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Ser o no ser parte del pueblo judío

Convertirse al judaísmo puede ser un proceso largo y engorroso; mientras hay quienes buscan integrarse a la colectividad, también hay quienes deciden abandonar las comunidades más ortodoxas

Convertirse al judaísmo puede ser un proceso largo y engorroso; mientras hay quienes buscan integrarse a la colectividad, también hay quienes deciden abandonar las comunidades más ortodoxas

El éxito global de Poco ortodoxa, la serie de Netflix sobre una mujer que huyó de una comunidad de la dinastía jasídica Satmar, corriente ultraortodoxa dentro del judaísmo, despertó en el público diferentes niveles de interés, morbo y curiosidad. El resultado se vio reflejado no solo en el consumo de otras producciones, tanto ficciones como documentales, relacionadas con el judaísmo, también en la publicación de artículos y en la realización de charlas y conferencias vía web organizadas por instituciones y centros educativos. La historia inspirada en las memorias de Deborah Feldman generó interrogantes acerca de las diferentes visiones y costumbres que conviven en la tradición judía, en especial dentro de las líneas ortodoxas y ultraortodoxas, de las cuales Satmar es solo una más.

Visto desde afuera, el judaísmo quizás parezca un inmenso misterio, un mundo colmado de símbolos y hábitos y rituales que pueden resultar, al menos a primera vista y desde la comodidad del prejuicio, entre extraños y fascinantes. Algunas personas, al acercarse y observar con mayor detenimiento y profundidad, experimentan la sensación de que más que un mundo el judaísmo es todo un universo, bastante complejo, en el que conviven, se cruzan y se enlazan otros tantos mundos y otros tantos misterios. Visto desde adentro, ese inmenso misterio también puede revelar que, al final, no hay misterio.

Al menos algo así es lo que sucede en aquellas personas para las que el judaísmo es su hogar, entendiendo al hogar según lo definía el filósofo rumano Mircea Eliade: el espacio donde se establece "el corazón de lo real". Hay quienes nacen en ese hogar. Hay quienes pasan por un proceso para ingresar en él. Y también están los que se marchan. Los que, en definitiva, encuentran su hogar fuera de la tradición. Aunque no siempre es sencillo. En ninguno de los casos.

Formas de pertenencia. "El judaísmo admite dos formas de pertenencia, dos puertas de ingreso a la tradición, aunque en realidad ambas se unen al final", explica Dany Dolinsky, rabino de la Nueva Congregación Israelita de Uruguay (NCI). "Una es biológica, tiene que ver con la ley del vientre, con ser hijo de una mamá judía. La otra tiene que ver con el judaísmo por elección, que es lo que mal se llama conversión", prosigue. "Lo que usualmente se llama conversión es el proceso por el cual alguien transforma su decisión, su elección por la tradición judía como forma de vida, y su posterior formalización. Es un proceso formal de inclusión al judaísmo. Una vez concluido ese proceso, no se dice que es un converso sino un igual".

Mijal Orian no siempre fue Mijal Orian. Esta mujer de 43 años, judía ortodoxa, madre de 10 hijos, que vive en Jerusalén desde hace décadas, recibió el nombre con el que hoy es conocida luego de sumergirse en la Mikve y renacer en el judaísmo, varios años atrás.

Para Orian, el primer contacto con el corazón de lo real del que hablaba Eliade se dio hace tiempo, más precisamente, cuando tenía 12 años. Estaba en la casa de quien entonces era algo así como su novio. Veían una película en VHS, la cinta se trancó y terminaron viendo el video de la Bar Mitzvah de él. "Me emocionó mucho ver cómo él se ponía unas cajitas negras en la frente y en las manos. Esas cajitas se llaman Tefilin, pero yo en ese tiempo no lo sabía. A partir de ahí empecé a estudiar historia del pueblo judío. Le saqué a él los libros del colegio. Aquello me sació el alma. Me sentía parte del pueblo, judía de toda la vida. Cuando leía la historia vía que esa historia era mía. Cuando llegué por primera vez a Jerusalén conocía las calles, no me perdía".

Bat-ami Artzi, Ph. D. de la Universidad Hebrea de Jerusalén, es arqueóloga, historiadora del arte y curadora especializada en arte y cultura de las sociedades indígenas andinas antiguas. Su nombre en hebrero significa "Hija de mi pueblo". Actualmente vive en Berlín, Alemania, donde realiza un posdoctorado. Habla hebreo, inglés y español. Es soltera, no tiene hijos. Y prácticamente podría decirse que es el caso opuesto al de Orian.

"El año que nací (1976), hacía poco que las Naciones Unidas habían declarado que el sionismo es un movimiento racista, entonces mis padres quisieron ponerme un nombre sionista. Luego la ONU revocó esa declaración, pero yo me quedé con el nombre", explica pausadamente en impecable español. "Si se traduce literalmente del hebreo, el nombre del movimiento ortodoxo en el que crecí sería algo así como sionismo religioso". Y cuenta: "Es un movimiento en cuya base está instalada la idea de que el Estado de Israel es un milagro, un milagro que, además, anuncia la llegada del Mesías. Lo que este movimiento propone es que tenemos que vivir en (y de alguna forma conquistar) todos los territorios posibles que, según la Biblia, Dios prometió a Abraham".

En las raíces de la familia de Artzi hay de todo: laicos, ortodoxos, ultraortodoxos. Su abuela materna (hija de un viudo laico que contrajo matrimonio con una divorciada ultraortodoxa) se casó cuatro veces. "Mi abuela era religiosa o no religiosa según sus maridos", dice. En el caso de Orian hay que remontarse al padre de su abuelo, que era rabino, para encontrar las raíces judías. Su abuelo se casó con una católica, con la que tuvo dos hijos católicos; uno de ellos, el padre de Orian. "Crecí en una casa muy liberal donde nadie me hizo problema y me dio la oportunidad de empezar mi proceso desde chica", dice ahora. Su apellido secular se corresponde con la palabra con la que se inician algunos rezos judíos.

Todavía hoy no le encuentra una respuesta lógica a su elección. "Siento que mi pasaje es medio raro, que viene de otras vidas, de mis bisabuelos, tal vez, más que de una elección porque vi la verdad o algo así, ¿qué verdad ves a los 12 años? No sé qué vi, simplemente sentí que era parte", reconoce. "Por lo general la gente está buscando y llega o se encuentra con un novio judío y se convierte en judío por elección. Lo mío no fue así. Después, aquella relación se terminó y yo seguí estudiando judaísmo. Yo me enamoré del judaísmo, no del novio". Según su experiencia, un judío por elección tiene "como un motor que lo empuja hacia adelante y no sabe cómo". Y agrega: "El judaísmo no es mesiánico, no quiere conversos, de hecho te cierra las puertas todo el tiempo: llega a ser parte del pueblo quien de verdad lo quiere, el que no la lucha y la lucha fuerte, no llega".

Ahora, ¿en qué consiste esta lucha? Dolinsky, el rabino, prefiere hablar de proceso, no de lucha. "Lo primero que tiene que existir es la vocación, la voluntad de pertenecer", expone. "Cuando alguien viene a la NCI manifestando su intención de pertenecer formalmente a la tradición, lo primero que hacemos es explicarle que esto implicará una elección y que, como en toda elección, hay algo que entra y algo que queda afuera. La elección tiene que ver con la convicción". A los 16, sin que nadie le dijera nada, Orian parecía tener claro que no podía ser todo al mismo tiempo, y decidió sacarse un crucifijo que le habían regalado. Recuerda esa noche. Era Navidad. "Tenía que elegir, sentía que no podía jugar a todas las puntas", dice.

Transitar la vía. En Uruguay, la comunidad judía se formó a fines del siglo XIX con la llegada de inmigrantes procedentes de Europa Central y Oriental, los llamados ashkenazíes, junto a otros oriundos de España, los Balcanes, el norte de África e integrantes del Imperio otomano, los sefardíes. Según la Guía de diversidad religiosa de Montevideo, en Uruguay están presentes dos de los cuatro movimientos mundiales: ortodoxos y conservadores. La línea ortodoxa está representada por la Comunidad Israelita del Uruguay, la Comunidad Israelita Sefaradí, la Comunidad Israelita Húngara, Yavne y la Comunidad Jabad Lubavitch. El movimiento conservador está representado por la NCI, que fue fundada en 1963 por judíos que llegaron de Europa Central huyendo del nazismo. La institución, creada para preservar y fomentar la vida judía desde una perspectiva pluralista, congrega a unas mil familias.

En la NCI, cuando el postulante manifiesta su vocación y su intención de integrarse al judaísmo, se lo invita a transitar durante un año la comunidad y la vía judía como judío, a pesar de que formalmente todavía no lo es. Se trabaja "en tres líneas", resume Dolinsky: el contenido de la tradición, la vida en comunidad -"el judaísmo no es un acto individual sino una experiencia colectiva"- y la construcción personal. Las personas que llegan a él conforman un grupo muy diverso. "No es algo masivo, partamos de esa base", aclara. "Por lo general solemos tener entre 15 y 20 personas por año. No es regular, ha habido años de 10, otros de 20, y también de 30".

En otra época, el proceso se cerraba con un tribunal rabínico en Argentina. En la actualidad, en casi todas las líneas de la tradición judía se constituye cada tanto un tribunal rabínico en Montevideo. "En la NCI tratamos de hacerlo dos veces al año. En las miradas más ortodoxas han tenido una cada dos o tres años. El mundo se ha transformado y esta transformación trajo consigo la posibilidad de hacerlo donde vos vivís y en la comunidad en la que te vas a integrar", cuenta Dolinsky.

Ahora, un paso clave: la Mikve, el baño ritual, uno de los preceptos más importantes en el judaísmo, que por supuesto también pudo verse en una escena de Poco ortodoxa. El pasaje por la Mikve, un contenedor de agua donde la persona se sumerge completamente, ocurre previo al encuentro con el tribunal rabínico. Es un momento de cierre, tanto para hombres como para mujeres. El ritual consiste en sumergirse en el agua y pronunciar una bendición. "Durante el período de gestación estamos nueve meses en un medio líquido. Salir de ese medio líquido es nacer. El introducirse en la Mikve, sumergirse y luego salir, es un renacer", cuenta Dolinsky. "En la antigüedad formaba parte de las reglas de higiene, los judíos tenían la obligación de bañarse una vez por semana porque para entrar a la Mikve tenés que bañarte antes, para no contaminar el agua".
Existe otro paso, que solo se da en los varones. En alguna instancia anterior a la inmersión en la Mikve y la validación ante el tribunal, se lleva a cabo el Brit Milá, la circuncisión.

La mirada tradicional. El asunto es diferente desde la mirada más tradicional. Mendy Shemtov, rabino de la ortodoxa Comunidad Jabad Lubavitch Uruguay, explica lo siguiente: "El judaísmo considera que cada ser humano es creado por Dios tal cual es para cumplir la misión que Dios quiere para él o ella tal cual fue creado. Uno que nace judío, tiene como judío una misión para con Dios y para con la existencia. Quien no nace judío tiene también una misión divina, aunque es una misión diferente. Y es importante e imprescindible que cada uno cumpla su función". En la visión de Jabad, "no es necesario que uno deje de ser no judío y se convierta al judaísmo para recibir la gracia divina". Así lo cuenta Shemtov: "El no judío que cumple con los siete mandatos para los hijos de Noé, las siete Mitzvot, las siete órdenes universales, tiene el mismo nivel de recompensa espiritual que un judío que cumple con las 613 Mitzvot que debería cumplir por ser judío. En la Torá hay 613 órdenes que Dios le dio al pueblo judío. Los 10 mandamientos son una muestra. Las siete órdenes que Dios le dio a todo ser humano, a partir del Diluvio, que sucedió en la época de Noé, son órdenes para la coexistencia y la ética universal. Ellas son: creer en un Dios, no blasfemar, no asesinar, no cometer adulterio o incesto, no robar, no comer animales vivos, y establecer cortes de justicia para implementar el cumplimiento de estas leyes. Cuando una persona cumple con estas siete órdenes, tiene la misma gracia divina que el judío que cumple con las 613 órdenes. Por lo tanto, no tiene mucho sentido que alguien que no nació judío se convierta al judaísmo, cuando ya puede lograr cumplir su misión y obtener la gracia divina. Otras religiones funcionan al revés, son proselitistas, y si uno no vive según sus preceptos y no acepta ciertas creencias será castigado. En el judaísmo se cree que no es necesario. Al contrario, se considera innecesario hacerlo".

El rabino Mendy Shemtov es hijo de Eliezer Shemtov, también rabino, hijo a su vez de otro rabino, Avraham Shemtov. Eliezer vino a Uruguay desde Nueva York en marzo de 1985. Tras vivir varios años en Estados Unidos, hace 10 años que Mendy regresó a Uruguay junto con su esposa Musya y sus cuatro hijos. "Mi tarea en Uruguay no es convertir gente al judaísmo sino educar a los judíos a que abracen lo que son, su tradición y su esencia", explica. "Para muchos el judaísmo puede ser juntarse los viernes de noche en familia o tomar clases de Cábala, que hoy está muy de moda, pero eso no es judaísmo, es una parte nomás. Vivir una vida según como lo indica el judaísmo incluye, por ejemplo, comer kosher". Sin embargo, aclara, "un judío es judío haga lo que haga: si sos judío no dejás de serlo si dejás de comer kosher". El judío nacido de madre judía, reitera, "es judío haga lo que haga, cumpla o no con sus preceptos".

En la visión de Jabad, el caso del "converso" es diferente. "Tiene que comer kosher siempre para realmente ser judío. Tiene que asumir todos los preceptos en su totalidad, tal como lo hicimos en el momento en el que nosotros nos convertimos en judíos en el monte Sinaí. Por eso, quien se convierte va a tener que cocinar en casa. En todo el país hay uno o dos restaurantes kosher. Creo que en Pedidos Ya hay algunas opciones kosher, pero no son muchas, al menos por ahora. Alguien que no estudió no va a entender que no se va a ir el fin de semana a Punta del Este porque está lindo el día, que si quiere pasar el Shabat en el Este, tendrá que salir el viernes de tarde antes de que se ponga el Sol. La gente que tiene intenciones de convertirse debe interiorizarse. Porque el judaísmo puede parecer una cosa por fuera pero hay muchos más detalles por dentro", resume.

Según cuenta Shemtov, el ingreso a la tradición consiste en hacer exactamente lo que hizo el pueblo judío al pie del monte Sinaí. "¿Cómo se convirtió este grupo de esclavos egipcios en judíos? A través tres pasos. Esos tres pasos que dio el pueblo judío son los tres pasos que se espera que dé cualquier persona que aspira a convertirse al judaísmo. El primer paso es aceptar la Torá y todas sus Mitzvot. El segundo, en caso de los hombres, hacerse la circuncisión. Como paso final, tanto en hombres como mujeres, sumergirse en la Mikve, un cuerpo de agua de lluvia o de manantial. El pueblo judío hizo lo mismo en su momento; pasamos de ser familia a ser un pueblo. Desde hace 3.332 años que se vienen haciendo las cosas de esta manera, tal cual Dios lo indicó en el Sinaí". Shemtov no realiza conversiones, aunque sí ha participado en tribunales rabínicos de judíos por elección.

Viaje a la Pregunta. Artzi, sus dos hermanas y su hermano, crecieron en una aldea ubicada en el subdistrito de Altos del Golán, en lo que ella define como "una especie de kibutz más ligero". Estuvo cuatro años en un internado por decisión propia. Es que la escuela secundaria más cercana estaba a más de una hora de viaje, a veces con demasiadas escalas, y la opción del internado le permitiría, además de realizar menos viajes todos los días, estar más tiempo con sus amigas. "Pero era mucho más religioso y mucho más estricto", recuerda ahora. Durante el tiempo en el internado se volvió más religiosa de lo que era en su propia casa, aunque empezó a apartarse de las ideas del nacionalismo y de la colonización como una obligación divina presentes en la corriente de sionismo religioso en la que había sido criada. "Me hacía muchas preguntas", recuerda. "Me preguntaba por qué las mujeres no tienen espacio en el culto judío, al menos dentro de la sinagoga, ya que en la casa es otra historia", recuerda. Las únicas respuestas que recibía eran del tipo "porque sí" o "porque es así" y no había lugar al debate.

A los 28 años, tras haber realizado el servicio militar y haber conocido otros continentes, países y culturas, Artzi ya no comulgaba con los preceptos ideológicos del sionismo religioso. Durante los viajes, ella y sus compañeras de ruta respetaban el Shabat y llevaban consigo una olla y utensilios para preparar comida kosher. "Seguía con mi tradición, incluso en un viaje por Centroamérica que hice más tarde junto a una compañera no tan religiosa, yo era quien se encargaba de señalar lo correcto o lo incorrecto. Un día, estando en México, compramos una lata de frijoles, cocinamos, comimos y, días después, a mi amiga se le ocurrió chequear una palabra que estaba en la lista de ingredientes y que, por no hablar bien español, no nos había quedado claro qué significaba.

Recuerdo que me había despertado de la siesta cuando la vi a ella, que me estaba mirando fijamente, para darme la noticia: Comimos cerdo, los frijoles tenían grasa de cerdo'. Resultó más chistoso que culposo. Y de paso aprendimos una nueva palabra", dice entre risas. "Existen dos cuestiones básicas que diferencian a la gente laica de la religiosa: cuidar Shabat y comer kosher", prosigue. "Con todas las otras cosas puedes ir acomodándote, pero una vez que abandonas esos rituales se puede decir que no estás practicando la religión. Siempre puedes volver, claro, y de hecho en algunas comunidades esto se ve con buenos ojos. Quienes pasan por esto se dice que -no sé si lo estoy traduciendo muy bien- regresan de la Pregunta o, también, regresan a la Respuesta", explica.

"Un día estaba mirando la tele y caí en la cuenta de que atardecía, de que empezaba el Shabat. La chica que vivía conmigo se había marchado, yo estaba sola en el apartamento, y simplemente me dejé llevar. Dije: "Ya, no me importa', y seguí viendo la tele. Hay gente que podría decir que no pasa nada, pero yo puedo decir que si hice eso ya no puedo considerarme religiosa. Sabía perfectamente que, con lo que hacía, estaba pasando al otro lado. Con la comida kosher fue diferente. Tardé un tiempo. Las veces que he comido cerdo fue, en realidad, porque no sabía, no porque quería hacerlo".

Su hermana había abandonado la práctica religiosa y Artzi pensaba en lo difícil que iba a ser decirles a sus padres que ella también emprendía el mismo camino. "Es como una persona gay que sale del clóset", compara. "Es una conversación que tienes que preparar mucho en tu cabeza. Yo sabía que mis padres no me iban a echar de la casa ni nada similar". Lo que no sabía era que, poco después, su hermano y su otra hermana harían lo mismo. Artzi primero habló con su madre. Recuerda el momento en que ella le dijo: "De acuerdo. Pero tú se lo dirás a tu padre, yo no puedo hacerlo".

Tanto Orian como Artzi han vivido más tiempo como religiosas que como laicas. Mientras que para Orian ingresar al judaísmo fue una especie de viaje al origen, para Artzi el judaísmo fue el punto de partida hacia otras realidades. "Que sea académica tiene que ver con mi pasado", asegura. "En el judaísmo el estudio es muy importante. En el internado estudiábamos unas 12 horas diarias, matemáticas, inglés, informática, y también teníamos muchas horas de prácticas para la vida diaria. Todo eso me quedó muy grabado". El primer artículo que escribió para su doctorado versó sobre la participación de las mujeres en el culto inca. No es difícil encontrar en este trabajo un eco de aquella pregunta que, cuando estaba en el internado, ella se hacía acerca del espacio de las mujeres en la liturgia religiosa dentro de la sinagoga.

Orian considera que existen muchas ideas equivocadas acerca de las comunidades judías ortodoxas y ultraortodoxas. "Lo normal en Israel es la comunidad ortodoxa. Las comunidades más ultraortodoxas están en Estados Unidos. Siento que son el equivalente a Mea Shearim", explica, en referencia al pequeño barrio ubicado en el norte de Jerusalén en el que viven exclusivamente ultraortodoxos.

Según Orian, "el mito más grande es que vivimos en la Edad de Piedra", dice. "Vivimos en la misma modernidad que viven todos. La gente maneja, se va de vacaciones, se va a comer a un restaurante afuera. Hoy en día, mucho más que antes, todo el que quiere tiene celulares inteligentes, en especial quienes los necesitan para trabajar. Otro mito: que la gente tiene que tener muchos hijos porque en la Shoá (término hebrero, traducido como la Catástrofe, que refiere al Holocausto) mataron a muchos y ahora hay que reproducirse. No es verdad. Puede ser la ideología de alguien específico, de una familia a la que le hayan matado a muchos de sus miembros en la Shoá. Pero no es esa la razón por la cual la gente tiene hijos. Otra idea equivocada: que los casan. Nadie casa a nadie hoy en día. Hace muchos años, hace 300 años atrás, sí lo hacían, pero lo hacían todos, incluso los cristianos, a los 14 años estaban todas las nenas casadas. Hoy en día los chicos se encuentran, se gustan, no se gustan, eligen ellos, están de novios durante un tiempo (los jasídicos están de novios por lo menos un año). Ellos deciden cómo se casan y con quién se casan. Es verdad que, en el mundo ortodoxo, por ejemplo, no se tocan antes del matrimonio y las mujeres llegan vírgenes al casamiento".

Orian es madre de 10 niños, pero muchas de sus amigas religiosas tienen dos, tres o cuatro hijos. "Yo tengo los hijos que tengo porque amo a los nenes. Y me encanta ser mamá. Pero no porque alguien me haya obligado a seguir teniendo hijos. Mi rutina diaria consiste principalmente en dedicarme mucho a mis hijos y a mi familia. Para el judaísmo es muy importante que la mamá sea una persona presente en la vida de los hijos. Y a mí me habló mucho esa parte, la de ser mamá. También porque crecí con una mamá muy ausente, que trabajaba desde la mañana hasta la noche, y para mí fue muy importante ser mamá presente, no tiene que ver solo con el judaísmo, tiene que ver con la realidad de vida que tuve. Todo lo de cocinar, de hacer la jalot (el pan de Shabat), de tener olores ricos en la casa, es algo muy lindo, algo tradicional, no es que hay una ley que te obliga a cocinar. Hay miles de madres que trabajan hasta las seis de la tarde en high tech y comen milanesas de soja y pizza todos los días y son tan ortodoxas como yo".

HILLEL Y EL DERECHO A ELEGIR

Hillel es una organización israelí sin fines de lucro dedicada a dar apoyo a las personas, en general jóvenes, que decidieron abandonar el mundo ortodoxo o ultraortodoxo. La ONG trabaja dentro de Israel, donde tiene cuatro sucursales. En el resto del mundo hay organizaciones similares, como Footsteps (EE.UU.) y Mavar (Inglaterra). Bajo el lema "El derecho a elegir" Hillel ofrece ayuda en diferentes áreas, brindando asesoramiento legal y financiero, asistencia psicológica y educativa, además de clases particulares y becas de estudio, centro de emergencia, vivienda temporaria y auxilio económico para el alquiler de departamentos a madres y padres solos. También organiza actividades sociales y culturales, paseos y cenas conjuntas y a cada una de las personas que ingresa a la organización se le determina un voluntario acompañante.

Susy Groszman, quien desde hace más de 10 años trabaja como voluntaria en la organización y hace un par de semanas participó en una charla virtual convocada por la Universidad Católica del Uruguay, cuenta que Hillel no incentiva ni trata de convencer a nadie a dejar la comunidad, como así tampoco ayuda en la decisión de salir. "Esta decisión tiene que ser tomada por la persona que quiere salir antes de ser admitido a Hillel y es muy importante que la persona sea consciente de que es una decisión de la que ella misma es responsable, ya que eso influye mucho en el éxito del proceso".

Quien deja el mundo ortodoxo recibe la denominación Yotze (masculino) o Yotzet (femenino), en plural: Yotzim o Yotzot. Entre las principales razones para acercarse a Hillel, Groszman señala el hecho de "tener que atenerse a muchas reglas y prohibiciones, sentir curiosidad y no tener la posibilidad de recibir la información que buscan, que no solo no les es facilitada sino, todo lo contrario, les es impedida". Otra de las razones es el deseo de independencia, de estudiar una carrera y realizarse desde el punto de vista personal y económico.
En Hillel hay en este momento admitidos 1.300 hombres y 700 mujeres. "El pronóstico indica que en el futuro aumentarán mucho los jóvenes que deciden abandonar la comunidad ortodoxa", prosigue Groszman. "La educación es la brecha más importante que deben completar para tener éxito en sus nuevas vidas, por eso consideramos que la contribución a las becas de Hillel, a través de la web, hará la diferencia".