Ella le contagió su risa de chancho, él su preferencia por la carne a punto. De tanto verlos, él también se volvió aficionado a los talk show y ella aprendió a comer picante. Él empezó a llevarse un vaso de agua a la mesa de luz por la noche y a apreciar un buen melodrama, ella se volvió aficionada al esquí acuático y a los westerns. Él se compró su primera corbata, ella su primer pantalón de jogging. El último domingo que salieron a caminar juntos por la rambla, un conocido que los cruzó les dijo que, vistos de lejos, era difícil diferenciarlos. No supieron cómo tomar aquel comentario, pero tampoco podían negar que en sus años de convivencia, habían hecho propios algunos hábitos y preferencias de su pareja y se congratulaban por ello.
En algunos casos, él y ella se parecen desde el inicio: un estudio de hace unos años desmitificó aquello de que los opuestos se atraen para demostrar que las similitudes tienen mayor magnetismo romántico que las diferencias. Otras veces, los parecidos se van dando con la convivencia. Los hábitos se van amoldando, los gustos se compatibilizan y hasta en la apariencia empiezan a encontrarse rasgos comunes. Aunque hay personas más permeables que otras a adquirir gestos ajenos, el fenómeno es bastante habitual. Podría ser hasta una estrategia de supervivencia, pues varios estudios han comprobado que estar en sintonía con la otra persona regala vidas extra (y felicidad) a los matrimonios.
A este argumento se suma ahora una investigación de la Universidad de Michigan, difundida por NPR (National Public Radio), de Estados Unidos, que concluyó que las parejas que envejecen juntas pueden sincronizarse también biológicamente. Según los especialistas, si un integrante de la pareja tiene determinados problemas de salud, es probable que el otro también los tenga o vaya a tenerlos. De acuerdo con un estudio paralelo realizado por la misma universidad, tanto incide el ambiente en ambos y tal es la influencia de un miembro de la pareja en el otro, que hasta el optimismo de uno puede actuar benéficamente no solo en el estado de ánimo sino también en la salud del otro.El tema intriga a investigadores de varias universidades, que han llevado adelante varios estudios para confirmar sus hipótesis y encontrar el porqué.
Armar el par. La fórmula de los opuestos puede funcionar para algunos. Sin embargo, la clave para una felicidad más serena y a largo plazo parece residir, en cambio, en las parejas cuyos miembros guardan un parecido entre sí. Durante la búsqueda de pareja, en la situación chico-conoce-chica, algunos agudos observadores han detectado que hay una tendencia a elegir a personas físicamente parecidas. En un estudio realizado hace muchos años por el psicólogo social Robert Zajonc en la Universidad de Michigan, se les mostró a los participantes una serie de retratos. Entre ellos se colaba uno de la propia persona, cuyos rasgos habían sido modificados para que no advirtieran aquel detalle y para convertirla en el sexo opuesto. En este ejercicio, que consistía en calificar el atractivo de aquellas personas, la mayoría eligió la foto de su propio rostro modificado como la número uno en atractivo. ¿La explicación? Algo de narcisismo y otro poco de una búsqueda inconsciente de coincidencias genéticas para perpetuar la especie. Y algo más: la búsqueda de una persona en apariencia similar tiene que ver también con que, a veces, la expresión del rostro denota determinada personalidad que la persona puede percibir parecida a la suya y, por tanto, compatible.
Otro estudio, realizado por Universidad de Mannheim y el Instituto Alemán de Investigación Económica de Berlín a parejas de entre 18 y 95 años, concluyó que las parejas más duraderas se parecían fundamentalmente en dos rasgos: la escrupulosidad al momento de atenerse a las reglas y la disposición a lo nuevo. “Solo los similares sobreviven. Por lo demás, dos personas egoístas, impuntuales y caóticas tienen tantas oportunidades de una larga vida en común como dos encantadores individuos generosos, ordenados, responsables y comprometidos que salen a ver el mundo”, sentenciaron los investigadores responsables del estudio. Es decir que parecerse, para bien o para mal es —según estas investigaciones— beneficioso para la vida de a dos.
La psicóloga y miembro fundador de la Asociación Uruguaya de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares Silvia Brande, dijo a galería que “las parejas, para convivir durante mucho tiempo necesitan hacer algo con sus diferencias, ya que cada sujeto es único”. Según la experta, “nos unimos a otro por la ilusión de semejanza, pero nos topamos con lo diferente y eso es enriquecedor”. Sin embargo, explicó que en el día a día las parejas se acostumbran a manejarse de determinada forma en el espacio y con el tiempo compartido, y que en situaciones cotidianas, como que a uno le guste dormir con la ventana abierta y al otro con la ventana cerrada, o que a uno le gusten las películas de acción y al otro las románticas, “algo van a tener que hacer, acordar, ceder y tolerar para estar con el otro”. Brande sostiene, no obstante, que “esto no significa que los miembros de la pareja se parezcan o sean iguales, sino que permanentemente tendrán que trabajar la relación”.
Y la mímesis empieza. Algunas parejas guardan parecidos desde el día uno, pero otras empezarán a desarrollar similitudes con el tiempo. La simetría que pueden llegar a alcanzar puede resultar perturbadora o aburrida para algunos espectadores externos, pero para sus protagonistas puede significar haber alcanzado el punto de equilibrio.
María Carbajal, magíster en psicología clínica y docente e investigadora del Centro Interdisciplinario de Envejecimiento(Cien), y del Instituto de Psicología social de la Facultad de Psicología, trabaja en el tema pareja desde la perspectiva del cuidado y la familia. Consultada por galería, explicó que si bien en Uruguay, a su entender, no hay estudios respecto a las similitudes que puede ir adquiriendo un matrimonio, está claro que “los adultos mayores de hoy comparten muchas actividades juntos, tienen una representación de pareja y de familia que hace que tengan el hábito de hacer cosas juntos, que viene también del acostumbramiento, del estar juntos todo el tiempo. No conciben hacer cosas por separado, como sí lo hacen las parejas jóvenes, que tienen su grupo de amigos por separado o pueden llevar dietas distintas”.
Según Carbajal, todo indica que esto irá cambiando con el tiempo, pues “seguramente los próximos viejos sean distintos, porque las concepciones de pareja y de familia han ido cambiando”.
Un grupo de investigadores de la Universidad de Liverpool recurrieron a las fotografías para probar su hipótesis sobre la mímesis que experimentan los miembros de una pareja. En el estudio, publicado hace tiempo en la revista “Personality and Individual Differences”, invitaron a participar a 11 hombres y 11 mujeres para armar pares de fotografías en base a las similitudes de los retratados. Algunas fotos correspondían a hombres y mujeres casados recientemente, otras a integrantes de matrimonios más longevos, y otras a personas elegidas al azar pero que no eran pareja. Sin saberlo, solo siguiendo el criterio del parecido físico, los participantes tendieron a unir en pares a los matrimonios que llevaban casados más de 25 años. Según el director del estudio, Anthony Little, especializado en psicología biológica y evolutiva, esto se debería a que al compartir las mismas experiencias, los gestos faciales acordes habrían generado líneas similares asemejando las facciones. Es decir que la mímesis no sería solo interior, sino también exterior.
Parece lógico que una pareja que atravesó idénticas circunstancias comparta emociones que terminen reflejándose en el rostro. Sonreír a menudo marca ciertas líneas de expresión a los lados de la boca y en los ojos; fruncir el ceño con la misma frecuencia tendrá también un efecto pero en el entrecejo. Esto, si además se parte de una fisonomía parecida, se hace más evidente.
Según los expertos, la empatía podría tener algo que ver en esto. Otros han denominado el fenómeno “imitación inconsciente”, por aquello de que imitamos a las personas que nos rodean. Esta cualidad tan propia del ser humano, que ayuda a encajar en diferentes escenarios y a no sentirse sapo de otro pozo, se aplica magnificada en las parejas de años.
Los gestos imitados de manera inconsciente terminan también perfilando el rostro.
Sin embargo, aunque las caras cobren rasgos parecidos y los hábitos se vayan mimetizando, la personalidad permanece incambiada; no importa cuán larga haya sido la convivencia, aseguran los expertos.
En la salud y en la enfermedad. Según Shannon Mejía, una de las investigadoras involucradas en el estudio de la Universidad de Michigan que concluyó que los matrimonios de muchos años se mimetizan también en algunos aspectos de la salud, las parejas envejecen al unísono. Al analizar a 1.568 matrimonios estadounidenses, su equipo descubrió que las parejas que habían estado juntas varias décadas tenían similitudes en la función hepática, el colesterol y la tonicidad muscular. Si bien parte de la explicación podría residir en que muchas parejas ya tenían en común características genéticas por elegir involucrarse con una persona con orígenes similares, algo en los años juntos hizo que las uniones más antiguas tuvieran más parecidos biológicos.
Según Mejía, la verdadera respuesta está en algo que los miembros de una pareja “cocrean”. ¿Qué es aquello que cocrean? Eso se propone averiguarlo en su nuevo estudio. A priori, se anima a arriesgar que las experiencias compartidas y vivir en los mismos entornos que les ofrecen las mismas ventajas y desventajas (“como poder caminar en su barrio o encontrar las formas de mantenerse activos”), debe influir, según contó a NPR.
Al mismo tiempo, otros estudios demostraron que la depresión o el optimismo en un miembro de la pareja inciden directamente no solo en el ánimo, sino en la salud del otro. Una investigación reciente realizada a lo largo de cuatro años también por la Universidad de Michigan y liderada por el profesor asistente de psicología William Chopik, determinó que en los matrimonios mayores, cuando el optimismo de uno de sus integrantes aumentaba, el otro se volvía menos propenso a sufrir enfermedades como diabetes y artritis que las personas casadas con alguien que no había experimentado más optimismo durante el período de observación.
Aunque la mayoría de estos estudios —algunos más recientes que otros— apuntan a demostrar que las similitudes son más positivas en la pareja, según Brande tampoco hay que temerles a las diferencias, pues no son un factor negativo, como se puede pensar. “Sería muy aburrido vivir con alguien siempre igual y predecible. El saber todo del otro, conocerlo totalmente, es una ilusión; por suerte, el otro siempre tiene algo desconocido, algo por descubrir”, dijo, y agregó que si bien a lo largo del tiempo se genera cierto acostumbramiento y dependencia, “lo saludable es que no desaparezca la singularidad”.