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    “El cine dejó de tocar temas que me interesan” - Juan José Campanella

    El ganador del Oscar Juan José Campanella llega al teatro montevideano con “Parque Lezama”, la obra que vio en los años 80 en Nueva York y marcó su carrera cinematográfica; la pieza se estrena el viernes 20 en el Teatro El Galpón, con Luis Brandoni y Edua

    En un hotel céntrico de Montevideo, un hombre de mediana edad está sentado de piernas cruzadas en un sillón. Nadie lo mira ni lo reconoce. Lleva una remera negra, un jean y la barba crecida sin mucho cuidado. Ese hombre que habla con ganas, que ríe mucho, que parece no tener apuro, que mira a los ojos y escucha las preguntas, es Juan José Campanella. Sí, el mismo que dirigió películas que son hitos en la cinematografía argentina; el responsable de “El secreto de sus ojos”; el ganador del Oscar; el director de capítulos de series muy taquilleras como “House” y “La ley y el orden: Unidad de víctimas especiales”; el hombre que vive entre Buenos Aires y Estados Unidos. Campanella es, también, el hombre al que se le ilumina la cara cuando habla de la obra de Frank Capra “Qué bello es vivir”, su película favorita, esa que vio más de cien veces. El que se muestra demasiado humano cuando confiesa que querría que a todo el mundo le gustara lo que él hace, y que de vez en cuando entra al sitio especializado en cine Rotten Tomatoes para ver qué se escribe sobre sus películas. El que está agotado después de varios años de rodajes intensos en cine (“Metegol”) y televisión (“Entre caníbales”, y “Colony”, la nueva serie de USA Network que se estrena en enero) y dice que si ve una computadora ahora llora. El que se enamoró de la dirección teatral cuando en 2013 logró poner finalmente en escena “Parque Lezama”, la pieza de Herb Gardner que lo hipnotizó en los 80. Por eso, Campanella está sentado en un sillón de un hotel céntrico de Montevideo. Porque “Parque Lezama” —que ya lleva más de 500 funciones en Buenos Aires— se estrena en la capital de Uruguay.

    “Parque Lezama” es su primera incursión en el teatro como director. ¿Cuál era su vínculo con las artes escénicas previo a este estreno?Como autor, el primer trabajo con el que gané plata fue una obra de teatro cuando tenía 22 años. La hicimos junto a Fernando Castets, con quien después escribimos “El hijo de la novia”, “Luna de Avellaneda” y “El mismo amor, la misma lluvia”. La protagonizó Eduardo Blanco también. Siempre me gustó mucho el teatro y vi tanto teatro como cine. Es más, en los últimos diez años vi más teatro que cine. Veo sí películas en mi casa, pero voy mucho menos al cine que antes.

    ¿Qué cambió?El cine dejó de tocar temas que me interesan. Lo que hago es ver por centésima vez mis películas favoritas. Me gusta mucho el diálogo, y el cine abandonó eso. Lo hizo a propósito, y la televisión se quedó con esa faceta. El teatro siempre la tuvo.

    “Parque Lezama” tiene un significado bastante más trascendente que el de una obra que simplemente le haya gustado mucho. ¿Por qué?Definitivamente. De hecho, hace dos años que estoy buscando una obra, y no encuentro una que le llegue a los talones a esta. Fijate que es una obra que vi cuando tenía 24 años, en dos meses la vi tres veces. Me volvió loco. Y aunque en el afiche veas a dos viejos, no es para nada sobre eso. Es una obra sobre el compromiso, la fuerza, la vitalidad, el reinventarse, el volver a empezar, el no dejar de luchar. La vi antes de empezar a hacer películas y mis películas copiaron mucho el estilo de este espectáculo.

    ¿Qué pasaba en su vida en ese entonces? Usted estaba en Nueva York.Sí, ya había estudiado cine en Buenos Aires y me había ido a hacer un máster de Bellas Artes allá. Y esta era una obra que había ganado el premio Tony, así que fui a verla pensando que iba a ver una comedia protagonizada por Judd Hirsch, que en ese entonces trabajaba en una serie que se llamaba “Taxi” y me gustaba mucho. Salí transformado de la obra. Lo que ocurre arriba del escenario es muy particular, porque no parás de reírte, pero al mismo tiempo es muy conmovedora. Logra que el espectador se ría y llore al mismo tiempo. Creo haber logrado eso solo una vez en mis películas, en “El hijo de la novia”.

    ¿Cuándo decide poner en escena esa obra?Fue una larga búsqueda de los derechos. Al principio, cuando la vi no estaba en mis posibilidades. Pero en 1986 hice la traducción de la obra solo para dársela a leer a los amigos. Y desde que volví a Buenos Aires en 1999 tenía ganas de hacerla. Entonces pedí los derechos, me dijeron que no porque ya se había hecho una versión en Buenos Aires que fue muy fallida. Insistí, cada año volvía al ataque. Lo que sucedió fue que “El secreto de sus ojos” ganó el Oscar. Entonces fui, le puse el Oscar encima de la mesa a la viuda del autor y le digo: “Me tenés que dar los derechos, por favor. Voy a cuidar la obra, no voy a hacer nada que no quieran”. Me dijeron que sí, pero tuve que pasar un montón de exámenes, explicarles cuáles eran los cambios que quería hacer. Y ahora la viuda está enloquecida, quiere ir a Buenos Aires porque no puede creer que es la versión más exitosa en el mundo después de la de Nueva York. Ya vamos más de 500 funciones.

    Y como director de teatro, ¿cómo se llevó con esas nuevas reglas de juego?Eso al principio cuesta un huevo. Adaptarse a que no todos los espectadores están viendo lo que yo quiero, por ejemplo. En cine o televisión, si quiero que el espectador vea un primer plano es eso lo que va a ver. Acá no. Entonces me enloquecían las diferencias entre funciones. La obra genera dos estados de ánimos: la conmoción y la risa. Y hay audiencias que la toman por el lado de la risa, incluso los momentos más dramáticos. Hay otros que lo toman más por el lado de la emoción y no se ríen en esos momentos en los que uno está acostumbrado a que se rían. Al final, la reacción siempre es buenísima, todos aplauden de pie, pero durante la obra, al principio yo decía “¿qué corno pasa?”. Cuando me empecé a relajar, entendí que eso es lo que más me gusta del teatro. Que cada función es distinta y que no ves la imagen de los actores, sino el alma.

    ¿Ya piensa cómo sobrevivirá a no hacerla más?Esa es la desgracia del teatro. Lo voy a sufrir. En los rodajes, cuando se hacen las fiestas para celebrar el fin del trabajo, yo no sé qué están festejando. No las disfruto y voy solo por no quedar mal. Lo único que pienso es “estos guachos ya están planeando su próximo laburo y yo estoy desgarrado acá”. No tenés más remedio que acostumbrarte y adoptar una actitud de médico en terapia intensiva. Evito las despedidas y los abrazos del último día; trato de irme sin que me vean.

    Sobre las tendencias en TV de los últimos años, ¿podría explicar a qué responde el auge de las series?Hubo un aumento de costos muy grande en el cine. Sumale que jóvenes y no tan jóvenes dejaron de ir al cine. Entonces se empezó a gestar una industria de películas de superhéroes, aventuras, del gran evento. Si había otras películas la gente decía “ah, si es de gente común yo espero que salga en video y la veo en casa”. Así fue como el cine empezó a abandonar a la gente común como personajes dentro de la trama.También la mitad de la recaudación del cine de Hollywood venía del exterior, entonces se dejó el diálogo de lado porque obliga a subtitular y hay cosas que se pierden. Eso es un pensamiento erróneo, muchos nos criamos viendo películas con grandes diálogos subtitulados. Así fue que los guionistas empezaron a perder estatus dentro del cine, y la televisión dijo: “vengan para acá”. Y hoy el autor de una serie es el jefe, y las series en sí mismas tienen muchas ventajas: se pueden desarrollar porque tienen más tiempo, las ves cuando querés, todo eso hizo que se captaran mejores autores, mejores temas. Fijate que “24” tomó el riesgo de terminar mal su primera temporada, algo que una película de acción jamás se lo hubiese permitido. ¿Dónde viste que fracase James Bond? La audiencia empezó a migrar y creo que hoy están saliendo mejores productos de la TV que del cine.Lamento mucho eso porque con la televisión jamás llego a conocer a mi audiencia. Con el cine todavía podés ir a mirar lo que pasa en la sala.

    Usted habla mucho del público, de conocerlo, de verlo. ¿En qué momento esas personas se vuelven tan importantes en su carrera?Cuando vi “Qué bello es vivir”, que es la mejor película que vi en mi vida; ya la vi más de cien veces. Pero la primera vez que la vi fue en febrero de 1980 en la sala Lugones de Buenos Aires y salí transformado. “Yo quiero hacer esto con mis películas”, pensé. Que dentro de 30 años lo vea un tipo a 15.000 quilómetros de donde la hice y le pase lo que me pasó a mí. Es muy importante ese juego con el espectador, me gusta que jueguen conmigo como espectador: que me engañen inteligentemente, que me hagan caer en la trampa, que me lleven por caminos inesperados.

    Reflexiona mucho sobre cómo un cineasta se puede pasar la vida intentando hacer una película para que después un crítico se la destruya en minutos. ¿Por qué pesa más una mala crítica que muchos comentarios elogiosos?Mi único consuelo es que no importa qué nivel de éxito tenga la persona, le sucede igual. Hugh Laurie era tremendo en ese sentido. Si leía una crítica mala en una diario de cuarta de Texas, le podía amargar el día. Fijate que estamos hablando del tipo que era el protagonista de la serie número uno en ese momento. Kurt Vonnegut Jr., en uno de esos discursos que dan en las universidades a los alumnos que egresan, dijo: “Aprendan a atesorar las críticas buenas y a ignorar la críticas malas y cuando lo aprendan llámenme a decirme cómo hicieron”. Ya lo tomo como las reglas del juego, sé que es así y aprendés que es imposible gustarle a todo el mundo, si bien todos tenemos la pequeña esperanza de que pase. Cada tanto me meto en el sitio Rotten Tomatoes porque van saliendo críticas nuevas y “El secreto de sus ojos” tiene 96% de aprobación y todo el tiempo pienso “¿Quiénes son esas personas a las que no les gustó?”, “¿Por qué no les habrá gustado?”.

    Una vez dijo que “la diversión no es sinónimo de estupidez”. En tiempos donde se juzga mucho a la industria del espectáculo y pareciera que la diversión o la comedia no siempre son bien valoradas, me gustaría que desarrollara un poco más ese concepto.Lo que sucede es que hoy la gente malentiende el concepto de entretenimiento y se piensa que es solo hacer morisquetas. “El Padrino” me entretiene, un libro de García Márquez también, ahora estoy leyendo el último libro que escribió Martin Luther King y me entretiene muchísimo. Tiene que ver con provocarte emociones y pensamientos. Lograr que una película sea entretenida es que sea atrapante, que estés viviendo la vida de esos personajes y no solo que la estés viendo. Cuando se logra esa empatía de emociones —cuando él está triste, vos estás triste, cuando él se alegra, vos también— es maravilloso. Eso fue lo que yo sentí con “Qué bello es vivir”.