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    Llamala por mi nombre

    Detrás de cada empresa familiar denominada como su fundador se esconde una historia de prestigio y trabajo

    Antaño, bautizar una empresa con el nombre del fundador o del socio mayoritario era sinónimo de poner en juego no solo el patrimonio, sino también el prestigio; era una forma de ver a un empresario y de cómo era visto. Durante el siglo pasado proliferaron un montón de empresas en Uruguay que llevan el nombre o apellido de su fundador. Seguramente, el lector comience a enumerar en su cabeza algunos de ellos como si automáticamente se viera obligado a participar en un “ritmo, diga usted, nombres de empresas que llevan el nombre de su fundador”. Por ejemplo: Jorge Martínez, Ruben Aprahamian, Alberto Gandulia, Carlos Gutiérrez, Devoto, Cattivelli y un largo etcétera.

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    Existen algunos rubros en los que parecería que es casi una obligación bautizar a la empresa con el nombre o apellido del fundador. Este es el caso de las funerarias como Martinelli, Carlos Sicco, Road Hermanos, entre otras. Sin embargo, para sorpresa de algunos, todos sus dueños coinciden en que están orgullosos de estar presentes en los momentos más difíciles para la familia y de que su nombre esté asociado a una empresa fúnebre. Aunque sea tabú, para ellos la muerte está naturalizada.

    Sin embargo, los empresarios que llevan su apellido sobre los hombros se dividen en un aspecto: hay quienes quieren que sus hijos continúen con el legado, otros aseguran que creen en el libre albedrío para que escojan su camino, algunos desean que al menos uno de la familia se sume a la empresa y también están los que priorizan los estudios universitarios antes que el trabajo. 

    Algunas de estas empresas luchan por combatir el mito de la tercera generación y otras, por verse casi obligadas a trabajar en sociedad con hermanos. Lo cierto es que existen desde hace tiempo y son muy conocidas por sus jingles, su prestigio y los nombres que las anteceden. Lo que sigue es el resumen de algunos empresarios que desde el sillón del directorio hablaron con galería para contarles qué implica que la empresa que dirigen lleve el nombre que tienen en la cédula.

     

    Julio César Lestido / JULIO CÉSAR Lestido

    Julio César Lestido puede ser conocido por ser el presidente de la Cámara Nacional de Comercio y Servicios del Uruguay, el presidente de Old Christians, el presidente de la Cámara de Importadores de Armas y Municiones del Uruguay, el secretario de la Asociación de Coleccionistas de Armas y Municiones o, en este caso, por ocupar el directorio de la automotora Julio César Lestido.

    Lleva el nombre de su abuelo, quien fundó la automotora y la denominó con el mismo nombre que sus padres a él. Antes de crear Julio César Lestido en el 1947, “mi abuelo inició en 1929 otra sociedad de automóviles: Travieso y Lestido. Cuando decidieron separarse, se dividieron las marcas que representaban a la mitad”, cuenta ahora su nieto de 60 años. El 30 de abril de 1950, Lestido se convirtió en el importador exclusivo de Volkswagen en Uruguay. “No había ningún representante antes y actualmente somos los terceros importadores más viejos del mundo de la marca alemana”, afirma. 

    La firma Julio César Lestido tiene cinco dueños, los cinco nietos del fundador. “Luego de mi abuelo vino mi padre y más tarde quedamos los cinco hermanos. Todos estamos en la dirección de la empresa acompañados por profesionales que integran el directorio y se encargan de la gestión y forman parte del equipo”, dice Julio César. “Llevar el nombre de mi abuelo es para mí un gran honor. Mi padre se llamaba Julio Manuel Lestido. Llevo el nombre de mi abuelo porque soy el primogénito. No lo conocí, lamentablemente, pero por referencias que tuve de mi padre y funcionarios de la empresa, sé que fue un caballero en todos los sentidos. La empresa creció y se ganó un lugar y una reputación en el quehacer nacional. Hoy, Lestido es una marca. Llevo el mismo nombre de la empresa y muchas veces me han preguntado si tengo algo que ver con ella”, cuenta su director. 

    Ante la pregunta de si cree que todas las terceras generaciones son las que funden las compañías familiares, lugar que ocupan él y sus hermanos en este momento, Lestido dice que es un tema con múltiples aristas. “Puede ser la segunda o tercera generación. El éxito de una empresa familiar es justamente tener una familia y saber que una familia tiene una empresa. Eso es lo que somos en Lestido. Lo importarte es respetar bien las reglas de funcionamiento y tenerlas bien claras entre los miembros de la familia. Sabemos que ninguno es más que otro, todos tenemos los mismos derechos y obligaciones; que funcionamos como equipo y que si no, no funcionamos. Lo más importante es el respeto y el cariño. Primero somos una familia, somos hermanos criados iguales con los mismos valores”, asegura. 

    Con respecto a que si quieren que la descendencia siga en el emprendimiento familiar, Lestido cuenta que tiene también cinco hijos, el hermano que lo sigue tiene cinco hijos y otros dos hermanos tienen tres cada uno. “Lo primero que quiero es que mis hijos hagan lo que sientan y que elijan lo que les quede más cómodo; nunca una imposición. Por supuesto que a cada uno de los hermanos nos gustaría que por lo menos haya un representante de nuestra familia en la empresa. Y así tiene que ser. Con uno basta”, dice.

    Sin embargo, Julio César Lestido hace una reflexión sobre los hijos que reciben la herencia empresarial de la familia, como le pasó a él. “Ese es uno de los problemas de ser el hijo de: cuando se sucede la generación, se recibe lo bueno y lo malo. Lo bueno es el prestigio, el trabajo, la imagen y la conducta que crearon los antecesores. Lo malo, y hoy con 60 años ya no me influye, es que durante algún momento de mi vida tuve que estar rindiendo exámenes permanentemente y me juzgaban por ser el hijo de. Vivía en una comparación eterna y no podía ser lo que yo soy porque juzgaban mis acciones con respecto a la referencia que tenían de mi padre. Con el tiempo uno demuestra lo que es. En los primeros años, lo sentí así y tal vez mi padre también. La comparación era permanente, pero con el correr del tiempo uno hace su carrera. Es una realidad con la que toca convivir”, finaliza.

     

    Marcelo Larrique / Larrique Rulemanes

    Deben ser pocos los que puedan explicar qué es un ruleman en comparación con la cantidad de personas que pueden cantar al menos una estrofa del jingle de Larrique Rulemanes. Marcelo Larrique, hijo menor del Carlos Larrique, el fundador de Larrique Rulemanes, dice que el jingle es muy pegadizo y que no solo se escucha en lugares donde pautan, sino que también suena en ringtones o lugares bailables sin que tengan una cuota de decisión o participación. “El jingle se creó en el año 1996. No nos imaginamos que iba a ser tan exitoso. Nos lo sugieren, pero no pensamos en cambiarlo”, dice Marcelo Larrique. 

    Larrique Rulemanes fue fundada en 1973. Carlos era empleado de una vieja compañía de rulemanes y luego de comenzar su emprendimiento fue incorporando poco a poco nuevos productos. “Creo que mi padre bautizó a la empresa Larrique Rulemanes porque venía con una trayectoria de casi 30 años y era una persona muy carismática, la gente lo conocía muy bien y tenía una buena imagen de él. Su nombre tenía mucha trayectoria y peso en el rubro. Para nosotros es un orgullo continuar con el legado y llevar la empresa. Nunca imaginamos cambiar el nombre de la firma”, explica el técnico mecánico Marcelo Larrique. Al decir nosotros se refiere a Fernando, el hermano mayor, ingeniero industrial, y a él.

    Marcelo tiene 58 años y cumplió este año 40 en la empresa. Comenzó a los 18 junto a su padre. Como muchos, estudió y trabajó. Su hermano Fernando, que le lleva tres años, se sumó un poco más tarde a la firma porque luego de recibirse hizo un posgrado de rulemanes en Alemania. “Trabajar con un hermano es muy grato. Tenemos nuestras discusiones, pero nos balanceamos. Yo soy más moderado y Fernando es más arriesgado, así nos complementamos muy bien. Mi rol está más vinculado al área de ventas y el de él a la ingeniería. Lo más importante es que juntos hemos sabido llevar adelante los infortunios que atravesó la empresa”, cuenta Marcelo, y ejemplifica cuando 12 años atrás fueron víctimas de un incendio. La empresa se quemó por completo y tuvieron que rehacer todo; pasaron de un edificio de dos pisos a uno de cinco en la misma esquina.

    A diferencia de otras empresas familiares, los hermanos Larrique sí quieren que la familia se integre. Sin embargo, no se la hacen fácil. “Les exigimos que se preparen, que estudien y que antes trabajen en otros lugares. Es un poco lo que se recomienda en toda empresa familiar”, dice Marcelo. Actualmente, dos nietos del fundador trabajan en la marca y quién sabe si continuarán sumándose otros.

    Es común que se asocie Larrique Rulemanes al fútbol por estar muy presente en pautas publicitarias. Marcelo entiende que es una disciplina mayormente masculina. “En esta época es un poco difícil decirlo, pero la mecánica siempre estuvo vinculada a los hombres y la mayoría de los que escuchan fútbol son hombres, que es nuestro público objetivo. También estamos presentes durante la semana en muchos de esos programas porque muchos talleres mecánicos y casas de repuestos, mientras están trabajando, escuchan esos programas”, aclara.

    Por último, agrega que su padre no llegó a compartir la empresa con alguno de sus nietos y que le hubiese encantado porque, dice, “ellos son los que me motivan a seguir en esto día a día”.

     

    Vladimir Kaitazoff / VLADIMIR KAITAZOFF

    Vladimir Kaitazoff, hijo de inmigrantes (padre búlgaro y madre italiana), comenzó con un taller mecánico. Más tarde, en 1964, abrió la automotora y formó la sociedad. El taller de avenida Italia que devino en local automotriz fue el primero en esa calle, asegura su hijo con el mismo nombre, Vladimir Kaitazoff. El edificio fue construido por el padre del fundador, que era arquitecto. Su hijo, la segunda generación a cargo, asegura que nunca se cuestionó formar parte de la empresa. Comenzó con 18 años. En ese entonces vendía algún auto chiquito en algún galpón en avenida Italia y decidió no estudiar más. “Arranqué hace 32 años con una automotora chiquita vendiendo usados y cada vez fuimos incorporando más marcas”, cuenta Vladimir Kaitazoff. Asegura que para una automotora es bueno llevar el nombre del fundador. “Está bien visto y ayuda al boca a boca. Reconocer y asociar una marca en plaza a un nombre es un prestigio”, dice. 

    El actual director es el mayor de seis hermanos. Actualmente es el único de la familia que está al frente del negocio, pero a lo largo de los años todos los hermanos han colaborado en la empresa. Tener el mismo nombre que su padre y que la firma trajo algunas confusiones pero siempre sanas, afirma. “Nunca le debimos nada a nadie, ni yo ni mi padre. Muchos me reconocen y me dicen: ‘Ah, tú sos el de las automotoras’. Creo que es algo favorable porque tenemos una buena reputación y no me avergüenza. Diferente sería si la gente estuviera disconforme con los procederes o la atención”, dice.

    Vladimir Kaitazoff tiene cuatro hijos. Por supuesto que uno se llama Vladimir, pero como segundo nombre. Actualmente, ninguno de sus hijos varones trabaja en la empresa, sí una hija en la parte administrativa. “Soy joven, tengo 50 años. Todavía no me cuestioné si quiero o no que mis hijos trabajen en la empresa. Sí quiero que ellos tengan un título debajo del brazo. Si luego no les sirve la carrera, bienvenidos. Han pasado por acá con pasantías durante algún tiempo. Todos vendieron autos en esas etapas bisagra de la vida, pero primero tienen que terminar su carrera y es a lo que aspiro. Hoy están las empresas y mañana no. Lo necesitan para defenderse, esa es mi manera de pensar. Agarrarle la mano a una empresa automotriz no lleva diez años, con uno o seis meses agarran la experiencia”, termina. 

     

    Jorge Martínez / Jorge Martínez

    El señor Jorge Martínez trabaja en el local de su agencia de viajes en la calle Colonia. A diferencia de otros directores, desde hace 30 años su escritorio se encuentra en el medio del meollo, entre todos los agentes y clientes. Martínez asegura que así le gusta. “A todas las empresas exitosas que voy, la persona responsable está ahí, mirando lo que pasa, entendiendo a los clientes y el movimiento de la empresa. En todos los lugares, Ruben Aprahamian, Cymaco...”, cuenta.

    Martínez, de 73 años, comenzó vendiendo pasajes 55 años atrás en Jetmar. Incluso llegó a ser socio de la marca. “La gente me conocía por Jorge. Era Jorge para acá, Jorge para allá. Un día junto con otro compañero decidimos separarnos y abrimos esta empresa. En plaza, todos mis clientes me conocían como Jorge, por eso le pusimos Jorge Martínez”, explica el fundador. 

    Martínez asegura que a diferencia de otras empresas, una agencia de viajes se dedica a vender intangibles. Por eso, detrás del producto tiene que estar la responsabilidad, seriedad y conocimiento para ofrecer el mejor producto. “Qué mejor que dar el nombre de uno para asegurar cierta garantía y saber a quién reclamarle. Lo mismo ocurre cuando se compra un chorizo. Si el embutido está feo, saben que es Cattivelli u Ottonello. Cuando es un nombre fantasía no hay a quién reclamarle. Eso está cambiando porque las empresas cada vez son más grandes y están conformadas por más accionistas”, afirma el empresario. 

    Sin embargo, llamarse Jorge Martínez en el día a día tiene sus repercusiones. Muchas veces lo paran en la calle y le preguntan si es el de la agencia de viajes y en seguida le cuentan sus experiencias de haber viajado por la empresa o le piden algunas recomendaciones de próximos destinos. 

    Como toda empresa familiar, y esta no es la excepción, en Jorge Martínez también trabaja Jorge Diego Martínez, el hijo mayor, y su hija Alejandra Martínez. Sin embargo, el líder del grupo asegura que la familia es de 80 personas porque “la relación que tenemos con todas las personas que integran la empresa es de amistad y confianza. Esta firma está apoyada en todas las personas que la integran”, concluye.

     

    Nombres a la moda

    Comenzó vendiendo en su casa y en la feria de Villa Biarritz. Sin embargo, cuando Victoria María Ortiz instaló sus primeros locales, no utilizó su nombre, que luego logró ser tan conocido dentro del mundo de la moda femenina. “A mí me dicen Vicky; entonces, cuando comencé a poner mis primeros locales y la gente me empezó a comprar me decían así”, recuerda Victoria. 

    Todo cambió con la venta de franquicias, principalmente en Argentina. El nombre Vicky ya estaba registrado. Victoria M iba a ser la segunda opción pero también existía. Por lo tanto, el nombre que oficialmente quedó fue el que se conoce hasta hoy: Victoria M. Ortiz. “Cuando voy al supermercado y saco la tarjeta de crédito la cajera me dice: ‘Ay, mentira que sos Victoria M. Ortiz’; y de esas tengo 20.000”, cuenta entre risas la fundadora de la marca que hoy cuenta con cuatro locales y ya lleva más de 20 años en el mercado uruguayo. 

    En los últimos años aparecieron nuevas marcas que siguen esta tendencia, como Margo Baridon, V.Damiani y Caro Criado. Esta última surgió en 2011 como un proyecto personal y no tuvo ese nombre como algo planificado. “No lograba encontrar un nombre que me identificara. Hasta que un amigo me dio la idea de ponerle mi nombre y me copó, ya que en definitiva, lo que estaba haciendo era llevar mi sello personal a mis diseños”, cuenta su creadora. Como esta, existen otras marcas que también llevan el nombre o apellido de sus creadoras.

     

    Historias fúnebres

    Ángel Martinelli Bernasconi, fundador de Casa Martinelli. Rogelio Martinelli Viacava, hijo de Ángel Martinelli. Uno de los primeros carruajes de Martinelli.

    Alrededor del año 1800, un inmigrante italiano llamado Ángel Martinelli Bernasconi llegó a territorio americano para comenzar una empresa que se mantiene hasta el presente. Empezó en Argentina, desempeñándose como cochero del general Roca y tiempo después decide establecerse en Montevideo. Martinelli ya tenía referencias de la Casa Rosada que le permitieron conseguir un trabajo como cochero en Presidencia. Fue chofer de siete presidentes —entre ellos Máximo Tajes, Máximo Santos, Juan Bautista Idiarte Borda, Juan Lindolfo Cuestas— y de José Pablo Batlle y Ordóñez, a quien salvó de un atentado sucedido en 1904. “Salvó parte de la historia de nuestro país”, cuenta su bisnieto Ángel Rogelio Martinelli Pekmezian, quien hoy forma parte del directorio de la empresa. 

    Ángel Martinelli comienza a comprar carruajes y caballos, y funda la empresa La Uruguaya. El cambio de nombre lo dio su hijo Rogelio Martinelli Viacaba, una persona visionaria y revolucionaria, que ofreció el primer vehículo destinado al servicio público de ambulancias, y que además cortó con los velatorios en el fondo de las casas para crear las salas en empresas funerarias. 

    Luego llegó Ángel Rogelio Martinelli Moreira, quien siguió adelante con la empresa junto a su esposa Lilian Pekmezian. Tuvieron cinco hijos, pero actualmente son tres de ellos los que forman parte del directorio: Noel, María y Ángel Rogelio, con el apoyo de su madre Lilian. “Nuestro papá fue un pionero en lo fúnebre”, cuentan. Fundó gremiales del servicio fúnebre en Uruguay, la Previsora Martinelli sobre fines de la década de los 70, el Cementerio Parque, y ya con sus hijos como parte de la empresa crearon el primer crematorio privado. “Era una persona que entregó su vida al servicio de esta comunidad y de este país”, dice su único hijo varón. 

    Hoy, Ángel Rogelio es quien tiene la responsabilidad de seguir con la tradición del nombre y apellido de sus antepasados. Sin embargo, María cree que esta es una época “en la cual la inserción de la mujer en el mundo del trabajo hace que podamos estar trabajando de igual a igual”. “Es un orgullo para nosotros poder brindar, en el peor momento, el servicio y la ayuda a esas familias que tienen que organizar las partidas finales de sus seres queridos”, concluye él. 

    Al igual que Martinelli, la funeraria Forestier Pose también tiene su historia. Allá por el año 1920, un inmigrante gallego llamado Pose llega al país y comienza a fabricar ataúdes. Su oficio de carpintero le jugó muy a favor con este trabajo que, años más tarde, se convertiría en la cochería Pose. El gallego tuvo una hija, Teresa, que se casó con el señor Forestier, quien comenzó a trabajar en el negocio cuando el fundador estaba por retirarse. Allí nace esta empresa mixta, que lleva los dos apellidos: Forestier Pose. 

    Actualmente, quienes están a cargo de la funeraria son los tres hijos de Forestier y Pose, nietos del viejo Pose: Fernando, Roberto y Alejandra. Hoy, todo el mundo reconoce el nombre. “De alguna manera, cuando tú decís Forestier inmediatamente te preguntan: ‘¿Sos algo de la empresa?”, cuenta Roberto, quien lleva 36 años vinculado a la funeraria. “Hemos convivido con el nombre y tenemos la carga de representar lo que significa. Tenemos que tener una empresa de prestigio; por lo tanto, cada uno debe resguardarlo; quieras o no, la estás representando”, concluye.