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    Alícia Fernández

    Presidenta de la Sociedad Uruguaya de Pediatría, jefa del CTI pediátrico de la Asociación Española, docente de Pediatría de la Facultad de Medicina Claeh; 61 años.

    En las primeras décadas del siglo XX la mujer fue adquiriendo derechos, acelerándose este proceso en el último cuarto. La sociedad tradicional contraponía en muchos aspectos al varón y a la mujer, en nuestros hogares y centros de educación existían normas morales que enfatizaban costumbres y principios como si fueran absolutos. Los jóvenes se revelaron ante esa sociedad cargada de una buena cuota de rigorismo, exponiéndose a un hedonismo y subjetivismo tal que llevó a una sociedad posmoderna donde el relativismo es dominante. Todo vale y algunos valores, principios y costumbres que nos dignifican como seres humanos se han desmerecido y otros desaparecieron. Es la sociedad posmoderna que se opone a la moderna. En el medio, la emancipación de la mujer. 

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    La niña de este siglo será la mujer del futuro y deberá encarar los mismos derechos y obligaciones que cualquier varón además de los propios, como nunca sucedió en la historia de la humanidad. Para lograr el equilibrio, deberá tener reglas de juego en las que todo tipo de violencia sea repudiable y denunciable; en que el progreso y la apertura a nuevos valores sea posible, logrando ver al otro como alguien distinto con sus posiciones estéticas, culturales, sociales, políticas, religiosas, filosóficas y éticas, aceptándolo, siempre que ese pluralismo y la diversidad permitan la convivencia social.

    Debemos educarlas, enseñándoles desde el hogar los valores y señalándoles aquellas actitudes o conductas que se oponen e impiden el desarrollo armonioso de la persona, pero sabiendo que serán ellas, haciendo uso de la autonomía que progresivamente adquieran, quienes elijan con responsabilidad, sin darles una visión hemipléjica porque nosotros pensamos que una es la mejor. Enfatizar el trabajo temprano de la dimensión moral para fomentar el desarrollo de la autonomía y racionalidad de las niñas es fundamental, como así también brindarles igualdad de oportunidades con políticas públicas equitativas. 

    No importa dónde les toque nacer, si desde la gestación y mientras crecen en los primeros 1.000 días y más allá, son amadas y contenidas. Las hay pobres y débiles en hogares pudientes, las hay ricas y fortalecidas en hogares humildes. La transmisión de buenas costumbres, actitudes y principios desde el núcleo básico de la sociedad, la familia, en todas sus formas y la educación en valores durante las diferentes etapas de formación, evitará tener niñas y mujeres perdidas en el siglo XXI.

    No debemos olvidar que la sociedad es una sola, y para mantener la armonía y sana complementación y no discriminar, los varones deben ser destinatarios de la misma educación. Solo así, la niña convertida en mujer podrá ejercer plenamente sus derechos en todos los ámbitos.