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    Raquel Reyes

    Edad: 70 • Ocupación: profesora de inglés • Señas particulares: tiene seis hijos; su fanatismo por Nacional es un asunto de familia; no quiere jubilarse

    ¿Cuándo empezó a dar clases de inglés? Hace cincuenta años. Yo nunca fui de tentarme con ropa, pero empecé a fumar de joven y quería tener mi dinero. También me gustaba salir a comer con mis amigas y estaba harta de pedirles plata a mis padres. Entonces, un día fui al colegio y les dije que quería empezar a trabajar ahí. Dar clases de inglés me permitió ganar mi independencia y cobrar mis primeros pesos.

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    ¿En qué gastó su primer sueldo? Lo gasté en hacerme las manos, ir a comer y en algunas cajas de cigarros. Como trabajaba como asistente en las clases no cobraba mucho dinero, pero me daba para cubrir los pequeños gastos. Enseguida le agarré el gusto y quise entrar al Anglo. Me acuerdo que recién se estaba fundando la institución en Carrasco. Como quería entrar averigüé el nombre del director y me enteré que estaba en el Hospital Británico porque su mujer estaba por dar a luz. Entonces, fingí que iba a ver a una amiga al sanatorio y me presenté. Fue una de esas cosas que solo podés hacer con la inconsciencia de la juventud.

    Después de trabajar en el Anglo abrió Taal, su propia institución. Exacto. La institución la formé hace treinta años, pero siempre di clases particulares. Me acuerdo que tenía una alumna que hamacaba a una de mis hijas mientras le enseñaba inglés. Ahora me trae a su nieta. Empecé con Taal en lo de una colega que tenía una clásica casa inglesa en Pocitos. Un día me la jugué y me fui a otro lugar en la calle Ellauri donde estuvimos hasta hace unos años. Pasamos años muy felices y ahora estoy en la calle Montero.

    También dio clases de inglés en la cárcel de mujeres, ¿verdad? Es cierto, trabajé dos años con reclusas. Fue una experiencia apasionante, pero también muy dolorosa. Aunque yo estaba dispuesta a pasar mucho tiempo en ese trabajo, ellas no tenían constancia. Algunas clases eran 14, otras 10 y a veces 6. Me hubiese gustado seguir con el trabajo social porque la ayuda al prójimo es fundamental. No les puedo exigir a mis hijos que ayuden porque ninguno tiene tiempo.

    ¿El celular es un enemigo en sus clases? Muchas veces, sí. Yo no tengo por la experiencia que tuve en la docencia. Los alumnos no pueden estar sin el celular. A veces hasta mi marido está con el celular y me dan ganas de tirárselo. Me produce rechazo ver a la gente con los ojos en el aparato. Mi familia tiene un grupo de WhatsApp pero a mí me mandan los contenidos por mail.

    ¿Se quiere jubilar? Para nada. Estoy muy agradecida a la docencia porque es lo que me mantiene viva. Un día me llamaron del BPS para decirme que ya tenía los años para jubilarme. Me dijeron que estaba topada en todo: por hijos, por años y por edad. Pero yo no quiero alejarme.

    ¿Siempre soñó con tener seis hijos? Fue muy inconsciente. Ya en aquella época era demasiado. Cada vez que quedaba embarazada estábamos horas con mi marido para ver cómo se lo decíamos a nuestros padres. Él, incluso, se recibió de abogado y escribano cuando ya era padre. Y siempre nos arreglamos entre nosotros. Cuando quise ver, tuve seis hijos en 10 años.

    ¿Cómo es su relación con su hijo, el comunicador Facundo Ponce de León? La relación es exactamente igual que con mis otros cinco hijos. Él desarrolló un talento al igual que Juan que no figura en los medios pero es el artista de la familia. En la calle me dicen: “Ah, vos sos la madre de Facundo”. Les digo que sí, pero que también soy madre de otros cinco. Me gusta invertir la pregunta. No sé qué opinarán ellos, pero yo no pienso en Facundo como “el hijo famoso”. Es cierto, de cualquier forma, que me emocionó mucho cuando ganó el Premio Iris de Oro. ¡Era un niño!

    ¿A todos les transmitió el fanatismo por Nacional? Todos sentimos la misma pasión porque es algo absolutamente genético. Mi abuelo, José María Delgado, fue presidente en tres períodos. Mi padre también fue dirigente y nosotros siempre fuimos a la cancha. Nací en una casa donde los días de los clásicos había una tensión irrespirable. Como es parte de mi vida, también se convirtió en la de mis hijos y mis nietos.

    Hasta sus padres se conocieron en el Estadio. Claro, porque mis abuelos fueron directivos de Nacional. Mi padre era hijo de Joaquín Reyes y mi madre de José María Delgado. Se conocieron en uno de los cientos de partidos que vieron en el Estadio. Iban siempre.
    ¿Sus nietos son socios de Nacional? Todos, porque es una de las primeras cosas que hago cuando nacen.

    ¿Ninguno es hincha de Peñarol? No. Hubiese sido imposible que se rebelaran. Ninguno de nosotros vende jugadores ni tiene puestos directrices, es un fanatismo sano. Muchas veces nos enojamos, pero el fútbol da revancha. Para mi familia, que somos 27 miembros, Nacional es un símbolo que nos une. También compartimos otras cosas como la música, los libros y las series.

    ¿Tienen cábalas? Tenemos miles. En la mayoría de los partidos me cambio de lugar. En el último clásico, por ejemplo, cuando Cristian Rodríguez hizo el primer gol me moví para un asiento más abajo. Vi que había un lugar y tuve que hacerlo. Enseguida vino el gol de Nacional que empató el partido. Esa cábala la heredé de mis abuelos. Tengo el recuerdo de ellos cambiándose de asiento en el palco del Estadio Centenario.

    ¿Por qué le dicen Cochi? Nunca lo supe. Lo pregunto desde que soy chica pero siempre me dieron respuestas vagas. Me lo pusieron mis hermanos pero no tiene ningún sentido.