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Activismo virtual: la militancia del click y los “me gusta”
Las redes sociales son el nuevo espacio de activismo; la necesidad de hacer justicia y el narcisismo se mezclan en las publicaciones de una ciudadanía planetaria
imagen de Activismo virtual: la militancia del click y los “me gusta”
La noticia estalló como una bomba de tiempo. El lunes 25 de mayo, el afroamericano George Floyd murió asfixiado en manos de un policía blanco durante su detención en Minneapolis, Estados Unidos. El brutal episodio fue capturado por las cámaras de seguridad del vecindario y narrado en los medios de comunicación por un grupo de testigos. Antes de que la Justicia se dispusiera a investigar cómo había sucedido el crimen, las grabaciones se difundieron como panfletos en las redes sociales. Indignados, los usuarios buscaban y pedían respuestas. El hecho traspasó las fronteras norteamericanas y llegó a todo el mundo. Los perfiles de Instagram se inundaron con fotografías completamente negras, los de Twitter y Facebook de reflexiones y videos, y cobró fuerza el hashtag #BlackLivesMatter, que surgió en 2013 para identificar al movimiento internacional que lucha contra la discriminación racial. El nombre de George Floyd se repitió en manifestaciones dentro y fuera de la red. La oleada de manifestaciones sacudió las calles en Estados Unidos, pero también en ciudades de Europa (en Inglaterra se juntaron más de 50.000 personas) y de América. Ni la amenaza del coronavirus frenó a las multitudes.
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La indignación que despertó la muerte de George Floyd muestra cómo los usuarios se sienten unidos a pesar de las fronteras físicas y culturales. Ese sentir se traduce en millones de publicaciones, en la viralización de contenidos y en la búsqueda de culpables. Así, las movilizaciones en masa llegan con sus propias reglas: el activismo digital.
Tan solo hay que hacer un rápido recorrido -o scrolleo- para ver en las cuentas de Instagram y Facebook y en los perfiles de Twitter que todos, en esencia, hablan de lo mismo. Muchos encuentran en las redes una herramienta poderosa para construir un discurso crítico. Ya sea con una foto, una ilustración o un video, el acto de opinar, encontrar al culpable y juzgar su actuación parece ser una obligación. "En el mundillo de las redes sociales hay reglas que no están escritas, pero se establecen. Si uno es participante activo, a veces siente que debería decir algo y opinar sobre los fenómenos de los que muchos hablan", explica el psicólogo y experto en redes sociales Roberto Balaguer.
La acción puede estar teñida por el activismo o ser consecuencia de un narcisismo exacerbado: yo tengo una opinión, la gente está hablando del tema y busco encontrar validación en el momento y lugar indicado. La necesidad de "decir algo" es tal que en 2015 Facebook habilitó una opción para que sus usuarios pudieran subir una fotografía con la bandera francesa y mostrar su compasión por el atentado en París. El botón se activó en todo el mundo y tuvo un rápido efecto de contagio: millones de usuario subieron una foto en un acto cuasi militante. Con el asesinato de Floyd pasó algo similar, hubo usuarios que se sintieron parte de lo que ocurría. "Es que Internet y las redes sociales nos han brindado una ciudadanía planetaria. Aunque la persona habite y eventualmente vote en un país determinado, está muy clara la interdependencia ambiental, geopolítica y cultural de esta "nave Tierra' en que vivimos", dice el sociólogo Juan Fernández Romar.
El poder de sentirnos unidos. Las repercusiones del crimen de Floyd conforman un caso de estudio para entender qué se esconde detrás de los uruguayos que, a miles de kilómetros de distancia, sintieron la necesidad de manifestar su desaprobación en sus perfiles digitales. "Si uno tuviera que definirlo con una palabra, se podría decir que este suceso mostró el alcance de la globalización. El caso muestra que hay temáticas y cuestiones que ya no están acotadas a lo local, sino que se han vuelto longitudinales y atraviesan todos los sectores. No es que todo el mundo participe, pero sí hay cuestiones militantes que llegan a todas las edades", dice Balaguer. La tendencia muestra que cuanto más joven sea la población, más ciudadana se sentirá del mundo y mayor será su necesidad de correr a las redes a mostrar su opinión.
Hace dos años, la mitad de los usuarios admitía ser "bastante dependiente" de los espacios virtuales y de la conexión. En la última encuesta del Perfil del Internauta Uruguayo, realizada por la consultora Radar en 2019, ya son dos tercios los que definen de esta manera su relación con la tecnología y 7% se asume como "adicto". Para ellos todo pasa en la red. Hay estudios que demuestran que las generaciones más jóvenes tienen problemas para separar lo que ocurre en sus teléfonos de sus vidas reales, y que los límites se han vuelto más difusos. Así, las redes sociales se transforman en una caja de resonancia que sirve para ver qué pasa en el mundo, hacer cuestionamientos, visibilizar proclamas y asumir luchas.
El primer caso de gran repercusión fue la movilización de los usuarios en la Primavera Árabe (2010-2012). De forma intuitiva y sin definirlo como "militancia digital", hubo un importante flujo de información que fue crucial tanto para los manifestantes como para periodistas de todo el mundo en la construcción del relato. Los gobiernos habían aplicado la censura y era difícil saber qué ocurría. En Egipto, por ejemplo, las autoridades cortaron el acceso a Internet tres días después de que empezaran las protestas para impedir que los manifestantes se organizaran.
Una década después de aquellas movilizaciones, las redes sociales se convirtieron en caldo de cultivo para otro tipo de activismo. Las plataformas fueron claves para la aparición de figuras de la relevancia de Greta Thunberg, la adolescente que desde Suecia llegó a todo el mundo con su discurso contra el cambio climático. Ella usó su poder en las redes para reunir a un grupo de activistas frente al Parlamento sueco y que su acción fuera repetida en otras partes del mundo. Lo mismo hicieron otros colectivos con luchas similares como la igualdad de género o la diversidad sexual. "El proceso de construcción de un perfil individual en el seno de las comunidades virtuales permite que la persona organice las características de la identidad que desea proyectar y convierte su ser-virtual en un mensaje específico con el objetivo de encontrar y dejarse encontrar por quienes considera sus iguales", señala Fernández Romar. Pocos podrían dudar de la efectividad de Greta o de las impulsoras del movimiento #MeToo por la resonancia que tuvieron.
El activismo digital permite organizar actos que logran un alto nivel de adhesión, atención y, sobre todo, difusión en las redes. Dentro de la comunidad internacional, los investigadores aseguran que el anonimato de las redes les permitió a grupos minoritarios contar sus experiencias y mostrar opiniones que hasta hace un tiempo eran impensadas. Les permitió reforzar su identidad colectiva y encontrar un lugar donde expresarse.
El peligro del click. Una investigación recogida en el libro La locura del solucionismo tecnológico asegura que las movilizaciones en Internet son positivas, pero generan una "impresión de activismo", y como toda impresión, no es del todo real. El autor del libro, Evgeny Morozov, asegura que nos sentimos solidarios al compartir o denunciar un hecho en las redes sociales, pero esto solo nos aleja de otras formas de actuar. Y no es el único que cuestiona la liviandad con la que los usuarios opinan y critican detrás de una pantalla. Barack Obama, en una conferencia en Chicago, dijo: "Percibo un peligro sobre todo entre los jóvenes que se ve acrecentado por las redes sociales. Ellos tienen la impresión de que la forma de conseguir que las cosas cambien es simplemente ser lo más crítico posible con otras personas. Es como si pensaran que si tuitean o crean un hashtag sobre cómo alguien no hizo algo bien o no usó el verbo correcto ya pueden estar tranquilos porque han actuado. Eso no es activismo. Eso es lo fácil".
Muchas veces, las publicaciones teñidas de activismo son un disfraz que muestran un narcisismo exacerbado, la intención de "quedar bien", y esconden detrás el miedo a quedar por fuera. Esto último es una patología real descrita por los psicólogos como una "aprehensión generalizada de que otros podrían estar teniendo experiencias gratificantes de las cuales uno está ausente". Este tipo de ansiedad social se caracteriza por un constante deseo de estar conectados, ver qué hacen los otros y correr en busca de aprobación con un discurso que -se espera- sea bien recibido y genere empatía.
El debate entre qué es activismo y qué puede terminar siendo una performance se reavivó con el asesinato de Floyd. Las redes sociales fueron el centro de las denuncias con posteos de millones de usuarios indignados que, además, vieron la oportunidad ideal para obtener más "me gusta", aumentar seguidores y recibir comentarios. Pero un error en las redes puede costar muy caro.
La modelo Kris Schatzel asistió a una de las manifestaciones en Los Ángeles acompañada de una fotógrafa. Mientras miles de personas protestaban, ella modeló frente a la cámara con un cartel que decía #BlackLivesMatter. El momento fue capturado por un usuario y subido a Twitter el 5 de junio. Solo en el perfil de @influencersinthewild, que reúne imágenes polémicas de influencers, alcanzó 16 millones de visualizaciones, y sumó miles de quejas en los comentarios. El linchamiento fue inmediato: la modelo cerró su perfil de Twitter y su cuenta de Instagram -donde tenía casi 220.000 seguidores- pasó a ser privada. "Es posible que no haya elegido la mejor vía para difundir el mensaje haciendo una sesión de fotos después de la protesta pacífica y asumo toda la responsabilidad. Realmente creo que este nivel de intolerancia y comentarios de odio son perjudiciales para el movimiento. Espero que podamos centrarnos en la verdadera causa por la que estamos aquí", dijo en su cuenta de Instagram. Pero en las redes pocas veces se perdona.
Según el psicólogo Roberto Balaguer, el linchamiento social está vinculado con la necesidad de encontrar un culpable y entender los fenómenos. "Cuando pasa algo malo, nos gusta poder equilibrarlo. Estos fenómenos de linchamiento social aparecen también porque la gente canaliza las emociones a través de las redes. Cuando uno ve que todo el mundo está diciendo una cosa, se envalentona y opina; la suma va prendiendo la hoguera. Son como los linchamientos en la plaza pública: la gente no tenía ni pruebas ni dudas, pero iba a que se hiciera justicia. Ahí está la humanidad en todo su esplendor", dice Balaguer. Las consecuencias pueden llegar a ser tan duras como las causas que se defienden. Al ser el epicentro de las críticas, las personas pueden sufrir trastornos de ansiedad, episodios depresivos y sentir el peso del mundo sobre sus hombros. Escoltados por una "buena causa" se pueden dejar grandes secuelas sobre la psiquis de una persona. Y el círculo se vuelve denso y vicioso.
En estos tiempos, las distancias culturales se acortan y todos parecen estar de acuerdo en qué es lo correcto, pero quizás haya llegado el momento de detenerse y analizar cuál es el límite, qué tanto contamos y si de verdad lo hacemos por compromiso o buscando simplemente una performance.