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    Entrevista: Alicia Fernández

    Edad: 60 • Ocupación: Pediatra intensivista; presidenta de la Sociedad Uruguaya de Pediatría; jefa de CTI de niños de la Asociación Española • Señas particulares: se define como obsesiva; le compra protector solar a su hijo; escribe cuentos

    ¿Qué la llevó a ser pediatra? Mi padre. Él murió hace años. Era de Rosario, Colonia; vino a Montevideo, donde se casó con mi madre. Cuando nacimos con mi hermana melliza estaba trabajando en el Banco de Seguros y en la Caja de Jubilaciones y él tuvo que dejar de estudiar. Cuando me recibí de médico pedí mesa especial el día que ellos cumplían 27 años de casados.

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    ¿Por qué eligió como especialidad el CTI de niños? Yo quería ser neuropediatra y cuando empecé el tercer año de la residencia alguien me vio un perfil para ir al CTI. Me metieron en el CTI y no salí nunca más.

    Sigue haciendo guardias. Muchos médicos, después de tener una carrera consolidada, abandonan esa práctica... Creo que es una forma de no olvidarme de lo que soy, porque soy igual a los otros. Y también de conocer al equipo con el que trabajo. Si me necesitan voy, estoy. Trabajo todos los días.

    Es una gran militante por la vacunación infantil. ¿Qué les dice a los padres cuando le cuentan que su hijo no está vacunado? Me ha pasado. Vos podés combatir las ideas, no a las personas. Podés hacerlos razonar, pensar, darles argumentos para vacunar a sus hijos. Yo me doy todas las vacunas que surgen. Pero todavía me encuentro con médicos que no están a favor de la vacunación, no pediatras pero sí de adultos. Por ejemplo, hay médicos que no quieren la del HPV, que ahora está en las vacunas obligatorias a los 12 años. ¿Que hayan puesto esa vacuna quiere decir que esa niña va a ser promiscua? No, por Dios. Yo creo que habría que vacunar a los varones también, porque son los que contagian a las mujeres.

    ¿Por qué cree que ahora hay más gente que no se quiere vacunar? Creo que estos padres están intentando que cada uno se defienda como puede y que no se les agregue en el cuerpo cosas extrañas. El problema es que no entienden que la vacunación debe ser la mejor estrategia que ha habido en la historia de la humanidad para prevención. Pero sucede que en estos tiempos se habla de la vida natural, de tener el parto en casa. Eso sirve hasta que se complican las cosas. Si a ese padre que no quiere vacunar a ese niño, ese hijo se le enferma y se le muere por una enfermedad que era prevenible, ¿qué hacés? Te querés morir. Además hay mucha gente que viaja y la posibilidad de traer algo de afuera es un problema.

    Tiene un hijo que hace un par de años se independizó. ¿Qué tipo de madre es? Respeto su libertad, sus decisiones, lo apoyo si mi necesita. Cuando él era chico se quedaba mucho con mi esposo por mi trabajo, porque yo en esa época trabajaba mucho más. Lo llamo todos los días o le mando un mensaje de WhatsApp con un fantasmita sonriendo. Me acuerdo que cuando se independizó no tenía lavadora en la casa y llevaba la ropa a a casa a lavar. Cuando se la guardaba en el bolso le ponía también jabón y pasta de dientes.

    ¿Está encima de él desde el punto de vista médico? Le insisto en los controles y cosas que tiene que hacerse. También le insisto mucho con el tema del sol; cuando se va de vacaciones le doy protector. Y a mi marido le saco yo las horas con los distintos médicos. Si no, no va.

    ¿Usted qué tipo de paciente es? Soy una buena paciente y me controlo. Voy y recomiendo a médicos a los que les tengo confianza, muchos que fueron compañeros de facultad.

    Tiene una hermana melliza idéntica. ¿Qué situaciones insólitas recuerda? Muchísimas, porque somos iguales. Por ejemplo, ella se ennovió, con el que después fue su marido, a los 16 años. El día de la presentación que él iba a verla a casa, papá me dijo que fuera yo a recibirlo, porque estaba seguro de que nos iba a confundir y mi hermana decía que no. Obviamente, nos confundió. En un momento determinado le dije: “Pará, porque no soy quien creés”. Estuvo seis meses sin hablarme. No hay nada mejor que tener una melliza. Aunque te peleás, siempre tenés a alguien, todo el tiempo. Nos apoyamos mucho. 

    En 2002 viajó dos años a España porque su marido fue a trabajar a la Embajada uruguaya en Madrid. ¿Le costó mucho dejar su trabajo? No fue fácil. Cuando surgió la posibilidad nos sentamos con él y con mi hijo. Fue una decisión familiar. Él me dijo que aceptaba si nos íbamos los tres. Mi hijo dijo: “Yo voy”. Creo que él lo vio como una oportunidad. Yo decidí dejar la Facultad de Medicina, donde tenía un cargo de profesora adjunta, y se me mantuvo el puesto. Después, cuando regresé me fui. Ya que me iba no quería perder dos años sin hacer nada y como en España la terapia intensiva estaba muy avanzada me anoté para hacer una maestría en la Universidad Autónoma de Madrid. Seguí haciendo cuidados intensivos en dos hospitales.

    Estando en España conoció al rey Juan Carlos y a la reina Sofía. ¿Cómo eligió el atuendo para esa ocasión? Fue en una presentación del personal de la Embajada de Madrid. Quería ir discreta, así que me puse una solera negra y una chaquetita rayada que me compré en la liquidación de El Corte Inglés, con unos zapatos negros y un saco de nutria que me había prestado una prima hermana. Después me enteré que no había que ir de negro, sino con colores alegres. 

    En esa época viajaba mucho por España y se hizo coleccionista de mapas. Sí. Y además tenía un libro de guía de viajes que, como soy muy obsesiva —tengo muchas obsesiones—, agarraba antes de ir al lugar para estudiarlo bien. Mi marido es una apasionado de la heráldica y escudos, así que aprendí mucho. 

    ¿Qué otras obsesiones tiene? La puntualidad y el trabajo. Confío mucho en el equipo en el que trabajo pero llamo a cualquier hora para hacer el seguimiento del paciente. Soy obsesiva con los papeles que leo. Y también con la limpieza. 

    ¿Escribe cuentos? Me encanta. Soy una gran lectora. Algún día quiero escribir una novela. El año pasado gané el tercer lugar en el concurso de cuentos del programa radial En Perspectiva y eso para mí fue superemotivo. Después, un grupo de niños de una escuela rural cercana a Guichón escucharon el cuento y decidieron convertirlo en obra de teatro. La presentaron en la Feria del Libro Infantil que se hizo acá en la Intendencia. Ahí los conocí. Esa obra de teatro la presentaron en pila de lugares acá y en el interior. 

    Dicen que llora con facilidad. ¿Cuándo fue la última vez que lo hizo y por qué? Lloro mucho, por todo, me emociono con canciones. Y en mi trabajo siempre lloro cuando muere un niño. Ahí también abro una ventana unos segundos, porque creo en Dios y creo que el alma se va y no debe quedar en ese lugar.