N° 1946 - 30 de Noviembre al 06 de Diciembre de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAl pasar por el monumento a José Batlle y Ordóñez en la Ruta 1, donde don Pepe ocupa un importante sillón, algunas familias comentan a los más chicos: “Mirá don Pepe, de espaldas al campo”. El batllismo más radical identificaba el atraso del país con el latifundio ganadero, a los propietarios y productores como latifundistas retrógrados, a la modernidad con la industria y eventualmente con la granja agropecuaria. Los estancieros y sus aliados políticos enfrentaron a Batlle porque estaban convencidos de que con su política impositiva (que aumentó mucho la Contribución Inmobiliaria rural) afectaba directamente la propiedad privada. Muchos politólogos y analistas coinciden en señalar que esas ideas batllistas del siglo XX son representadas hoy por algunos sectores del Frente Amplio, que, desde el gobierno, también dan la espalda al campo.
En este número, Bernardo Wolloch entrevistó a Martín Secco, destacado ejecutivo del mundo de la carne, un hombre de Tacuarembó que plantea un asunto siempre candente: que en Uruguay todavía se discute y polemiza y sigue existiendo el divorcio entre el campo y la ciudad y el rol que este tiene en la economía. “Esa discusión ya no debería existir”, dice Secco, que se refiere a Nueva Zelanda como un modelo a seguir. Y plantea la dificultad para lograr que las familias uruguayas quieran arraigarse en el medio rural.
Que el campo se está vaciando es un tema aquí, en Europa e incluso en Nueva Zelanda (los estudiantes uruguayos que van a programas de trabajo se dan cuenta de que en las estancias neozelandesas hay muchos sudamericanos... porque los jóvenes de allá no quieren trabajar en el tambo ni juntando manzanas o kiwis ni empacando, en lo que llaman el picking packing y pruning). Algunos países otorgan subsidios, otros están en vías de. Pero lo cierto es que en Uruguay, pese a ser el agro uno de los principales motores del país, le seguimos dando la espalda al campo.
Hay que tener en cuenta que en los últimos 15 años, el 50% de la tierra cambió de manos. Eso tuvo un impacto: hay otra gente en el campo, entraron empresarios de otros orígenes. Cambió el statu quo y eso suele ser bueno. Dicen quienes están cerca del tema, que de a poco va quedando atrás la antipatía por “los estancieros” de otra época.
Pero las escuelas rurales son un tema serio. En los últimos diez años cerraron un promedio de cinco escuelas rurales por año. Hoy hay 22 centros con un único alumno. En la década de los 60 había 60.000 alumnos en las escuelas rurales. Hoy hay 16.000. Subsisten 1.105 escuelas rurales en Uruguay, pero el promedio de alumnos en ellas es cada vez más bajo. Este año cerraron nueve.
Es un buen ejercicio preguntarse como sociedad qué importancia le damos al campo. ¿Qué enseñamos en nuestras escuelas a los niños sobre un tambo, la soja, las vacas y lo que es un ciclo productivo? ¿Les enseñamos qué es y cómo funciona una cooperativa como Conaprole? Las escuelas no hablan de qué se hace en el campo. El modelo vareliano instaló que todas las escuelas sean iguales y en todas se enseñe lo mismo. La UTU ha hecho mucho en ese aspecto con cursos técnicos, al igual que las escuelas agrarias, pero queda mucho por hacer.
Los niños criados en el medio rural, ¿qué expectativas tienen de arraigarse allí? ¿En qué medida se están dando oportunidades para que eso ocurra?
Es una realidad que hay niños que viven en Cordón o Pocitos y nunca vieron ordeñar. Y niños criados en el campo que nunca vieron el mar. Para un país tan chico, parece mentira.