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    De animales a dioses

    N° 1952 - 11 al 17 de Enero de 2018

    , regenerado3

    Hay libros que hacemos propios como si el autor nos conociera y se hubiera inspirado en nosotros para escribirlos. En esos encuentros felices sentimos que alguien ha puesto en palabras nuestras ideas o nuestros sentimientos y que lo ha hecho de una manera tan justa que nos permite comprender algo que antes solo intuíamos. Los que tenemos la costumbre de subrayar a medida que leemos, dejamos esos textos cubiertos con marcas que dicen mucho de nosotros, una especie de retrato pintado con letras ajenas. En algunos casos la coincidencia abarca el libro completo. En otros, se trata de unas frases sueltas o incluso del verso de un poema, quizá la forma más perfecta de la expresión capaz de acortar la brecha entre lo que deseamos decir y lo que podemos. Cuando cerramos un libro de esos, nos sentimos comprendidos y consolidamos nuestras convicciones. 

    Y hay también otros libros en los que no nos reconocemos con una fidelidad certera, pero que aun así resultan tan atrapantes que, una vez ingresados a ellos, ya no nos sueltan. Son textos audaces, poco convencionales y pueden rozar lo políticamente incorrecto. Esas características los hacen imprevisibles y novedosos. Si el autor nos convence acerca del rigor con que ha escrito, es decir, si no solo se trata de especulaciones sueltas o de excentricidades cuya única finalidad es escandalizar para aumentar las ventas, le otorgamos el beneficio de la sorpresa. Ese pacto entre autor y lector —esencial tanto en la ficción como en el ensayo— puede sostenerse o no conforme avanzamos en el texto. Uno demora poco en constatar si esas apreciaciones que nos interpelan plantean nuevas formas de ver la realidad y sacuden hasta las raíces nuestras creencias, están sustentadas en una investigación documentada y si su enfoque es serio. Establecida esta primera confianza, se abre ante nosotros, lectores, el desafío de un texto que no nos dice lo que queremos escuchar, sino que nos propone una mirada diferente. Y nos invita a la reflexión. 

    Tal es el caso de un libro que vio la luz en 2013. Desde entonces, De animales a dioses ha sido traducido a treinta idiomas y se ha convertido en un best seller. El libro es excelente. Lo que da cuenta una vez más de que la etiqueta tan denostada por cierta porción de la intelectualidad solo hace referencia a un éxito comercial en tanto ventas, pero nada tiene que ver con la calidad del texto. Con esto quiero decir que hay best sellers malísimos y también de los buenos, así como hay textos buenos y malos que casi nadie compra y languidecen en los estantes de las librerías. Tampoco ser un worst seller es marca inequívoca del grado de calidad de un texto. 

    Su autor es el joven Yuval Noah Harari, profesor de Historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén, doctorado por la Universidad de Oxford con una especialización en Historia Medieval e Historia Militar y, más tarde —como indica la solapa—, dedicado al análisis de los procesos macrohistóricos. El ambicioso trabajo propone nada menos que una breve historia de la humanidad desde los orígenes del mundo y la muy posterior aparición del Homo sapiens hasta nuestros días. 

    La inabarcable envergadura de la empresa obliga al autor a llevar al extremo uno de los más exigentes ejercicios a los que todo escritor se ve sometido y que implica elegir cuánto de lo que sabe dejará fuera del texto. En poco menos de quinientas páginas y con un tono ameno, por momentos cargado de humor e ironía, se las arregla para invitarnos al magnífico recorrido desde múltiples perspectivas que observan el devenir histórico en clave biológica, religiosa, antropológica, económica y cultural en su sentido más extenso. 

    Hay fragmentos que deslumbran por su lucidez y otros que horrorizan por su frialdad. Hay descubrimientos asombrosos a partir de datos desconocidos. Hay ruptura de prejuicios, estereotipos y lugares comunes. Hay sentencias crueles que nos confrontan con verdades no siempre agradables en las que también estamos inmersos. El libro provoca, fascina, molesta. De eso se trata. No de crear unanimidades, hegemonías ni consensos, sino de estimular el pensamiento. No puedo imaginar una forma más alta de respeto hacia el lector que empujarlo a ejercer su libertad de criterio. Aunque signifique el más profundo disenso. 

    Dice en uno de sus tramos más impactantes: “Una de las pocas leyes rigurosas de la historia es que los lujos tienden a convertirse en necesidades y a generar nuevas obligaciones. Una vez que la gente se acostumbra a un nuevo lujo lo da por sentado. Después empiezan a contar con él y llegan a un punto en el que no pueden vivir sin él”. Y más adelante agrega: “La discriminación injusta suele empeorar, no mejorar con el tiempo. El dinero llama al dinero y la pobreza a la pobreza. La educación llama a la educación y la ignorancia a la ignorancia. Los que una vez fueron víctimas de la historia es probable que vuelvan a serlo. Y aquellos a los que la historia ha concedido privilegios tienen más probabilidades de obtenerlos de nuevo”. Se podrá o no estar de acuerdo, pero nunca ser indiferentes. 

    Es el primer libro del año para mí. Un listón altísimo que me estimula a seguir leyendo y que, por supuesto, recomiendo. [email protected] 

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