la historia tallada por los hombres.

    Tras décadas de investigación, con la colaboración de Matthias Hayek, historiador especialista en Japón, Lacombe y Perez encontraron muy poca documentación sobre su existencia. “En el marco de una sociedad tan machista (de la época), el aspecto de la feminidad que se pone de relieve no es la fortaleza de las luchadoras, sino su belleza, su delicadeza, su dulzura o su fragilidad”, explica Lacombe en la introducción del libro. Entonces, al no encontrar una obra que recoja esas historias, decidió hacerla él mismo junto con su socio creativo.

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    En Historias de mujeres samuráis los textos son de Perez, quien llevó a cabo una intensa labor de exploración y reconstrucción a partir de datos mínimos y dispersos. Por eso, más que formar parte de una misma serie, aclara Lacombe, este libro es una suerte de derivación de los anteriores. “Eso lo vemos inmediatamente en algunos detalles, como la cubierta: en los textos de Hearn la tela que cubre parte de la portada está a la izquierda, mientras que en Historias de mujeres samuráis está a la derecha, por ejemplo”, explica este prolífico artista plástico e ilustrador, celebrado y premiado por obras como Cuentos macabros, de Edgar Allan Poe (su trabajo más vendido en el mundo), Nuestra señora de París, de Victor Hugo, Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, y El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, su más reciente publicación.

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    El camino de las guerreras

    Es relativamente fácil acceder a narraciones sobre samuráis. A su vez, los relatos de fantasmas japoneses quizá no son demasiado conocidos en Occidente, pero pueden rastrearse no solo a través de libros, sino también por medio del animé, el manga, el cine, la música. Lo mismo puede aplicarse a narraciones sobre geishas. Sin embargo, no ha corrido la misma suerte con las vidas de las mujeres samuráis. “Son historias completamente olvidadas, inclusive ocultadas”, explica Lacombe, antes de pasar la posta a Perez, su socio creativo.

    Al comienzo del proyecto, Perez leyó un libro sobre Tomoe Gozen, una legendaria guerrera del siglo XII conocida por su destreza con el arco y la katana y por su papel de líder en la guerra civil de Genpei, conflicto que marcó el nacimiento del Japón medieval, dominado por el bushido y el shogunato (régimen militar donde el shogun, líder de los samuráis, gobernaba en nombre del emperador). En Japón, Tomoe (Gozen no es un apellido, es un título honorífico) es símbolo de valentía y lealtad, pero casi no hay escritos sobre ella, explica Lacombe. “Lo curioso es que en el libro que leí el narrador de la historia era un hombre”, dice Perez, y agrega: “En verdad es la historia de ese hombre, que se encontraba en un momento con la guerrera. Era una manera de mencionarla, de hacerla visible, claro, pero no profundizaba en el personaje”. A partir de ahí, el autor investigó en las estampas ukiyo-e, literalmente, “imágenes del mundo flotante”, un tipo de grabado que prosperó entre los siglos XVII y XIX y que tuvo entre sus principales exponentes a artistas como Hokusai, Utagawa Kuniyoshi y Toshusai, a quienes Lacombe homenajea en varios pasajes de los libros de esta serie.

    “Nos apoyamos mucho en las estampas”, continúa Pérez. “Tomoe es más conocida, pero otras samuráis a veces únicamente figuraban con un nombre o una frase, nada más, ni siquiera había mención al período en el que vivieron. Las rastreamos, encontramos algunas y seleccionamos las que más nos interesaban”.

    Son siete historias que retratan a siete guerreras. La narración de Perez tiene tono épico e intensidad poética, las ilustraciones de Lacombe, que cultiva un estilo onírico, detallado y melancólico, con influencias de Edward Gorey, la estética pop y, por supuesto, los grabados japoneses, crea imágenes potentes, bellas y violentas, con decapitaciones y viajes subacuáticos.

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    Las siete magníficas

    En El crisantemo y la espada (1946), un estudio pionero sobre la cultura japonesa realizado por Ruth Benedict durante la Segunda Guerra Mundial, se exploran el honor, los códigos jerárquicos y los rituales profundamente arraigados de esta sociedad en la que se combinan aspectos aparentemente opuestos: el deber y la disciplina (el acero, el filo: la espada) con la sensibilidad estética y la cortesía (la belleza, la conexión con la naturaleza: el crisantemo). Benedict cuenta, por ejemplo, que a las hijas de los samuráis no se les permitía aflojar ni en sueños. Mientras los varones podían dormir en dai, desparramados como los gatos cuando duermen plácidamente, las mujeres, desde pequeñas, debían acostarse con el cuerpo plegado en una modesta y digna postura de kinoji, que significa “espíritu de control”. Para las hijas de samuráis, el control no se suelta ni al cerrar los ojos. No es descabellado imaginar lo que sucede cuando una mujer criada de este modo ingresa al camino del samurái: no la para nadie.

    Historias de mujeres samuráis es una muestra de esa imagen. Abre con la emperatriz Jingu, del período Yayoi. Destacada por su fuerza y su técnica marcial, tras la muerte de su esposo, el emperador Chai, asumió el poder de su reino. En el siglo III, Jingu lideró una arrolladora campaña militar y conquistó tres dominios enemigos, entre los que se incluyen la actual Corea. Su figura influyó en la imbatible Tomoe cuando era una niña.

    El relato de Tomoe es en primera persona y hace énfasis en cómo desafió las normas de género del siglo XII, cuando la katana, símbolo de honor, disciplina y conexión espiritual, era de uso exclusivo de los samuráis (es una extensión del espíritu del samurái, regido por el código del bushido). Repasa sus inicios como guerrera, su conexión con la fuerza sobrehumana que sintió nacer en su interior y la trágica y poética historia de amor con el shogun Minamoto no Yoshinaka. Experta en esgrima, Tomoe cortaba cabezas y partía en dos a sus enemigos con precisión, furia y determinación. Fue algo así como el equivalente medieval de Beatrix Kiddo en Kill Bill.

    Dice Perez: “Era importante que nosotros pudiéramos sentir lo que había sentido. En ese aspecto, Tomoe fue nuestro faro”. Agrega Lacombe: “Es una labor de interpretación y también de poner mucho de nosotros mismos. Está la voz de los personajes y a través de la voz de esos personajes está también siempre la voz de los autores, eso es innegable”.

    Más guerreras en el camino

    Ohori Tsuruhime vivió en el período Muromachi, fue sacerdotisa y líder militar, combatió con furia y fervor religioso, entre tormentas de flechas y visiones místicas. A los 15 años, tras la muerte de su padre y sus hermanos, asumió el liderazgo en la defensa de la isla Omishima. Otro episodio, el de las hermanas vengativas, es una leyenda del período Edo, una historia ficticia de coraje y orgullo. Kaihime, otra de las heroínas, hija de un señor feudal en pleno caos del Japón del siglo XVI, es presentada por medio de una carta que escribe a su padre. Es fabulosa la narración sobre Nakano Takeko, que formó todo un ejército compuesto exclusivamente por mujeres. Nakano, que murió muy joven, fue inspiración para muchas mujeres: una de las primeras marchas feministas en Japón, en la década de 1970, se organizó en su honor. La selección cierra con Yamamoto Yaeko, maestra del fusil, brillante estratega, quizá una de las más transgresoras y rebeldes de la historia japonesa, influenciada por las mujeres que la antecedieron y que Lacombe y Perez echan luz en este álbum.

    “Ilustrar es iluminar”, dice Lacombe (que sueña con adaptar El Quijote). Y eso hacen aquí: revelan lo que fue silenciado. “A través de su voz, aparece también la nuestra”, continúa Lacombe, que en El retrato de Dorian Gray hizo precisamente eso: orientó la luz hacia la relación entre Wilde y su personaje. Cerca del final de la charla, cuando se les pregunta acerca de qué aprendieron en el camino en estos años trabajando juntos, Perez no duda: “Yo aprendí todo”. Él no venía del mundo literario: fue Lacombe quien lo empujó a escribir. “Partí de cero”, dice. Pero en ese cruce de talentos —él con las palabras, Lacombe con las imágenes— encontraron el ritmo. “Nada de esto lo habríamos hecho solos”, reconoce Lacombe. Hoy trabajan en un nuevo proyecto. “Sébastien me lleva a lugares que yo no habría imaginado. Esa es su fuerza”.