La mesa de los jueves en Clyde’s está reservada para seis. Sus ocupantes son viejos amigos, que hace casi 40 años ocupan las sillas de la misma mesa con pie de bronce que Luis Alberto Beche Caubarrère compró en una demolición antes de abrir el pub. Todos, incluso su fundador, apenas cumplían los 30 años cuando tomaron este bar como su casa. “En Carrasco en esa época no había nada. Estaba el Bar Arocena —al que pocos se animaban a llevar a sus novias—, La Mascota (donde actualmente está Don Peperone) y Dackel”, recordó el extenista Diego Pérez, habitué de los primeros años. “Abrimos un martes y el fin de semana ya teníamos cuatro hileras de gente esperando lugar en la barra”, contó Beche a galería.
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Desde aquel primer día, en esta mesa de seis algunos toman vino y otros whisky o cerveza, comen milanesa trufada, gramajo, hamburguesa y huevos benedictinos. Ellos forman parte de un selecto grupo de habitués que nació el 29 de agosto de 1978, y son esencia de un espacio gastronómico que hizo —y sigue haciendo— historia en Carrasco, único en Montevideo, un bar íntimo en el que encontrarse con amigos a comer algo, beber y escuchar música, principalmente rock. Hoy, junto a estos clientes se mezclan familias y gente nueva, jóvenes, como su actual dueño, Gabriel Caubarrère (sobrino de Beche), quien lo heredó de su padre, Juani, y resignifica a este clásico cada noche.
El diario The Washington Post publicó el 30 de octubre de 1978 en su sección de negocios y finanzas que Clyde’s está hecho a imagen y semejanza de un afamado pub de Georgetown, del que Beche confiesa, sin culpa, haber copiado todo. “En la calle Costa Rica tienen los mismos huevos benedictinos, cheesecake y irish coffee que en el Clyde’s original en M Street NW en Georgetown. ‘Copié todo’, dijo Luis Alberto Caubarrère con orgullo y sin vergüenza. (...) Caubarrère, de 32 años, pasó seis años en Washington, de 1968 a 1974; cuando regresó a Montevideo decidió que a la ciudad le faltaba un lugar informal pero elegante para gente joven. (…) La decoración es similar, el rock suena fuerte y el menú es idéntico”, decía el artículo.
Lograr ese ambiente que sus clientes describen como único, íntimo e irrepetible, a Beche le llevó años de recorrida por demoliciones y ocho meses de obra. “Le conté a Diego Salterain lo que quería armar, porque él era un fenómeno de las cosas antiguas, y me ayudó a conseguir todo. Las sillas las fuimos a buscar a un bar del Centro y deben tener más de 100 años. Todo lo que trajimos son cosas originales. La puerta medía un metro más, era gigantesca y tuvimos que achicarla con nuestro carpintero. Hay piezas de 240 casas: los vitrales, las ventanas, las tablas del piso, todo viene de lugares distintos y todo tiene su historia. Lo armé para que durara 100 años”, recordó Caubarrère.
Desde el primer momento, los clientes coparon Clyde’s. “Cuando abrió, el restaurante empezaba en la segunda puerta de madera, tenía la barra y unas pocas mesas en el mismo nivel, nada más”, contó Gabriel Caubarrère a galería. Sobre aquella época, Beche agregó: “En la esquina estaba el Bar Turismo y enfrente el Cine Carrasco; yo quería tomar toda la cuadra. A los pocos años compramos también la esquina por 19.000 dólares. Clyde’s era una casa de familia que costó 6.000 dólares”. Tal fue el suceso del pub, que para el año 82 ocuparon parte del retiro de la vereda y habilitaron el resto del salón. “Tuve que ir a llorarle al que nos había vendido los pies de bronce de las mesas para conseguir algunos más. Son joyitas de la casa”, mencionó.
Los habitués suelen recordar al barman que preparaba, según ellos, los mejores tragos de la época. De la cocina destacan, como ahora, los chivitos, las hamburguesas, los finitos, la milanesa trufada, los huevos benedictinos y el gramajo.
Si bien Clyde’s tuvo varios dueños, siempre se lo asoció a los hermanos Caubarrère, primero Beche —quien tuvo otros 14 emprendimientos gastronómicos, como Blue Cheese en Punta del Este— y después Juani, quien lo dirigió desde el año 2004 hasta su fallecimiento en 2011, contó a galería Gabriel. Él, con 33 años, comparte la afición por los restaurantes con sus primos, que tienen otros espacios culinarios: Philomène Café en Punta Carretas, El Gran Pez en El Pinar y Café Borneo en La Barra, en Punta del Este.
Mientras que para Beche Clyde's siempre va a ser su primer bar, para los habitués como Diego Pérez es un clásico. “Empecé a ir porque conocía a la familia Cau-barrère de toda la vida”, recordó el extenista y empresario. “En una época estaban Beche en Clyde’s y Juani Caubarrère con Juana la Loca, en la esquina, donde ahora está Café Misterio”, agregó. Gabriel comentó que si bien se considera que el pub siempre perteneció a la familia, Juani Caubarrère recién se afianzó en en el pub de Carrasco en 2005 y como un hobby, mientras se desempeñaba como productor musical, entre otras tareas. Su
vínculo con la música convirtió este lugar en un sitio de encuentros también con artistas, como Joaquín Sabina, Sting y Joe Cocker, en su mayoría retratados en un muro de memorias fotográficas ubicado al pie de la escalera de Clyde’s.
“En 2010 mi padre se enfermó, me vine a trabajar con él y me quedé”, contó Gabriel. Al frente de Clyde’s desde 2011, ahora enfrenta una nueva etapa en el pub, que comenzó con un cambio en la decoración a cargo de Hassen Balut y culminará con un ciclo de música en vivo con artistas como Hugo Fattoruso y Laura Canoura, que revivirán la vibra del pub durante los miércoles de agosto. “Vamos a cambiar la pintura, los cuadros serán de Carrasco antiguo y convertiremos una despensa en cava a la vista”, adelantó Gabriel. Aunque el menú mantiene muchos de los clásicos, en el último tiempo —y sobre todo a pedido del público femenino— se sumaron un risotto, sopa de calabaza, ensalada de salmón y otros platos más livianos. Al cumplir 40, Clyde's comienza una nueva etapa del pub, respetuosa del pasado pero con una mirada hacia el futuro, que busca sumar a la tradicional clientela de Clyde’s nuevos feligreses, amantes de la música, de los espacios de encuentro entre amigos, de los bares con ambiente.
Caubarrère, segunda generación de gastronómicos
Si bien el único de los seis hermanos Caubarrère 100% empresario gastronómico fue Beche, pues Juani tenía otros negocios, cinco de sus descendientes hoy lideran restaurantes. De 2006 a 2007, Gabriel tuvo Umi, un local de sushi y otras preparaciones con amigos también en Carrasco. Su prima Valerie, hija de Beche, es dueña de Philomène Café, en la calle Solano García, en Punta Carretas, y Sabine —hermana de esta— de Café Borneo, en La Barra, en Maldonado. “Es excelente cocinera”, agregó su padre al mencionar el impulso de su descendencia en la industria. Además, desde 2005 Martina y Juan Luis Caubarrère —hijos de Eduardo, hermano de Beche y Juani— llevan adelante El Gran Pez, en El Pinar, punto de encuentro de toda la familia los sábados al mediodía.
Único en su especie
Para muchos, en 1978, Clyde’s innovó por su decoración, su propuesta musical, su ambiente íntimo de disfrute en pareja o entre amigos, y porque acomodaba a gente en la barra, parados en la vereda o reunidos alrededor de un plato en una pequeña mesa. Incluso hoy, casi 40 años después, hay quienes piensan que este pub brinda en Carrasco lo que nadie ofrece: un espacio gastronómico amigable e integrador, donde es posible beber un trago y picar algo abundante a precio razonable.
Ubicado en la calle Costa Rica, de un lado de la acera donde solo Café Misterio y Clyde’s parecen funcionar, el bar inauguró este pequeño gueto gastronómico el 29 de agosto de 1978. Y fue el primer pub de Carrasco y de Montevideo. A fines de los años 70, los capitalinos salían en el Centro: iban al cine, al Solís, al teatro, comían en Del Águila o en Morini. Después del trabajo, los hombres frecuentaban los cientos de bares de la ciudad, y las mujeres iban a las confiterías. Recién a fines de los años 90 comenzaron a aparecer otros pubs, como el desaparecido Flanagan’s en Pocitos, pero ninguno perduró en el tiempo como Clyde’s, aun a pesar de no haber estado abierto de forma consecutiva durante sus 40 años de vida.
Al parecer, no existen muchos comparativos para este espacio en Montevideo. Sin embargo, esa combinación que Beche Cau-barrère importó de Washington y que implica buena coctelería, música muy pensada y sentido de pertenencia es a la que los bares más concurridos de la ciudad apuestan hoy.