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Tres horas y 26 minutos son una eternidad. Y esa eternidad es lo que dura Los asesinos de la luna (Killers Of The Flower Moon), la vigésimo sexta y última película de Martin Scorsese, estrenada el 20 de octubre. A priori, quizá pocos estén dispuestos a pasar tanto tiempo, algo así como dos partidos de fútbol seguidos, en una sala de cine, o incluso frente a una aplicación de streaming.
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Esta película costó 200 millones de dólares, tiene un elenco espectacular y trata sobre una historia sorprendentemente muy poco conocida, que resurgió del olvido a raíz de un best seller publicado hace seis años, que torpedeaba los cimientos sobre lo que se cree se levantó el american dream. Tratando de generar la menor cantidad posible de spoilers, Galería desarrolla aquí ocho motivos por los que vale la pena pasar casi tres horas y media con la mirada clavada ante una pantalla. Sencillamente, es cine.
Por el director. El neoyorquino Martin Scorsese, que el 17 de noviembre cumple 81 años, lo hizo de nuevo. Ícono del llamado Nuevo Hollywood, movimiento surgido a mediados de la década de 1960 como respuesta contracultural al Hollywood más clásico y dorado, le llegó tardíamente el sorprendente único Oscar a Mejor director de su trayectoria, por Los inflitrados (2006). Para entonces ya era una leyenda viviente. Buenos muchachos (1990), Toro salvaje (1980), Taxi Driver (1976), Calles peligrosas (1973) y El rey de la comedia (1982), todas anteriores, son sus cinco mejores películas, en ese orden, según la revista Esquire. Y luego de ella vendrían, por caso, La isla siniestra (2010) y El lobo de Wall Street (2013). Es un peso pesado que ha logrado hacer reconocible su estilo, realista y expresionista, y salir por mucho del “cine de mafiosos” con el que perezosamente se lo ha encorsetado. La violencia, la fe, la culpa y la redención están siempre presentes en su filmografía, iniciada en 1967 con ¿Quién llama a mi puerta? Y Los asesinos de la luna, su largometraje número 26, es una historia que encaja como anillo al dedo a su estilo.
Martin Scorsese reivindica el sufrimiento de los osage y no el logro de algunos pocos blancos buenos. AFP
Por la historia. Hay que decir que Los asesinos de la luna está basada en hechos reales, ya plasmados en la novela homónima de David Grann, de 2017, sobre el reinado del terror que sufrieron los osage entre por lo menos 1921 y 1926. Los osage eran integrantes de una tribu de Kansas que fueron obligados a mudarse a Oklahoma en 1870, cuando el hombre WASP (del inglés, white anglo-saxon protestant; blancos anglosajones y protestantes de clase alta) sobre el que se cimentaba la nueva sociedad estadounidense limitaba a su mínima expresión a los pueblos originarios. La dicha y el tormento de estos indios comenzó al descubrirse que la reserva a la que habían sido confinados estaba ubicada sobre un lago de petróleo, lo que los convertía en un colectivo inmensamente más rico que el resto de la naciente potencia. En una de las medidas más supremacistas que tomó el gobierno de Estados Unidos en su historia, se designó una serie de “tutores” —blancos, faltaba más— para permitirles a varios de ellos hacer uso de su propia fortuna. El siguiente capítulo no podía ser más sangriento y previsible: en la década de 1920, los osage empezaron a morir como moscas. Este episodio, el cual recién en los últimos tiempos ha aparecido desempolvado y rescatado del olvido, fue uno de los que terminó con la creación del mundialmente reconocido FBI (Federal Bureau of Investigation, Oficina Federal de Investigación). Muchos de estos asesinatos terminaron impunes y para muchos de los blancos con las manos llenas de sangre que sí recibieron condena, esta fue mucho menor de lo que sus crímenes merecían. Uno de ellos fue William Hale.
Por el actor-fetiche 1. Por “actor (o actriz) fetiche” se conoce a aquellos que son recurrentes en la filmografía de un director. Robert de Niro es uno de los actores fetiche de Scorsese. En Los asesinos de la luna, William Hale es Robert de Niro, de la misma forma que había sido Johnny Boy en Calles peligrosas (la primera colaboración juntos, hace 50 años), Travis Bickle en Taxi Driver, Jake LaMotta en Toro salvaje (con la que ganó el segundo de sus dos Oscar a Mejor actor), Jimmy Conway en Buenos muchachos y Rupert Pupkin en Elrey de la comedia. Sí, en las cinco mejores películas del viejo Marty según Esquire, estuvo De Niro. Esta es la onceava producción que tiene a uno como director y al otro como protagonista. Se conocen con solo mirarse. No hay mucho más para decir de uno de los mejores actores de toda la historia del cine y que muchos insisten en confundir con otro coloso como Al Pacino. En esta ocasión, De Niro se luce —sí, como en sus buenos y muchos momentos— en el rol del villano más definido y con el cual difícilmente alguien pueda empatizar: un terrateniente que se muestra como el principal benefactor de los osage cuando en realidad lo único que quiere es quedarse con sus tierras y su dinero, por las buenas, malas o peores. Sus sonrisas esconden los colmillos más afilados. Y para eso contará con la colaboración de su sobrino-cómplice, Ernest Burkhart.
Robert de Niro, como en los buenos tiempos, encarnando a un verdadero canalla. AFP
Por el actor-fetiche 2. Ya tenemos claro lo que significa este concepto. Leonardo DiCaprio ha sido de 2002 a esta parte para Scorsese lo que había sido De Niro en el siglo anterior. El que alguna vez era considerado apenas un galancito y hoy logró ser reconocido como el tremendo actor que es, trabajó por primera vez a las órdenes del neoyoquino en Pandillas de Nueva York (2002) donde interpretó a Amsterdam Vallon. Varias de sus interpretaciones fueron excelentes: fue Howard Hughes en El aviador (2004), Billy Costigan en Los infiltrados, Edward Daniels en La isla siniestra y Jordan Belfort en El lobo de Wall Street. Al igual que Scorsese, su talento demoró mucho en ser reconocido con un Oscar: en su caso, el premio como Mejor actor le llegó recién con El renacido (Alejandro González Iñárritu, 2016). En esta película, la sexta suya bajo las órdenes de Scorsese, él es Ernest Burkhart, un excombatiente de la Primera Guerra Mundial que llega a labrarse un futuro a territorio osage bajo el ala de su tío. Su importancia en Los asesinos de la luna no se limitó a pararse delante de las cámaras: su influencia fue fundamental, como reconoció el propio director en distintos artículos de prensa, en llevar el eje de la historia desde la investigación del FBI hacia el matrimonio de Burkhart y Mollie, una india osage. Esto es lo mismo a decir que el protagonismo pasó de los hombres blancos a la óptica del pueblo arrasado. A diferencia del personaje de De Niro, esta actuación sí provoca sensaciones ambivalentes de (mucho) rechazo y (alguna) comprensión. Es un hombre que oscila entre el terror hacia su tío —es un personaje con mucho de pusilánime, de esos que sobran en la filmografía de Scorsese— y el amor genuino, por más que resulte increíble, hacia su mujer.
Por la actriz. Lily Gladstone, de 37 años, no podía decir que tenía hasta hoy una rutilante carrera como actriz. De hecho, según le admitió a The Hollywood Reporter en mayo, estaba a punto de largar la actuación y dedicarse a estudiar análisis de datos en una universidad cuando un tal Martin Scorsese —que la había visto en el drama de 2016 Certain Women, de Kelly Reichardt— la contactó con un email en el que le pedía una reunión. La consecuencia fue su extraordinaria actuación como Mollie Burkhart. Ella tiene sangre indígena en las venas, algo que todavía le da más fuerza a su mirada y que indudablemente influyó en el resultado. En Los asesinos de la luna, varios familiares suyos caen muertos víctima de la codicia de sus “tutores”. Ella misma es víctima de un atentado. La razón era lógica: los derechos sobre el petróleo no se podían comprar pero sí heredar, lo que motivaba tanto casamiento con gente ajena a la tribu y tanta viudez. Y ella enfrenta esta situación enamorada de quien primero fue su chofer y luego su marido, Ernest. El suyo es un papel sumamente difícil, todo el drama (y el dolor, y la entereza, y la decepción más honda y el coraje) recae sobre sus hombros. El resultado es notable y para ello alcanza con leer las primeras reseñas que se han publicado desde el estreno: en una película donde están (y están muy bien) De Niro y DiCaprio, los mayores elogios se los lleva ella. Todo dicho.
DiCaprio interpreta a uno de los miserables tan típicos del universo Scorsese. AFP
Por el resto del reparto. Cuando el guionista Eric Roth le mostró a Scorsese su primera versión para la película, el papel principal era el de Tom White, el agente del FBI que tuvo a su cargo la investigación de los homicidios. Es que según la óptica occidental y cristiana, él fue el verdadero héroe en todo este lío. De hecho, DiCaprio estaba destinado a protagonizarlo. Ahí fue donde el otrora galancito hizo cambiar el eje de la historia, minimizando el rol del presunto salvador blanco y priorizando la masacre sufrida por los osage. Así, este rol pasó a ser de Jesse Plemons, quien de alguna manera reivindica a la raza caucásica entre todos sus pares. John Lithgow, un actor de carácter que se luce cada vez que le dan un (breve) espacio en una superproducción y esta no es la excepción, es el fiscal Peter Leaward. Y Brendan Fraser, que así como DiCaprio se pudo sacar con el tiempo la etiqueta de carilindo él pudo zafar del rótulo de actor de comedias pasatistas gracias a su reciente Oscar en The Whale, se hace odiar con toda la fuerza como W. S. Hamilton, el abogado de Hale, un patrocinador a la justa estatura de su patrocinado.
Por el “mensaje”. El reconocido crítico español Juan Zapater apuntó a una cuestión clave. Los episodios narrados en Los asesinos de la luna ocurrieron apenas años después del estreno de El nacimiento de una nación (David Mark Griffith, 1915). Esta quizá sea la primera obra de arte del cine, pero también es una alegoría supremacista, abiertamente racista y elogiosa con el Ku Klux Klan. Era la mentalidad de la época. En 1921 —agregó en su reseña en Noticias de Navarra—, había ocurrido la masacre racial de Tulsa, con la muerte de 36 negros y otros 800 hospitalizados. Luego de ocurridos estos episodios señalados, en la década de 1930, un radioteatro llamado The Lucky Strike Hour mostró una versión propagandística del FBI y su actuación en la resolución de este caso (que, con la óptica actual, dejó gusto a poco), que es aludido directamente en el filme. Según este experto, la película es —más de un siglo después— una respuesta. Basta de historias de blancos benévolos llevando la civilización a todos los rincones de la hoy principal potencia mundial. El tan manoseado “sueño americano” se hizo con masacres como la que sufrieron los osage.
Incluso al lado de De Niro y DiCaprio, Lily Gladstone es la estrella de la película. AFP
Porque puede ser la última vez. Cómo escribir esto sin que sea un spoiler… Es obvio que en un hombre a un paso de cumplir los 81 años la biología juega lo suyo. Pero sobre el final, bien al final, luego de las muertes de decenas de osages, del proceso judicial y de las peores revelaciones, el director decide hacer una aparición a lo Alfred Hitchcock, mirando a cámara y haciendo un balance histórico que realmente eriza. No son pocos los que piensan que el viejo Marty —que ya había hecho cameos en sus películas, siendo el perturbado marido engañado de Taxi Driver quizá el más famoso— está haciendo esta reivindicación de los hechos a modo de despedida. De ser así, se va por todo lo alto.